Nicolas Werth

Un Estado Contra su Pueblo

Violencia, Temores y Represiones en la Unión Soviética

Edición Original: Año 1998
Edición electrónica: 2011

http://www.laeditorialvirtual.com.ar

 


 

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ÍNDICE

Paradojas y Malentendidos de Octubre
Un Imperio en disolución
La caída del Zar
Los soldados-campesinos
La “Gloriosa Revolución de Octubre”
Los malentendidos

El "Brazo Armado de la Dictadura del Proletariado"
El Comité Militar Revolucionario
El modelo jacobino: la Cheka
"Un período de improvisación y de tanteos"
El traslado de la capital a Moscú
El “comunismo de guerra”
Atentados y pena de muerte

El Terror Rojo
Las revueltas del verano de 1918
Rehenes y primeros campos de concentración
Los atentados contra Uritsky y Lenin
El terror como herramienta y sistema
Balance del número de víctimas
Consolidación de la Cheka
Los inicios del GULAG

La Guerra Sucia
La guerra civil
Los objetivos del terror y la represión
Represión a los obreros
Las matanzas de Tula y Astracán
La militarización del trabajo
La comida como arma
La represión del “frente obrero”
Rojos, blancos y verdes. La represión del campesinado
La represión en Ucrania
La “Vendée soviética”
La aniquilación de los cosacos.
Las matanzas de rehenes y detenidos
El “exterminio de la burguesía como clase”.
La masacre de Crimea

De Tambov a la Hambruna
La NEP: la Nueva Política Económica
La revuelta de Tambov
El amotinamiento de Kronstadt
La represión a los socialistas no bolcheviques
La represión a los mineros del Donbass
La “pacificación” de los campesinos de Tambov
El Informe de la Comisión Plenipotenciaria de Tambov
La represión en Siberia
El hambre como herramienta de poder
La ayuda internacional
Hambre y represión a la Iglesia Ortodoxa
Juicios a “contrarrevolucionarios”
El nuevo Código Penal y el nacimiento de la GPU
El destierro de la intelliguentsia

De la Tregua al “Gran Giro”
El interregno
Restructuración de la GPU
El marco legal
Lucha contra la “especulación”
Los orígenes del GULAG
La represión de las nacionalidades
La GPU, Stalin y las primeras purgas
Segunda guerra contra el campesinado
Los profesionales y las “sharashki”
El GULAG se expande
El “Gran Giro” de Stalin

Colectivización forzosa y deskulaquización
La colectivización
La resistencia campesina
Represión, prisiones y deportaciones
Las “deportaciones-abandono”
La explotación de los deportados

La Gran Hambruna
La organización de la colectivización
La cosecha forzada
La organización deliberada del hambre
Las estadísticas de la muerte por hambre
La carta de Mijail Sholojov a Stalin
La respuesta de Stalin
Conclusiones

“Elementos socialmente extraños” y ciclos represivos
La purga de los “especialistas”
La purga del clero
La purga de los empresarios privados
La purga de las ciudades
Represión por ciclos
El asesinato de Kirov y la primer purga interna.
Purgas étnicas y preparación del "Gran Terror"

El Gran Terror (1936-1938)
Los procesos de Moscú
Los alcances del Gran Terror
Centralización, categorías y cantidades
Extracto de un expediente "ordinario"
Los polacos y la Internacional
El Ejército Rojo
La intelliguentsia
Los resultados

El Imperio de los Campos de Concentración
Dimensiones y proyectos económicos
La organización
El drama en números
El pacto Ribbentrop-Molotov
La invasión rusa de Polonia
Los países bálticos
La carta de Beria a Stalin del 5 de marzo de 1940
23 Millones de nuevos ciudadanos
El apogeo del Gulag
El ataque alemán

El reverso de una victoria
La limpieza étnica
La deportación de los alemanes
El decreto sobre la deportación de los alemanes
Otras etnias deportadas en masa
El Gulag y la guerra
Un informe del Gulag
El Gulag al término de la guerra y después

Apogeo y Crisis del Gulag
Otra vez el hambre
La represión
Mujeres y niños en el Gulag
El arsenal represivo adicional
Nueva limpieza étnica en el báltico
Las otras nacionalidades y etnias
El Gulag a pleno y su crisis

La última conspiración
La conspiración de los médicos
El comité antifascista judeo-soviético
La purga de los judíos
El "asunto de Leningrado"
La "conspiración nacionalista judía"

La salida del stalinismo
Después de Stalin
Reorganización del Gulag
Nace la KGB
La "desestalinización"
Liberación de los "contrarrevolucionarios"
Nueva legislación penal
Los disidentes

A modo de conclusión


Paradojas y Malentendidos de Octubre

Un Imperio en disolución

Con la caída del comunismo, la necesidad de mostrar el carácter «históricamente ineluctable» de la «gran revolución socialista de octubre» ha desaparecido. 1917 podía, finalmente, convertirse en un objeto histórico «normal». Desgraciadamente, ni los historiadores, ni nuestra sociedad están dispuestos a romper con el mito fundador del año cero, de ese año en el que todo habría comenzado: la fortuna o la desgracia del pueblo ruso.

Estas frases de un historiador ruso contemporáneo ilustran una cuestión permanente: ochenta años después del acontecimiento, la “batalla por el relato” continúa.

Para una primera escuela histórica, que se podría calificar de “liberal”, la revolución de octubre no fue sino un golpe impuesto por la violencia sobre una sociedad pasiva, resultado de una hábil conspiración tramada por un puñado de fanáticos disciplinados y cínicos, desprovistos de toda base real en el país. Hoy en día, la práctica totalidad de los historiadores rusos, tanto las élites cultivadas como los dirigentes de la Rusia postcomunista, ha hecho suya la vulgata liberal. Privada de toda profundidad social e histórica, la revolución de octubre de 1917 es vuelta a leer como un accidente que ha arrancado de su curso natural a la Rusia anterior a la revolución; una Rusia rica y laboriosa, en buen camino hacia la democracia. Teniendo en cuenta, además, que perdura una notable continuidad de las élites dirigentes que han pertenecido totalmente a la nomenklatura comunista, la ruptura simbólica con el “monstruoso paréntesis soviético” presenta un triunfo considerable: el de liberar a la sociedad rusa del peso de la culpabilidad, y de un arrepentimiento que pesó mucho durante los años de la perestroika, marcados por el descubrimiento doloroso del stalinismo. Si el golpe de Estado bolchevique de 1917 no fue más que un accidente, entonces el pueblo ruso no fue más que una víctima inocente.

Frente a esta interpretación, la historiografía soviética trató de demostrar que octubre de 1917 fue la conclusión lógica, previsible e inevitable, de un itinerario liberador emprendido por “las masas” conscientemente seguidoras del bolchevismo. Bajo sus diversos avatares, esta corriente historiográfica unió la “batalla por el relato” de 1917 con la cuestión de la legitimidad del régimen soviético. Si la gran revolución socialista de octubre fue el cumplimiento del sentido de la Historia, un acontecimiento portador de un mensaje de emancipación dirigido a los pueblos del mundo entero, entonces el sistema político, las instituciones y el Estado que surgieron de ella siguen siendo legítimos,  por encima y a pesar de todos los errores cometidos por el stalinismo. El colapso del régimen soviético ha implicado de manera natural una deslegitimación completa de la revolución de octubre de 1917 y la desaparición de la vulgata marxista, arrojada – para retomar una célebre fórmula bolchevique – “al cubo de basura de la Historia”. No obstante, al igual que la memoria del miedo, la memoria de esta vulgata sigue viva, tanto – si no más – en Occidente como en la antigua URSS.

Rechazando tanto la vulgata liberal como la vulgata marxista, una tercera corriente historiográfica se ha esforzado por “desideologizar” la Historia de la revolución rusa, por comprender, como escribe Marc Ferro, que “la insurrección de octubre de 1917 pudo ser, a la vez, un movimiento de masas, participando en él un número pequeño de personas”. Existen problemas claves entre las numerosas cuestiones que, a propósito de 1917, se plantean muchos historiadores que niegan el sistema simplista de la historiografía liberal hoy en día dominante. ¿Qué papel desempeñaron la militarización de la economía y la brutalización de las relaciones sociales posteriores a la entrada del imperio ruso en la Primera Guerra Mundial? ¿Se produjo la emergencia de una violencia social específica que iba a preparar la violencia política ejercida después contra la sociedad? ¿Cómo una revolución popular y plebeya, profundamente antiautoritaria y antiestatal, llevó al poder al grupo político más dictatorial y más estatista? ¿Qué vínculo se puede establecer entre el bolchevismo y la innegable radicalización de la sociedad rusa a lo largo del año 1917?

Con el paso del tiempo y gracias a numerosos trabajos de una historiografía conflictiva aunque intelectualmente estimulante, la revolución de octubre se nos aparece como la convergencia momentánea de dos movimientos: una toma del poder político, fruto de una minuciosa preparación insurreccional, por parte de un partido que se distingue radicalmente, por sus prácticas, su organización y su ideología, de todos los demás actores de la revolución; y una vasta revolución social, multiforme y autónoma. Esta revolución social se manifiesta bajo muy diversos aspectos: una inmensa revuelta campesina primero, vasto movimiento de fondo que hunde sus raíces en una larga historia marcada no solamente por el odio al propietario terrateniente, sino también por una profunda desconfianza del campesinado hacia la ciudad, el mundo exterior y hacia toda forma de injerencia estatal.

El verano y el otoño de 1917 aparecen así como la conclusión, finalmente victoriosa, de un gran ciclo de revueltas iniciado en 1902, y que culmina una primera vez en 1905/1907. El año 1917 es la etapa decisiva de una gran revolución agraria, del enfrentamiento entre el campesinado y los grandes propietarios por la apropiación de las tierras, la realización tan esperada del “reparto negro”, un reparto de todas las tierras en función del número de bocas que había que alimentar en cada familia. Pero es también una etapa importante en el enfrentamiento entre el campesinado y el Estado, por el rechazo de toda tutela del poder de las ciudades sobre los campos. En ese área, 1917 es sólo uno de los jalones de un ciclo de enfrentamientos que culminará en 1918/1922 y, después, en los años 1929/1933 concluyendo con una derrota total del mundo rural, quebrantado hasta las raíces por la colectivización forzosa de las tierras.

En  paralelo a la revolución campesina, a lo largo del año 1917 se produce una descomposición en profundidad del ejército, formado por cerca de diez millones de campesinos-soldados movilizados desde hacía más de tres años en una guerra cuyo sentido no comprendían. Casi todos los generales deploraban la falta de patriotismo de estos soldados-campesinos, políticamente poco integrados a la nación y cuyo horizonte cívico no iba más allá de su comunidad rural.

Un tercer movimiento de fondo afectó a una minoría social que representaba apenas el 3% de la población activa, pero que era una minoría políticamente muy activa, muy concentrada en las grandes ciudades del país: el mundo obrero. Este medio que condensa todas las contradicciones sociales de una modernización económica en marcha desde hacía apenas una generación, da nacimiento a un movimiento reivindicativo obrero específico, alrededor de lemas auténticamente revolucionarios: el “control obrero”, el “poder de los soviets”.

Finalmente, un cuarto movimiento se dibuja a través de la emancipación rápida de las nacionalidades y los pueblos alógenos del antiguo imperio zarista que reclaman su autonomía y después su independencia.

Cada uno de estos movimientos tiene su propia temporalidad, su dinámica interna, sus aspiraciones específicas, que evidentemente no podían quedar reducidas ni a los lemas bolcheviques, ni a la acción política de ese partido. A lo largo del año 1917 estos movimientos actúan como tantas “fuerzas disolventes” que contribuyen poderosamente a la destrucción de las instituciones tradicionales y, de manera más general, a la de todas las formas de autoridad. Durante un breve pero decisivo instante – el final del año 1917 – la acción de los bolcheviques, una minoría política que actúa en el vacío institucional reinante, discurre en el sentido de las aspiraciones de un número cada vez mayor de personas, aunque los objetivos a mediano y largo plazo sean diferentes para unos y otros. Momentáneamente, el golpe de Estado político y la revolución social convergen o bien, más exactamente, se unen en una visión telescópica, antes de separarse hacia décadas de dictadura.

Los movimientos sociales y nacionales que explotan en el otoño de 1917 se desarrollan a favor de una coyuntura muy particular que combina en sí misma, en una situación de guerra total, una fuente de regresión y de brutalización generales, una crisis económica, el trastorno de las relaciones sociales, y la debilidad del Estado.

Lejos de proporcionar un nuevo impulso al régimen zarista y de reforzar la cohesión, todavía imperfecta, del cuerpo social, la Primera Guerra Mundial actuó como un formidable revelador de la fragilidad de un régimen autocrático ya quebrantado por la revolución de 1905/1906 y debilitado por una política inconsecuente que alternaba las concesiones insuficientes con la recuperación del poder en manos conservadoras. La guerra acentuó igualmente las debilidades de una modernización económica inconclusa que dependía de una afluencia regular de capitales, de especialistas y de tecnologías extranjeras. Reactivó la profunda fractura existente entra una Rusia urbana, industrial y gobernadora, y la Rusia rural, políticamente no integrada y todavía ampliamente cerrada sobre sus estructuras locales y comunitarias.

Como los otros beligerantes, el gobierno zarista había contado con que la guerra sería corta. La clausura de los estrechos y el bloqueo económico de Rusia revelaron brutalmente la dependencia del Imperio de sus proveedores extranjeros. La pérdida de las provincias occidentales, invadidas por los ejércitos alemanes y austrohúngaros en 1915, privó a Rusia de los productos de la industria polaca, una de las más desarrolladas del Imperio. La economía nacional no resistió durante mucho tiempo la continuación de la guerra. En 1915 el sistema de transporte ferroviario cayó en la desorganización al carecer de piezas de repuesto. La reconversión de la casi totalidad de las fábricas en pro del esfuerzo militar destrozó al mercado interno. Al cabo de algunos meses, la retaguardia carecía de productos manufacturados y el país se vio sumergido en la escasez y la inflación.

En los campos la situación de degradó rápidamente: la detención brutal del crédito agrícola y de la concentración parcelaria, la movilización masiva de los hombres al ejército, las requisas de ganado y de cereales, la escasez de bienes manufacturados y la ruptura de los circuitos de intercambio entre las ciudades y el campo detuvieron claramente el proceso de modernización de las explotaciones rurales llevado a cabo con éxito, desde 1906, por el primer ministro Piotr Stolypin, asesinado en 1910. Tres años de guerra reforzaron la percepción que los campesinos tenían del Estado como una fuerza hostil y extraña. Las vejaciones cotidianas en un ejército en que el soldado era, por añadidura, tratado más como un siervo que como un ciudadano, exacerbaron las tensiones entre los reclutas y los oficiales, mientras que las derrotas minaban lo que quedaba de prestigio de un régimen imperial demasiado lejano. De esta situación salió reforzado el viejo fondo de arcaísmo y violencia, siempre presente en los campos, y que se había expresado con fuerza durante las inmensas revueltas campesinas de los años 1902/1906.

Desde finales de 1915, el poder no controlaba ya la situación. Ante la pasividad del régimen se pudo ver cómo por todas partes se organizaban comités y asociaciones que afrontaban la tarea de la gestión de lo cotidiano que el Estado no parecía ya en posición de asegurar: el cuidado de los enfermos y el suministro de las ciudades y del ejército. Los rusos comenzaron a gobernarse por sí mismos. Se puso en marcha un gran movimiento, procedente del trasfondo de la sociedad y de cuyo tamaño nadie se había percatado hasta entonces. Pero, para que ese movimiento triunfara sobre las fuerzas disolventes que también estaban actuando, habría sido preciso que el poder lo estimulara y le tendiera la mano. Ahora bien, en lugar de construir un puente entre el poder y los elementos más avanzados de la sociedad civil, Nicolás II se aferró a la utopía monárquico-populista “padrecito-zar-comandante-del-ejército-de-su-buen-pueblo-campesino”. Asumió en persona el mando supremo de los ejércitos, un acto suicida para la autocracia en plena derrota nacional. Aislado en su tren especial del cuartel general de Mogilev, Nicolás II dejó en realidad de dirigir el país en 1915, entregándoselo a su esposa, la emperatriz Alejandra, muy impopular a causa de su origen alemán.

La caída del Zar

En el curso del año 1916 se extendió la impresión de que el poder se disolvía. La Duma del Imperio, única asamblea elegida, por poco representativa que fuera, no sesionaba más que algunas semanas al año. Los gobiernos y los ministros se sucedían, tan incompetentes como impopulares. El rumor público acusaba a la influyente camarilla, dirigida por la emperatriz y por Rasputín, de abrir a sabiendas el territorio nacional a la invasión enemiga. Resultaba manifiesto que la autocracia ya no era capaz de dirigir la guerra. A finales del año 1916 el país se convirtió en ingobernable. En una atmósfera de crisis política ilustrada por el asesinato de Rasputín el 31 de diciembre, las huelgas, que habían descendido a un nivel insignificante al principio de la guerra, recuperaron su amplitud. La agitación se apoderó del ejército y la desorganización total de los transportes quebró el conjunto del sistema de suministros. A este régimen, a la vez desacreditado y debilitado, fue al que vinieron a sorprender las jornadas de febrero de 1917.

La caída del régimen zarista, producida después de cinco días de manifestaciones obreras y del amotinamiento de algunos millares de hombres de la guarnición de Petrogrado, reveló no solamente la debilidad del zarismo y el estado de descomposición de un ejército al que el Estado Mayor no se atrevió a llamar para sofocar una revuelta popular, sino también la falta de preparación política de todas las fuerzas de la oposición profundamente divididas, desde los liberales del partido constitucional-demócrata hasta los social-demócratas.

En ningún momento de esta revolución popular espontánea, iniciada en la calle y concluida en los gabinetes tapizados del palacio de Tauride, sede de la Duma, las fuerzas políticas de la oposición dirigieron el movimiento. Los liberales le tenían miedo a la calle. En cuanto a los partidos socialistas, le tenían miedo a una reacción militar. Entre los liberales, inquietos por la extensión de los disturbios, y los socialistas, para quienes la hora evidentemente era la de la revolución “burguesa” – primera etapa de un largo proceso que podría, con el tiempo, abrir el camino a una revolución socialista – se produjeron negociaciones que llegaron, después de largas conversaciones, a la fórmula inédita de un doble poder. Por un lado estaba el Gobierno Provisional, resueltamente anclado en sus aliados franceses y británicos, un poder preocupado por el orden cuya lógica era la del parlamentarismo y cuyo objetivo era el de una Rusia capitalista, moderna y liberal. Por el otro, se hallaba el poder del Soviet de Petrogrado que un puñado de militantes socialistas acababa de constituir y que pretendía ser, en la gran tradición del Soviet de San Petersburgo de 1905, una representación más directa y más revolucionaria de “las masas”. Pero este “poder de los soviets” era, en sí mismo, una realidad móvil y cambiante, según el grado de evolución de sus estructuras descentralizadas e incipientes y, más aun, de los cambios de una versátil opinión pública.

Los tres gobiernos provisionales que se sucedieron, del 2 de marzo al 25 de octubre de 1917, demostraron ser incapaces de resolver los problemas que les había dejado en herencia el antiguo régimen: la crisis económica, la continuación de la guerra, la cuestión obrera y el problema agrario.

Los nuevos hombres en el poder – los liberales del partido constitucional-demócrata, mayoritarios en los dos primeros gobiernos, al igual que los mencheviques y los socialistas revolucionarios, mayoritarios en el tercero – pertenecían todos a esas élites urbanas, cultivadas, a esos elementos avanzados de la sociedad civil que estaban divididos entre una confianza ingenua y ciega en “el pueblo”, y un temor a las “masas sombrías” que los rodeaban y a las que, además, conocían muy mal. En su mayoría consideraban – al menos en los primeros meses de una revolución que había afectado a los espíritus por su aspecto pacífico – que había que dejar el curso libre al impulso democrático liberado por la crisis y, después, por la caída del antiguo régimen. Convertir a Rusia en “el país más libre del mundo” era el sueño de idealistas como el príncipe Lvov, jefe de los dos primeros gobiernos provisionales.

El espíritu del pueblo ruso” – dijo en una de sus primeras declaraciones – “demuestra ser, por su misma naturaleza, un espíritu universalmente democrático. Está dispuesto no sólo a fundirse en la democracia universal, sino a ponerse a la cabeza en el camino del progreso jalonado por los grandes principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.”

Asentado sobre estas convicciones, el gobierno provisional multiplicó las medidas democráticas – libertades fundamentales, sufragio universal, supresión de toda discriminación de casta, de raza o de religión, reconocimiento del derecho de Polonia y de Finlandia a la autodeterminación, promesa de autonomía a las minorías nacionales, etc. – que debían, según pensaban, permitir un vasto salto patriótico, consolidar la cohesión social, asegurar la victoria militar al lado de los aliados y unir sólidamente al nuevo régimen con las democracias occidentales. Por un escrupuloso cuidado de la legalidad, el gobierno se negó, sin embargo, en una situación de guerra, a tomar toda una serie medidas importantes que influirían en el porvenir, antes de la reunión de una Asamblea Constituyente que debía ser elegida en otoño de 1917. Se empeñó deliberadamente en seguir siendo “provisional”, dejando en suspenso los problemas más acuciantes: el problema de la paz y el problema de la tierra. En cuanto a la crisis económica, vinculada a la continuación de la guerra, el Gobierno Provisional, durante los meses de su existencia, no llegó a superarla más que el régimen anterior. Los problemas de abastecimiento, penurias, inflación, ruptura de los circuitos de intercambio, clausura de empresas y explosión del desempleo, no hicieron más que exacerbar las tensiones sociales.

Frente a la política de espera del régimen, la sociedad continuó organizándose de manera autónoma. En algunas semanas, por millares, los soviets, los comités de fábrica y de cuartel, las milicias obreras armadas (los “Guardias Rojos”), los comités de campesinos, los comités de soldados, de cosacos y de amas de casa, se fusionaron. Eran otros tantos lugares de discusión, de iniciativas, de enfrentamientos donde se expresaban reivindicaciones, una opinión pública, y otra manera de hacer política. La mitingovanie (el mitin permanente) estaba en las antípodas de la democracia parlamentaria con la que soñaban los hombres políticos del nuevo régimen. Era una verdadera fiesta de la liberación que fue cobrando mayor fuerza con el paso de los días, al haber desatado la revolución de febrero el resentimiento y las frustraciones sociales largamente acumuladas. A lo largo del año 1917 se asistió a una innegable radicalización de las reivindicaciones y de los movimientos sociales.

Los obreros pasaban de las reivindicaciones económicas – la jornada de ocho horas, la supresión de las multas y otras medidas vejatorias, los seguros sociales, los aumentos de salarios – a las demandas sociales que implicaban un cambio radical de las relaciones sociales entre patronos y asalariados, y otra forma de poder. Organizados en comités de fábrica, cuyo objetivo primero era controlar la contratación y los despidos e impedir a los patronos que cerraran abusivamente la empresa con el pretexto de la interrupción de los suministros, los obreros llegaron a exigir el “control obrero” de la producción. Pero, para que este control obrero llegara a tener vida, se necesitaba una forma absolutamente nueva de gobierno, el “poder de los soviets”, el único capaz de adoptar medidas radicales – fundamentalmente la ocupación de las empresas y su nacionalización – una reivindicación desconocida en la primavera de 1917, pero cada vez más situada en primer lugar seis meses más tarde.

Los soldados-campesinos

En el curso de las revoluciones de 1917, el papel de los soldados-campesinos – una masa de diez millones de hombres movilizados – fue decisivo. La descomposición rápida del ejército ruso, vencido por las deserciones y el pacifismo, desempeñó un papel de entrenamiento en la debilitación generalizada de las instituciones. Los comités de soldados, autorizados por el primer texto adoptado por el Gobierno Provisional – el famoso Decreto N° 1 , verdadera “declaración de los derechos del soldado”, que abolió las reglas disciplinarias más vejatorias del antiguo régimen – no tardaron en sobrepasar sus prerrogativas. Llegaron a recusar a cualquier oficial, a “elegir” a otros nuevos, y a involucrarse en la estrategia militar, planteando un “poder soldado” de un tipo inédito. Este poder soldado abrió el camino a un “bolchevismo de trincheras” específico que el general Brussilov, comandante en jefe del ejército ruso describió así: “los soldados no tenían la menor idea de lo que era el comunismo, el proletariado o la constitución. Deseaban la paz, la tierra, la libertad de vivir sin leyes, sin oficiales ni propietarios terratenientes. Su «bolchevismo» no era, en realidad, más que una formidable aspiración a una libertad sin trabas, a la anarquía”.

Después del fracaso de la última ofensiva del ejército ruso, en junio de 1917, el ejército se desmoronó. Centenares de oficiales de los que las tropas sospechaban de ser “contrarrevolucionarios” fueron arrestados por los soldados y a menudo asesinados. El número de desertores se disparó, para alcanzar en agosto-septiembre varias decenas de miles al día. Los campesinos-soldados no tuvieron más que una sola idea en la cabeza: regresar a su casa para no faltar en el reparto de tierras y del ganado de los grandes propietarios. De junio a octubre de 1917, más de dos millones de soldados, cansados de combatir o de esperar con el estómago vacío en las trincheras y las guarniciones, desertaron de un ejército que se disolvía. Su regreso a la aldea alimentó, a su vez, los disturbios en los campos.

Hasta el verano, los disturbios agrarios seguían estando bastante limitados a zonas concretas, sobre todo en comparación con lo que había sucedido durante la revolución de 1905/1906. Una vez conocida la abdicación del zar, como era costumbre cuando se producía un acontecimiento importante, la asamblea campesina se reunió y redactó una petición exponiendo las quejas y los deseos de los campesinos. La primera reivindicación fue que la tierra perteneciera a quienes la trabajaban, que fueran inmediatamente redistribuidas las tierras no cultivadas de los grandes propietarios y que los arrendamientos fueran revaluados a la baja. Poco a poco, los campesinos se organizaron, poniendo en funcionamiento comités agrarios, tanto en el nivel de la aldea como en el del cantón, dirigidos por regla general por miembros de la intelligentsia rural – maestros, popes, agrónomos, funcionarios de sanidad – cercanos a los medios socialistas revolucionarios.

A partir de mayo/junio de 1917 el movimiento campesino se endureció. Para no dejarse desbordar por una base impaciente, numerosos comités agrarios comenzaron a apoderarse del material agrícola y del ganado de los propietarios terratenientes, pero también de los “kulaks”, esos campesinos acomodados que, aprovechando las reformas de Stolypin, habían abandonado la comunidad rural para establecerse en un campo disponiendo de una propiedad plena y completa, liberada de todas las servidumbres comunitarias. Desde antes de la revolución de octubre de 1917, el kulak, bestia negra de todos los discursos bolchevique que estigmatizaban al “campesino rico y rapaz”, al “burgués rural”, al “usurero”, al “kulak chupasangre”, no era más que la sombra de sí mismo. Efectivamente, había tenido que devolver a la comunidad aldeana la mayor parte de su ganado, de sus máquinas, de sus tierras, devueltas al fondo común y compartidas según el ancestral principio igualitarios de las “bocas que hay que alimentar”.

En el curso del verano, los disturbios agrarios, atizados por el regreso a la aldea de centenares de desertores armados, fueron adquiriendo una violencia cada vez mayor. A partir de finales del mes de agosto, decepcionados por las promesas no cumplidas de un gobierno que no dejaba de retrasar para más adelante la reforma agraria, los campesinos marcharon al asalto de los dominios señoriales, sistemáticamente saqueados e incendiados, para expulsar de una vez por todas al vergonzante propietario terrateniente. En Ucrania, en las provincias centrales de Rusia – Tambov, Penza, Voronezh, Saratov, Orel, Tula, Riazán – millares de moradas señoriales fueron incendiadas y centenares de propietarios asesinados.

Ante la extensión de esta revolución social, las élites dirigentes y los partidos políticos – con la excepción notable de los bolcheviques sobre cuya actitud volveremos – dudaban entre dos tentativas para controlar, de mejor o de peor manera, el movimiento y la tentación del golpe militar. Tras haber aceptado, en el mes de mayo, entrar en el gobierno, los mencheviques, populares en los medios obreros y los socialistas revolucionarios, mejor implantados en el mundo rural que cualquier otra formación política, resultaron ser incapaces – por la participación de algunos de sus dirigentes en un gobierno cuidadoso de respetar el orden y la legalidad – de realizar las reformas que siempre habían preconizado; fundamentalmente en lo que se refería a los socialistas revolucionarios: el reparto de las tierras. Convertidos en gestores y guardianes del Estado “burgués”, los partidos socialistas moderados abandonaron el terreno de la oposición a los bolcheviques, sin obtener el beneficio de su participación en un gobierno que controlaba cada día un poco menos la situación del país.

Frente a la anarquía que invadía todo, los medios patronales, los propietarios, los terratenientes, el Estado Mayor y un cierto número de liberales desengañados, se sintieron tentados por la solución del golpe de fuerza militar que proponía el general Kornilov. Esta solución fracasó ante la oposición del gobierno provisional presidido por Alexander Kerensky.  La victoria del golpe militar habría ciertamente aniquilado el poder civil que, por débil que fuera, se aferraba a la dirección formal de los asuntos del país. El fracaso del golpe del general Kornilov, los días 24 al 27 de septiembre de 1917, precipitó la crisis final de un gobierno provisional que no controlaba ya ninguno de los resortes tradicionales del poder. Mientras que, en la cumbre, los juegos de poder distraían a civiles y militares que aspiraban a una dictadura ilusoria, los pilares sobre los que reposaba el Estado – la justicia, la administración, el ejército – cedieron. El derecho resultó escarnecido y la autoridad, bajo todas sus formas, fue objeto de controversia.

¿Acaso la radicalización innegable de las masas urbanas y rurales significaba su bolchevización? No hay nada menos seguro. Detrás de los lemas comunes – “control, obrero”, “todo el poder a los soviets” – los militantes obreros y los militantes bolcheviques no le otorgaban a los términos el mismo significado. En el ejército, el “bolchevismo de trincheras” reflejaba ante todo una aspiración a la paz, compartida por los combatientes de todos los países implicados desde hacía tres años en la más mortífera y total de las guerras. En cuanto a la revolución campesina, la misma seguía una vía completamente autónoma, mucho más cerca del programa socialista revolucionario favorable al “reparto negro” que al programa bolchevique que preconizaba la nacionalización de las tierras y su explotación en grandes unidades colectivas. En los campos no se conocía a los bolcheviques más que por los relatos que de ellos hacían los desertores, precursores de un bolchevismo difuso, portador de dos palabras mágicas: la paz y la tierra.

Todos los descontentos estaban lejos de adherir al partido bolchevique que contaba, según cifras discutibles, entre cien y doscientos mil miembros a principios del octubre de 1917. No obstante, en el vacío institucional de otoño de 1917, en que toda autoridad estatal había desaparecido para ceder su lugar a una pléyade de comités, soviets y otros grupúsculos, bastaba con que un núcleo bien organizado y decidido actuara con determinación para que ejerciera de manera inmediata una autoridad desproporcionad a su fuerza real. Eso fue lo que hizo el partido bolchevique.

Desde su fundación en 1903, este partido se había separado de las otras corrientes de la socialdemocracia, tanto rusa como europea, fundamentalmente por su estrategia voluntarista de ruptura radical con el orden existente y por su concepción del partido: un partido fuertemente estructurado, disciplinado, elitista y eficaz; vanguardia de revolucionarios profesionales, situada en las antípodas del gran partido de unión, ampliamente abierto a simpatizantes de tendencias diferentes, tal como lo concebían los mencheviques y los socialdemócratas europeos en general.

La Primera Guerra Mundial acentuó todavía más la especificidad del bolchevismo leninista. Al rechazar cualquier colaboración con las otras corrientes socialdemócratas, Lenin, cada vez más aislado, justificó teóricamente su posición en su ensayo “El imperialismo, estadio supremo del capitalismo”. En él explicaba que la revolución estallaría no en el país en dónde el capitalismo fuera más fuerte, sino en un Estado económicamente poco desarrollado como Rusia; a condición de que el movimiento revolucionario fuera dirigido por una vanguardia disciplinada, dispuesta a ir hasta el final, es decir: hasta la dictadura del proletariado y las transformación de la guerra imperialista en una guerra civil.

En una carta del 17 de octubre de 1914, dirigida a Alexander Shliapnikov, uno de los dirigentes bolcheviques, Lenin escribía:

“El mal menor en el ámbito de lo inmediato sería la «derrota» del zarismo en la guerra (...) La esencia entera de nuestro trabajo (persistente, sistemático, quizás de larga duración) es dirigirnos hacia la transformación de la guerra en una guerra civil. Cuándo se producirá, ésa es otra cuestión, y todavía no resulta clara. Debemos dejar que madure el momento y «forzarlo a madurar» sistemáticamente... No podemos ni «prometer» la guerra civil, ni »decretarla«, pero tenemos el deber de actuar – el tiempo que sea necesario – »en esa dirección«”.

Al revelar las “contradicciones interimperialistas”, la “guerra imperialista” revertía así los términos del dogma marxista e indicaba que la explosión era más probable en Rusia que en ninguna otra parte. A lo largo de toda la guerra, Lenin volvió sobre la idea de que los bolchevique debían estar dispuestos a estimular, por todos los medios, el estallido de una guerra civil.

Cualquiera que acepte la guerra de clases – escribía en septiembre de 1916 – debe aceptar la guerra civil que, en toda sociedad de clases, representa la continuación, el desarrollo y la acentuación naturales de la guerra de clases”.

Después de la victoria de la revolución de febrero de 1917, en la que ningún dirigente bolchevique de envergadura había tomado parte, al encontrarse todos en el exilio o en el extranjero, Lenin , contra la opinión de la inmensa mayoría de los dirigentes del partido, predijo el fracaso de la política de conciliación con el gobierno provisional que intentaba llevar a cabo el Soviet de Petrogrado, dominado por una mayoría de socialistas revolucionarios y de socialdemócratas, de todas las tendencias unidas. En sus cuatro Cartas desde lejos – escritas en Zurich desde el 20 al 25 de marzo de 1917, y de las que el diario bolchevique Pravda no se atrevió a publicar más que la primera, en la medida en que estos escritos rompían con las posiciones políticas entonces defendidas por los dirigentes bolcheviques de Petrogrado – Lenin exigía la ruptura inmediata entre el Soviet de Petrogrado y el gobierno provisional, así como la preparación activa de la fase siguiente, la “proletaria”, de la revolución. Para Lenin, la aparición de los soviets era la señal de que la revolución ya había superado su “fase burguesa”. Sin esperar más, estos órganos revolucionarios debían de hacerse con el poder por la fuerza, y poner fin a la guerra imperialista, incluso al precio de la guerra civil, inevitable en todo proceso revolucionario.

La “Gloriosa Revolución de Octubre”

De regreso en Rusia, el 3 de abril de 1917, Lenin continuó defendiendo posiciones extremas. En sus célebres Tesis de Abril, repitió su hostilidad incondicional hacia la república parlamentaria y el proceso democrático. Acogidas con estupefacción y hostilidad por la mayoría de los dirigentes bolcheviques de Petrogrado, las ideas de Lenin progresaron con rapidez, fundamentalmente entre los nuevos reclutas del partido, a los que Stalin denominaba, con justicia, los praktiki (los “prácticos”) , por oposición a los “teóricos”.

En algunos meses, los elementos plebeyos, entre los que los soldados-campesinos ocupaban un lugar central, sumergieron a los elementos urbanizados e intelectuales, viejos compañeros de las luchas sociales institucionalizadas. Portadores de una gran violencia enraizada en la cultura campesina y exacerbada por tres años de guerra, menos prisioneros del dogma marxista que no conocían, estos militantes de origen popular – poco formados políticamente, representantes típicos de un bolchevismo plebeyo que iba muy pronto a destacarse con fuerza sobre el bolchevismo teórico intelectual de los bolcheviques originales – no se planteaban ya la cuestión de: ¿Es, o no, necesaria una “etapa burguesa” para “pasar al socialismo”? Partidarios de la acción directa, del golpe de fuerza, fueron los activistas más fervientes de un bolchevismo en el que los debates teóricos dejaban lugar a la única cuestión entonces en el orden del día: la de la toma del poder.

Entre una base plebeya cada vez más impaciente y dispuesta a la aventura – los marinos de la base naval de Kronstadt, cercana a Petrogrado, algunas unidades de la guarnición de la capital, los guardias rojos de los barrios obreros de Vyborg – y algunos dirigentes atormentados por el fracaso de una insurrección prematura abocada al fracaso, la vía leninista seguía siendo estricta. Durante todo el año 1917 el partido bolchevique siguió siendo, en contra de una idea ampliamente extendida, un partido profundamente dividido, desgarrado entre los excesos de unos y las reticencias de otros. La famosa disciplina de partido era más algo que se aceptaba por fe que una realidad. A principios del mes de julio de 1917, los excesos de la base, impaciente por separarse de las fuerzas gubernamentales, no lograron arrastrar al partido bolchevique, declarado fuera de la ley después de las sangrientas manifestaciones de los días 3, 4 y 5 de julio en Petrogrado y cuyos dirigentes fueron arrestados u obligados, como Lenin, a marchar al exilio.

La impotencia del gobierno para enfrentarse con los grandes problemas, la debilidad de las instituciones y de las autoridades tradicionales, el desarrollo de los movimientos sociales, y el fracaso de la tentativa del golpe militar del general Kornilov, permitieron al partido bolchevique salir a la superficie a finales de agosto de 1917, en una situación propicia para tomar el poder mediante una insurrección armada.

Una vez más, el papel personal de Lenin como teórico y estratega de la toma del poder, fue decisivo. En las semanas que precedieron al golpe de Estado bolchevique del 25 de octubre de 1917, Lenin fue siguiendo todas las etapas de un golpe de Estado militar que no podía ser desbordado por una sublevación imprevista de “las masas”, ni ser frenado por el “legalismo revolucionario” de dirigentes bolcheviques tales como Zinoviev o Kamenev quienes, escaldados por la amarga experiencia de los días de julio, deseaban llegar al poder con una mayoría rural de socialistas revolucionarios y de socialdemócratas de distintas tendencias mayoritarias en los soviets. Desde su exilio finlandés, Lenin no dejó de enviar al Comité Central del partido bolchevique cartas y artículos que llamaban a desencadenar la insurrección.

“Al proponer una paz inmediata y al entregar la tierra a los campesinos, los bolcheviques establecerán un poder que nadie derribará. “ – escribía – “Sería vano esperar una mayoría formal favorable a los bolcheviques. Ninguna revolución espera una cosa así. La historia no nos perdonará si no tomamos ahora el poder”.

Estos llamamientos dejaban a la mayor parte de los dirigentes bolcheviques sumidos en el escepticismo. ¿Por qué forzar las cosas, si la situación se radicalizaba cada día más? ¿No bastaba con unir a las masas estimulando su violencia espontánea, con dejar que actuaran las fuerzas disolventes de los movimientos sociales, con esperar a la reunión del II Congreso ruso de los soviets prevista para el 20 de octubre? Los bolcheviques tenían todas las posibilidades de obtener una mayoría relativa en esa asamblea en la que los delegados de los soviets de los grandes centros obreros y de los comités de soldados estaban ampliamente sobrerrepresentados en relación con los soviets rurales de predominio socialista revolucionario.

Ahora bien, para Lenin, si la transferencia del poder se realizaba en virtud del voto de un Congreso de los Soviets, el gobierno que surgiera de él sería un gobierno de coalición en el que los bolcheviques deberían compartir el poder con otras formaciones socialistas. Lenin, que reclamaba desde hacía meses todo el poder para los bolcheviques únicamente, quería a toda costa que éstos se apoderaran del poder por sí mismos mediante una insurrección militar antes de la convocatoria del II Congreso pan-ruso de los soviets. Sabía que los otros partidos socialistas condenarían el golpe de Estado insurreccional y que no les quedaría entonces más remedio que entrar en la oposición, dejando todo el poder a los bolcheviques.

El 10 de octubre, después de haber regresado clandestinamente a Petrogrado, Lenin reunió a doce de los 21 miembros del partido bolchevique. Después de dos horas de discusiones logró convencer a la mayoría de los presentes para que votaran la más importante decisión que nunca había tomado el partido: el principio de una insurrección armada en el tiempo más breve posible. Esta decisión fue aprobada por diez votos contra dos: los de Zinoviev y Kamenev, resueltamente apegados a la idea de que no había que hacer nada antes de la reunión del II Congreso de los Soviets. El 16 de octubre, Trotsky puso en funcionamiento, pese a la oposición de los socialistas moderados, una organización militar que emanaba teóricamente del Soviet de Petrogrado, pero que era controlada de hecho por los bolcheviques: el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado (CMRP), encargado de poner en funcionamiento la toma del poder según el arte de la insurrección militar, en las antípodas de una sublevación popular espontánea y anárquica susceptible de desbordar al partido bolchevique.

Como deseaba Lenin, el número de los participantes directos en la gran revolución socialista de octubre de 1917 fue muy limitado: algunos millares de soldados de la guarnición, marinos de Kronstadt y guardias rojos vinculados con el CMRP, más algunos centenares de militantes bolcheviques de los comités de fábrica. Los raros enfrentamientos y un número de víctimas insignificante atestiguan la facilidad de un golpe de Estado esperado, cuidadosamente preparado y perpetrado sin oposición. De manera significativa, la toma del poder se realizó en nombre del CMRP. Así los dirigentes bolcheviques atribuían la totalidad del poder a una instancia a la que nadie, fuera del Comité Central bolchevique, había otorgado mandato y que no dependía, por lo tanto, de ninguna manera del Congreso de los Soviets.

La estrategia de Lenin demostró ser la justa. Enfrentados con  los hechos consumados, los socialistas moderados, después de haber denunciado “la conspiración militar organizada a espaldas de los soviets”, abandonaron el II Congreso de los Soviets. Abandonados al lado de sus únicos aliados, los miembros del pequeño grupo socialista revolucionario de izquierda fueron obligados por los bolcheviques a ratificar el golpe de fuerza. Los diputados del Congreso todavía presentes votaron un texto redactado por Lenin atribuyendo “todo el poder a los soviets”.

Esta resolución puramente formal permitió a los bolcheviques acreditar una ficción que iba a engañar a generaciones de crédulos: gobernaban en nombre del pueblo en el “país de los soviets”. Algunas horas más tarde, el Congreso, antes de separarse, estableció la creación de un nuevo gobierno bolchevique – el Consejo de los Comisarios del Pueblo, presidido por Lenin – y aprobó unos decretos sobre la paz y sobre la tierra, primeros actos del nuevo régimen.

Los malentendidos

Muy rápidamente, los malentendidos, y después los conflictos, se multiplicaron entre el nuevo poder y los movimientos sociales que habían actuado de manera autónoma como fuerzas disolventes del antiguo orden político, económico y social.

El primer malentendido estuvo relacionado con la revolución agraria. Los bolcheviques, que siempre habían impulsado la nacionalización de las tierras, debieron, en una relación de fuerzas que no les era favorable, retomar – “robar” – el programa socialista revolucionario y aprobar la redistribución de las tierras entre los campesinos. El “Decreto sobre la tierra” – cuya disposición principal proclamaba que “la propiedad privada de la tierra queda abolida sin indemnización, y todas las tierras se ponen a disposición de los comités agrarios locales para su redistribución” – se limitaba, en realidad, a legitimar lo que numerosas comunidades campesinas ya habían realizado en el verano de 1917: la apropiación brutal de las tierras que pertenecían a los grandes propietarios terratenientes y a los campesinos acomodados, los kulaks. Obligados momentáneamente a “colaborar” con esta revolución campesina autónoma, que había facilitado tanto su llegada al poder, los bolcheviques recuperarían su programa diez años más tarde. La colectivización forzada de los campos, apogeo del enfrentamiento entre el régimen surgido en 1917 y el campesinado, será la resolución trágica del malentendido de 1917.

Segundo malentendido: las relaciones del partido bolchevique con todas las instituciones – comités de fábrica, sindicatos, partidos socialistas, comités de cuartel, guardias rojos y, sobre todo, soviets – que habían participado tanto en la destrucción de las instituciones tradicionales como luchado a favor de la afirmación y la extensión de sus propias competencias. En algunas semanas, estas instituciones fueron despojadas de su poder, subordinadas al partido bolchevique o eliminadas. El “poder para los soviets”, el lema sin duda más popular en la Rusia de 1917, se convirtió en un abrir y cerrar de ojos en el poder del partido bolchevique sobre los soviets. En cuanto al “control obrero” – otra reivindicación fundamental de aquellos en nombre de quienes los bolcheviques pretendían actuar, los proletarios de Petrogrado y de otros grandes centros industriales – fue rápidamente descartado en beneficio del control de un Estado pretendidamente “obrero” sobre las empresas y los trabajadores. Una incomprensión mutua se instaló entre el mundo obrero – obsesionado con el paro, por la degradación continua de su poder adquisitivo y por el hambre – y el Estado, preocupado por la eficacia económica. Desde el mes de diciembre de 1917, el nuevo régimen tuvo que enfrentar una oleada de reivindicaciones obreras y huelgas. En algunas semanas, los bolcheviques perdieron lo esencial del capital de confianza que habían acumulado en una parte del mundo laboral durante el año 1917.

Tercer malentendido: las relaciones del nuevo poder con las nacionalidades del antiguo Imperio zarista. El golpe de Estado bolchevique aceleró las tendencias centrífugas que los nuevos dirigentes parecieron, en un principio, garantizar. Al reconocer la legalidad y la soberanía de los pueblos del antiguo Imperio, y el derecho a la autodeterminación, a la federación y a la secesión, los bolcheviques parecían invitar a los pueblos alógenos a emanciparse de la tutela del poder central ruso. En unos meses, polacos, fineses, bálticos, ucranianos, georgianos, armenios y aceríes proclamaron su independencia. Desbordados, los bolcheviques subordinaron inmediatamente el derecho de los pueblos a la autodeterminación a la necesidad de conservar el trigo ucraniano, el petróleo y los minerales del Cáucaso y, en resumen, los intereses vitales del nuevo Estado que se afirmó rápidamente, al menos en el plano territorial, como el heredero del antiguo Imperio, más aun que el Gobierno Provisional.

La ligazón de las revoluciones sociales y nacionales multiformes, y de una práctica política específica que excluía todo reparto de poder, tenía que conducir rápidamente a un enfrentamiento generador de violencia y de terror entre el nuevo poder y amplios sectores de la sociedad.

El “Brazo Armado de la Dictadura del Proletariado”

El Comité Militar Revolucionario

El nuevo poder aparecía como una construcción compleja. Una fachada, “el poder de los soviets”, representada formalmente por el Comité Ejecutivo Central; un gobierno legal, el Consejo de los Comisarios del Pueblo, que se esfuerza por adquirir una legitimidad tanto internacional como interior; y una organización revolucionaria, estructura operativa en el centro del dispositivo de toma del poder, el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado (CMRP).

Félix Dzerzhinsky caracterizaba este comité. Desde los primeros días desempeñó en él un papel decisivo y describiéndolo de la siguiente manera: “Una estructura ligera, flexible, inmediatamente operativa, sin un juridicismo puntilloso. Ninguna restricción para tratar, para golpear a los enemigos con el brazo armado de la dictadura del proletariado”.

¿Cómo funcionó desde los primeros días del nuevo régimen este “brazo armado de la dictadura del proletariado”, según la expresión muy gráfica de Dzerzhinsky, retomada más tarde para recalificar a la policía política bolchevique, la Cheka? De manera sencilla y expeditiva, el CMRP estaba compuesto por unas sesenta personas de las que cuarenta y ocho eran bolcheviques, algunos socialistas revolucionarios de izquierda y anarquistas. Estaba colocado bajo la dirección formal de un “presidente”, un socialista revolucionario de izquierda, Lazimir, debidamente flanqueado por cuatro adjuntos bolcheviques entre los que se encontraban Antonov-Ovscenko y Dzerzhinsky. En realidad, una veintena de personas redactaron y firmaron, con el título de “presidente” o de “secretario”, las aproximadamente seis mil órdenes dictadas, en general en pequeños trozos de papel garrapateados con lápiz, por el CMRP durante sus cincuenta y tres días de existencia.

La misma “sencillez operativa” hizo acto de presencia en la difusión de las directrices y en la ejecución de las órdenes. El CMRP actuaba como intermediario de una red de más de un millar de “comisarios”, nombrados para las organizaciones más diversas, unidades militares, soviets, comités de barrio y administraciones. Responsables ante el CMRP únicamente, estos comisarios adoptaban a menudo medidas sin el aval del gobierno ni del Comité Central bolchevique. El 26 de octubre (8 de noviembre [1] ), en ausencia de todos los dirigentes bolcheviques ocupados en formar el gobierno, oscuros “comisarios” cuyo anonimato se ha mantenido, decidieron fortalecer la “dictadura del proletariado” mediante las siguientes medidas: prohibición de las octavillas “contrarrevolucionarias”, clausura de los siete principales diarios de la capital, tanto “burgueses” como “socialistas moderados”, control de la radio y del telégrafo, y elaboración de un proyecto de requisa de los apartamentos y de los automóviles privados. La clausura de los diarios fue legalizada dos días más tarde mediante un decreto del gobierno y, una semana más tarde, no sin discusiones, por el Comité Ejecutivo Central de los soviets. [2]

Poco seguros de su fuerza, los dirigentes bolcheviques estimularon en un primer momento, según una táctica que les había dado éxito en el curso del año 1917, lo que ellos denominaban la “espontaneidad revolucionaria de las masas”. Al responder a una delegación de representantes de los soviets rurales procedentes de la provincia de Pskov, que preguntaban al CMRP sobre las medidas que había que tomar para “evitar la anarquía”, Dzerzhinsky explicó que “la tarea es destrozar el orden natural. Nosotros, los bolcheviques, no somos bastante numerosos para realizar esta tarea histórica. Por lo tanto, hay que dejar que actúe la espontaneidad revolucionaria de las masas que luchan por su emancipación. En un segundo momento nosotros, los bolcheviques, mostraremos a las masas el camino que deben seguir. A través del CMRP, son las masas las que hablan, las que actúan contra su enemigo de clase, contra los enemigos del pueblo. Nosotros no estamos ahí más que para canalizar y dirigir el odio y el deseo legítimo de venganza de los oprimidos contra los opresores”.

Algunos días antes, en la reunión del CMRP del 29 de octubre (10 de noviembre), algunas personas presentes, voces anónimas, habían señalado la necesidad de luchar con más energía contra los “enemigos del pueblo”, una fórmula que iba a conocer en los meses, los años y las décadas venideras un gran éxito, y que fue retomada en una proclamación del CMRP de fecha 13 de noviembre (26 de noviembre): “los altos funcionarios de las administraciones del Estado, de los bancos, del tesoro, de los ferrocarriles, de correos y de telégrafos, sabotean las medidas del gobierno bolchevique. De ahora en adelante, estas personas son declaradas enemigos del pueblo. Sus nombres serán publicados en todos los periódicos y las listas de los enemigos del pueblo serán fijadas en todos los lugares públicos”. [3]  Algunos días después de la creación de estas listas de proscripción, se dictó una nueva proclama: “Todos los individuos sospechosos de sabotaje, de especulación y de acaparamiento, son susceptibles de ser detenidos instantáneamente como enemigos del pueblo y transferidos a las prisiones de Kronstadt.[4]

En unos días, el CMRP introdujo dos mociones particularmente notables: la de “enemigo del pueblo” y la de “sospechoso”. . .

El 28 de noviembre (10 de diciembre), el gobierno institucionalizó la noción de “enemigo del pueblo”. Un decreto firmado por Lenin estipulaba que “los miembros de las instancias dirigentes del partido constitucional-demócrata, partido de los enemigos del pueblo, quedan fuera de la ley y son susceptibles de arresto inmediato y de comparecencia ante los tribunales revolucionarios.[5] Estos tribunales acababan de ser instituidos en virtud del “Decreto N° 1 sobre los tribunales”. En los términos de este decreto quedaban abolidas todas las leyes que estaban “en contradicción con los decretos del gobierno obrero y campesino, así como de los programas políticos de los partidos socialdemócrata y socialista revolucionario”. Mientras esperaban la redacción de un nuevo Código Penal, los jueces tenían la máxima flexibilidad para apreciar la validez de la legislación existente “en función del orden y de la legalidad revolucionaria”, noción tan vaga que permitía los mayores abusos.

Los tribunales del antiguo régimen fueron suprimidos y reemplazados por tribunales populares y tribunales revolucionarios, competentes en todos los crímenes y delitos cometidos “contra el Estado proletario”, el “sabotaje”, el “espionaje”, los “abusos de función” y otros “crímenes revolucionarios”. Como lo reconocía Kursky, comisario del pueblo para la justicia de 1918 a 1928, los tribunales revolucionarios no eran tribunales en el sentido habitual, “burgués”, de este término, sino tribunales de la dictadura del proletariado, órganos de lucha contra la contrarrevolución, más preocupados por erradicar que por juzgar. [6] Entre los tribunales revolucionarios figuraba un “Tribunal revolucionario de asuntos de prensa”, encargado de juzgar los delitos de prensa y de suspender cualquier publicación que “sembrara la desazón en los espíritus al publicar noticias voluntariamente erróneas.” [7]

Mientras aparecían categorías inéditas (“sospechosos", "enemigos del pueblo”) y se ponían en funcionamiento nuevos dispositivos judiciales, el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado continuaba estructurándose. En una ciudad en que las reservas de harina eran inferiores a un día de racionamiento miserable – media libra de pan por adulto – la cuestión de los suministros era, naturalmente, primordial.

El 4 (17) de noviembre se creó una comisión de suministros cuya primera proclama estigmatizaba a las “clases ricas que se aprovechan de la miseria” y afirmaba “que es hora de requisar los excedentes de los ricos y, por qué no, sus bienes”. El 11 (24) de noviembre, la comisión de suministros decidió enviar inmediatamente destacamentos especiales, compuestos por soldados, marinos, obreros y guardias rojos, a las provincias productoras de cereales, a fin de procurarse los productos alimenticios de primera necesidad para Petrogrado y para el frente. [8] Esta medida, adoptada por una comisión del CMRP, prefiguraba la política de requisa que llevarían a cabo durante cerca de tres años los destacamentos del “ejército de suministros”, y que sería el factor esencial del enfrentamiento, generador de violencia y de terror, entre el nuevo poder y el campesinado.

La comisión de investigación militar, creada el 10 (23) de noviembre, fue encargada del arresto de los oficiales “contrarrevolucionarios” denunciados por regla general por sus soldados, de los miembros de los partidos “burgueses” y de los funcionarios sospechosos de “sabotaje”. Rápidamente esta comisión fue encargada de los asuntos más diversos. En el clima turbulento de una ciudad que padecía hambre, en que los destacamentos de guardias rojos y de milicianos improvisados requisaban, robaban y saqueaban en nombre de la revolución, basándose en una orden incierta firmada por algún “comisario”, centenares de individuos comparecían ante la comisión por los delitos más diversos: pillaje, “especulación”, “acaparamiento” de los productos de primera necesidad, pero también “estado de embriaguez”, o “pertenencia a una clase hostil”. [9]

Los llamamientos de los bolcheviques en favor de la espontaneidad revolucionaria de las masas fueron un arma de manejo delicado. Los ajustes de cuentas y las violencias se multiplicaron, en particular los robos a mano armada y el pillaje de almacenes, fundamentalmente de los almacenes que vendían alcohol y de las bodegas del Palacio de Invierno. Con el paso de los días el fenómeno llegó a tener tal amplitud que, a propuesta de Dzerzhinsky, el CMRP decidió crear una comisión de lucha contra la embriaguez y los desórdenes. El 6 (20) de diciembre, esta comisión declaró el estado de sitio en la ciudad de Petrogrado y decretó el toque de queda a fin de “poner fin a los disturbios y desórdenes iniciados por elementos sospechosos enmascarados de revolucionarios”. [10]

El modelo jacobino: la Cheka

Más todavía que estos trastornos esporádicos, el gobierno bolchevique temía, en realidad, la extensión de la huelga de los funcionarios, que duraba desde los días posteriores al golpe de Estado del 25 de octubre (7 de noviembre). Fue esta amenaza la que constituyó el pretexto para la creación, el 7 (20) de diciembre de la Vserssiskaya Chrezvytcaïnaïa komissia po bor’bes kontr’reoliutsii, spekuliatsei i sabotagem – la comisión pan-rusa extraordinaria de lucha contra la contrarrevolución, la especulación y el sabotaje – que iba a entrar en la Historia bajo sus iniciales de Vecheka o, abreviadamente, Cheka.

Algunos días antes de la creación de la Cheka, el gobierno había decidido, no sin dudas, disolver el CMRP. Estructura operativa provisional fundada en la víspera de la insurrección para dirigir las operaciones sobre el terreno, ya había realizado las tareas que le habían sido encomendadas. Había permitido tomar el poder y defender al nuevo régimen hasta el momento en que éste había creado su propio aparato de Estado. Debía, además, para evitar una confusión de poderes y un encabalgamiento de las competencias, transferir sus prerrogativas al gobierno legal, el Consejo de Comisarios del Pueblo.

Pero, ¿cómo renunciar, en un momento juzgado crítico por los dirigentes bolcheviques, al “brazo armado de la dictadura del proletariado”? Durante su reunión de 6 de diciembre, el gobierno encargó “al camarada Dzerzhinsky que estableciera una comisión especial que examinara los medios para luchar con la mayor energía revolucionaria, contra la huelga general de los funcionarios y determinara los métodos para suprimir el sabotaje”. La elección del “camarada Dzerzhinsky” no solamente no suscitó ninguna discusión, sino que pareció evidente.

Algunos días antes, Lenin, siempre aficionado a los paralelos históricos entre la Gran Revolución – la francesa – y la revolución rusa de 1917, había indicado a su secretario, V. Bonch-Bruevich, la necesidad de encontrar con urgencia otro “Fouquier-Tinville, que nos mantenga en jaque a toda la canalla contrarrevolucionaria:” [11] El 6 de diciembre, la elección de un “sólido jacobino proletario”, por reproducir la fórmula de Lenin, recayó de manera unánime en Félix Dzerzhinsky, convertido en algunas semanas, en virtud de su enérgica acción en el CMRP, en el gran especialista de las cuestiones de seguridad. Además, como explicó Lenin a Bonch-Bruevich, “de todos nosotros es el que ha pasado más tiempo en los calabozos zaristas y el que ha tenido mayor contacto con la Ojrana (la policía política zarista). ¡Conoce su oficio!”.

Antes de la reunión gubernamental del 17 (20) de diciembre, Lenin le envió una nota a Dzerzhinsky:

“Respecto de su informe de hoy, ¿no sería posible redactar un decreto con un preámbulo del género: la burguesía se apresta a cometer los crímenes más abominables reclutando la hez de la sociedad para organizar tumultos. Los cómplices de la burguesía, fundamentalmente los altos funcionarios, los cuadros de los bancos, etc. realizan sabotaje y organizan huelgas para minar las medidas del gobierno destinadas a poner en funcionamiento la transformación socialista de la sociedad. La burguesía no retrocede ante el sabotaje de los suministros, condenando así a millones de personas al hambre. Deben tomarse medidas excepcionales para luchar contra los saboteadores contrarrevolucionarios. En consecuencia, el Consejo de Comisarios del Pueblo decreta. . .? “ [12]

En la tarde del 7 (20) de diciembre, Dzerzhinsky presentó su proyecto al Consejo de Comisarios del Pueblo. Inició su intervención con un discurso sobre los peligros que amenazaban a la revolución en el “frente interior”.

“Debemos enviar a ese frente, el más peligroso y el más cruel de los frentes, a camaradas determinados, duros, sólidos, sin escrúpulos, dispuestos a sacrificarse por la salvación de la revolución. No penséis, camaradas, que busco una forma de justicia revolucionaria. ¡No tenemos nada que ver con  la “justicia”! ¡Estamos en guerra, en el frente más cruel, porque el enemigo avanza enmascarado y se trata de una lucha a muerte! ¡Propongo, exijo, la creación de un órgano que ajuste las cuentas con los contrarrevolucionarios de manera revolucionaria, auténticamente bolchevique.”

Dzerzhinsky abordó de inmediato el núcleo de su intervención, que transcribimos tal y como aparece en el protocolo de la reunión:

“La Comisión tiene como tarea:

1. Suprimir y liquidar todo intento y acto contrarrevolucionario de sabotaje, vengan de donde vengan, en todo el territorio de Rusia.

2. Llevar a todos los saboteadores contrarrevolucionarios ante un tribunal revolucionario.

La Comisión realiza una investigación preliminar en la medida en que ésta resulta indispensable para llevar a cabo correctamente su tarea.

La Comisión se divide en departamentos: 1. Información; 2. Organización; 3. Operación.

La Comisión otorgará una atención muy particular a los asuntos de prensa, de sabotaje, a los KD (constitucionales-demócratas o “kadetes”),  a los SR (socialistas-revolucionarios o “eseristas”) de derechas, a los saboteadores y a los huelguistas.

Medidas represivas encargadas a la Comisión: confiscación de bienes, expulsión del domicilio, privación de cartillas de racionamiento, publicación de listas de enemigos del pueblo, etc.

Resolución: aprobar el proyecto. Apelar a la Comisión pan-rusa extraordinaria de lucha contra la revolución, la especulación y el sabotaje. Que se publique.” [13]

Este texto fundacional de la policía política soviética suscita inmediatamente una pregunta. ¿Cómo interpretar la discordancia entre el discurso agresivo de Dzerzhinsky y la relativa modestia de las competencias atribuidas a la Cheka? Los bolcheviques estaban a punto de concluir un acuerdo con los socialistas-revolucionarios de izquierda (seis de sus dirigentes entraron en el gobierno el 12 de diciembre) a fin de romper su aislamiento político, en un momento en que les era preciso afrontar la cuestión de la convocatoria de la Asamblea Constituyente en la que eran minoritarios. También adoptaron un programa de mínimos. En contra de la resolución adoptada por el gobierno el 7 (20) de diciembre, no fue publicado ningún decreto que anunciara la creación de la Cheka y que definiera sus competencias.

Comisión “extraordinaria”, la Cheka iba a prosperar y actuar sin la menor base legal. Dzerzhinsky que deseaba, como Lenin, tener las manos libres, pronunció esta frase sobrecogedora: “Es la vida misma la que dicta su camino a la Cheka”. La vida, es decir, el “terror revolucionario de las masas”, la violencia de la calle que la mayoría de los dirigentes bolcheviques estimulaba entonces con entusiasmo, olvidando por el momento su profunda desconfianza hacia la espontaneidad popular.

Al dirigirse el 1 (13) de diciembre a los delegados del Comité Ejecutivo Central de los soviets, Trotsky, comisario del pueblo para la guerra, previno: “En menos de un mes, el terror va a adquirir formas muy violentas, a ejemplo de lo que sucedió durante la gran Revolución Francesa. No será ya solamente la prisión, sino la guillotina, ese notable invento de la gran Revolución Francesa, que tiene como ventaja reconocida la de recortar en el hombre una cabeza, lo que se dispondrá para nuestros enemigos.” [14]

Algunas semanas más tarde, tomando la palabra en una asamblea de obreros, Lenin apeló, una vez más, al terror, esa “justicia revolucionaria de clases”:

“El poder de los soviets ha actuado como tendrían que haber actuado todas las revoluciones proletarias: ha destrozado claramente a la justicia burguesa, instrumento de las clases dominantes. (...) Los soldados y los obreros deben comprender que nadie los ayudará si no se ayudan a sí mismos. Si las masas no se levantan espontáneamente, no llegaremos a nada. (...) ¡A menos que apliquemos el terror a los especuladores – una bala en la cabeza en el momento – no llegaremos a nada! “ [15]

Estas llamadas al terror atizaban una violencia que, ciertamente, no había esperado la llegada de los bolcheviques al poder para desencadenarse. Desde el otoño de 1917, millares de grandes propiedades rurales habían sido saqueadas por los campesinos encolerizados y centenares de grandes propietarios habían sido asesinados. En  la Rusia del verano de 1917 la violencia era algo omnipresente. Esta violencia no era nueva, pero los acontecimientos del año 1917 habían permitido la convergencia de varias formas de violencia presentes en estado latente: una violencia urbana “reactivada” por la brutalidad de las relaciones capitalistas en el seno del mundo industrial; una violencia campesina “tradicional”; y la violencia “moderna” de la Primera Guerra Mundial, portadora de una extraordinaria regresión y una formidable brutalización de las relaciones humanas. La mezcla de estas tres formas de violencia constituyó una combinación explosiva cuyo efecto podía llegar a ser devastador en la coyuntura muy particular de la Rusia sumergida en una revolución marcada, a su vez, por la debilidad de las instituciones del orden y de la autoridad, por la escalda de los resentimientos y de las frustraciones sociales acumuladas durante largo tiempo y por la instrumentalización política de la violencia popular.

Entre los habitantes de las ciudades y los del campo la desconfianza era recíproca; para los campesinos la ciudad era, más que nunca, el lugar del poder y de la opresión. Para la élite urbana, para los revolucionarios profesionales surgidos en su inmensa mayoría de la intelliguentsia, los campesinos seguían siendo, como escribía Gorky, una masa de “gente medio salvaje” cuyos “instintos crueles” e “individualismo animal” debían ser sometidos a “la razón organizada de la ciudad”. Al mismo tiempo, los políticos e intelectuales eran perfectamente conscientes del hecho que el desencadenamiento de las revueltas campesinas era lo que había resquebrajado al Gobierno Provisional, permitiendo a los bolcheviques, muy minoritarios en el país, apoderarse del poder en el vacío constitucional reinante.

A finales de 1917 y principios de 1918, ninguna oposición seria amenazaba al nuevo régimen que, un mes después del golpe de Estado bolchevique, controlaba la mayor parte del norte y del centro de Rusia hasta el Volga medio, pero también grandes aglomeraciones en el Cáucaso (Bakú) y Asia Central (Tashkent). Ciertamente, Ucrania y Finlandia se habían separado pero no abrigaban intenciones belicosas contra el poder bolchevique. La única fuerza militar antibolchevique organizada era el pequeño “ejército de voluntarios”, de unos tres mil hombres aproximadamente, embrión del futuro “ejército blanco”, puesto en pie en el sur de Rusia por los generales Alexeyev y Kornilov. Estos generales zaristas fundaban todas sus esperanzas en los cosacos del Don y del Kubán.

Los cosacos se diferenciaban radicalmente de los otros campesinos rusos. Su privilegio principal, bajo el antiguo régimen, era recibir 30 hectáreas de tierra a cambio de un servicio militar que alcanzaba hasta la edad de 36 años. Aunque no aspiraban a adquirir nuevas tierras, deseaban conservar las que poseían. Deseando ante todo salvaguardar su condición de independencia, los cosacos, inquietos por las declaraciones bolcheviques que estigmatizaban a los kulaks, se unieron en la primavera de 1918 a las fuerzas antibolcheviques.

¿Se puede hablar de “guerra civil” a propósito de los primeros enfrentamientos del invierno de 1917 y de la primavera de 1918, en el sur de Rusia, entre algunos millares de hombres del ejército de voluntarios y las tropas bolcheviques del general Sivers que contaba apenas con seis mil hombres? Lo que llama la atención de entrada es el contraste entre la modestia de los efectivos implicados y la violencia inaudita de la represión ejercida por los bolcheviques, no solamente contra los militares capturados sino también contra los civiles. Instituida en 1919 por el general Denikin, comandante en jefe de las fuerzas del sur de Rusia, la “comisión de investigación sobre los crímenes bolcheviques” se esforzó por censar, durante los meses de su actividad, las atrocidades cometidas por los bolcheviques en Ucrania, en el Kubán, la región del Don y en Crimea.

Los testimonios recogidos por esta comisión – que constituyen la fuente principal del libro de S. P. Melgunov, El terror rojo en Rusia, 1918-1924, el gran clásico sobre el terror bolchevique aparecido en Londres en 1924 – establecen innumerables atrocidades perpetradas desde enero de 1918. En Taganrog, los destacamentos del ejército de Sivers arrojaron a cincuenta junkers y oficiales “blancos”, con los pies y las manos atadas, a un alto horno. En Evpatoria, varios centenares de oficiales y de “burgueses” fueron atados y luego arrojados al mar después de haber sido torturados. Idéntica violencias tuvieron lugar en la mayoría de las ciudades de Crimea ocupadas por los bolcheviques: Sebastopol, Yalta, Alushta, Simferopol. Las mismas atrocidades se produjeron a partir de abril-mayo de 1918 en las grandes aldeas cosacas insurrectas. Los muy precisos expedientes de la comisión Denikin hacen referencia a “cadáveres con las manos cortadas, con los huesos rotos, con las cabezas arrancadas, con las mandíbulas destrozadas y los órganos genitales cortados.[16]

Como señala Melgunov, es no obstante “difícil distinguir lo que sería una puesta en práctica sistemática de un terror organizado de lo que aparece como «excesos incontrolados»”. Hasta agosto-septiembre de 1918 no se menciona nunca una Cheka local que dirigiera las matanzas. Ciertamente, hasta esa fecha la red de chekas seguía siendo bastante tenue. Las matanzas, dirigidas a sabiendas no solamente contra los combatientes del campo enemigo sino también contra los “enemigos del pueblo” civiles – así, entre las 240 personas muertas en Yalta a inicios del mes de marzo de 1918 figuraban, además de 165 oficiales, alrededor de 7 hombres, políticos, abogados, periodistas, profesores – fueron por regla general perpetradas por “destacamentos armados”, “guardias rojos” y otros “elementos bolcheviques” no especificados. Exterminar al “enemigo del pueblo” no era más que la prolongación lógica de una revolución a la vez política y social en la que unos eran los “vencedores” y los otros los “vencidos”. Esta concepción del mundo no había aparecido bruscamente después de octubre de 1917, pero las tomas de posición bolcheviques, completamente explícitas sobre la cuestión, la habían legitimado.

Recordemos lo que escribía, ya en marzo de 1917, en una carta bien perspicaz, un joven capitán a propósito de la revolución en su regimiento: “Entre nosotros y los soldados, el abismo es insondable: Para ellos somos y seguiremos siendo »barines« (amos). Para ellos, lo que acaba de pasar no es una revolución política, sino más bien una revolución social en la que ellos son los vencedores y nosotros los vencidos. Nos dicen: »¡Antes erais los barines; ahora nos toca a nosotros serlo!« Tienen la impresión de obtener finalmente su desquite tras siglos de servidumbre.” [17]

Los dirigentes bolcheviques estimularon todo lo que en las masas populares podía afirmar esta aspiración a un “desquite social” que pasaba por una legitimación moral de la delación, del terror y de una guerra civil “justa”, según los términos del mismo Lenin. El 15 (28) de diciembre de 1917, Dzerzhinsky publicó en Izvestia un llamamiento invitando “a todos los soviets” a organizar chekas. El resultado fue un formidable aumento de “comisiones”, “destacamentos” y otros “órganos extraordinarios” que las autoridades centrales tuvieron muchas dificultades para controlar cuando decidieron, algunos meses más tarde, poner término a la “iniciativa de las masas” y organizar una red estructurada y centralizada de chekas. [18]

“Un período de improvisación y de tanteos”

Describiendo los seis primeros meses de la Cheka, Dzerzhinsky escribía en julio de 1918: “Fue un período de improvisación y de tanteos, durante el cual la organización no siempre estuvo a la altura de las circunstancias.” [19] En esa fecha, no obstante, el balance de la acción de la Cheka como órgano de represión contra las libertades ya era considerable. Y la organización, que contaba apenas con un centenar de personas en diciembre de 1917, ¡había multiplicado sus efectivos por 120 en seis meses!

Ciertamente, los inicios de la organización fueron muy modestos. El 11 de enero de 1918, Dzerzhinsky envió una nota a Lenin en la que le comunicaba: “Nos encontramos en una situación imposible, a pesar de los importantes servicios ya rendidos. No contamos con ninguna financiación. Trabajamos día y noche sin pan, ni azúcar, ni té, ni mantequilla, ni queso. Tome medidas para que haya raciones decentes, o autorícenos a realizar requisas entre los burgueses.[20] Dzerzhinsky había reclutado a un centenar de hombres, en buena medida antiguos camaradas de la clandestinidad, en su mayoría polacos o bálticos, que habían trabajado casi todos en el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado, y entre los cuales figuraban ya los futuros cuadros de la GPU de los años 20 y de la NKVD de los años 30: Latsis, Menzhinsky, Meing, Moroz, Peters, Trilisser, Unschlicht, Yagoda.

La primera acción de la Cheka fue aplastar la huelga de funcionarios de Petrogrado. El método fue expeditivo – arresto de los “agitadores” – y la justificación simple: “quien no quiere trabajar con el pueblo no tiene lugar en él”, declaró Dzerzhinsky, que ordenó arrestar a un cierto número de diputados socialistas-revolucionarios y mencheviques, elegidos para la Asamblea Constituyente. Este acto arbitrario fue inmediatamente condenado por el comisario del pueblo para la justicia, Steinberg, un socialista-revolucionario de izquierda que había entrado al gobierno unos días antes. Este primer incidente entre la Cheka y la justicia planteaba la cuestión capital: la condición extra-legal de esta policía política.

“¿Para qué sirve un  comisario del pueblo para la justicia? – preguntó entonces Steinberg a Lenin – ¡Que lo llamen comisariado del pueblo para el exterminio social y se entenderá la razón!

– Excelente idea – respondió Lenin. – Es exactamente como yo lo veo. ¡Desgraciadamente no se le puede llamar así.” [21]

Naturalmente, Lenin arbitró el conflicto entre Steinberg, que exigía estricta subordinación de la Cheka a la justicia, y Dzerzhinsky, que se rebelaba contra el juridicismo puntilloso de la vieja escuela del antiguo régimen. El favorecido fue Dzerzhinsky. La Cheka no debía responder de sus actos más que ante el gobierno.

El 6 (19) de enero de 1918 marcó una etapa importante en el reforzamiento de la dictadura bolchevique. Por la mañana temprano, la Asamblea Constituyente, elegida entre noviembre y diciembre de 1917, y en la que los bolcheviques estaban en minoría puesto que no disponían más que de 175 diputados sobre un total de 607 elegidos, fue dispersada por la fuerza, después de haber celebrado sus sesiones durante tan solo un día. Este acto arbitrario no provocó ningún eco apreciable en el país. Una pequeña manifestación organizada para protestar contra la disolución fue reprimida por las tropas. Se produjeron 20 muertos, un pesado tributo para una experiencia de democracia parlamentaria que solo había durado algunas horas. [22]

En los días y semanas que siguieron a la disolución de la Asamblea Constituyente, la posición del gobierno bolchevique en Petrogrado se hizo cada vez más incómoda, en el momento mismo en que Trotsky, Kamenev, Yoffé y Radek negociaban en Brest-Litovsk las condiciones de paz con las delegaciones de los imperios centrales. El 9 de enero de 1918, el gobierno consagró su orden del día a la cuestión de su traslado a Moscú. [23]

Lo que inquietaba a los dirigentes bolcheviques era menos la amenaza alemana – el armisticio había entrado en vigor a partir del 15 (28) de diciembre – que una sublevación obrera. Efectivamente, en los barrios obreros que dos meses antes los habían apoyado, crecía el descontento. Con la desmovilización y las mermas de los pedidos militares, las empresas habían despedido a decenas de millares de personas. La agravación de las dificultades de los suministros había hecho caer la ración cotidiana de pan hasta un cuarto de libra. Incapaz de enderezar la situación, Lenin estigmatizaba a los “acaparadores” y a los “especuladores” designados como chivos expiatorios. “Cada fábrica, cada compañía, debe organizar destacamentos de requisa. Hay que movilizar para la búsqueda de alimentos no solamente a los voluntarios sino a todo el mundo, bajo pena de confiscación inmediata de la cartilla de racionamiento”, escribía el 22 de enero (3 de febrero) de 1918.

El nombramiento de Trotsky a su regreso de Brest-Litovsk, el 31 de enero de 1918, a la cabeza de una comisión extraordinaria encargada del suministro y del transporte, señala bien a las claras la importancia decisiva otorgada por el gobierno a la “caza de suministros”, primera etapa de la “dictadura del suministro”. En esta comisión Lenin propuso, a mediados de febrero, un proyecto de decreto que incluso los miembros de este organismo – entre los que, además de Trotsky, figuraba Tsiuroupa, comisario del pueblo para suministros – juzgaron oportuno rechazar. El texto preparado por Lenin preveía que todos los campesinos fuesen obligados a entregar sus excedentes a cambio de un recibo. En caso de no entregar en los plazos señalados, los transgresores serían fusilados. “Cuando leímos este proyecto, quedamos sobrecogidos.” – escribió Tsiuroupa en sus memorias – “Aplicar semejante decreto habría llevado a ejecuciones masivas. Finalmente, el proyecto de Lenin fue abandonado.[24]

Este episodio resulta, no obstante, muy revelador. Desde principios de 1918, Lenin, paralizado en el punto muerto al que le había conducido su política, inquieto ante la situación catastrófica de los suministros de los grandes centros industriales contemplados como los únicos islotes bolcheviques en medio de un océano campesino, estaba dispuesto a todo para “apoderarse de los cereales”, salvo a modificar un ápice de su política. Resultaba inevitable el conflicto entre un campesinado que deseaba conservar para sí los frutos de su trabajo y rechazaba toda injerencia de una autoridad exterior y el nuevo régimen que ansiaba imponer su autoridad, se negaba a comprender el funcionamiento de los circuitos económicos y quería – y pensaba – controlar lo que no le parecía más que una manifestación de anarquía social.

El traslado de la capital a Moscú

El 21 de febrero de 1918, frente al avance fulminante de los ejércitos alemanes, posterior a la ruptura de conversaciones de Brest-Litovsk, el gobierno proclamó “la patria socialista en peligro”. El llamamiento de resistencia contra el invasor iba acompañado de una llamada al terror de las masas: “Todo agente enemigo, especulador, gamberro, agitador contrarrevolucionario y espía alemán será fusilado sobre el terreno.” [25] Esta proclama venía a instaurar la ley marcial en la zona de operaciones militares. Con la firma de la paz, el 3 de marzo de 1918 en Brest-Litovsk, se convirtió en algo caduco. Legalmente, la pena de muerte no fue restablecida en Rusia hasta el 16 de julio de 1918. No obstante, a partir de febrero de 1918, la Cheka procedió a realizar numerosas ejecuciones sumarias fuera de la zona de operaciones militares.

El 10 de marzo de 1918, el gobierno abandonó Petrogrado en dirección a Moscú, que se había convertido en la capital. La Cheka se instaló cerca del Kremlin, en la calle Bolshaya-Lubianka, en los edificios de una compañía de seguros que ocuparía bajo sus siglas sucesivas – GPU, NKVD, MVD, KGB – hasta la caída del régimen soviético. De 600 efectivos en marzo, el número de chekistas que trabajaba en Moscú en la “Gran Casa” pasó, en julio de 1918, a 2.000; sin contar las tropas especiales. Cifra considerable cuando se sabe que el Comisariado del Pueblo para el Interior, encargado de dirigir el inmenso aparato de los soviets locales del conjunto del país, no contaba en esa misma fecha con más que 400 funcionarios.

La Cheka realizó su primera operación de envergadura durante la noche del 11 al 12 de abril de 1918. Más de 1.000 hombres de sus tropas especiales tomaron por asalto en Moscú a una veintena de casas controladas por los anarquistas. Al cabo de varias horas de combate encarnizado fueron detenidos 52 anarquistas y 25 de ellos fueron sumariamente ejecutados como “bandidos”, una denominación que desde entonces iría a servir para designar a los obreros en huelga, a los desertores que huían del reclutamiento, o a los campesinos sublevados contra las requisas. [26]

Después de este primer éxito, seguido de otras operaciones “de pacificación”, tanto en Moscú como en Petrogrado, Dzerzhinsky reclamó en una carta dirigida al Comité Ejecutivo Central, el 29 de abril de 1918, un aumento considerable de los medios de la Cheka: “En la etapa actual” – escribió – “es inevitable que la actividad de la Cheka conozca un crecimiento exponencial, ante la multiplicación de las oposiciones contrarrevolucionarias de todo tipo.[27]

La “etapa actual” a la que Dzerzhinsky hacía referencia aparecía, en efecto, como un período decisivo en la puesta en funcionamiento de la dictadura política y económica y en el reforzamiento de la represión contra una población cada vez más hostil hacia los bolcheviques. Desde octubre de 1917 no había, en efecto, ni mejorado la suerte cotidiana ni salvaguardado las libertades fundamentales conseguidas a lo largo del año 1917. De haber sido los únicos, entre todos los políticos, que permitieron a los campesinos apoderarse de las tierras tan largamente codiciadas, los bolcheviques se habían transformado a sus ojos en “comunistas” que les arrebataban los frutos de su trabajo. ¿Eran los mismos, se interrogaban numerosos campesinos – que distinguían en sus quejas a los “bolcheviques” que habían dado la tierra y a los “comunistas” que robaban al honrado trabajador, privándole hasta de su última camisa?

La primavera de 1918 fue, en realidad, un momento en el que las posiciones no estaban perfiladas del todo. Los soviets – que todavía no habían sido amordazados y transformados en simples órganos de la administración estatal – eran un lugar de verdaderos debates políticos entre los bolcheviques y los socialistas moderados. Los periódicos de oposición, aunque cotidianamente perseguidos, continuaban existiendo. La vida política local conocía una abundancia de instituciones concurrentes. Durante este período, marcado por la agravación de las condiciones de vida y por la ruptura total de los circuitos de intercambio económicos entre las ciudades y el campo, los socialistas revolucionarios y los mencheviques obtuvieron innegables éxitos políticos. En el curso de las elecciones para la renovación de los soviets, a pesar de las presiones y de las manipulaciones, triunfaron en 19 de las 30 capitales de provincia en que las elecciones tuvieron lugar y los resultados fueron publicados. [28]

El “comunismo de guerra”

Frente a esta situación, el gobierno bolchevique reaccionó endureciendo su dictadura, tanto en el plano económico como en el político. Los circuitos de distribución económica estaban  rotos a la vez en el área de los medios – en virtud de la degradación espectacular de las comunicaciones, fundamentalmente ferroviarias – y en las motivaciones, porque la ausencia de productos manufacturados no impulsaba al campesino a vender. El problema vital era, por lo tanto, asegurar el suministro del ejército y de las ciudades, lugar del poder y sede del “proletariado”.

A los bolcheviques se les ofrecían dos posibilidades: o bien restablecer la apariencia de un mercado en una economía en ruinas, o bien utilizar la amenaza. Escogieron  la segunda, persuadidos de la necesidad de avanzar en la lucha en pro de la destrucción del “orden antiguo”.

Tomando la palabra el 29 de abril de 1918 ante el Comité Ejecutivo Central de los soviets, Lenin declaró sin ambages: “Sí, los pequeños propietarios, los pequeños poseedores han estado a nuestro lado, el de los proletarios, cuando se ha tratado de derribar a los propietarios terratenientes y a los capitalistas. Pero ahora nuestros caminos se separan. Los pequeños propietarios sienten horror hacia la organización, hacia la disciplina. Ha llegado la hora de que llevemos a cabo una lucha despiadada, sin compasión, contra estos pequeños propietarios, estos pequeños poseedores.” [29]

Algunos días más tarde, el comisario del pueblo para el suministro precisó ante la misma asamblea: “Lo digo abiertamente: es una cuestión de guerra. Solo obtendremos los cereales utilizando los fusiles.[30] Y Trotsky se ocupó de remachar: “Nuestro partido está a favor de la guerra civil. La guerra civil es la lucha por el pan. . . ¡Viva la guerra civil![31]

Citemos un último texto, escrito en 1921 por otro dirigente bolchevique, Karl Radek, que aclara perfectamente la política bolchevique de la primavera de 1918, es decir, varios meses antes del desarrollo del conflicto armado que iba a enfrentar durante dos años a rojos y a blancos: “El campesino acababa de recibir la tierra, acababa de regresar del frente a su casa, había guardado sus armas, y su actitud hacia el Estado podía ser resumida de la siguiente manera: ¿Para qué sirve un Estado? ¡No tenía ninguna utilidad! Si hubiéramos decidido poner en funcionamiento un impuesto en especie, no habríamos logrado cobrarlo porque carecíamos de aparato de Estado. El antiguo había sido deshecho y los campesinos no nos habrían dado nada sin verse forzados a hacerlo. Nuestra tarea, a principios de 1918, era sencilla. Teníamos que hacerle comprender a los campesinos dos cosas elementales: que el Estado tenía derechos sobre una parte de los productos del campesinado para satisfacer sus propias necesidades y que disponía de la fuerza para hacer valer sus derechos.” [32]

En mayo-junio de 1918 el gobierno bolchevique adoptó dos medidas decisivas que inauguraban un período de guerra civil que se denomina tradicionalmente como “comunismo de guerra”.

El 13 de mayo de 1918, un decreto atribuyó poderes extraordinarios al Comisariado del pueblo para Suministros, encargado de requisar los productos alimenticios y de poner en funcionamiento un verdadero “ejército de suministros”. En julio de 1918, cerca de 12.000 personas participaban ya en estos “destacamentos de suministros” que contarán, durante su apogeo en 1920, con hasta 80.000 hombres, de los que la mitad pertenecía a los obreros de Petrogrado en situación de desempleo, que se vieron atraídos por un salario decente y una remuneración es especie proporcional a la cantidad de cereales confiscados.

Segunda medida: el decreto del 11 de junio de 1918 que instituyó comités de campesinos pobres, encargados de colaborar estrechamente con los destacamentos de suministros y requisar, también, a cambio de una parte de las requisas, los excedentes agrícolas de los campesinos acomodados. Estos comités de campesinos pobres debían también reemplazar a los soviets rurales considerados poco dignos de confianza por el poder, ya que estaban impregnados de la ideología socialista-revolucionaria. Dadas las tareas que se les pedía que ejecutaran – tomar por la fuerza el fruto del trabajo de otro – y las motivaciones que se consideraba que los espolearían – el poder, el sentimiento de frustración y de envidia hacia los “ricos”, la promesa de una parte del botín – se puede imaginar lo que fueron estos representantes del poder bolchevique en los campos. Como escribe con perspicacia Andrea Graziosi, “en estas gentes, la devoción a la causa – o más bien al nuevo Estado – y algunas capacidades operativas innegables iban a la par con una conciencia política y social balbuciente, un acentuado carrerismo y comportamientos “tradicionales”, como la brutalidad para con los subordinados, el alcoholismo y el nepotismo. (...) Tenemos un buen ejemplo de la manera en que “el espíritu” de la revolución plebeya impregnaba al nuevo régimen”.  [33]

A pesar de algunos éxitos iniciales, la organización de comités de campesinos pobres no duró mucho. La idea misma de situar por delante a la parte más pobre del campesinado reflejaba el desconocimiento profundo que tenían los bolcheviques de la sociedad campesina. De acuerdo con un esquema marxista simplista, la imaginaban dividida en clases antagónicas, y en realidad era, ante todo, solidaria frente al mundo exterior, frente a los extraños venidos de la ciudad. Cuando se trataba de entregar los excedentes, el reflejo igualitario y comunitario de la asamblea campesina actuaba de forma plena. En lugar de recaer solo sobre los campesinos acomodados, el peso de las requisas fue repartido en función de las disponibilidades de cada uno. La masa de los campesinos medios se vio afectada y el descontento resultó general. Estallaron disturbios en numerosas regiones.

Ante la brutalidad de los destacamentos de suministros respaldados por la Cheka o el Ejército, una verdadera guerrilla adquirió forma desde junio de 1918. En julio-agosto, 110 insurrecciones campesinas, calificadas por el poder de “rebeliones kulaks” – terminología bolchevique que se usaba para designar las revueltas en las que participaban aldeas enteras, con todas las categorías sociales entremezcladas – estallaron en las zonas controladas por el nuevo poder. El crédito del cual los bolcheviques habían disfrutado durante un breve período, por no haberse opuesto en 1917 al reparto de las tierras, se vio aniquilado en algunas semanas. Durante tres años, la policía de requisas provocaría millares de sublevaciones y de motines que degeneraron en verdaderas guerras campesinas reprimidas con la mayor violencia.

En el plano político, el endurecimiento de la dictadura durante la primavera de 1918 se tradujo en la clausura definitiva de todos los periódicos no bolcheviques, la disolución de los soviets no bolcheviques, el arresto de los opositores y la represión brutal de numerosos movimientos de huelga. En mayo-junio de 1918, 205 periódicos de la oposición socialista fueron definitivamente cerrados. Los soviets, de mayoría menchevique o socialista-revolucionaria, de Kaluga, Tver, Yaroslavl, Riazán. Kostroma, Kazán, Saratov, Penza, Tambov, Voronezh, Orel y Vologdae fueron disueltos por la fuerza. [34] El escenario fue idéntico en casi todas partes: algunos días después de las elecciones en las que obtuvieron la victoria los partidos de la oposición, la fracción bolchevique recurría a la ayuda de la fuerza armada, generalmente un destacamento de la Cheka, que decretaba la ley marcial y detenía a los opositores.

Dzerzhinsky – que había enviado a sus principales colaboradores a las ciudades donde la oposición había ganado – impulsaba sin ambages el golpe de fuerza, como dan testimonio de manera elocuente las directrices que dirigió el 31 de mayo a Eiduk, su plenipotenciario en misión en Tver: “los obreros, influidos por los mencheviques, los eseristas y otros cerdos contrarrevolucionarios, se han declarado en huelga y se han manifestado a favor de la constitución de un gobierno que reúna a todos los «socialistas». Debes fijar por toda la ciudad una proclama indicando que la Cheka ejecutará sobre el terreno a todo bandido, ladrón, especulador y contrarrevolucionario que conspire contra el poder soviético. Establece una contribución extraordinaria sobre los burgueses de la villa. Cénsalos. Estas listas serán útiles aunque no se muevan nunca. Me preguntas con qué elementos hay que formar nuestra Cheka local. Echa mano a gente resuelta que sepa que no hay nada más eficaz que una bala para hacer callar a alguien. La experiencia me ha enseñado que un número reducido de gente decidida puede hacer cambiar una situación.[35]

La disolución de los soviets controlados por los opositores y la expulsión, el 14 de julio de 1918, de los mencheviques y de los socialistas revolucionarios del Comité Ejecutivo pan-ruso de los soviets, suscitaron protestas, manifestaciones y movimientos de huelga en numerosas ciudades obreras en las que, además, la situación alimentaria no dejaba de degradarse. En Kolpino, cerca de Petrogrado, el jefe de un destacamento de la Cheka ordenó disparar sobre una manifestación contra el hambre, organizada por obreros cuya ración mensual había descendido a dos libras de harina. Se produjeron 10 muertos. El mismo día, en la fábrica Berezovski, cerca de Ekaterimburgo, 15 personas fueron muertas por un destacamento de guardias rojos durante la celebración de un mitin de protesta contra los “comisarios bolcheviques” acusados de haberse apropiado de las mejores casas de la ciudad y de haber utilizado en beneficio propio los 500 rublos de impuestos a la burguesía local. Al día siguiente, las autoridades del sector decretaron la ley marcial en esta ciudad obrera y 14 personas fueron inmediatamente fusiladas por la Cheka local, que no informó de ello a Moscú. [36]

Durante la segunda quincena de mayo y el mes de junio de 1918, numerosas manifestaciones obreras fueron reprimidas con sangre en Sormovo, Yaroslavl y Tula, así como en las ciudades industriales de los Urales, Taguil, Beloretsk, Zlatus y Ekaterimburgo. La parte cada vez más activa que desempeñaron en la represión las chekas locales queda atestiguada por la frecuencia creciente, en los medios obreros, de consignas y lemas contra la nueva “Ojrana” [37] (policía política zarista) al servicio de la “comisariocracia”.[38]

Del 8 al 11 de junio de 1918, Dzerzhinsky presidió la primera conferencia pan-rusa de chekas, a la que asistieron un centenar de delegados de 43 secciones locales que totalizaban ya unos 12.000 hombres – serán 40.000 a finales del año 1918, más de 280.000 a principios de 1921. Afirmándose por encima de los soviets – e incluso “por encima del partido”, señalaron algunos bolcheviques – la conferencia declaró que “asumía en todo el territorio de la república el peso de la lucha contra la contrarrevolución, en su condición de órgano supremo del poder administrativo de la Rusia soviética”.

El organigrama ideal adoptado como consecuencia de esta conferencia ponía de manifiesto el vasto campo de actividad transferido a la policía política desde junio de 1918, es decir, antes de la gran oleada de insurrecciones “contrarrevolucionarias” del verano de 1918. Calcada sobre el modelo de la casa madre de la Lubianka, cada cheka de provincia debía, en los plazos más breves, organizar los departamentos y oficinas siguientes:

1). Departamento de Información. Oficinas: Ejército Rojo, monárquicos, cadetes, eseristas de derecha y mencheviques, anarquistas y delincuentes de derecho común, burguesía y gente de la iglesia, sindicatos y comités obreros, súbditos extranjeros. En relación con cada una de estas categorías, las oficinas correspondientes debían elaborar una lista de sospechosos.

2). Departamento de Lucha Contra la Contrarrevolución. Oficinas: Ejército Rojo, monárquicos, cadetes, eseristas de derecha y mencheviques, anarquistas, sindicalistas, minorías nacionales, extranjeros, alcoholismo, pogroms y orden público, asuntos de prensa.

3). Departamento de Lucha contra la Especulación y los Abusos de Autoridad:

4). Departamento de Transportes, Vías de Comunicación y Puertos.

5). Departamento Operativo, que agrupa a las unidades especiales de la Cheka. [39]

Atentados y pena de muerte

Dos días después del final de esta conferencia pan-rusa de las chekas, el gobierno decretó el restablecimiento legal de la pena de muerte. La misma, abolida después de la revolución de febrero de 1917, había sido restaurada por Kerensky en julio de 1917. No obstante, no se aplicó entonces más que en las regiones del frente, bajo jurisdicción militar. Una de las primeras medidas adoptadas por el Segundo Congreso de los Soviets, el 16 de octubre ( 8 de noviembre) de 1917, fue el abolir de nuevo la pena capital. Esta decisión provocó la cólera de Lenin: “¡Es un error, una debilidad inadmisible, una ilusión pacifista![40]

Lenin y Dzerzhinsky no pararon hasta restablecer legalmente la pena de muerte, a sabiendas de que pertinentemente podría ser aplicada, sin ningún “juridicismo puntilloso”, por órganos extra-legales como las chekas. La primera condena a muerte legal, pronunciada por un tribunal revolucionario, tuvo lugar el 21 de junio de 1918: el almirante Chastny fue el primer “contrarrevolucionario” fusilado “legalmente”.

El 20 de junio de 1918, V. Volodarsky, uno de los dirigentes bolcheviques de Petrogrado, fue abatido por un militante socialista-revolucionario. Este atentado se producía en un período de extrema tensión en la antigua capital. En el curso de las semanas precedentes, las relaciones entre los bolcheviques y el mundo obrero no habían dejado de deteriorarse. En mayo-junio de 1918, la cheka de Petrogrado señaló 70 “incidentes” – huelgas, mítines antibolcheviques, manifestaciones – que implicaban principalmente a los metalúrgicos de las fortalezas obreras, que habían sido los más ardientes partidarios de los bolcheviques en 1917 e incluso con anterioridad. Las autoridades respondieron a las huelgas mediante el cierre de las grandes fábricas nacionalizadas, una práctica que iba a resultar generalizada a la hora de quebrar la resistencia obrera en los meses siguientes. El asesinato de Volodarsky fue seguido por una oleada de arrestos sin  precedentes en los medios obreros de Petrogrado. “La asamblea de los plenipotenciarios obreros”, organización de mayoría menchevique que coordinaba la oposición obrera en Petrogrado, fue disuelta. Más de 800 “agitadores” fueron detenidos en dos días. Los medios obreros replicaron a estos arrestos masivos convocando a una huelga general el 2 de julio de 1918. [41]

Desde Moscú, Lenin envió entonces una carta a Zinoviev, presidente del comité de Petrogrado del partido bolchevique, documento revelador a la vez de la concepción leninista del terror y de una extraordinaria ilusión política. ¡Se trataba, efectivamente, de un formidable contrasentido político el que cometía Lenin al afirmar que los obreros se sublevaban contra el asesinato de Volodarsky!

“Camarada Zinoviev; acabamos de saber que los obreros de Petrogrado deseaban responder mediante el terror de las masas al asesinato del camarada Volodarsky, y que usted (no usted personalmente, sino los miembros del comité del partido de Petrogrado) los ha frenado. ¡Protesto enérgicamente! Estamos comprometidos: impulsamos el terror de las masas en las resoluciones del soviet, pero cuando se trata de actuar, obstruimos la iniciativa absolutamente correcta de las masas. ¡Es i-nad-mi-si-ble! Los terroristas van a considerar que somos unos locos blandengues. La hora es extremadamente marcial. Resulta indispensable estimular la energía y el carácter de las masas del terror dirigido contra los contrarrevolucionarios, especialmente en Petrogrado, cuyo ejemplo es decisivo. Saludos. Lenin” [42]

El Terror Rojo

Las revueltas del verano de 1918

Los bolcheviques dicen abiertamente que sus días están contados.” – informaba a su gobierno Karl Helferich, embajador alemán en Moscú el 3 de agosto de 1918 – “Un verdadero pánico se ha apoderado de Moscú . . . corren los rumores más absurdos acerca de los »traidores« que habrían entrado en la ciudad”.

Nunca habían sentido los bolcheviques su poder tan amenazado como en el curso del verano de 1918. Realmente no controlaban ya más que un territorio reducido de la Moscovia histórica frente a tres frentes antibolchevique firmemente establecidos: uno en la región del Don, ocupada por las tropas cosacas del atamán Krasnov y por el ejército blanco del general Denikin. El segundo en Ucrania, en manos de los alemanes y de la Rada (el parlamento ucraniano); y el tercero a lo largo del ferrocarril transiberiano, donde la mayoría de las grandes ciudades había caído en manos de la Legión Checa [43] cuya ofensiva era apoyada por el gobierno socialista-revolucionario de Samara.

Durante el verano de 1918 estallaron cerca de 140 revueltas e insurrecciones de gran amplitud en las regiones más o menos controladas por los bolcheviques. Las más frecuentes se debían a comunidades campesinas que se oponían a las requisas realizadas con brutalidad por los destacamentos de suministros, a las limitaciones impuestas al comercio privado y a las nuevas movilizaciones de reclutas llevadas a cabo por el Ejército Rojo. [44] Los campesinos encolerizados se dirigían en masa a la ciudad más próxima y sitiaban el soviet, intentando a veces prenderle fuego. Generalmente, los incidentes degeneraban. La tropa, las milicias encargadas del mantenimiento del orden y, cada vez con mayor frecuencia, los destacamentos de la Cheka, no dudaban en disparar sobre los manifestantes. En estos enfrentamientos, cada vez más numerosos a medida en que pasaban los días, los dirigentes bolcheviques veían una vasta conspiración contrarrevolucionaria dirigida contra su poder por los “kulaks disfrazados de guardias blancos”.

Es evidente que una sublevación de guardias blancos se está preparando en Nizhni-Novgorod” – telegrafió Lenin el 9 de agosto de 1918 al presidente del Comité Ejecutivo del soviet de esa ciudad que acababa de comunicarle algunos incidentes que implicaban a campesinos que protestaban contra las requisas. – “Hay que formar inmediatamente una «troika» dictatorial (usted mismo, Markin y otro), implantar el terror de masas, fusilar o deportar a los centenares de prostitutas que hacen beber a los soldados, a todos los antiguos oficiales, etc. No hay un minuto que perder. . .  Se trata de actuar con resolución: requisas masivas. Ejecución por llevar armas. Deportaciones masivas de los mencheviques y de otros elementos sospechosos”.  [45]

Al día siguiente, 10 de agosto, Lenin envió otro telegrama del mismo tenor al Comité Ejecutivo del soviet de Penza: “¡Camaradas! La subversión kulak en vuestros cinco distritos debe ser aplastada sin piedad. Los intereses de la revolución lo exigen porque en todas partes se ha entablado la «lucha final» contra los kulaks. Es preciso dar un escarmiento. 1)- Colgar (y digo colgar de manera que la gente lo vea) al menos a cien kulaks ricos y chupasangres conocidos. 2)- Publicar sus nombres. 3)- Apoderarse de su grano. 4)- Identificar a los rehenes como hemos indicado en nuestro programa de ayer. Haced esto de manera que en centenares de leguas a la redonda la gente vea, tiemble, sepa y se digan: matan y continuarán matando a los kulaks sedientos de sangre. Telegrafiad que habéis recibido y ejecutado estas instrucciones. Vuestro. Lenin. PS: Encontrad gente más dura.” [46]

De hecho, como deja de manifiesto una lectura atenta de los informes de la Cheka sobre las revueltas de verano de 1918, solamente estuvieron, al parecer, preparadas con antelación las sublevaciones de Yaroslavl, Rybinsk y Murom, organizadas por la Unión para la Defensa de la Patria del dirigente socialista-revolucionario Boris Savinkov, y la de los obreros de las fábricas de armamento de Izhevsk, inspiradas por los mencheviques y los socialistas-revolucionarios locales. Todas las demás insurrecciones se desarrollaron de manera espontánea y puntual a partir de incidentes que implicaban a comunidades campesinas que rechazaban las requisas o el reclutamiento. Fueron ferozmente reprimidas en algunos días por destacamentos seguros del Ejército Rojo o de la Cheka. Solo la ciudad de Yaroslavl, en la que destacamentos de Savinkov habían derribado el poder bolchevique local, resistió unos quince días. Después de la caída de la ciudad, Dzerzhinsky envió a Yaroslavl una “comisión especial de investigación” que, en cinco días, del 24 al 28 de julio de 1918, ejecutó a 428 personas. [47]

Rehenes y primeros campos de concentración

Durante todo el mes de agosto de 1918 – es decir: antes del desencadenamiento “oficial” del terror rojo el 3 de septiembre – los dirigentes bolcheviques, con Lenin y Dzerzhinsky a la cabeza, enviaron un gran número de telegramas a los responsables locales de la Cheka o del partido, exigiéndoles que tomaran “medidas profilácticas” para evitar cualquier intento de insurrección. Entre estas medidas, explicaba Dzerzhinsky, “las más eficaces son la captura de rehenes entre la burguesía partiendo de listas que habéis establecido para las contribuciones excepcionales descargadas sobre los burgueses (…) el arresto y la reclusión de todos los rehenes y sospechosos en campos de concentración[48]

El 8 de agosto de 1918 Lenin pidió a Tsuriupa, Comisario del pueblo para el Suministro, que redactara un decreto en virtud del cual “en cada distrito productor de cereales, 25 rehenes designados entre los habitantes más acomodados responderán con sus vidas por el no cumplimiento del plan de requisa”. Dado que Tsuriupa se había hecho el sordo, pretextando que era difícil organizar esa captura de rehenes, Lenin le envió una segunda nota todavía más explícita: “No sugiero que se capturen rehenes, sino que sean designados nominalmente en cada distrito. El objeto de esta designación es que los ricos, sujetos a contribución, sean igualmente responsables con su vida de la realización inmediata del plan de requisas en su distrito”. [49]

Además del sistema de rehenes, los dirigentes bolcheviques experimentaron en agosto de 1918 con otro instrumento de represión aparecido en la Rusia de guerra: el campo de concentración. El 9 de agosto de 1918 Lenin telegrafió al Comité Ejecutivo de la provincia de Penza para recluir “a los kulaks, a los sacerdotes, a los guardias blancos y a otros elementos dudosos en un campo de concentración.[50]

Algunos días antes, Dzerzhinsky y Trotsky habían igualmente ordenado la reclusión de los rehenes en “campos de concentración”. Estos “campos de concentración” eran campos de internamiento donde debían ser recluidos, en virtud de una simple medida administrativa y sin el menor juicio, los “elementos dudosos”. En Rusia existían abundantes campos donde habían sido internados numerosos prisioneros de guerra, al igual de lo que sucedía en otros países beligerantes.

Entre los “elementos dudosos” que había que detener de manera preventiva figuraban, en primer lugar, los responsables políticos de oposición que todavía se encontraban en libertad. El 15 de agosto de 1918, Lenin y Dzerzhinsky firmaron la orden de arresto de los principales dirigentes del partido menchevique – Martov, Dan, Potressov, Goldman – cuya prensa ya había sido reducida a silencio y cuyos representantes habían sido expulsados de los soviets. [51]

Para los dirigentes bolchevique, las fronteras entre las distintas categorías de opositores estaban completamente borradas, en una guerra civil que – según explicaban ellos – tenía sus propias leyes.

“La guerra civil no obedece leyes escritas” – escribía en Izvestia el 23 de agosto de a918 Latsis, uno de los principales colaboradores de Dzerzhinsky – “La guerra capitalista tiene sus leyes escritas (…) pero la guerra civil tiene sus propias leyes (…) No solo hay que destruir las fuerzas activas del enemigo sino demostrar que cualquiera que desenfunde la espada contra el orden de clase existente perecerá por la espada. Tales son las reglas que la burguesía ha observado siempre en las guerras civiles que ha desencadenado contra el proletariado (…) Todavía no hemos asimilado de manera suficiente estas reglas. Se mata a los nuestros por centenares y por miles. Ejecutamos a los suyos uno por uno, después de largas deliberaciones ante comisiones y tribunales. En la guerra civil no hay tribunales para el enemigo. Es una lucha a muerte. Si no matas, te matarán. ¡Por lo tanto mata, si no quieres que te maten!” [52]

Los atentados contra Uritsky y Lenin

El 30 de agosto de 1918, dos atentados, uno dirigido contra M.S. Uritsky, jefe de la cheka de Petrogrado, y el otro contra Lenin, afirmaron a los dirigentes bolcheviques en la idea de que una verdadera conjura amenazaba su propia existencia.

En realidad, estos dos atentados no tenían ninguna relación entre sí. El primero había sido cometido, dentro de la más pura tradición del terrorismo revolucionario populista, por un estudiante deseoso de vengar a un amigo oficial ejecutado algunos días antes por la cheka de Petrogrado. En cuanto al segundo, dirigido contra Lenin, atribuido durante mucho tiempo a Fanny Kaplan, una militante cercana a los medios anarquistas y socialistas-revolucionarios, detenida en el momento y ejecutada tres días después de los hechos, parece hoy en día que fue el resultado de una provocación organizada por la Cheka que se escapó de las manos de sus instigadores. [53] El gobierno bolchevique imputó inmediatamente estos atentados a los “socialistas-revolucionarios de derecha, lacayos del imperialismo francés e inglés”. A partir del día siguiente, los artículos de prensa y las declaraciones oficiales llevaron a cabo un llamamiento para incrementar el terror.

“Trabajadores, ” – señalaba el Pravda del 31 de agosto de 1918 – “ha llegado la hora de aniquilar a la burguesía, de lo contrario seréis aniquilados por ella. Las ciudades deben ser implacablemente limpiadas de toda la putrefacción burguesa. Todos estos señores serán fichados y aquellos que representen un peligro para la causa revolucionaria serán exterminados. (…) ¡El himno de la clase obrera será un canto de odio y de venganza”. [54]

El mismo día, Dzerzhinsky y su adjunto Peters redactaron un “llamamiento a la clase obrera” de un tenor semejante: “¡Que la clase obrera aplaste, mediante un terror masivo, a la hidra de la contrarrevolución! ¡Que los enemigos de la clase obrera sepan que todo individuo detenido en posesión ilícita de un arma será ejecutado en el mismo terreno, que todo individuo que se atreva a realizar la menor propaganda contra el régimen soviético será inmediatamente detenido y encerrado en un campo de concentración!

El terror como herramienta y sistema

Impreso en el Izvestia del 3 de septiembre, este llamamiento fue seguido al día siguiente por la publicación de una instrucción enviada por N. Petrovsky, comisario del pueblo para el Interior, a todos los soviets. Petrovsky se quejaba del hecho de que, a pesar de la “represión de masas” ejercida por los enemigos del régimen contra las “masas laboriosas”, el terror rojo tardaba en dejarse sentir:

“Ya es hora de poner fin a toda esa blandura y a ese sentimentalismo. Todos los socialistas-revolucionarios de derecha deben ser inmediatamente detenidos. Hay que capturar un número considerable de rehenes entre la burguesía y los oficiales. A la menor resistencia, hay que recurrir a las ejecuciones masivas. Los comités ejecutivos de provincias deben demostrar la iniciativa en este terreno. Las checas y otras milicias deben identificar y detener a todos los sospechosos y ejecutar inmediatamente a todos los que se hayan comprometido en actividades contrarrevolucionarias (…) Los responsables de los comités ejecutivos deben informar inmediatamente al Comisariado del Pueblo para el Interior de toda blandura e indecisión por parte de los soviets locales (…) Ninguna debilidad, ninguna duda puede ser tolerada en la realización del terror de masas.” [55]

Este telegrama, señal oficial del terror rojo en gran escala, refuta la argumentación desarrollada a posteriori por Dzerzhinsky y Peters, según la cual el terror rojo, expresión de la indignación general y espontánea de las masas contra los atentados del 30 de agosto de 1918, se inició sin la menor directriz del “centro”. En verdad, el terror rojo fue el resultado natural de un odio casi abstracto que alimentaba la mayoría de los dirigentes bolcheviques hacia los “opresores” que estaban dispuestos a liquidar, pero no de manera individual, sino como “clase”. En sus recuerdos, el dirigente menchevique Rafael Abramovich recuerda una conversación muy reveladora que tuvo en agosto de 1917 con Félix Dzerzhinsky, el futuro jefe de la Cheka:

— Abramovich, ¿te acuerdas del discurso de LaSalle sobre la esencia de una constitución?

— Por supuesto.

— Decía que toda constitución está determinada por la relación de las fuerzas sociales en un país y en un momento dados. Me pregunto cómo podía cambiar esa correlación entre lo político y lo social.

— Pues bien, mediante los diversos procesos de evolución económica y política, mediante la emergencia de nuevas formas económicas, el ascenso de ciertas clases sociales, etc. todas esas cosas que tú conoces perfectamente, Félix.

— Sí, pero ¿no se podría cambiar radicalmente esa correlación? ¿Por ejemplo, mediante la sumisión o el exterminio de algunas clases de la sociedad?  [56]

Una crueldad de este tipo, fría, calculada, cínica, fruto de una lógica implacable de “guerra de clases”, llevada hasta su extremo, era compartida por numerosos bolcheviques. Grigori Zinoviev declaró: “Para deshacernos de nuestros enemigos debemos tener nuestro propio terror socialista. Debemos atraer a nuestro lado, digamos, a 90 de los 100 millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados”. [57]

El 5 de septiembre, el gobierno soviético legalizó el terror en virtud del famoso decreto “Sobre el terror rojo”: “En la situación actual resulta absolutamente vital reforzar a la Cheka (…), proteger a la república soviética contra sus enemigos de clase aislando a éstos en campos de concentración, fusilar en el mismo lugar a todo individuo relacionado con organizaciones de guardias blancos, conjuras, insurrecciones o tumultos; publicar los nombres de los individuos fusilados dando las razones por las que han sido pasados por las armas”. [58] Como reconoció después Dzerzhinsky, “los textos de los días 3 y 5 de septiembre de 1918 nos atribuían finalmente de manera legal aquello contra lo que incluso algunos camaradas del partido habían protestado hasta entonces, el derecho de acabar sobre el terreno, sin tener que informar a nadie, con la canalla contrarrevolucionaria”.

En una circular interna, fechada el 17 de septiembre, Dzerzhinsky invitó a todas las chekas locales a “acelerar los procedimientos y a terminar, es decir a liquidar, los asuntos pendientes”. [59] Las “liquidaciones” habían, de hecho, empezado el 31 de agosto. El 3 de septiembre de 1918 Izvestia informó que más de 500 rehenes habían sido ejecutados por la cheka local de Petrogrado en el curso de los días anteriores. Según una fuente chekista, 800 personas habían sido ejecutadas en el curso del mes de septiembre de 1918 en Petrogrado. Esta cifra está calculada considerablemente a la baja. Un testigo de los acontecimientos relataba los siguientes detalles: “En Petrogrado, una enumeración superficial da un resultado de 1.300 ejecuciones (…) Los bolcheviques no cuentan en sus “estadísticas” a los centenares de oficiales y de civiles fusilados en Kronstadt por orden de las autoridades locales. Nada más que en Kronstadt, en una sola noche, fueron fusiladas 400 personas. Se excavaron en el patio tres grandes fosas, 400 personas fueron colocadas ante ellas y ejecutadas una detrás de la otra”. [60]

En una entrevista concedida el 3 de noviembre de 1918 al periódico Utro Moskvy, el brazo derecho de Dzerzhinsky, Peters, reconoció que “en Petrogrado los chekistas sensibleros (sic) terminaron por perder la cabeza y derrocharon celo. Antes del asesinato de Uritsky no se había ejecutado a nadie – créame, a pesar de todo lo que se afirma, no soy tan sanguinario como se dice – mientras que después hubo demasiadas pocas ejecuciones y, a menudo, sin discernimiento. Por su parte, Moscú no respondió al atentado contra Lenin más que con la ejecución de algunos ministros del zar”. [61]

Siempre según Izvestia, “solamente” 29 rehenes fueron pasados por las armas en Moscú los días 3 y 4 de septiembre. Entre ellos figuraban dos antiguos ministros de Nicolás II: N. Jvostov (Interior) y I. Shcheglovitov (Justicia). No obstante, numerosos testimonios concordantes hacen referencia a centenares de ejecuciones de rehenes en las prisiones moscovitas durante las “matanzas de septiembre”.

En esos tiempos del terror rojo, Dzerzhinsky hizo publicar un periódico Ezhenedelnik VChK (El Semanario de la Cheka), abiertamente encargado de propagar los méritos de la policía política y de estimular el “justo deseo de venganza de las masas”. Durante seis semanas y hasta su supresión por orden del Comité Central – en un momento en que la Cheka era puesta en tela de juicio por bastantes responsables bolcheviques – este semanario relató sin tapujos ni pudor las detenciones de rehenes, los internamientos en campos de concentración, las ejecuciones, etc. Constituye una fuente oficial, y a la mínima, del terror rojo durante los meses de septiembre y octubre de 1918.

En él se lee que, en la cheka de Nizhni-Novgorod, particularmente dispuesta a reaccionar bajo las órdenes de Nicolai Bulganin – futuro Jefe de Estado soviético de 1954 a 1957 – se ejecutó desde el 31 de agosto a 141 rehenes. En tres días se detuvo a 700 rehenes en esta ciudad media de Rusia. En Viatka, la cheka regional de los Urales evacuada de Ekaterimburgo informaba de la ejecución de 23 “antiguos policías”, de 154 “contrarrevolucionarios, de 8 “monárquicos”, de 28 “miembros del partido constitucional demócrata”, de 186 “oficiales”, de 10 “mencheviques y eseristas de derecha”, en el espacio de una semana. La cheka de Ivano-Voznessensk anunciaba la captura de 181 rehenes, la ejecución de 25 “contrarrevolucionarios” y la creación de “un campo de concentración con capacidad para 1.000 personas”. Por lo que se refiere a la cheka de la pequeña ciudad de Sebezsk, “16 kulaks (fueron) pasados por las armas y un sacerdote que había celebrado una misa por el sanguinario Nicolás II”. En relación con la cheka de Tevr, se informaba de 130 rehenes y 39 ejecuciones. Por lo que se refiere a la cheka de Perm, habían tenido lugar 50 ejecuciones. Se podría prolongar esta catálogo macabro extraído de algunos de los seis números aparecidos en el “Semanario de la Cheka”. [62]

Otros diarios provinciales señalaron igualmente, durante el otoño de 1918, millares de arrestos y de ejecuciones. Así, para no indicar más que dos ejemplos: el único número aparecido de Izvestia Tsaritsynkoi Gobcheka (Noticias de la cheka provincial de Tsarytsin) hacía referencia a la ejecución de 103 personas durante la semana del 3 al 10 de septiembre de 1918. Del 1 al 3 de noviembre de 1918, 361 comparecieron ante el tribunal local de la Cheka: 50 fueron condenadas a muerte, las otras a “reclusión en campos de concentración, como medida profiláctica, y en calidad de rehenes hasta la liquidación completa de todas las insurrecciones contrarrevolucionarias”. El único número de Izvestia Penzevskoi Gubcheka (Noticias de la cheka provincial de Penza) informaba sin ningún otro comentario: “Por el asesinato del camarada Egorov, obrero de Petrogrado de misión en un destacamento de requisa, 152 guardias blancos han sido ejecutados por la cheka. En el futuro se adoptarán otras medidas aun más rigurosas (sic) contra todos aquellos que levanten el brazo contra el brazo armado del proletariado”. [63]

Los informes confidenciales (svodki) de las chekas locales enviados a Moscú, accesibles desde hace poco, confirman por regla general la brutalidad con que fueron reprimidos durante el verano de 1918 los menores incidentes entre las comunidades campesinas y las autoridades locales; incidentes que tenían por regla general su origen en el rechazo de las requisas o del reclutamiento y que fueron sistemáticamente catalogados como “disturbios kulaks contrarrevolucionarios” y reprimidos sin piedad.

Balance del número de víctimas

Resulta inútil intentar calcular el número de víctimas de esta primera oleada del terror rojo. Latsis, uno de los principales dirigentes de la Cheka, pretendía que en el segundo trimestre de 1918 la Cheka había ejecutado a 4.500 personas, añadiendo, no sin cinismo, “si se puede acusar a la Cheka de algo, no es de exceso de celo en las ejecuciones, sino de insuficiencia en la aplicación de las medidas supremas de castigo, es decir, una mano de hierro disminuye siempre la cantidad de víctimas”. [64]

A finales de octubre de 1918, el dirigente menchevique Yuri Martov estimaba el número de las víctimas directas de la Cheka desde inicios del mes de septiembre, en “más de 10.000”. [65]

Sea cual fuere el número exacto de las víctimas del terror rojo del otoño de 1918 – y solamente el número de ejecuciones de las que informó la prensa nos sugiere que no podría ser inferior a 10.000 o 15.000 – este terror consagró definitivamente la práctica bolchevique de tratar de cualquier forma de resistencia real o potencial en el marco de una guerra civil, sin misericordia, según la expresión de Latsis, de acuerdo con “sus propias leyes”. Si los obreros se declaraban en huelga – como fue, por ejemplo, el caso de la fábrica de armamento de Motovilija, en la provincia de Perm, a principios del mes de noviembre de 1918 – para protestar contra el principio bolchevique de racionamiento “en función del origen social” y contra los abusos de la cheka local, la fábrica entera era inmediatamente declarada “en estado de insurrección” por las autoridades. Ninguna negociación con los huelguistas: cierre y despido de todos los obreros, arresto de los “agitadores”, búsqueda de los “contrarrevolucionarios” mencheviques sospechosos de haber originado la huelga. [66] Estas prácticas habían sido, en realidad, moneda corriente desde el verano de 1918. Sin embargo, en el otoño, la cheka local, por añadidura bien organizada y “estimulada” por los llamados al homicidio procedentes del centro, fue más lejos en la represión. Hizo ejecutar a más de 100 huelguistas, sin ningún tipo de proceso.

De por sí estas magnitudes – entre 10.000 a 15.000 ejecuciones sumarias en dos meses – ponía de manifiesto de allí en adelante un verdadero cambio cuantitativo en relación con el período zarista. Basta recordar que, para el conjunto del período de 1825-1917, el número de sentencias de muerte pronunciadas por los tribunales zaristas (incluidos los tribunales militares), en todos los asuntos que habían tenido que juzgar “en relación con el orden político” se había elevado, en 92 años, a 6.321, con un máximo de 1.310 condenas a muerte en 1906, año de reacción contra los revolucionarios de 1905. En algunas semanas, la Cheka sola ejecutó entre dos y tres veces más personas que el Imperio zarista había condenado a muerte en 92 años. Condenas zaristas dictadas en virtud de procedimientos legales y que no fueron ejecutadas en todos los casos ya que buena parte de las sentencias fueron conmutadas por penas de trabajos forzados. [67]

Este cambio cuantitativo superaba las cifras desnudas. La introducción de categorías nuevas, tales como la de “sospechoso”, “enemigo del pueblo”, “rehén”, “campo de concentración” o “tribunal revolucionario”; de prácticas inéditas como “la reclusión profiláctica” o la ejecución sumaria, sin juicio, de centenares y hasta de miles de personas detenidas por una policía política de nuevo cuño, situada por encima de las leyes, constituía en realidad una verdadera revolución copernicana.

Consolidación de la Cheka

Esta revolución fue de tal magnitud que algunos dirigentes bolcheviques no estuvieron preparados para ella. De ello da testimonio la polémica que se desarrolló en los medios dirigentes bolcheviques entre octubre y diciembre de 1918 en torno al papel de la Cheka. En ausencia de Dzerzhinsky – enviado a Suiza de incógnito por un mes para que rehiciera su salud mental y física – el Comité Central del partido bolchevique discutió el 25 de octubre de 1918 una nueva condición para la Cheka. Criticando los “plenos poderes” otorgados a una organización que pretendía actuar por encima de los soviets y del mismo partido, Bujarin, Olminsky, uno de los veteranos del partido, y Petrovsky, comisario del pueblo para el Interior, solicitaron que se adoptaran medidas para limitar los “excesos de celo de una organización repleta de criminales y de sádicos, de elementos degenerados del lumpen-proletariado”. Se creó una comisión de control político. Kamenev, que formaba parte de la misma, llegó incluso hasta el punto de proponer la abolición pura y simple de la Cheka. [68]

Pero el bando de los partidarios incondicionales de ésta se salió muy pronto con la suya. En él figuraban, además de Dzerzhinsky, eminencias del partido como Sverdlov, Stalin, Trotsky y, por supuesto, Lenin. Éste adoptó resueltamente la defensa de una institución “injustamente atacada por algunos excesos, por una inteligencia limitada (…) incapaz de considerar el problema del terror desde una perspectiva más amplia[69]

El 19 de diciembre de 1918, a propuesta de Lenin, el Comité Central adoptó una resolución que prohibía a la prensa bolchevique publicar “artículos calumniosos contras las instituciones, fundamentalmente contra la Cheka que realiza su trabajo en condiciones particularmente difíciles”. Así se cerró el debate. El “brazo armado de la dictadura del proletariado” recibió su visto bueno de infalibilidad. Como dijo Lenin: “un buen comunista es igualmente un buen chekista”.

A principios de 1919, Dzerzhinsky obtuvo del Comité Central la creación de departamentos especiales de la Cheka responsables, además, de la seguridad militar. El 16 de marzo de 1919 fue nombrado comisario del pueblo para el Interior y emprendió una reorganización, bajo la égida de la Cheka, del conjunto de milicias, tropas, destacamentos y unidades auxiliares relacionadas hasta entonces con diversas administraciones. En mayo de 1919, todas estas unidades – milicias de ferrocarriles, destacamentos de suministros, guardias fronterizos, batallones de la Cheka – fueron agrupados en un cuerpo especial, las “Tropas de la Defensa Interna de la República”, que iban a alcanzar los 200.000 hombres en 1921.

Estas tropas estaban encargadas de asegurar la vigilancia de los campos, de las estaciones y de otros puntos estratégicos, de llevar a cabo las operaciones de requisa, pero también y sobre todo, de reprimir las revueltas campesinas, los disturbios obreros y los amotinamientos del Ejército Rojo. Las unidades especiales de la Cheka y las tropas de defensa internas de la república – es decir, cerca de los 200.000 hombres en total – representaban una formidable fuerza de miedo y represión, un verdadero ejército en el seno de un Ejército Rojo minado por las deserciones, y que no llegó nunca, a pesar de los efectivos teóricamente muy elevados del orden de los 3 a 5 millones, a reunir más de 500.000 soldados equipados. [70]

Los inicios del GULAG

Uno de los primeros decretos del nuevo comisario del pueblo para el Interior se ocupó de las modalidades de organización de los campos de concentración que existían desde el verano de 1918 sin la menor base legal o reglamentaria. El decreto del 15 de abril de 1919 distinguía dos tipos de campos de reclusión: los “campos de trabajo forzado” donde estaban, en principio, confinados aquellos que habían sido condenados por un tribunal, y los “campos de concentración”, que agrupaban a las personas encarceladas, por regla general en calidad de “rehenes”, en virtud de una simple medida administrativa. En realidad, las diferencias entre estos dos tipos de campos de reclusión siguieron siendo fundamentalmente teóricas, como deja de manifiesto la instrucción complementaria del 17 de mayo de 1919 que, además de la creación de “al menos un campo de reclusión en cada provincia, de una capacidad mínima para 300 personas”, preveía una lista tipo de 16 categorías de personas a las que había que internar. Entre éstas figuraban contingentes tan diversos como “rehenes procedentes de la alta burguesía”, funcionarios del antiguo régimen hasta el grado de asesor de colegio y los fiscales y sus adjuntos, alcaldes “de las ciudades que tuvieran rango de cabeza de partido”, “personas condenadas bajo el régimen soviético a todo tipo de penas por delitos de parasitismo, proxenetismo, prostitución”, “desertores ordinarios (no reincidentes) y soldados prisioneros de la guerra civil”, etc. [71]

El número de personas internadas en los campos de trabajo o de concentración experimentó un aumento constante durante los años 1919-1921, pasando de aproximadamente 16.000 en mayo de 1919 a más de 60.000 en septiembre de 1921. [72] Estas cifras no tienen en cuenta numerosos campos de reclusión abiertos en las regiones que se habían sublevado contra el poder soviético. Así, solamente en la provincia de Tambov, se contaba en el verano de 1921 con al menos 50.000 “bandidos” y “miembros de las familias de los bandidos capturados como rehenes” en los siete campos de concentración abiertos por las autoridades encargadas de la represión de la sublevación campesina. [73]

La Guerra Sucia

La guerra civil

La guerra civil en Rusia ha sido analizada generalmente como un conflicto entre los rojos (bolcheviques) y los blancos (monárquicos). En realidad, más allá de los enfrentamientos militares entre los dos ejércitos, el Ejército Rojo y las diversas unidades que componían el ejército blanco bastante heteróclito, lo más importante fue lo que sucedió en la retaguardia de las líneas del frente principales. Esta dimensión de la guerra civil fue la del “frente interior”.

Se caracterizó por una represión multiforme ejercida por los poderes establecidos, blanco o rojo, contra los militantes políticos de los partidos o de los grupos de oposición, contra los obreros que se habían declarado en huelga por sus reivindicaciones, contra los desertores que huían del reclutamiento o de su unidad, o simplemente contra ciudadanos que pertenecían a una clase social sospechosa u “hostil”, y cuyo único delito era el haberse encontrado en una ciudad o en una población reconquistada por el “enemigo”. La lucha en el frente interior de la guerra civil fue también, y ante todo, la resistencia opuesta por millones de campesinos, insumisos y desertores, aquellos a los que tanto los rojos como los blancos denominaban “los verdes”, y que desempeñaron un papel a menudo decisivo en el avance o en la derrota de uno u otro bando.

Así, el verano de 1919 conoció inmensas revueltas campesinas contra el poder bolchevique, en el Volga medio y en Ucrania, que permitieron al almirante Kolchak y al general Denikin hundir las líneas bolcheviques en centenares de kilómetros. De modo recíproco, algunos meses más tarde, fue la sublevación de los campesinos siberianos desesperados por el establecimiento de los derechos de los terratenientes lo que precipitó la derrota del almirante blanco Kolchak frente al Ejército Rojo.

Mientras que las operaciones militares de envergadura entre blancos y rojos apenas duraron más de un año – de finales de 1919 a inicios de 1920 – lo esencial de lo que se acostumbra designar con el término de “guerra civil” aparece en realidad como una “guerra sucia”, una guerra de "pacificación" llevada a cabo por las diversas autoridades, militares o civiles, rojas o blancas, contra todos los opositores, potenciales o reales, en las zonas que cada uno de los dos bandos controlaba momentáneamente. En las regiones controladas por los bolcheviques, fue la “lucha de clases” contra “los de arriba”, los burgueses, los “elementos socialmente extraños”; la persecución de los militantes de todos los partidos no bolcheviques; la represión de las huelgas obreras, de los motines de unidades poco seguras del Ejército Rojo, de las revueltas campesinas. En las zonas controladas por los blancos fue la persecución de elementos sospechosos de posibles simpatías “judeo-bolcheviques”.

Los bolcheviques no tuvieron el monopolio del terror. Existió un terror blanco cuya expresión más visible fue la oleada de pogroms cometidos en Ucrania durante el verano y el otoño de 1919 por destacamentos del ejército de Denikin y unidades de Petlyura y que causaron cerca de 150.000 víctimas. Pero, como ha subrayado la mayoría de los historiadores del terror rojo y del terror blanco durante la guerra civil rusa, los dos terrores no pueden ser colocados al mismo nivel.

La política del terror bolchevique fue más sistemática, más organizada, pensada y puesta en funcionamiento como tal mucho antes de la guerra y establecida teóricamente contra grupos enteros de la sociedad. El terror blanco nunca fue erigido en sistema. Casi siempre fue la acción de destacamentos incontrolados que escapaban a la autoridad de un comandante militar que intentaba, sin gran éxito, cumplir las funciones de gobierno. Si se exceptúan los pogroms, condenados por Denikin, el terror blanco por regla general se limitó a ser una represión policial al estilo de un servicio de contraespionaje militar. Frente al contraespionaje de las unidades blancas, la Cheka y las tropas de defensa interna de la República constituían un instrumento de represión mucho más estructurado y poderoso, que se beneficiaba de todas las prioridades del régimen bolchevique.

Los objetivos del terror y la represión

Como en toda guerra civil, es difícil elaborar un balance completo de las formas de represión y de los tipos de terror perpetrados por uno u otro de los bandos intervinientes. El terror bolchevique se relaciona con varias tipologías pertinentes. Con sus métodos, sus especifidades y sus blancos privilegiados, fue muy anterior a la guerra civil propiamente dicha, que no estalló sino hasta finales del verano de 1918. En la continuidad de una evolución que se puede seguir desde los primeros meses del régimen, hemos escogido una tipología que hace referencia a los principales grupos de víctimas sometidas a una represión consecuente y sistemática:

  • Los militantes políticos no bolcheviques, desde los anarquistas hasta los monárquicos.
  • Los obreros en lucha por sus derechos más elementales – el pan, el trabajo, un mínimo de libertad y de dignidad.
  • Los campesinos – a menudo desertores – implicados en una de las innumerables revueltas campesinas o motines de unidades del Ejército Rojo.
  • Los cosacos, deportados en masa como grupo social y étnico considerado hostil al régimen soviético. La “descosaquización” preanuncia las grandes operaciones de deportación de los años 30 (“deskulakización”, deportación de grupos étnicos) y subraya la continuidad entre la fase leninista y la stalinista en materia de política represiva.
  • Los “elementos socialmente extraños” y otros “enemigos del pueblo”, sospechosos y rehenes liquidados “preventivamente”, en lo fundamental durante la evacuación de las ciudades por los bolcheviques o, por el contrario, durante la recuperación de ciudades y de territorios ocupados en algún momento por los blancos.

La represión que afectó a los militantes políticos de los diversos partidos de oposición al régimen bolchevique es, sin duda, la mejor conocida. Los principales dirigentes de los partidos de oposición, encarcelados, a menudo exiliados, pero que generalmente quedaron con vida, dejaron numerosos testimonios, a diferencia de los militantes obreros y de los campesinos corrientes, fusilados sin proceso o asesinados en el curso de operaciones punitivas de la Cheka.

Uno de los primeros hechos de armas de ésta había sido el asalto, desencadenado el 11 de abril de 1918, contra los anarquistas de Moscú, de los que varias docenas fueron ejecutadas sobre el terreno. La lucha contra los anarquistas no se debilitó en el curso de los años siguientes, aunque muchos de ellos se unieron a las filas de los bolcheviques, ocupando incluso puestos importantes en la Cheka, como Alexander Goldberg, Mijail Brener o Timofei Samsonov. El dilema de la mayoría de los anarquistas, que rehusaban tanto la dictadura bolchevique como el regreso de los partidarios del antiguo régimen, queda ilustrado por los cambios del gran dirigente anarquista campesino Majno, que tuvo que hacer causa común con el Ejército Rojo contra los blancos y después, una vez que quedó descartada la amenaza blanca, tuvo que combatir a los rojos para intentar salvaguardar sus ideales.

Millares de militantes anarquistas anónimos fueron ejecutados como “bandidos” durante la represión llevada a cabo contra los ejércitos campesinos de Majno y de sus partidarios. Estos campesinos constituyeron, al parecer, la inmensa mayoría de las víctimas anarquistas si se cree en el balance, incompleto sin duda pero único disponible, de la represión bolchevique presentado por los anarquistas rusos en el exilio de Berlín en 1922. Este balance hacía referencia a 138 militantes anarquistas ejecutados durante los años 1919-1921, 281 exiliados y 608 que seguían encarcelados al 1° de enero de 1922.

Aliados de los bolcheviques hasta el verano de 1918, los socialistas revolucionarios (eseristas) de izquierda se beneficiaron, hasta febrero de 1919, de una relativa clemencia. Su dirigente histórica, María Spiridonova, presidió en diciembre de 1918 un congreso de su partido, tolerado por los bolcheviques. Tras haber condenado vigorosamente el terror practicado de manera cotidiana por la Cheka, fue detenida junto con otros 210 militantes, el 10 de febrero de 1919 y condenada por el tribunal revolucionario a “la detención en un sanatorio, dado su estado histérico”. Se trató del primer ejemplo bajo el régimen soviético de confinamiento de un opositor político en un establecimiento psiquiátrico.

María Spiridonova consiguió evadirse y dirigir en la clandestinidad al partido socialista revolucionario de izquierda prohibido por los bolcheviques. Según fuentes de la Cheka, 58 organizaciones socialistas revolucionarias de izquierda habrían sido desmanteladas en 1919 y 45 en 1920. En el curso de estos dos años, 1.875 militantes habrían sido encarcelados en calidad de rehenes, conforme a las directivas de Dzerzhinsky, que había declarado el 18 de marzo de 1919: “De ahora en adelante, la Cheka no distinguirá entre los guardias blancos del tipo Krasnov y los guardias blancos del campo socialista (…) Los eseristas y los mencheviques detenidos serán considerados como rehenes y su suerte dependerá del comportamiento político de su partido”. [74]

Para los bolcheviques, los socialistas revolucionarios de derecha habían sido siempre considerados como los rivales políticos más peligrosos. Nadie había olvidado que habían sido mayoritarios en el país, y por amplio margen, durante las elecciones libres celebradas por sufragio universal en noviembre/diciembre de 1917. Tras la disolución de la Asamblea Constituyente, en la que disponían de la mayoría absoluta de los escaños, los socialistas revolucionarios habían continuado teniendo su lugar en los soviets y en el Comité Ejecutivo Central de los soviets, de donde fueron expulsados junto con los mencheviques en junio de 1918. Una parte de los dirigentes socialistas-revolucionarios constituyó entonces, con los constitucionalistas-demócratas (los “kadetes”) y los mencheviques, gobiernos efímeros en Samara y en Omsk, pronto derribados por el almirante blanco Kolchak. Sorprendidos entre dos fuegos, entre los bolcheviques y los blancos, socialistas-revolucionarios y mencheviques tuvieron muchas dificultades para definir una política coherente de oposición a un régimen bolchevique que llevaba frente a la oposición socialista moderada una política hábil en la que alternaba medidas de apaciguamiento con maniobras de infiltración y represión.

Después de haber autorizado del 20 al 30 de marzo de 1919 – en el punto más delicado de la ofensiva del almirante Kolchak – la reaparición, del diario socialista-revolucionario Delo Naroda (La Causa del Pueblo), la Cheka desencadenó el 31 de marzo de 1919 una gran redada contra los militantes socialistas-revolucionarios y los mencheviques, aunque sus partidos no eran objeto de ninguna prohibición legal.

Más de 1.900 militantes fueron detenidos en Moscú, Tula, Smolensk, Voronezh, Penza, Samara, Kostroma. [75] ¿Cuántos fueron ejecutados sumariamente en la represión de las huelgas y de las revueltas campesinas en las que los mencheviques y los socialistas-revolucionarios representaron a menudo los primeros papeles? Disponemos de pocas cifras porque, aunque se sabe, bien que aproximadamente, el número de víctimas de los principales episodios de las represiones censadas, se ignora la proporción de militantes políticos implicados en estas matanzas.

Una segunda oleada de arrestos siguió al artículo que Lenin publicó en Pravda el 28 de agosto de 1919, donde fustigaba una vez más a los eseristas y a los mencheviques “cómplices y servidores de los blancos, de los terratenientes y de los capitalistas”. Según las fuentes de la Cheka, 2.380 socialistas-revolucionarios y mencheviques fueron detenidos en el curso de los cuatro últimos meses de 1919. [76]

Después de que el dirigente socialista-revolucionario Víctor Chernov, presidente por un día de la Asamblea Constituyente disuelta, activamente buscado por la policía política, hubo ridiculizado a la Cheka y al gobierno tomando la palabra, bajo una falsa identidad y enmascarado, en un mitin organizado por el sindicato de tipógrafos en honor de una delegación obrera inglesa el 23 de mayo de 1920, la represión contra los militantes socialistas adquirió una nueva virulencia. Toda la familia de Chernov fue reducida a la condición de rehén y los dirigentes socialistas-revolucionarios que todavía estaban en libertad fueron  arrojados a la prisión. [77]

Durante el verano de 1920, más de 2.000 militantes socialistas-revolucionarios y mencheviques, debidamente fichados, fueron detenidos y encarcelados como rehenes. Un documento interno de la Cheka, de fecha 1° de julio de 1920, explicaba así con un raro cinismo las grandes líneas de acción que había que llevar a cabo contra los opositores socialistas: “En lugar de prohibir estos partidos, lo que los llevaría a una clandestinidad que podría ser difícil de controlar, es mucho más preferible dejarles en una situación semi-legal. Así resulta más fácil tenerlos a mano y extraer de ellos, cuando sea necesario, promotores de disturbios, renegados y otros proveedores de informaciones útiles (…) Frente a estos partidos antisoviéticos, es indispensable aprovecharse de la situación de guerra actual para imputar a sus miembros crímenes tales como “actividad contrarrevolucionaria”, “alta traición”, “desorganización de la retaguardia”, “espionaje en beneficio de una potencia extranjera intervencionista”, etc.”  [78]

De todos los episodios de represión, uno de los más cuidadosamente ocultados por el nuevo régimen fue la violencia ejercida contra el mundo obrero, en nombre del cual los bolcheviques habían tomado el poder. Comenzada en 1918, esta represión se desarrolló en 1919-1920 para culminar en la primavera de 1921 con el episodio, bien conocido, de Kronstadt. El mundo obrero de Petrogrado había manifestado desde principios de 1918 su desafío frente a los bolcheviques. Después del fracaso de la huelga general del 2 de julio de 1918, el segundo período álgido de problemas obreros en la antigua capital estalló en marzo de 1919, después de que los bolcheviques detuvieran a numerosos dirigentes socialistas-revolucionarios, entre los cuales se encontraba María Spiridonova quien acababa de efectuar un recorrido memorable por las principales fábricas de Petrogrado en todas las cuales había sido aclamada.

Estos arrestos desencadenaron – en una coyuntura ya muy tensa a causa de las dificultades del aprovisionamiento – un vasto movimiento de protestas y huelgas. El 10 de marzo de 1919, la asamblea general de obreros de las fábricas Putilov, en presencia de 10.000 participantes, adoptó una proclama que condenaba solemnemente a los bolcheviques: “Este gobierno es solo una dictadura del Comité Central del Partido Comunista que gobierna con la Cheka y los tribunales revolucionarios”. [79]

Represión a los obreros

La proclama exigía el paso de todo el poder a los soviets, la libertad de elecciones en los soviets y en los comités de fábrica, la suspensión de las limitaciones sobre las cantidades de alimentos que los obreros estaban autorizados a traer desde el campo hasta Petrogrado (1.5 puds, es decir: 24 kilos), y una liberación de todos los prisioneros políticos de los “auténticos partidos revolucionarios” y muy especialmente de María Spiridonova.

Para intentar frenar un movimiento que cada día adquiría una mayor amplitud, Lenin en persona se dirigió, los días 12 y 13 de marzo de 1919, a Petrogrado. Pero cuando quiso tomar la palabra en las fábricas en huelga ocupadas por los obreros, fue abucheado juntamente con Zinoviev a los gritos de “¡Abajo los judíos y los comisarios!”. [80] El viejo trasfondo del antisemitismo popular, siempre dispuesto a salir a la superficie, identificó  inmediatamente a judíos y bolcheviques en cuanto éstos perdieron el crédito del que habían disfrutado de manera momentánea, inmediatamente después de la revolución de octubre de 1917. El hecho que una proporción importante de los dirigentes bolcheviques más conocidos – Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Rykov, Radek, etc. – eran judíos justificaba, a los ojos de las masas, esta identificación de bolcheviques con judíos.

El 16 de marzo de 1919, los destacamentos de la Cheka tomaron por asalto la fábrica Putilov, defendida con las armas en la mano. Alrededor de 900 obreros fueron detenidos. En el curso de los días siguientes, cerca de 200 huelguistas fueron ejecutados sin juicio en la fortaleza de Schüsselbourg, distante unos 50 km de Petrogrado. Según un nuevo ritual, los huelguistas, todos despedidos, solo fueron readmitidos después de haber firmado una declaración en  la cual reconocían haber sido engañados e “inducidos al crimen” por agitadores contrarrevolucionarios. [81] Además, los obreros iban a verse sometidos a una profunda vigilancia. A partir de la primavera de 1919, el departamento secreto de la Cheka puso en funcionamiento en muchos centros obreros toda una red de informadores encargados de informarles regularmente sobre el “estado de la moral” en tal o cual fábrica. Clases laboriosas, clases peligrosas. . .

La primavera de 1919 estuvo marcada por huelgas muy numerosas salvajemente reprimidas en varios centros obreros de Rusia, en Tula, Sormovo, Orel, Briansk, Tver, Ivanovo-Vozsnessenk, Astracán. [82] Las reivindicaciones obreras eran casi idénticas en todas partes. Reducidos al hambre por salarios de miseria que cubrían solamente el precio de una cartilla de racionamiento que aseguraba media libra de pan por día, los huelguistas reclamaban en primer lugar la equiparación de sus raciones con las de los soldados del Ejército Rojo. Pero sus demandas eran también y ante todo políticas: supresión de los privilegios para los comunistas, liberación de todos los presos políticos, elecciones libres al comité de fábrica y al soviet, interrupción del reclutamiento en el Ejército Rojo, libertad de asociación, de expresión, de prensa, etc.

Lo que convertía a estos movimientos en peligrosos a los ojos del poder bolchevique era que atraían a menudo a las unidades militares acuarteladas en las ciudades obreras. En Orel, Briansk, Gomel, Astracán, los soldados amotinados se unieron a los huelguistas a los gritos de “muerte a los judíos, abajo los comisarios bolcheviques”. Ocuparon y saquearon una parte de la ciudad que no fue reconquistada por los destacamentos de la Cheka y las topas que permanecieron fieles al régimen más que después de varios días de combate. [83]

Frente a estas huelgas y estos motines, la represión fue diversa. Desde el lock-out masivo del conjunto de las fábricas, con  confiscación de las cartillas de racionamiento – una de las armas más eficaces del poder bolchevique fue el arma del hambre – hasta la ejecución masiva, por centenares, de huelguistas y de amotinados.

Las matanzas de Tula y Astracán

Entre los episodios represivos más significativos figuran, en marzo-abril de 1919, los de Tula y Astracán. Dzerzhinsky se dirigió en persona a Tula, capital histórica de la fabricación de armas en Rusia, el 3 de abril de 1919, para liquidar la huelga de los obreros de las fábricas de armamentos. Durante el invierno de 1918-1919 estas fábricas, vitales para el Ejército Rojo – se fabricaba en ellas entre el 80 y el 90% de los fusiles producidos en Rusia – ya habían sido teatro de paros y de huelgas. Los mencheviques y los socialistas-revolucionarios eran ampliamente mayoritarios entre los militantes políticos con peso en este medio obrero altamente calificado. El arresto, a principios de marzo de 1919, de centenares de militantes socialistas suscitó una oleada de protestas que culminó el 27 de marzo durante una inmensa “marcha por la libertad y contra el hambre” que reunió a millares de obreros y de ferroviarios. El 4 de abril, Dzerzhinsky hizo detener todavía a 800 “agitadores” y evacuar por la fuerza las fábricas ocupadas desde hacía varias semanas por los huelguistas. Todos los obreros fueron despedidos. La resistencia obrera fue quebrantada mediante el arma del hambre. Desde hacía varias semanas no se habían atendido las cartillas de racionamiento. Para obtener nuevas cartillas, que dieran derecho a 250 gramos de pan y a recuperar el trabajo después del lock-out general, los obreros tuvieron que firmar una petición de readmisión que estipulaba fundamentalmente que cualquier detención del trabajo sería asimilada a una deserción castigada con la pena de muerte. El 10 de abril la producción se reinició. El día anterior, 26 “agitadores” habían sido pasados por las armas. [84]

La ciudad de Astracán, cerca de la desembocadura del Volga, tenía en la primavera de 1919 una importancia estratégica muy especial. Constituía el último cerrojo bolchevique que impedía la unión de las tropas del almirante Kolchak, en el noreste, y las del general Denikin, en el suroeste. Sin duda, esta circunstancia explica la extraordinaria violencia con la que fue reprimida en marzo de 1919 la huelga obrera de esta ciudad.

Comenzada a inicios de marzo por razones a la vez económicas – normas de racionamiento muy bajas – y políticas – el arresto de los militantes socialistas – la huelga degeneró el 10 de marzo cuando el regimiento número 45 de infantería se negó a disparar sobre los obreros que desfilaban por el centro de la ciudad. Tras unirse a los huelguistas, los soldados se pusieron a saquear la sede del partido bolchevique, matando a varios responsables. Sergei Kirov, presidente del comité militar revolucionario de la región, ordenó entonces “el exterminio sin piedad de los sucios guardias blancos por todos los medios”. Las tropas que permanecieron fieles al régimen y los destacamentos de la Cheka bloquearon todos los accesos de la ciudad antes de emprender metódicamente la reconquista. Cuando las prisiones estuvieron llenas hasta reventar, amotinados y huelguistas fueron embarcados en gabarras desde donde fueron precipitados por centenares en el Volga con una piedra al cuello.

Del 12 al 14 de marzo, se fusilaron y se ahogaron entre 2.000 y 4.000 obreros huelguistas y amotinados. A partir del 15, la represión golpeó a los “burgueses” de la ciudad, bajo el pretexto de que habían “inspirado” la conspiración de la “guardia blanca” de la cual los obreros y soldados no habrían sido más que la infantería. Durante dos días, las ricas moradas de los comerciantes de Astracán fueron entregadas al pillaje y sus propietarios detenidos y fusilados. Los cálculos, inseguros, del número de víctimas “burguesas” de las matanzas de Astracán oscilan entre 600 y 1.000 personas. En total, en una semana, entre 3.000 y 5.000 personas fueron ejecutadas o ahogadas. En cuanto al número de comunistas muertos e inhumados con gran pompa el 18 de marzo – día del aniversario de la Comuna de París como subrayaron las autoridades – se elevó a 47.

Durante mucho tiempo recordado como un simple episodio de la guerra entre rojos y blancos, la matanza de Astracán se revela hoy en día, a la luz de los documentos disponibles procedentes de los archivos, según su verdadera naturaleza: la mayor matanza de obreros realizada por el poder bolchevique antes de la de Kronstadt. [85]

La militarización del trabajo

A finales de 1919 y a principios de 1920, las relaciones entre el poder bolchevique y el mundo obrero se degradaron aún más después de la militarización de más de 2.000 empresas. El principal partidario de la militarización del trabajo, Leon Trotsky, desarrolló durante el IX Congreso del partido, en marzo de 1920, sus concepciones sobre la cuestión.

El hombre está inclinado de manera natural hacia la pereza, explicó Trotsky. Bajo el capitalismo los obreros deben buscar trabajo para sobrevivir. Es el mercado capitalista el que aguijonea al trabajador. Bajo el socialismo “la utilización de los recursos del trabajo reemplaza al mercado”. El Estado tiene, por lo tanto, la tarea de orientar, de destinar y de encuadrar al trabajador, que debe obedecer como un soldado al Estado obrero, defensor de los intereses del proletariado. Tales fueron el fundamento y el sentido de la militarización del trabajo, vivamente criticada por una minoría de sindicalistas y de dirigentes bolcheviques. Significó, en efecto, la prohibición de las huelgas, asimiladas a una deserción en tiempo de guerra, el refuerzo de la disciplina de los poderes de dirección, la subordinación completa de los sindicatos y de los comités de fábrica cuyo papel se limitó, además, a poner en funcionamiento la política productivista, la prohibición para los obreros de abandonar su puesto de trabajo, la sanción del ausentismo y de los retrasos, muy numerosos en aquella época en que los obreros estaban buscando alimentos, siempre de manera problemática.

Al descontento suscitado en el mundo del trabajo por la militarización se añadían las dificultades crecientes de la vida cotidiana. Como lo reconocía un informe de la Cheka enviado el 6 de diciembre de 1919 al gobierno: “(en) estos últimos tiempos, la crisis de suministros no ha dejado de agravarse. El hambre amenaza a las masas obreras. Los obreros ya no tienen la fuerza física suficiente para continuar el trabajo y se ausentan cada vez con mayor frecuencia bajo los efectos conjugados del frío y del hambre. En toda una serie de empresas metalúrgicas de Moscú, las masas desesperadas están dispuestas a todo – huelga, disturbio, insurrección – si no se resuelve en plazos muy breves la cuestión de los suministros”. [86]

La comida como arma

A inicios de 1920, el salario obrero en Petrogrado estaba situado entre los 7.000 y los 12.000 rublos al mes. Además de este salario de base insignificante (en el mercado libre 450 gramos de manteca costaban 5.000 rublos; 450 gramos de carne 3.000 y un litro de leche 750 rublos), cada trabajador tenía derecho a cierto número de productos en función de la categoría en la que estaba clasificado. En Petrogrado, a finales de 1919, un trabajador manual tenía derecho a 250 gramos de pan por día, 450 gramos de azúcar al mes, 250 gramos de materias grasas, 1,8 Kg. de arenques salados. . .

En teoría, los ciudadanos estaban clasificados en 5 categorías de “estómagos”; desde los trabajadores manuales y los soldados del Ejército Rojo hasta los “ociosos” – categoría en la que entraban los intelectuales, particularmente mal considerados – con “raciones de clase” decrecientes. En realidad, el sistema era bastante más injusto y complejo todavía. Servidos los más favorecidos, los demás no recibían a menudo nada en absoluto. En cuanto a los “trabajadores”, se dividían en realidad en una multitud de categorías, según una jerarquía de prioridades que privilegiaba a los sectores vitales para la supervivencia del régimen. En Petrogrado, durante el invierno de 1919-1920, se contaban 33 categorías de cartillas cuya validez nunca excedía de un mes. En el sistema de suministros centralizado que los bolcheviques habían puesto en funcionamiento, el arma alimenticia representaba un papel de primer orden para estimular o para castigar a tal o cual categoría de ciudadanos.

La ración de pan debe ser reducida para aquellos que no trabajan en el sector de los transportes, hoy en día decisivo, y aumentada para los que trabajan en el mismo” – escribía el 1° de febrero Lenin a Trotsky – “¡Que millares de personas perezcan si es necesario, pero el país debe salvarse![87]

Frente a esta política, todos aquellos que habían conservado los vínculos con el campo, y eran numerosos, se esforzaban por volver al pueblo siempre que tenían oportunidad para intentar traer comida de él.

La represión del “frente obrero”

Destinadas a “establecer el orden” en las fábricas, las medidas de militarización del trabajo suscitaron, en contra del efecto buscado, paros muy numerosos, detenciones del trabajo, huelgas y motines reprimidos sin compasión. “El mejor lugar para un huelguista, ese mosquito amarillo y dañino” – se podía leer en el Pravda del 12 de febrero de 1920 – “es el campo de concentración”.

Según las estadísticas oficiales del comisariado del pueblo para el Trabajo, el 77% de las grandes y medianas empresas industriales de Rusia fueron afectadas por huelgas durante el primer semestre de 1920. De manera significativa, los sectores más perturbados – la metalurgia, la minería y los ferrocarriles – eran también aquellos en los que la militarización del trabajo estaba más avanzada. Los informes secretos de la Cheka dirigidos a los dirigentes bolcheviques arrojan una cruda luz sobre la represión llevada a cabo contra los obreros refractarios a la militarización. Una vez detenidos, eran, por regla general, juzgados por un tribunal revolucionario, acusados de “sabotaje” o “deserción”. Así, en Simbirsk, por no hacer referencia más que a este ejemplo, 12 obreros de la fábrica de armamentos fueron condenados a una pena de campo de concentración en abril de 1920 por haber “realizado sabotaje bajo la forma de huelga italiana (…) desarrollado una propaganda contra el poder soviético apoyándose en las supersticiones religiosas y la débil politización de las masas (…) y dado una falsa interpretación de la política soviética en materia de salarios”. [88] Si se descifra esta jerga, se puede deducir de ella que los acusados habían realizado pausas no autorizadas por la dirección, protestado contra la obligación de trabajar el domingo, criticado los privilegios de los comunistas y denunciado los salarios de miseria. . .

Los más altos dirigentes del partido, entre ellos Lenin, apelaban a una represión ejemplar de las huelgas. El 29 de enero de 1920, inquieto ante la extensión de los movimientos obreros de los Urales, Lenin telegrafió a Smirnov, jefe del consejo militar revolucionario del V Ejército: “P. me ha informado que existe un sabotaje manifiesto por parte de los ferroviarios (…) Se me dice que los obreros de Izhvesk están también en el golpe. Estoy sorprendido de que os acomodéis a ello y no procedáis a ejecuciones masivas por sabotaje”. [89]

Hubo numerosas huelgas suscitadas en 1920 por la militarización del trabajo: en Ekaterinburgo, en marzo de 1920, 80 obreros fueron detenidos y condenados a penas de campos de concentración. En el ferrocarril de Riazan-Ural, en abril de 1920, 100 ferroviarios fueron condenados. En la fábrica metalúrgica de Briansk, en junio de 1920, 152 obreros fueron condenados. Se podrían multiplicar estos ejemplos de huelga severamente reprimidas en el marco de la militarización del trabajo. [90]

Una de las huelgas más notables fue, en junio de 1920, la de las manufacturas de armas de Tula, lugar de especial importancia en la protesta obrera contra el régimen y bastante sufrido ya por los sucesos de abril de 1919. El domingo 6 de junio de 1920, un grupo relativamente numeroso de obreros se negó a realizar las horas suplementarias exigidas por la dirección. En cuanto a las obreras, se negaron a trabajar ese día y los domingos en general, explicando que el domingo era el único día en que podían ir a conseguir suministros a los campos circundantes. Ante la solicitud de la administración, un nutrido destacamento de chekistas vino a detener a los huelguistas. Se decretó la ley marcial y una troika [91] compuesta por representantes del partido y de la Cheka fue encargada de denunciar la “conspiración contrarrevolucionaria fomentada por los espías polacos y los Cien Negros [92] con la finalidad de debilitar el poder combativo del Ejército Rojo”.

Mientras la huelga se extendía y los arrestos de los “agitadores” se multiplicaban, un hecho nuevo vino a turbar el desarrollo habitual que tomaba el asunto: por centenares, y después por millares, obreras y simples artesanas se presentaron en la Cheka solicitando ser detenidas también. El movimiento se amplió con obreros que también exigieron ser detenidos en masa a fin de convertir en absurda la tesis de la “conspiración polaca de los Cien Negros”. En cuatro días, más de 10.000 personas fueron encarceladas, o más bien confinadas en un vasto espacio al aire libre vigilado por chekistas.

Desbordados por un momento, no sabiendo como presentar los acontecimientos a Moscú, las organizaciones locales del partido y de la Cheka llegaron finalmente a convencer a las autoridades centrales de la realidad de una vasta conspiración. Un “comité de liquidación de la conspiración de Tula” interrogó a millares de obreros y de obreras con la esperanza de encontrar a los culpables ideales. Para ser liberados, readmitidos y conseguir que se les entregara una nueva cartilla de racionamiento, todos los trabajadores detenidos tuvieron que firmar la siguiente declaración. “Yo, el que suscribe, perro hediondo y criminal, me arrepiento delante del tribunal revolucionario y del Ejército Rojo, confieso mis pecados y prometo trabajar conscientemente”. Al contrario de otros movimientos de protesta obrera, los problemas de Tula del verano de 1920 dieron lugar a condenas bastante ligeras: 28 personas fueron condenadas a penas de campos de concentración y 200 fueron exiladas. [93] En una coyuntura de falta de mano de obra altamente calificada, el poder bolchevique sin duda no podía prescindir de los mejores armeros del país. La represión, al igual que el suministro, debía tener en cuenta a los sectores decisivos y a los intereses superiores del régimen.

Rojos, blancos y verdes. La represión del campesinado

Tan importante, simbólica y estratégicamente, como fue el “frente obrero”, no representaba más que una ínfima parte de los compromisos del régimen en los innumerables “frentes interiores” de la guerra civil. La lucha contra los campesinos que se negaban a las requisas y al reclutamiento – los “verdes” – movilizó todas las energías. Los informes, hoy en día disponibles, de los departamentos especiales de la Cheka y de las tropas de Defensa Interna de la República, encargados de luchar contra los motines, las deserciones y las revueltas campesinas, revelan en todo su horror la extraordinaria violencia de esta “guerra sucia” de represión llevada a cabo al margen de los combates entre rojos y blancos. En este enfrentamiento crucial entre el poder bolchevique y el campesinado, que fue donde se forjó de manera definitiva una práctica política terrorista fundada en una visión radicalmente pesimista de las masas “hasta tal punto oscuras e ignorantes” – escribía Dzerzhinsky – “que ni siquiera son capaces de ver dónde está su propio interés”. Estas masas bestiales solo podían ser tratadas mediante la fuerza, por esa “escoba de hierro” que evocaba Trotsky para caracterizar con una imagen la represión que convenía llevar a cabo a fin de “limpiar” Ucrania de las “bandas de bandidos” dirigidas por Néstor Majno y otros jefes campesinos. [94]

Las revueltas campesinas habían comenzado en el verano de 1918. Tomaron una notable amplitud en 1919-1920 para culminar durante el invierno de 1920-1921, obligando momentáneamente a retroceder al régimen bolchevique.

Dos razones inmediatas impulsaban a los campesinos a rebelarse: las requisas y el reclutamiento en el Ejército Rojo. En enero de 1919, la búsqueda desordenada de los excedentes agrícolas – que había caracterizado las primeras operaciones desde el verano de 1918 – fue reemplazada por un sistema centralizado y planificado de requisas. Cada provincia, cada distrito, cada cantón, cada comunidad aldeana, debía entregar al Estado una cuota fijada por adelantado en función de las cosechas estimadas. Estas cuotas no se limitaban a los cereales sino que incluían una veintena de productos tan variados como las papas, la miel, los huevos, la manteca, las semillas oleaginosas, la carne, la nata, la leche. . .

Cada comunidad aldeana era responsable de manera solidaria por la cosecha. Solo cuando toda la aldea había cumplido sus cuotas, las autoridades distribuían los recibos que daban derecho a la adquisición de bienes manufacturados en cantidades muy inferiores a las necesidades puesto que, a finales de 1920, éstas se cubrían solamente en un 15% aproximadamente. En cuanto al pago de las cosechas agrícolas, el mismo se realizaba con precios simbólicos al haber perdido el rublo, a finales de 1920, el 95% de su valor en relación con el rublo oro. De 1918 a 1920, las requisas de cereales se multiplicaron por tres. Difícil de cifrar con precisión, el número de revueltas campesinas siguió una progresión como mínimo paralela. [95]

Las negativas al reclutamiento en el Ejército Rojo, después de tres años en los frentes y en las trincheras de la “guerra imperialista”, constituían el segundo motivo de las revueltas campesinas llevadas a cabo, por regla general, por los desertores ocultos en los bosques: los “verdes”. El número de desertores en 1919-1920 se estima en al menos 3.000.000. En 1919 alrededor de 500.000 fueron detenidos por los diversos destacamentos de la Cheka y por las comisiones especiales de lucha contra los desertores. En 1920, la cifra quedó establecida entre 700.000 y 800.000. No obstante, entre 1.500.000 y 2.000.000 de desertores – en su inmensa mayoría campesinos que conocían bien el terreno – llegaron a sustraerse a las investigaciones.

Frente a la amplitud del problema, el gobierno adoptó medidas de represión cada vez más duras. No solamente millares de desertores fueron fusilados sino que las familias de los desertores fueron convertidas en rehenes. El principio de los rehenes se aplicó, en realidad, desde el verano de 1918 a las circunstancias más cotidianas. De ello da testimonio, por ejemplo, el decreto gubernamental del 15 de febrero de 1919, firmado por Lenin, que encargaba a las checas locales tomar rehenes entre los campesinos en las localidades donde los reclutamientos para la limpieza de la nieve en los ferrocarriles no habían sido realizados de manera satisfactoria: “si la limpieza no se realiza, los rehenes serán pasados por las armas”. [96]

El 12 de mayo de 1920, Lenin envió instrucciones a todas las comisiones provinciales de lucha contra los desertores: “después de la expiración del plazo de gracia de siete días concedido a los desertores para que se entreguen, todavía es preciso reforzar las sanciones en relación con esos incorregibles traidores al pueblo trabajador. Las familias y todos aquellos que ayudan a los desertores, de la manera que sea, serán además considerados como rehenes y tratados como tales”. [97] Este decreto no hacía más que legalizar prácticas cotidianas.

Pero la oleada de deserciones no se redujo. En 1920-1921, al igual que en 1919, los desertores constituyeron el grueso de los guerrilleros verdes contra quienes los bolcheviques llevaron a cabo durante tres años (incluso cuatro o cinco años en algunas regiones) una guerra despiadada de una crueldad inaudita. Más allá de la negativa a las requisas y al reclutamiento, los campesinos rechazaban cada vez de manera más general toda intrusión de un poder que consideraban extraño: el poder de los “comunistas” de la ciudad. En el espíritu de numerosos campesinos, los comunistas que practicaban las requisas eran diferentes de los “bolcheviques” que habían estimulado la revolución agraria de 1917. En los campos sometidos tanto a la soldadesca blanca como a los destacamentos de requisa rojos, la confusión y la violencia habían llegado al máximo.

Fuente excepcional que permite aprehender las múltiples facetas de esta guerrilla campesina, los informes de los diversos departamentos de la Cheka encargados de la represión distinguen dos tipos principales de movimientos campesinos: el bunt, revuelta puntual, breve llamarada de violencia que implica un grupo relativamente restringido de participantes, entre algunas decenas a un centenar de personas; y la vosstanie, insurrección que implicaba la participación de millares, incluso decenas de millares, de campesinos organizados en verdaderos ejércitos capaces de apoderarse de pueblos y ciudades y dotados de un programa político coherente de tendencia social-revolucionaria o anarquista.

“30 de abril de 1919. Provincia de Tambov. A inicios de abril, en el distrito de Lebyandinsky, ha estallado una revuelta de kulaks y de desertores que protestaban contra la movilización de los hombres, de los caballos y la requisa de cereales. Al grito de «abajo los comunistas, abajo los soviets», los insurgentes armados han saqueado cuatro comités ejecutivos de cantón, asesinado de manera bárbara a siete comunistas, aserrados vivos. Solicitada ayuda por miembros del destacamento de requisa, el 212° batallón de la Cheka ha aplastado a los kulaks insurgentes. Setenta personas han sido detenidas, cincuenta ejecutadas sobre el terreno, la aldea de la que partió la rebelión ha sido enteramente quemada.”

“Provincia de Voronezh, 11 de junio de 1919, 16 horas 15 minutos. Por telégrafo. La situación mejora. La revuelta del distrito de Novojopersk está prácticamente liquidada. Nuestro aeroplano ha bombardeado y quemado enteramente el pueblo Tretyaky, uno de los nidos principales de los bandidos. Las operaciones de limpieza continúan.”

“Provincia de Yaroslavl, 23 de junio de 1919. La revuelta de los desertores en la volost Petroplavlovskaya ha sido liquidada. Las familias de los desertores han sido detenidas como rehenes. Cuando se comenzó a fusilar a un hombre en cada familia de desertores, los verdes empezaron a salir del bosque y a rendirse. Treinta y cuatro desertores han sido fusilados como ejemplo” [98]

Millares de informes similares [99] testifican la extraordinaria violencia de esta guerra de represión llevada a cabo por las autoridades contra la guerrilla campesina, alimentada por la deserción, pero calificada como “revuelta de kulaks” o de “insurrección de bandidos”. Los tres extractos citados revelan los métodos de represión más corrientemente utilizados: arresto y ejecución de rehenes tomados de las familias de desertores o de los “bandidos”, y aldeas bombardeadas y quemadas.

La represión ciega y desproporcionada descansaba en el principio de la responsabilidad colectiva del conjunto de la comunidad aldeana. Generalmente, las autoridades daban a los desertores un plazo para entregarse. Pasado ese plazo, el desertor era considerado como un “bandido de los bosques”, sujeto a una ejecución inmediata. Los textos de las autoridades, tanto civiles como militares, precisaban, además, que si “los habitantes de una aldea ayudan de la manera que sea a los bandidos a esconderse en los bosques vecinos, la aldea será completamente quemada”.

Algunos informes de síntesis de la Cheka dan indicaciones cuantificadas sobre la amplitud de esta guerra de represión en los campos. Así, para el período que fue del 15 de octubre al 30 de noviembre de 1918, tan solo en doce provincias de Rusia, estallaron 44 revueltas (bunty) en el curso de las cuales 2.320 personas fueron detenidas, 620 muertas y 982 fusiladas. Durante estas revueltas, 480 funcionarios soviéticos fueron muertos, así como 112 hombres de los destacamentos de suministros, del Ejército Rojo y de la Cheka. Durante el mes de septiembre de 1919, para las 10 provincias rusas sobre las cuales se dispone de una información sintética, se cuentan 48.735 desertores y 7.325 “bandidos” detenidos, 1.826 muertos, 2.230 fusilados y 430 víctimas del lado de los funcionarios y militares soviéticos. Estas cifras, muy incompletas, no tienen en cuenta las pérdidas experimentadas durante las grandes insurrecciones campesinas.

Estas insurrecciones conocieron varios momentos álgidos: marzo-agosto de 1919, fundamentalmente en las regiones del Volga medio y de Ucrania; febrero-agosto de 1920, en las provincias de Samara, Ufa, Kazán, Tambov y, de nuevo, en la Ucrania reconquistada por los bolcheviques a los blancos, pero siempre controlada en el país profundo por la guerrilla campesina.

A partir de finales de 1920 y durante toda la primera mitad del año 1921, el movimiento campesino, mal dirigido en Ucrania y en las regiones del Don y del Kuban, culminó en Rusia en una inmensa revuelta popular centrada en las provincias de Tambov, Penza, Samara, Saratov, Simbirsk y Tsarisyn. [100] El ardor de esta guerra campesina no se extinguirá más que con la llegada de una de las más terribles hambrunas que haya conocido el Siglo XX.

En las ricas provincias de Samara y de Simbirsk, que debían por sí solas entregar en 1919 cerca de una quinta parte de las requisas de cereales de Rusia, las revueltas campesinas puntuales se transformaron en marzo de 1919 en una verdadera insurrección por primera vez desde el establecimiento del régimen bolchevique. Decenas de aldeas fueron tomadas por un ejército insurrecto campesino que contó con hasta 30.000 hombres armados. Durante cerca de un mes, el poder bolchevique perdió el control de la provincia de Samara. Esta rebelión favoreció el avance hacia el Volga de las unidades del ejército blanco, mandadas por el almirante Kolchak, al tener que enviar los bolcheviques varias decenas de miles de hombres para acabar con un ejército campesino tan bien organizado y que defendía un programa político coherente en virtud del cual se reclamaba la supresión de las requisas, la libertad de comercio, elecciones libres para los soviets y el fin de la “comisariocracia bolchevique”. Haciendo un balance de la liquidación de las insurrecciones campesinas a principios de abril de 1929, el jefe de la cheka de Samara indicaba 4.240 muertos del lado de los insurgentes, 625 fusilados y 6.210 desertores “bandidos” detenidos.

Apenas se había extinguido momentáneamente el fuego en la provincia de Samara cuando volvió a prender con una amplitud desigual en la mayor parte de Ucrania. Después del retiro de los alemanes y de los austro-húngaros a finales de 1918, el gobierno bolchevique decidió reconquistar Ucrania. La región más rica del antiguo Imperio zarista debía “alimentar al proletariado de Moscú y de Petrogrado”.

Aquí, más todavía que en otros sitios, las cuotas de requisa fueron muy elevadas. Cumplirlas significaba condenar a un hambre segura a millares de poblaciones ya sangradas por los ejércitos de ocupación alemanes y austro-húngaros durante todo el año 1918. Además, a diferencia de la política que habían tenido que aceptar en Rusia a finales de 1917 – el reparto de tierras entre las comunidades campesinas – los bolcheviques rusos deseaban en Ucrania nacionalizar todas las grandes propiedades agrarias, las más modernas del antiguo imperio. Esta política, que pretendía transformar los grandes dominios cerealistas y azucareros en grandes propiedades colectivas, donde los campesinos se convertirían en obreros agrícolas, solo podía suscitar el descontento del campesinado.

La represión en Ucrania

El campesino ucraniano se había curtido en la lucha contra las fuerzas de ocupación alemanas y austro-húngaras. A principios de 1919 existían en Ucrania verdaderos ejércitos de campesinos de decenas de miles de hombres mandados por jefes militares y políticos ucranianos, tales como Simón Petlyura, Néstor Majno, Hryhoryiv o, incluso, Zeleny. Estos ejércitos campesinos estaban firmemente decididos a que triunfara su concepto de la revolución agraria: la tierra para los campesinos, libertad de comercio y soviets libremente elegidos “sin moscovitas ni judíos”. Para la mayoría de los campesinos ucranianos, marcados por una larga tradición de antagonismo entre los campos mayoritariamente poblados de ucranianos y las ciudades mayoritariamente pobladas de rusos y judíos, era tentador y sencillo llevar a cabo la equiparación: moscovitas = bolcheviques = judíos. Todos debían ser expulsados de Ucrania.

Estas particularidades propias de Ucrania explican la brutalidad y la duración de los enfrentamientos entre los bolcheviques y una amplia fracción del campesinado ucraniano. La presencia de otro actor, los blancos, combatidos a su vez por los bolcheviques y por los diversos ejércitos campesinos, convertía en algo todavía más complejo el embrollo político y militar en esta región donde ciertas ciudades, como Kiev, cambiaron hasta 14 veces de dueños en dos años.

Las primeras grandes revueltas contra los bolcheviques y sus destacamentos de requisa estallaron a partir de abril de 1919. Tan solo durante este mes tuvieron lugar 93 revueltas campesinas en las provincias de Kiev, Chernigov, Poltava y Odessa. Durante los 20 primeros días de julio de 1919, los datos oficiales de la Cheka hacen referencia a 210 revoluciones, lo que implica cerca de 100.000 combatientes armados y varios centenares de miles de campesinos. Los ejércitos campesinos de Hryhoryiv – cerca de 20.000 hombres armados, entre ellos varias unidades amotinadas del Ejército Rojo, con 50 cañones y 700 ametralladoras – tomaron, en abril-mayo de 1919, una serie de ciudades del sur de Ucrania, entre ellas Cherkassy, Jerson, Nikolayev y Odessa, estableciendo en ellas un poder autónomo cuyas consignas no admitían equívocos: “¡Todo el poder a los soviets del pueblo ucraniano!”, “¡Ucrania para los ucranianos sin bolcheviques ni judíos!”, “Reparto de tierras”, “Libertad de empresa y de comercio”. [101]

Los partidarios de Zeleny, aproximadamente 20.000 hombres armados, controlaban la provincia de Kiev, con la excepción de las ciudades principales. Bajo el lema “¡Viva el poder soviético, abajo los bolcheviques y los judíos!”, organizaron decenas de pogroms contra las comunidades judías de las aldeas y de las provincias de Kiev y de Chernigov.

Mejor conocida gracias a numerosos estudios, la acción de Néstor Majno, a la cabeza de un ejército campesino de decenas de miles de hombres, presentaba un programa a la vez nacional, social y anarquizante, elaborado en el curso de verdaderos congresos tales como el “congreso de los delegados campesinos, rebeldes y obreros de Guliay-Polic”, celebrado en abril de 1919 en el centro mismo de la rebelión majnovista. Como tantos otros movimientos campesinos menos estructurados, los majnovistas expresaban en primer lugar el rechazo de cualquier injerencia del Estado en los asuntos campesinos y el deseo de un autogobierno campesino – una especie de autogestión – fundada en soviets libremente elegidos. A estas reivindicaciones de base se añadió cierto número de demandas comunes a todos los movimientos campesinos: la paralización de las requisas, la supresión de los impuestos y de las tasas, la libertad para todos los partidos socialistas y los grupos anarquistas, el reparto de la tierra y la supresión de la “comisariocracia bolchevique”, de las tropas especiales y de la Cheka. [102]

Los centenares de insurrecciones campesinas de la primavera y el verano de 1919 que ocurrieron en las retaguardias del Ejército Rojo desempeñaron un papel determinante en la victoria sin futuro de las tropas blancas del general Denikin. Saliendo del sur de Ucrania el 19 de mayo de 1919, el ejército blanco avanzó con mucha rapidez frente a las unidades del Ejército Rojo ocupadas en operaciones de represión contras las rebeliones campesinas. Las tropas de Denikin tomaron Jarkov el 12 de junio, Kiev el 28 de agosto y Voronezh el 30 de septiembre. La retirada de los bolcheviques, que no habían llegado a establecer su poder más que en las ciudades más grandes, dejando los campos a los campesinos insurrectos, vino acompañada por ejecuciones masivas de prisioneros y de rehenes sobre los cuales volveremos más adelante.

En su retirada precipitada a través del país profundo controlado por la guerrilla campesina, los destacamentos del Ejército Rojo y de la Cheka no dieron cuartel: aldeas quemadas por centenares, ejecuciones masivas de “bandidos”, de desertores, de “rehenes”. El abandono y después la reconquista de Ucrania, de finales de 1919 y principios de 1920, dieron lugar a una extraordinaria oleada de violencia contra las poblaciones civiles de las cuales informa ampliamente la obra Caballería Roja de Isaak Babel,. [103]

La “Vendée soviética”

A principios de 1920, los ejércitos blancos estaban derrotados, a excepción de algunas unidades dispersas que habían encontrado refugio en Crimea bajo el mando del barón Wrangel, sucesor de Denikin. Quedaban frente a frente las fuerzas bolcheviques y los campesinos. Hasta 1922, una despiadada represión iba a abatirse sobre los campos en lucha contra el poder. En febrero-marzo de 1920 una nueva gran revuelta, conocida bajo el nombre de “insurrección de las horquillas”, estalló en un vasto territorio que se extendía del Volga a los Urales, por las provincias de Kazan, Simbirsk y Ufa. Pobladas por rusos, pero también por tártaros y bashkires, estas regiones estaban sometidas a requisas particularmente onerosas. En algunas semanas la rebelión ganó una decena de distritos. El ejército campesino sublevado de las “águilas negras” contó en su apogeo con hasta 50.000 combatientes. Armados con cañones y ametralladoras, las topas de Defensa Interna de la República diezmaron a los rebeldes armados con horquillas y picas. En algunos días, millares de insurgentes fueron asesinados y centenares de aldeas quemadas. [104]

Después del rápido aplastamiento de la “insurrección de las horquillas” el fuego de las revueltas campesinas se propagó de nuevo por las provincias del Volga medio, también muy fuertemente desangradas por las requisas: Tambov, Penza, Samara y Tsaritsyn. Como lo reconocía el dirigente bolchevique Antonov-Ovseenko, que iba a conducir la represión contra los campesinos insurgentes de Tambov, si hubieran seguido los planes de requisas de 1920-1921, habrían condenado a los campesinos a una muerte segura: les dejaban una media de 1 pud (16 kilos) de grano y de 1.5 pud (24 kilos) de papas, por persona y por año; es decir: 12 veces menos que el mínimo vital. Se trató, por lo tanto, de una lucha por la supervivencia la que desencadenaron desde el verano de 1920 los campesinos de esas provincias. Duró dos años sin interrupción, hasta que el hambre acabó con los campesinos insurgentes.

El tercer gran polo de enfrentamiento entre los bolcheviques y los campesinos en 1920 seguía siendo Ucrania, reconquistada entre diciembre de 1919 y febrero de 1920 por los ejércitos blancos pero cuyos campos profundos habían seguido estando bajo el control de centenares de destacamentos verdes, libres de toda lealtad, o de unidades más o menos relacionadas con el mando de Majno.

A diferencia de las “águilas negras”, los destacamentos de ucranianos compuestos esencialmente por desertores, estaban bien armados. Durante el verano de 1920, el ejército de Majno contaba todavía con cerca de 15.000 hombres, 2.500 jinetes, un centenar de ametralladoras, una veintena de cañones de artillería y dos vehículos blindados. Centenares de “bandas” más pequeñas, reuniendo cada una de ellas algunas docenas o centenares de combatientes, oponían igualmente una fuerte resistencia a la penetración bolchevique.

Para luchar contra esta guerrilla campesina, el gobierno nombró, a principios de mayo de 1920, al jefe de la Cheka, Félix Dzerzhinsky, “comandante en jefe de la retaguardia del frente suroeste”. Dzerzhinsky permaneció más de dos meses en Jarkov para poner en pie 24 unidades especiales de las fuerzas de seguridad interna de la república, unidades de élite, dotadas de una caballería encargada de perseguir a los “rebeldes” y de aviones destinados a bombardear los “nidos de bandidos” [105] Tenían como tarea erradicar, en tres meses, la guerrilla campesina. En realidad, las operaciones de “pacificación” se prolongaron durante más de dos años, del verano de 1920 al otoño de 1922, al precio de decenas de miles de víctimas.

Entre los diversos episodios de la lucha llevada a cabo por el poder bolchevique contra el campesinado, la “descosaquización” – es decir, la eliminación de los cosacos del Don y del Kuban como grupo social – ocupa un lugar particular.

Efectivamente, por primera vez, el nuevo régimen adoptó abundantes medidas represivas para eliminar, exterminar y deportar – siguiendo el principio de la responsabilidad colectiva – al conjunto de la población de un territorio que los dirigentes bolcheviques habían adquirido la costumbre de calificar como la “Vendée soviética”, en alusión a La Vendée francesa brutalmente arrasada por las autoridades de la Revolución Francesa en 1793/94. [106] Estas operaciones no fueron el resultado de medidas de represalia militar adoptadas en el fuego de los combates, sino que fueron planificadas con antelación, y fueron objeto de varios decretos promulgados en la cima del Estado, implicando directamente a muy numerosos responsables políticos de alto rango (Lenin, Ordzhonikizde, Syrtsov, Sokolnikov, Reingold). Puesta en jaque por primera vez durante la primavera de 1919, a causa de los reveses militares de los bolcheviques, la descosaquización volvió a iniciarse con una crueldad renovada en 1920, durante la reconquista bolchevique de las tierras cosacas del Don y del Kuban.

La aniquilación de los cosacos.

Los cosacos, privados desde diciembre de 1917 del status del que se beneficiaban bajo el antiguo régimen, catalogados por los bolcheviques como “kulaks” y “enemigos de clase”, habían reunido bajo el estandarte del atamán Krasnov a las fuerzas blancas que se habían constituido en el sur de Rusia en la primavera de 1918. Hasta febrero de 1919, durante el avance general de los bolcheviques hacia Ucrania y el sur de Rusia, los primeros destacamentos del Ejército Rojo no habían penetrado en los territorios de los cosacos del Don.

De entrada, los bolcheviques tomaron diversas medidas que aniquilaban todo lo que constituía la especificad cosaca: las tierras que pertenecían a los cosacos fueron confiscadas y redistribuidas a colonos rusos o a campesinos locales que no tenían status cosaco; los cosacos fueron obligados, bajo pena de muerte, a entregar sus armas (a causa de su status tradicional de guardianes de los confines del Imperio ruso, todos los cosacos estaban armados), las asambleas y las circunscripciones administrativas cosacas fueron disueltas.

Todas estas medidas formaban parte de un plan preestablecido de descosaquización, así definido en una resolución secreta del Comité Central del partido bolchevique, de fecha 24 de enero de 1919: “En vista de la experiencia de la guerra civil contra los cosacos, es necesario reconocer como sola medida políticamente correcta una lucha sin compasión, un terror masivo contra los ricos cosacos, que deberán ser exterminados y físicamente liquidados hasta el último.[107]

En realidad, como reconoció en junio de 1919 Reingold, presidente del comité revolucionario del Don, encargado de imponer “el orden bolchevique” en las tierras cosacas, “hemos tenido una tendencia a realizar una política de exterminio masivo de los cosacos sin la menor distinción”. [108] En algunas semanas, de mediados de febrero a mediados de marzo de 1919, los destacamentos bolcheviques ejecutaron a más de 8.000 cosacos [109]  En cada stanitsa (aldea cosaca) los tribunales revolucionarios procedían en algunos minutos a juicios sumarios de listas de sospechosos, generalmente condenados todos a la pena capital por “comportamiento contrarrevolucionario”. Frente a esta oleada represiva los cosacos no tuvieron otra salida que la de sublevarse.

La sublevación se inició en el distrito de Veshenskaya, el 11 de marzo de 1919. Bien organizados, los cosacos insurgentes decretaron la movilización general de todos los hombres de 16 a 55 años. Enviaron por toda la región del Don y hasta la provincia limítrofe de Voronezh telegramas llamando a la población a sublevarse contra los bolcheviques. “Nosotros, los cosacos” – explicaban – “estamos en contra de los soviets. Estamos a favor de elecciones libres. Estamos contra los comunistas, las comunas (explotaciones colectivas) y los judíos. Estamos contra las requisas, los robos y las ejecuciones perpetradas por las checas”. [110]

A principios del mes de abril, los cosacos insurgentes presentaban una fuerza armada considerable de más de 30.000 hombres bien armados y aguerridos. Operando en la retaguardia del Ejército Rojo que combatía más al sur las tropas de Denikin aliadas con los cosacos del Kuban, los insurgentes del Don contribuyeron, al igual que los campesinos ucranianos, al avance fulminante de los ejércitos blancos en mayo-junio de 1919. A principios del mes de junio, los cosacos del Don se unieron con el grueso de los ejércitos blancos apoyados por los cosacos del Kuban. Toda la “Vendée cosaca” se había liberado del poder vergonzante de los “moscovitas, judíos y bolcheviques”.

No obstante, con los cambios de fortuna militar, los bolcheviques regresaron en febrero de 1920. Así comenzó una segunda ocupación militar de las tierras cosacas, que resultó mucho más mortífera que la primera. La región del Don se vio sujeta a una contribución de 36.000.000 de puds de cereales, una cantidad que superaba ampliamente el conjunto de la producción local. La población local fue sistemáticamente expoliada no solo de sus escasas reservas alimenticias sino también del conjunto de sus bienes “calzado, ropa, orejeras y samovares comprendidos”, según precisaba un informe de la Cheka. [111]

Todos los hombres en estado de combatir respondieron a estos pillajes y a estas represiones sistemáticas uniéndose a las bandas de guerrilleros verdes. En julio de 1920, éstas contaban al menos con 35.000 hombres en el Kuban y en el Don. Bloqueado en Crimea desde febrero, el general Wrangel decidió, en una última tentativa, librarse del cerco bolchevique y operar una conjunción con los cosacos y los verdes del Kuban. El 17 de agosto de 1920, 5.000 hombres desembarcaron cerca de Novorossisk. Bajo la presión conjunta de los blancos, los cosacos y los verdes, los bolcheviques tuvieron que abandonar Yekaterinodar, la principal ciudad del Kuban, y después el conjunto de la región. Por su parte, el general Wrangel avanzó por Ucrania del sur.

Los éxitos de los blancos fueron, sin embargo, de corta duración. Desbordados por fuerzas bolcheviques muy superiores en número, las tropas de Wrangel, entorpecidas por inmensos cortejos de civiles, regresaron a finales de octubre a Crimea en el más indescriptible desorden. La recuperación de Crimea por los bolcheviques, último episodio del enfrentamiento entre blancos y rojos, dio lugar a una de las mayores matanzas de la guerra civil: al menos 50.000 civiles fueron asesinados por los bolcheviques en noviembre y diciembre de 1920. [112]

Al encontrarse, una vez más, en el campo de los vencidos, los cosacos se vieron sometidos a un  nuevo terror rojo. Uno de los principales dirigentes de la Cheka, el letón Karl Lander, fue nombrado “plenipotenciario en el norte del Cáucaso y del Don”. Puso en funcionamiento troikas, tribunales especiales encargados de la descosaquización. Tan solo durante el mes de octubre de 1920 estas troikas condenaron a muerte a más de 6.000 personas inmediatamente ejecutadas. [113] Las familias – a veces incluso los vecinos – de los guerrilleros verdes o de los cosacos que habían tomado las armas contra el régimen y que no habían sido atrapados, fueron detenidas sistemáticamente como rehenes y encerradas en campos de concentración; verdaderos campos de la muerte como lo reconoció Martin Latsis, el jefe de la Cheka de Ucrania, en uno de sus informes: “Reunidos en un campo de concentración cerca de Maikop, los rehenes – mujeres, niños y ancianos – sobreviven en condiciones terribles, en medio del barro y el frío de octubre (…) Mueren como moscas (…) Las mujeres están dispuestas a todo con tal de escapar de la muerte. Los soldados que vigilan el campo se aprovechan de ello para mantener relaciones con estas mujeres”. [114]

Toda resistencia era objeto de despiadados castigos. Cuando el jefe de la cheka de Piatigorsk cayó en una emboscada, los chekistas decidieron organizar una “jornada de terror rojo”. Sobrepasando las instrucciones del mismo Lander, que deseaba que “este acto terrorista sea aprovechado para atrapar a rehenes preciosos con la intención de ejecutarlos y para acelerar los procedimientos de ejecución de los espías blancos y contrarrevolucionarios en general”, los chekistas de Piatigorsk se lanzaron a una oleada de arrestos y de ejecuciones. Según Lander, la cuestión del terror rojo fue resuelta de manera simplista. Los chekistas de Piatigorsk decidieron ejecutar a 300 personas en un día. Definieron cuotas para la ciudad de Piatigorsk y para las aldeas de los alrededores y ordenaron a las organizaciones del partido que prepararan las listas para la ejecución. Este método insatisfactorio implicó numerosos ajustes de cuentas. En Kislovodsk, faltos de ideas, se decidió matar a las personas que se encontraban en el hospital.

Uno de los métodos más expeditivos de descosaquización fue la destrucción de aldeas cosacas y la deportación de todos los supervivientes. Los archivos de Sergo Ordzhonikizde, uno de los principales dirigentes bolcheviques, y en aquella época presidente del Comité Revolucionario del Cáucaso Norte, conservaron los documentos de una de esas operaciones que se desarrollaron a finales de octubre, mediados de noviembre de 1920. [115]

El 23 de octubre, Sergo Ordzhonikizde ordenó:

“1)- Quemar completamente la aldea Kalinovskaya.

2)- Vaciar de todos sus habitantes las aldeas Ermolovskaya, Romanovskaya, Samachinskaya y Mijailovskaya; las casas y las tierras que pertenecen a los habitantes serán distribuidas entre los campesinos pobres y en particular entre los chechenos que se han caracterizado siempre por su profundo apego al poder soviético.

3)- Embarcar a toda la población de 18 a 50 años de estas aldeas ya mencionadas en transportes y deportarlos, bajo escolta, hacia el norte, para realizar allí trabajos forzados de categoría pesada.

4)- Expulsar a las mujeres, a los niños y a los ancianos, dejándoles no obstante autorización para reinstalarse en otras aldeas más al norte.

5)- Requisar todo el ganado y todos los bienes de los habitantes de los Burgos ya mencionados.”

Tres semanas más tarde, un informe dirigido a Ordzhonikizde describía así el desarrollo de las operaciones:

  • “Kalinovskaya: aldea enteramente quemada, toda la población (4.220) deportada o expulsada.
  • Ermolovskaya: limpiada de todos sus habitantes (3.218)
  • Romanovskaya: deportados 1.600; quedan por deportar 1.661
  • Samachinskaya: deportados 1.018; quedan por deportar 1.900
  • Mijailovskaya: deportados 600; quedan por deportar 2.200

Además, 154 vagones de productos alimenticios fueron enviados a Grozny. En las tres aldeas en las que la deportación no ha sido aun concluida fueron deportadas en primer lugar las familias de los elementos blancos-verdes, así como elementos que habían participado en la última insurrección. Entre aquellos que no han sido deportados figuran simpatizantes del régimen soviético, familias de soldados del Ejército Rojo, funcionarios y comunistas. El retraso sufrido por las operaciones de deportación se explica por la carencia de vagones. Como término medio, no se recibe, para llevar a cabo las operaciones, más que un solo transporte al día. Para acabar las operaciones de deportación, se solicitan con urgencia 306 vagones suplementarios”. [116]

¿Cómo concluyeron estas “operaciones”? Desgraciadamente ningún documento preciso nos arroja claridad sobre este aspecto. Se sabe que las “operaciones” se prolongaron y que, al fin de cuentas, los hombres deportados fueron, por regla general, enviados no hacia el Gran Norte – como sería el caso con posterioridad – sino hacia las minas del Donetz, más cercanas. Dado el estado de los transportes ferroviarios a finales de 1920, la intendencia debió tener dificultades para seguirlos…

No obstante, en muchos aspectos, estas “operaciones” de descosaquización prefiguraban las “operaciones” de deskulakización que se iniciarían 10 años más tarde: con incluso la misma concepción de una responsabilidad colectiva, el mismo proceso de deportación mediante transportes, los mismos problemas de intendencia y de lugares de acogida no preparados para recibir a los deportados y la misma idea de explotar a los deportados sometiéndolos a trabajos forzados. Las regiones cosacas del Don y del Kuban pagaron un pesado tributo por su oposición a los bolcheviques. Según las estimaciones más fiables, entre 300.000 y 500.000 personas fueron muertas o deportadas entre 1919 y 1920, sobre una población total que no superaba las 3.000.000 de personas.

Las matanzas de rehenes y detenidos

Entre las operaciones represivas más difíciles de incluir en una lista y de evaluar figuran las matanzas de detenidos y de rehenes encarcelados por la sola pertenencia a una “clase enemiga” o “socialmente extraña”. Estas matanzas se inscribían en la continuidad y la lógica del terror rojo de la segunda mitad de 1918, pero a una escala todavía más importante. Esta oleada de matanzas “sobre una base de clase” estaba permanentemente justificada por el hecho de que un mundo nuevo estaba naciendo. Todo estaba permitido, como explicaba a sus lectores el editorial del primer número de Krasnyi Mech (La Espada Roja), periódico de la cheka de Kiev:

“Rechazamos los viejos sistemas de moralidad y de »humanidad« inventados por la burguesía con la finalidad de oprimir y de explotar a las »clases inferiores«. Nuestra moralidad no tiene precedente, nuestra humanidad es absoluta porque descansa sobre un nuevo ideal: destruir cualquier forma de opresión y de violencia. Para nosotros todo está permitido porque somos los primeros en el mundo en levantar la espada no para oprimir y reducir a la esclavitud, sino para liberar a la humanidad de sus cadenas. . . ¿Sangre? ¡Que la sangre corra a ríos! Puesto que solo la sangre puede colorear para siempre la bandera negra de la burguesía pirata convirtiéndola en un estandarte rojo, bandera de la Revolución. ¡Puesto que solo la muerte final del viejo mundo puede liberarnos para siempre jamás del regreso de los chacales!” [117]

Estas llamadas al asesinato atizaban el viejo fondo de violencia y deseo de venganza social presentes en muchos chekistas, reclutados a menudo – como lo reconocía un buen número de dirigentes bolcheviques – entre los “elementos criminales y socialmente degenerados de la sociedad”. En una carta dirigida el 22 de marzo de 1919 a Lenin, el dirigente bolchevique Gopnes describía así las actividades de la cheka de Yekaterinoslavl: “En esta organización gangrenada de criminalidad, de violencia y de arbitrariedad, dominada por canallas y criminales comunes, hombres armados hasta los dientes ejecutaban a todo el que no les gustaba, requisaban, saqueaban, violaban, metían en prisión, hacían circular billetes falsos, exigían sobornos, a continuación obligaban a cantar a aquellos a los que habían arrancado estos sobornos, y después los liberaban a cambio de sumas diez o veinte veces superiores”. [118]

Los archivos del Comité Central, al igual que los de Félix Dzerzhinsky, contienen innumerables informes de responsables del partido o de inspectores de la policía política describiendo la “degeneración” de las checas locales “ebrias de violencia y de sangre”. La desaparición de toda norma jurídica o moral favorecía a menudo una total autonomía de los responsables locales de la Cheka, que no respondían ya de sus actos ante sus superiores y se transformaban en tiranos sangrientos, incontrolados e incontrolables. Tres extractos de informe, entre decenas de otros del mismo tipo, ilustran esta derivación de la Cheka hacia un contexto de arbitrariedad total, de ausencia absoluta de derecho.

De Sysran, en la provincia de Tambov, el 22 de marzo de 1919, llega este informe de Smirnov, instructor de la Cheka, a Dzerzhinsky: “He verificado el asunto de la sublevación kulak en la volost Novo-Matrionskaya. La instrucción ha sido llevada a cabo de manera caótica. Setenta y cinco personas han sido interrogadas bajo tortura y los testimonios transcriptos de tal manera que es imposible entender nada (...) Se ha fusilado a 5 personas el 16 de febrero, a 13 el día siguiente. El proceso verbal de las condenas y de las ejecuciones es del 28 de febrero. Cuando se ha pedido al responsable de la cheka local que se explique, me ha respondido: »Nunca hay tiempo para escribir los procesos verbales. ¿De qué servirían de todas maneras ya que se extermina a los kulaks y a los burgueses como clase?« [119]

De Yaroslavl, el 26 de septiembre de 1919, llega el informe del secretario de la organización regional del partido bolchevique: “Los chekistas saquean y detienen a cualquiera. Sabiendo que quedarán impunes, han transformado la sede de la cheka en un inmenso burdel adonde llevan a las «burguesas». La embriaguez es general. La cocaína es ampliamente utilizada por los jefecillos”. [120]

De Astracán, el 16 de octubre de 1919, llega el informe de misión de N. Rosental, inspector de la dirección de departamentos especiales: “Atarbekov, jefe de los departamentos especiales del XI Ejército, ni siquiera reconoce el poder central. El 30 de julio último, cuando el camarada Zakovsky, enviado por Moscú para controlar el trabajo de los departamentos especiales, se dirigió a ver a Atarbekov, éste le dijo: »Dígale a Dzerzhinsky que no me dejaré controlar...« Ninguna norma administrativa es respetada por un  personal compuesto mayoritariamente por elementos dudosos, incluso criminales. Los archivos del departamento operativo son casi inexistentes. En relación con las condenas a muerte y las ejecuciones de las sentencias, no he encontrado los protocolos individuales de juicio y de condena; solo listas, a menudo incompletas, con la única mención de «fusilado por orden del camarada Atarbekov». Por lo que se refiere a los sucesos del mes de marzo, es imposible hacerse una idea de quién ha sido fusilado y por qué (...) Las borracheras y la orgías son cotidianas. Casi todos los chekistas consumen abundantemente cocaína. Esto les permite, dicen ellos, soportar mejor la visión cotidiana de la sangre. Ebrios de violencia y de sangre, los chekistas cumplen con su deber, pero son indudablemente elementos incontrolados que es necesario vigilar estrechamente”. [121]

Las relaciones internas de la Cheka y del partido bolchevique confirman hoy en día los numerosos testimonios recogidos desde los años 1919-1920 por los adversarios de los bolcheviques y fundamentalmente por la comisión especial de encuesta sobre los crímenes bolcheviques, puesta en funcionamiento por el general Denikin, y cuyos archivos, transferidos de Praga a Moscú en 1945, cerrados durante largo tiempo, ahora resultan accesibles.

Desde 1926, el historiador socialista-revolucionario ruso Serguei Melgunov había intentado inventariar, en su obra El terror rojo en Rusia, las principales matanzas de detenidos, de rehenes y de simples civiles ejecutados en masa por los bolcheviques, casi siempre sobre una “base de clase”. Aunque incompleta, la lista de los principales episodios relacionados con este tipo de represión, tal y como resulta mencionada en esta obra precursora, está plenamente confirmada por un conjunto concordante de fuentes documentales muy diversas que emanan de los dos campos presentes. La incertidumbre sigue existiendo no obstante, dado el caos organizativo que reinaba en la Cheka en relación con el número de víctimas ejecutadas en el curso de los principales episodios represivos identificados hoy en día con precisión. Se puede, como mucho, correr el riesgo de avanzar cifras de su magnitud, contrastando diversas fuentes.

El “exterminio de la burguesía como clase”.

Las primeras matanzas de “sospechosos”, rehenes y otros “enemigos del pueblo” encerrados preventivamente, y por simple medida administrativa, en prisiones o en campos de concentración, habían comenzado en septiembre de 1918, durante el primer Terror Rojo. Tras quedar establecidas las categorías de “sospechosos”, “rehenes” y “enemigos del pueblo”, y al resultar rápidamente operativos los campos de concentración, la máquina represora estaba dispuesta para funcionar. El elemento desencadenante, en una guerra de frentes móviles en que cada mes aportaba su parte de cambio de la fortuna militar, era naturalmente la toma de una ciudad ocupada hasta entonces por el adversario o bien, por el contrario, su abandono precipitado.

La imposición de la “dictadura del proletariado” en las ciudades conquistadas o recuperadas pasaba por las mismas etapas: disolución de todas las asambleas anteriormente elegidas; prohibición total del comercio, medida que implicaba inmediatamente el encarecimiento de todos los productos y después su desaparición;  confiscación de las empresas, nacionalizadas o municipalizadas; imposición de una muy elevada contribución financiera sobre la burguesía – 600 millones de rublos en Jarkov en febrero de 1919, 500 millones en Odesa en abril de 1919. Para garantizar la buena ejecución de esta contribución, centenares de “burgueses” eran tomados de rehenes y encarcelados en campos de concentración. En la práctica, la contribución  fue sinónimo de saqueos, de expropiación y de vejación, primera etapa de un aniquilamiento de la “burguesía como clase”.

“Conforme a las resoluciones del soviet de los trabajadores, este 13 de mayo ha sido decretado el día de la expropiación de la burguesía”, se podía leer en el Izvestia del consejo de los diputados obreros de Odessa del 13 de mayo de 1919. “Las clases poseedoras deberán llenar un cuestionario detallado, inventariando los productos alimenticios, el calzado, la ropa, las joyas, las bicicletas, las colchas, las sábanas, los cubiertos de plata, la vajilla y otros objetos indispensables para el pueblo trabajador (...) Cada uno debe asistir a las comisiones de expropiación en esta tarea sagrada (...) Aquellos que no obedezcan las órdenes de las comisiones de expropiación serán inmediatamente detenidos. Los que se resistan serán fusilados sobre el terreno”.

Como lo reconocía Latsis, el jefe de la cheka ucraniana, en una circular a las chekas locales, todas estas “expropiaciones” iban a parar al bolsillo de los chekistas y de otros jefecillos de innumerables destacamentos de requisas, de expropiación  y de guardias rojos que pululaban en circunstancias parecidas.

La segunda etapa de las expropiaciones fue la confiscación de los apartamentos burgueses. En esta “guerra de clases”, la humillación de los vencidos desempeñaba también un papel importante. “El pez gusta de ser sazonado con nata. La burguesía gusta de la autoridad que golpea y que mata”, se podía leer en el diario de Odessa ya citado, el 26 de abril de 1919. “Si ejecutamos algunas decenas de estos golfos y de estos idiotas, si los obligamos a barrer las calles, si obligamos a sus mujeres a fregar los cuarteles de los guardias rojos (y no sería un pequeño honor para ellas), comprenderán entonces que nuestro poder es sólido, y que no pueden esperar nada ni de los ingleses ni de los hotentotes”.  [122]

Tema recurrente de los numerosos artículos de los periódicos bolcheviques en Odessa, Kiev, Jarkov, Yekaterinoslavl, y también Perm, en los Urales, o Nizhni-Novgorod, la humillación de las “burguesas” obligadas a limpiar las letrinas y los cuarteles de los chekistas o de los guardias rojos parece haber sido una práctica corriente. Pero era también una versión edulcorada y “políticamente presentable” de una realidad mucho más brutal: la violación; fenómeno que según muy numerosos testimonios concordantes, adquirió proporciones gigantescas muy especialmente durante la segunda reconquista de Ucrania, de las regiones cosacas y de Crimea en 1920.

Etapa lógica y última del “exterminio de la burguesía como clase”, las ejecuciones de detenidos, sospechosos y rehenes encarcelados por su sola pertenencia a las “clases poderosas” aparecen atestiguadas en numerosas ciudades tomadas por los bolcheviques. En Jarkov, entre 2.000 y 3.000 ejecuciones en febrero-junio de 1919; entre 1.000 y 2.000 durante la segunda toma de la ciudad, en diciembre de 1919. En  Rostov sobre el Don, alrededor de 1.000 en enero de 1920; en Odessa, 2.200 entre mayo y agosto de 1919, después de 1.500 a 3.000 entre febrero de 1920 y febrero de 1921. En Yekaterinodar, al menos 3.000 entre agosto de 1920 y febrero de 1921. En Armavir, pequeña ciudad del Kuban, de 2.000 a 3.000 entre agosto y octubre de 1920. La lista se podría prolongar.

En realidad, tuvieron lugar además muchas otras ejecuciones pero no fueron objeto de investigaciones llevadas a cabo muy poco tiempo después de las matanzas. Así, se conoció mucho mejor lo sucedido en Ucrania o en el sur de Rusia que en el Cáucaso, en Asia Central o en los Urales. En efecto, las ejecuciones se aceleraban al acercarse el adversario, en el momento en que los bolcheviques abandonaban sus posiciones y “descongestionaban” las prisiones. En Jarkov, en el curso de los dos días precedentes a la llegada de los blancos, los días 8 y 9 de junio de 1919, centenares de rehenes fueron ejecutados. En Kiev, más de 1.800 personas fueron asesinadas entre el 22 y el 28 de agosto de 1919, antes de la reconquista de los blancos de la ciudad el 30 de agosto. Lo mismo sucedió en Yekaterinodar, donde, ante el avance de las tropas de los cosacos, Atarvekov, el jefe local de la cheka, hizo ejecutar en tres días, del 17 al 19 de agosto de 1920, a 1.620 “burgueses” en esa pequeña ciudad provincial que contaba antes de la guerra con menos de 30.000 habitantes. [123]

Los documentos de las comisiones de investigación de las unidades del ejército blanco, llegados al lugar algunos días, incluso algunas horas, después de las ejecuciones, contienen un océano de declaraciones, de testimonios, de informes de autopsias, de fotos de las matanzas y de la identidad de las víctimas. Si los ejecutados “de última hora”, eliminados con una bala en la nuca, no presentaban en general rastros de tortura, sucedía algo muy distinto con los cadáveres exhumados de los osarios más antiguos. El uso de las torturas más terribles está atestiguado por las autopsias, por elementos materiales y por testimonios. Descripciones detalladas de estas torturas figuran fundamentalmente en la recopilación de Serguei Melgunov, ya citada, y en la del Buró Central del partido socialista revolucionario, Cheka, editada en Berlín, en 1922. [124]

La masacre de Crimea

Las matanzas alcanzaron su apogeo en Crimea, durante la evacuación de las últimas unidades blancas de Wrangel y de los civiles que habían huido ante el avance de los bolcheviques. En algunas semanas, de mediados de noviembre a finales de diciembre de 1920, alrededor de 50.000 personas fueron fusiladas o ahorcadas. [125] Un gran número de ejecuciones tuvo lugar inmediatamente después del embarque de las tropas de Wrangel. En Sebastopol, varios centenares de estibadores fueron fusilados el 26 de noviembre por haber ayudado a la evacuación de los blancos. Los días 28 y 30 de noviembre, los Izvestia del comité revolucionario de Sebastopol publicaron dos listas de fusilados. La primera contaba con 1.634 nombres, la segunda con 1.202.

A principios de diciembre, cuando la fiebre de las primeras ejecuciones en masa volvió a descender, las autoridades comenzaron a proceder a elaborar un número de fichas tan completo como fuera posible, dadas las circunstancias, de la población de las principales ciudades de Crimea donde, pensaban, se ocultaban decenas, incluso centenares de millares, de burgueses que, procedentes de toda Rusia, habían huido a sus lugares de veraneo. El 6 de diciembre Lenin declaró ante una asamblea de responsables de Moscú que 300.000 burgueses habían huido en masa a Crimea. Aseguró que, en un futuro próximo, estos “elementos” que constituían una “reserva de espías y de agentes dispuestos a ayudar al capitalismo” serían “castigados”, [126]

Los cordones militares que cerraban el istmo de Perekop, única escapatoria terrestre, fueron reforzados. Con la red cerrada, las autoridades ordenaron a cada habitante que se presentara ante la Cheka para rellenar un largo formulario de investigación, que implicaba unas cincuenta cuestiones sobre su origen social, su pasado, sus actividades y sus ingresos, pero también su empleo en noviembre de 1920, sobre lo que pensaba de Polonia, de Wrangel, de los bolcheviques, etc. Sobre la base de estas “encuestas”, la población fue dividida en tres categorías: los que había que fusilar; los que había que enviar a un campo de concentración y a los que había que perdonar. Los testimonios de los raros supervivientes, publicados en los diarios de la emigración de 1921, describen a Sebastopol, una de las ciudades más duramente golpeadas por la represión, como una “ciudad de ahorcados”. “La perspectiva (avenida) Najimovsky estaba llena de cadáveres ahorcados de oficiales, de soldados, de civiles, detenidos en las calles. (...) La ciudad estaba muerta, y la población se escondía en cuevas y graneros. Todas las empalizadas, los muros de las casas, los postes de telégrafo y las vitrinas de los almacenes, estaban cubiertas de carteles que decían »muerte a los traidores«. (...) Se colgaba en las calles como instructivo.[127]

El último episodio del enfrentamiento entre blancos y rojos no puso fin a la represión. Los frentes militares de la guerra civil no existían ya, pero la guerra de “pacificación” y de “erradicación” se prolongaría durante cerca de dos años.

De Tambov a la Hambruna

La NEP: la Nueva Política Económica

A finales de 1920, el régimen bolchevique parecía triunfar. El último ejército blanco había sido vencido, los cosacos estaban derrotados y los destacamentos de Majno se retiraban.

No obstante, si la guerra reconocida – la llevada a cabo por los rojos contra los blancos – estaba terminada, el enfrentamiento entre el régimen y amplios sectores de la sociedad continuaba con todo encarnizamiento. El apogeo de las guerras campesinas se sitúa a principios de 1921, cuando provincias enteras escaparon del poder bolchevique. En la provincia de Tambov (Samara, Saratov, Tsaritsyn, Simbirsk), y en la Siberia occidental, los bolcheviques no controlaban más que las ciudades. Los campos estaban bajo el control de centenares de bandas de verdes, incluso de verdaderos ejércitos campesinos. En las unidades del Ejército Rojo los motines estallaban cada día. Las huelgas, los disturbios y las protestas obreras se multiplicaban en los últimos centros industriales del país que todavía seguían activos, en Moscú, Petrogrado, Ivanovo-Vosnessensk y Tula.

A finales del mes de febrero de 1921, los marinos de la base naval de Kronstadt, en la zona de Petrogrado, se amotinaron a su vez. La situación se convertía en explosiva y el país en ingobernable. Ante la amenaza de un verdadero maremoto social que significaría el riesgo de hundimiento del régimen, los dirigentes bolcheviques se vieron obligados a dar marcha atrás y a tomar la única medida que podía de momento calmar el descontento más masivo, el más general y peligroso: el descontento campesino. Prometieron poner término a las requisas, reemplazadas por un impuesto en especie. En este contexto de enfrentamiento entre el régimen y la sociedad es cuando comenzó, a partir de marzo de 1921, la NEP, la Nueva Política Económica.

Una historia política dominante durante largo tiempo ha acentuado de manera exagerada la “ruptura” de marzo de 1921. Ahora bien, adoptada precipitadamente, el último día del X Congreso del partido bolchevique y bajo la amenaza de una explosión social, la sustitución de las requisas por el impuesto en especie no implicó ni el final de las revueltas campesinas ni el de las huelgas obreras, ni una relajación de la represión. Los archivos hoy en día accesibles muestran que la paz civil no se instauró de la noche a la mañana durante la primavera de 1921. Las tensiones siguieron siendo muy fuertes, al menos hasta el verano de 1922 y en ciertas regiones hasta mucho después.

Los destacamentos de requisa continuaron asolando los campos, las huelgas obreras fueron salvajemente aplastadas, los últimos militantes socialistas detenidos, y la “erradicación de los bandidos de los bosques” se prosiguió por todos los medios – fusilamientos masivos de rehenes, bombardeos de aldeas con gas asfixiante. Al fin de cuentas, fue la hambruna de 1921-1922 la que doblegó los campos más agitados, aquellos que los destacamentos de requisa habían presionado más y que se habían sublevado para sobrevivir.

El mapa del hambre cubre exactamente aquellas zonas donde hubo requisas más elevadas durante el curso de los años precedentes y donde se produjeron las revueltas campesinas más virulentas. Aliada “objetiva” del régimen, arma absoluta de “pacificación”, la hambruna sirvió, además, de pretexto a los bolcheviques para asestar un golpe decisivo contra la Iglesia Ortodoxa y a la intelliguentsia que se habían movilizado para luchar contra el desastre.

La revuelta de Tambov

De todas las revueltas campesinas que habían estallado desde la instauración de las requisas en el verano de 1918, la revuelta de los campesinos de Tambov fue la más prolongada, la más importante y la mejor organizada. Situada a menos de 500 kilómetros al sudoeste de Moscú, la provincia de Tambov era, desde principios de siglo, uno de los bastiones del partido socialista-revolucionario, heredero del populismo ruso. En 1918-1920, a pesar de las represiones que se habían abatido sobre este partido, sus militantes seguían siendo numerosos y activos. Pero la provincia de Tambov era también el granero de trigo más cercano a Moscú y, desde el otoño de 1918, más de 100 destacamentos de requisa hicieron estragos en esta provincia agrícola densamente poblada.

En 1919 estallaron decenas de bunny, motines sin futuro, siendo todos despiadadamente reprimidos. En 1920, las cuotas de requisa fueron elevadas sustancialmente, pasando de 18 a 27 millones de puds, mientras que los campesinos habían disminuido considerablemente la superficie sembrada, sabiendo que todo lo que no tuvieran tiempo de consumir sería inmediatamente requisado. [128] Cumplir con las cuotas significaba, por lo tanto, hacer morir de hambre al campesinado.

El 9 de agosto de 1920, los incidentes habituales que se relacionaban con los destacamentos de suministros degeneraron en la aldea de Jitrovo. Como lo reconocieron las mismas autoridades locales, “los destacamentos cometían toda clase de abusos; saqueaban todo a su paso, hasta las almohadas y los utensilios de cocina; se repartían el botín y daban palizas a los ancianos de setenta años, siendo esto visto y sabido por todos. Estos ancianos eran castigados por la ausencia de sus hijos desertores que se ocultaban en los bosques (…) Lo que indignaba también a los campesinos era que el grano confiscado, transportado en carretas hasta la estación más próxima, se pudría en el lugar a la intemperie”. [129]

Iniciada en Jitrovo, la revuelta se extendió como una mancha de aceite. A finales de agosto de 1920, más de 14.000 hombres, desertores en su mayor parte, armados con fusiles, horquillas y hoces, habían expulsado o asesinado a “todos los representantes del poder soviético” de tres distritos de la provincia de Tambov. En algunas semanas esta revuelta campesina, que no se distinguía inicialmente de centenares de otras revueltas que desde hacía dos años habían estallado en Rusia o en Ucrania, se transformó – en ese bastión tradicional de los socialistas-revolucionarios – en un movimiento insurreccional bien organizado bajo la dirección de un hábil jefe militar: Alexander Stepanovich Antonov.

Militante socialista-revolucionario desde 1906, exiliado político en Siberia desde 1908, Antonov había estado relacionado a la revolución de febrero de 1917 como otros socialistas-revolucionarios “de izquierda” unido durante un tiempo al régimen bolchevique y había desempeñado funciones de jefe de la milicia de Kirsanov, su distrito natal. En agosto de 1918 había roto con los bolcheviques y se había puesto a la cabeza de una de esas innumerables bandas de desertores que controlaban los campos profundos, enfrentándose con los destacamentos de requisa y atacando a los escasos funcionarios soviéticos que se arriesgaban por los pueblos. Cuando, en agosto de 1920, la revuelta campesina afectó a su distrito de Kirsanov, Antonov puso en funcionamiento una organización eficaz de milicias campesinas, pero también un notable servicio de información que se infiltró hasta en la cheka de Tambov.  Organizó igualmente un servicio de propaganda que difundía tratados y proclamas denunciando la “comisariocracia bolchevique” y que movilizó a los campesinos en torno a determinadas reivindicaciones populares, tales como la libertad de comercio, el fin de las requisas, las elecciones libres y la abolición de los comisarios bolcheviques y de la Cheka. [130]

En paralelo, la organización clandestina del partido socialista-revolucionario fundaba una Unión del Campesinado Trabajador, red clandestina de militantes campesinos de fuerte implantación local. A pesar de las fuertes tensiones existentes entre Antonov, socialista-revolucionario disidente, y la dirección de la Unión, el movimiento campesino de la provincia de Tambov disponía de una organización militar, de un servicio de información y de un programa político que le proporcionaba una fuerza y una coherencia que no habían tenido antes la mayoría de los movimientos campesinos, con la excepción del movimiento de Majno.

En octubre de 1920, el poder bolchevique solo controlaba a la ciudad de Tambov y algunos escasos centros urbanos provinciales. Los desertores se unían por millares al ejército campesino de Antonov, que iba a contar en su apogeo con más de 50.000 hombres armados. El 19 de octubre, Lenin, que finalmente había adquirido conciencia de la gravedad de la situación, escribió a Dzerzhinsky: “Es indispensable aplastar de la manera más rápida y más ejemplar este movimiento (…) ¡Hay que dar muestra de la mayor energía![131]

A principios de noviembre, los bolcheviques reunían apenas a 5.000 hombres de las tropas de seguridad interna de la república pero, después de la derrota de Wrangel en Crimea, los efectivos de las tropas especiales enviadas a Tambov aumentaron rápidamente hasta alcanzar los 100.000 hombres, incluidos los destacamentos del Ejército Rojo, siempre minoritarios, porque eran juzgados poco fiables a la hora de reprimir las revueltas populares.

A comienzos del año 1921, las revueltas campesinas abarcaron nuevas regiones: todo el bajo Volga (las provincias de Samara, Saratov, Tsaritsyn, Astracán) pero también Siberia occidental. En la provincia de Samara, el comandante del distrito militar del Volga informaba el 12 de febrero de 1921: “Multitudes de varios miles de campesinos hambrientos asedian los hangares en que los destacamentos han almacenado el grano requisado para las ciudades y el ejército. La situación ha degenerado en varias ocasiones y el ejército ha tenido que disparar sobre la turba ebria de cólera”. Desde Saratov, los dirigentes bolcheviques locales telegrafiaron a Moscú: “El bandolerismo ha conquistado toda la provincia. Los campesinos se han apoderado de todas las reservas – 3 millones de puds – de los hangares del Estado. Están fuertemente armados gracias a los fusiles que les proporcionan los desertores. Unidades enteras del Ejército Rojo se han volatilizado”.

Al mismo tiempo, a más de 1.000 kilómetros al este, adquiría forma un nuevo foco de disturbios campesinos. Tras haber absorbido todos los recursos posibles de las regiones agrícolas prósperas del sur de Rusia y de Ucrania, el gobierno bolchevique se había vuelto, en otoño de 1920, hacia Siberia occidental, donde las cuotas de entrega fueron arbitrariamente fijadas en función de las exportaciones de cereales realizadas en . . . ¡1913!

Pero, ¿se podían comparar las entregas destinadas a las exportaciones pagadas en rublos-oro contantes y sonantes con las entregas reservadas por el campesino para las requisas arrancadas bajo amenaza? Como en todas partes, los campesinos siberianos se sublevaron para defender el fruto de su trabajo y asegurar su supervivencia. En enero-marzo de 1921, los bolcheviques perdieron el control de las provincias de Tiumen, de Omsk, de Cheliabinsk y de Ekaterinburgo, un territorio mayor que Francia, y el Transiberiano – la única vía férrea que unía la Rusia europea con Siberia – fue cortado.

El 21 de febrero, un ejército popular campesino se apoderó de la ciudad de Tobolsk, que las unidades del Ejército Rojo no llegaron a recuperar hasta el 30 de marzo. [132] En el otro extremo del país, en las capitales – la antigua Petrogrado y la nueva Moscú – la situación a principios de 1921 era casi igual de explosiva. La economía estaba prácticamente paralizada. Los trenes ya no circulaban. Carentes de combustible, la mayoría de las fábricas estaban cerradas o trabajaban a un ritmo lento. El suministro de las ciudades no estaba asegurado. Los obreros estaban en la calle o buscando alimento en los pueblos circundantes, o discutiendo en los talleres glaciales y medio desocupados después de que todos hubieran robado lo que podían para cambiar “la manufactura” por un poco de alimento.

El descontento es general”, concluía, el 16 de enero, un informe del Departamento de Información de la Cheka. “En los medios obreros se predice la caída próxima del régimen. Ya no trabaja nadie, la gente tiene hambre. Son inminentes las huelgas de gran intensidad. Las unidades de la guarnición de Moscú son cada vez menos seguras y pueden en cualquier instante escapar de nuestro control. Se imponen medidas profilácticas”. [133]

El 21 de enero, un decreto del gobierno ordenó reducir en un tercio, a contar desde el día siguiente, las raciones de pan en Moscú, Petrogrado, Ivanovo-Voznessensk y Kronstadt. Esta medida, que se producía en un momento en que el régimen no podía agitar la amenaza del peligro contrarrevolucionario blanco y apelar al patriotismo de clase de las masas trabajadoras (los dos últimos ejércitos blancos ya habían sido derrotados), provocó un estallido. Desde finales de enero hasta mediados de marzo de 1921, las huelgas, las reuniones de protesta, las marchas contra el hambre, las manifestaciones y las ocupaciones de fábricas se sucedieron diariamente. A finales de febrero y principios de marzo alcanzaron su apogeo, tanto en Moscú como en Petrogrado. Los días 22-24 de febrero graves incidentes enfrentaron en Moscú a destacamentos de la Cheka con manifestantes obreros que intentaban forzar la entrada de los cuarteles para confraternizar con los soldados. Algunos obreros fueron muertos y centenares detenidos. [134]

En Petrogrado, los disturbios adquirieron una nueva amplitud a partir del 22 de febrero, cuando los obreros de varias grandes fábricas eligieron, como en marzo de 1918, una “asamblea de representantes obreros” con fuerte coloración menchevique y socialista-revolucionaria. En su primera proclama, esta asamblea exigió la abolición de la dictadura bolchevique, elecciones libres para los soviets, libertad de palabra, asociación y prensa, y la liberación de todos los presos políticos. Para conseguir estos objetivos, la asamblea convocaba a la huelga general.

El comandante militar no consiguió impedir que varios regimientos celebraran reuniones en el curso de las cuales se adoptaron mociones de apoyo a los obreros. El 24 de febrero, algunos destacamentos de la Cheka, abrieron fuego sobre una manifestación obrera, matando a 12 obreros. Ese mismo día, cerca de 1.000 obreros y militantes socialistas fueron detenidos. [135]

El amotinamiento de Kronstadt

No obstante, las filas de los manifestantes aumentaban sin cesar. Millares de soldados desertaban de sus unidades para unirse a los obreros. Cuatro años después de los días de febrero que habían derribado al régimen zarista, parecía que se repetía el mismo escenario: la confraternización de los manifestantes obreros y de los soldados amotinados. El 26 de febrero, a las 21 horas, Zinoviev, el dirigente de la organización bolchevique de Petrogrado, envió a Lenin un telegrama en el que se percibía el pánico: “Los obreros han entrado en contacto con los soldados acuartelados. (…) Seguimos esperando el refuerzo de las tropas solicitadas a Novgorod. Si no llegan tropas seguras en las próximas horas, vamos a vernos desbordados.

Dos días después se produjo el acontecimiento que los dirigentes bolcheviques temían por encima de todo: el amotinamiento de los marinos de los dos acorazados en la base de Kronstadt, situada en la cercanía de Petrogrado. El 28 de febrero, a las 23 horas, Zinoviev dirigió un nuevo telegrama a Lenin: “Kronstadt: los dos principales navíos, el Sebastopol y el Petropavlovsk, han adoptado resoluciones eseristas-cien-negros y dirigido un ultimátum al que debemos responder en 24 horas. Entre los obreros de Petrogrado la situación sigue siendo muy inestable. Las grandes empresas están de huelga. Pensamos que los eseristas van a acelerar el movimiento”. [136]

Las reivindicaciones que Zinoviev calificaba de “eseristas-cien-negros” no eran otras que las formuladas por la inmensa mayoría de los ciudadanos después de tres años de dictadura bolchevique: reelección de los soviets por sufragio secreto después de debates y de elecciones libres; libertad de palabra y de prensa – precisando, no obstante que sería “a favor de los obreros, de los campesinos, de los anarquistas y de los partidos socialistas de izquierda” – igualdad de racionamiento para todos y liberación de todos los detenidos políticos miembros de los partidos socialistas, de todos los obreros, campesinos, soldados y marinos detenidos en razón de sus actividades en los movimientos obrero y campesino; creación de una comisión encargada de examinar los casos de todos los detenidos en las prisiones y en los campos de concentración; supresión de las requisas; abolición de los destacamentos especiales de la Cheka; libertad absoluta para los campesinos de “hacer lo que deseen con su tierra y criar su propio ganado, a condición de que se las arreglen por sus propios medios”. [137]

En Kronstadt, los acontecimientos se precipitaban. El 1 de marzo se celebró un inmenso mitin que reunió a más de 15.000 personas, la cuarta parte de la población civil y militar de la base naval. Al acudir al lugar para intentar salvar la situación, Mijail Kalinin, presidente del Comité Ejecutivo Central de los soviets, fue despedido bajo los abucheos de la multitud. Al día siguiente, los insurrectos, a los que se habían unido al menos la mitad de los 2.000 bolcheviques de Kronstadt, formaron un comité revolucionario provisional que intentó inmediatamente entrar en contacto con los huelguistas y los soldados de Petrogrado.

Los informes cotidianos de la Cheka sobre la situación en Petrogrado durante la primera semana de marzo de 1921 dan testimonio de la amplitud del apoyo popular al motín de Kronstadt. “El comité revolucionario de Kronstadt espera de un día a otro una sublevación general en Petrogrado. Se ha establecido el contacto entre los amotinados y un gran número de fábricas. (…) Hoy, durante un mitin en la fábrica Arsenal, los obreros han votado una resolución en la que se llama a unirse a la insurrección. Una delegación de tres personas – un anarquista, un menchevique y un socialista-revolucionario – ha sido elegida para mantener el contacto con Kronstadt”. [138]

Para aplastar directamente el movimiento, la cheka de Petrogrado recibió orden, el 7 de marzo, de “emprender acciones decisivas contra los obreros”. En cuarenta y ocho horas, más de 2.000 obreros, simpatizantes y militantes socialistas o anarquistas, fueron detenidos. A diferencia de los amotinados, los obreros no tenían armas y no podían oponer ninguna resistencia frente a los destacamentos de la Cheka.

Tras haber aplastado la base de retaguardia de la insurrección, los bolcheviques prepararon minuciosamente el asalto a Kronstadt. El general Tujachevsky recibió el encargo de liquidar la rebelión. Para disparar contra el pueblo, el vencedor de la campaña de Polonia de 1920 recurrió a los jóvenes reclutas de la escuela militar, sin tradición revolucionaria, así como a las tropas especiales de la Cheka. Las operaciones se iniciaron el 8 de marzo. Diez días más tarde, Kronstadt caía al precio de millares de muertos de uno y otro lado.

La represión de la insurrección fue despiadada. Varios centenares de insurgentes, que habían caído prisioneros, fueron pasados por las armas en los días que siguieron a su derrota. Los archivos recientemente publicados hacen referencia, solamente durante los meses de abril-junio de 1921, a 2.103 condenas a muerte y a 6.459 condenas a penas de prisión o de campo de concentración. [139]

Justo antes de la toma de Kronstadt, cerca de 8.000 personas habían logrado huir, a través de las extensiones heladas del golfo, hasta Finlandia, donde fueron internadas en campos de tránsito, entre Terijoki, Vyborg e Ino. Engañadas por una promesa de amnistía, muchas de ellas regresaron en 1922 a Rusia, donde fueron inmediatamente detenidas y enviadas a los campos de concentración de las islas Solovky y a Jolmogory, uno de los campos de concentración más siniestros, cerca de Arkángel. [140] Según una fuente procedente de medios anarquistas, de los 5.000 detenidos de Kronstadt enviados a Jolmogory, menos de 1.500 seguían todavía con vida en la primavera de 1922. [141]

El campo de Jolmogory, situado a orillas del gran río Dvina, era tristemente célebre por la manera expeditiva en que se desembarazaban en él de un gran número de detenidos. Se los embarcaba en gamarras y se precipitaba a los desdichados, con una piedra al cuello y los brazos atados, a las aguas del río. Mijail Kedrov, uno de los principales dirigentes de la Cheka, había inaugurado estos asesinatos por ahogamiento masivo en junio de 1920. Según varios testimonios concordantes, un gran número de amotinados de Kronstadt, de los cosacos y de campesinos de la provincia de Tambov, deportados a Jolmogory, habrían sido ahogados en el Dvina en 1922. Ese mismo año, una comisión especial de evaluación deportó a Siberia a 2.514 civiles de Kronstadt, ¡por el simple hecho de haber permanecido en la plaza fuerte durante los acontecimientos! [142]

La represión a los socialistas no bolcheviques

Vencida la rebelión de Kronstadt, el régimen dedicó todas sus fuerzas a la caza de los militantes socialistas, a la lucha contra las huelgas y el “abandono obrero”, al aplastamiento de las insurrecciones campesinas que continuaban en su apogeo a pesar de la proclamación oficial del fin de las requisas, y a la represión contra la Iglesia.

El 28 de febrero de 1921, Dzerzhinsky había ordenado a todas las checas provinciales: “1)- Detener inmediatamente a toda la intelliguentsia anarquizante menchevique, socialista-revolucionaria, en particular a los funcionarios que trabajan en los comisariados del pueblo para la agricultura y los suministros. 2)- Después de este inicio, detener a todos los mencheviques, socialistas-revolucionarios y anarquistas que trabajan en las fábricas y que son susceptibles de convocar a huelgas o manifestaciones” [143]

Lejos de señalar un relajamiento en la política represiva, la introducción de la NEP, a partir de marzo de 1921, vino acompañada por un recrudecimiento de la represión contra los militantes socialistas moderados. Esta represión no fue dictada por el peligros de ver cómo se oponían a la nueva política económica, sino por el hecho de que la habían reclamado desde hacía mucho tiempo, mostrando así su perspicacia y la justicia de su análisis. “El único lugar de los mencheviques y de los eseristas, ya lo sean declarada o encubiertamente” – escribía Lenin en abril de 1921 – “es la prisión”.

Algunos meses más tarde, juzgando que los socialistas eran todavía demasiado “revoltosos”, escribió: “¡Si los mencheviques y los eseristas siguen enseñando todavía la punta de la nariz, fusilarlos sin piedad!”. Entre marzo y junio de 1921, todavía fueron detenidos más de 2.000 militantes y simpatizantes socialistas moderados. Todos los miembros del Comité Central del partido menchevique se encontraban en prisión. Amenazados con la deportación a Siberia, iniciaron, en enero de 1922, una huelga de hambre. Doce dirigentes, entre ellos Dan y Nikolayevsky, fueron entonces expulsados al extranjero y llegaron a Berlín en febrero de 1922.

La represión a los mineros del Donbass

Una de las prioridades del régimen en la primavera de 1921 era volver a poner en marcha la producción industrial que había caído a una décima parte de lo que había sido en 1913. Lejos de relajar la presión que se ejercía sobre los obreros, los bolcheviques mantuvieron e incluso reforzaron la militarización del trabajo puesta en vigor en el curso de los años anteriores. La política llevada a cabo en 1921, después de la adopción de la NEP, en la gran región industrial y minera del Donbass, que producía más del 80% del carbón y del acero del país, resulta reveladora de los métodos dictatoriales empleados por los bolcheviques para “volver a poner los obreros a trabajar”.

A finales de 1920, Piatakov, uno de los principales dirigentes y personaje cercano a Trotsky, había sido nombrado para desempeñar la dirección central de la industria del carbón. En un año llegó a quintuplicar la producción de carbón, al precio de una política de explotación y represión de la clase obrera sin precedentes que descansaba sobre una militarización del trabajo de los 120.000 mineros que dependían de su dirección. Piatakov impuso una disciplina rigurosa: cualquier ausencia era considerada “un acto de sabotaje” y sancionada con una pena de campo de concentración, incluso con la pena de muerte: 18 mineros fueron ejecutados en 1921 por “parasitismo grave”. Procedió a un aumento de los horarios de trabajo (fundamentalmente el trabajo en domingo) y generalizó el “chantaje de la cartilla de racionamiento” para obtener de los obreros un aumento de productividad.

Todas estas medidas fueron adoptadas en un momento en que los obreros recibían, como pago total, entre la tercera parte y la mitad del pan necesario para su supervivencia, y en que debían, al final de su jornada de trabajo, prestar su único par de zapatos a los compañeros que los relevaban. Como reconocía la dirección de la industria carbonífera, entre las numerosas razones del elevado ausentismo figuraban, además de las epidemias, el “hambre permanente” y “la ausencia casi total de ropa, pantalones y calzado”.

Para reducir el número de bocas que había que alimentar cuando amenazaba el hambre, Piatakov ordenó, el 24 de junio de 1921, la expulsión de las ciudades mineras de todas las personas que no trabajaban en las minas y que representaban, por lo tanto, “un peso muerto”. Se retiraron las cartillas de racionamiento a los miembros de las familias de los mineros. Las normas de racionamiento fueron estrictamente relacionadas con los logros individuales de cada minero y fue introducida una forma primitiva de salario a destajo. [144]

Todas estas medidas iban en contra de las ideas de igualdad y de “racionamiento garantizado” con las que todavía se ilusionaban muchos obreros, encandilados por la mitología obrerista bolchevique. Preanunciaban de manera notable las medidas antiobreras de los años treinta. Las masas obreras no eran más que rabsita (la fuerza de trabajo) que había que explotar de la manera más eficaz posible, limitando a la legislación laboral y a los sindicatos inútiles al simple papel de aguijones de la productividad.

La militarización del trabajo aparecía como la forma más eficaz de encuadramiento de esta mano de obra reacia, muerta de hambre y poco productiva. No podemos dejar de preguntarnos acerca de la relación existente entre esta forma de explotación del trabajo libre y el trabajo forzado de los grandes complejos penitenciarios creados a principios de los años treinta. Como tantos otros episodios de estos años nacientes del bolchevismo – que no pueden verse limitados a la guerra civil – lo que pasaba en el Donbass en 1921 anunciaba determinadas prácticas que iban a darse cita en el núcleo del stalinismo.

La “pacificación” de los campesinos de Tambov

Entre las otras operaciones prioritarias en la primavera de 1921 figuraba, para el régimen bolchevique, la “pacificación” de todas las regiones controladas por bandas y destacamentos de campesinos. El 27 de abril de 1921, el Buró Político nombró al general Tujachevsky responsable de “las operaciones de liquidación de las bandas de Antonov en la provincia de Tambov”. A la cabeza de cerca de 100.000 hombres, entre los que se encontraba una elevada proporción de destacamentos especiales de la Cheka, equipados con artillería pesada y aviones, Tujachevsky acabó con los destacamentos de Antonov desencadenando una represión de una violencia inaudita.

Tujachevsky y Antonov-Ovseenko, presidente de la comisión plenipotenciaria del Comité ejecutivo Central nombrado para establecer un verdadero régimen de ocupación en la provincia de Tambov, practicaron masivamente las detenciones de rehenes, las ejecuciones, los internamientos en campos de concentración, el exterminio mediante gases asfixiantes y la deportación de aldeas enteras de las que se sospechaba que ayudaban y daban cobijo a los “bandidos”. [145]

La orden del día número 171 de fecha 11 de junio de 1921 de Antonov-Ovseenko y Tujachevsky, aclara los métodos con los que fue “pacificada” la provincia de Tambov. Esta orden estipulaba fundamentalmente:

“1)- Fusilar en el lugar sin juicio a todo ciudadano que se niegue a dar su nombre.

2)- Las comisiones políticas de distrito o las comisiones políticas de zona tienen el poder de pronunciar contra las aldeas en que están ocultas armas un veredicto para arrestar rehenes y fusilarlos en el caso de que no se entreguen las armas.

3)- En el caso en que se encuentren armas ocultas, fusilar en el lugar, sin juicio, al hijo mayor de la familia.

4)- la familia que haya ocultado a un bandido en su casa debe ser arrestada y deportada fuera de la provincia, sus bienes confiscados y el hijo mayor de esta familia fusilado sin juicio.

5)- Considerar como bandidos a las familias que oculten miembros de la familia de los bandidos y fusilar en el lugar, sin juicio, al hijo mayor de esta familia.

6)- En el caso de que tenga lugar la huida de la familia de un bandido, repartir sus bienes entre los campesinos fieles al poder soviético y quemar o demoler las casas abandonadas.

7)- Aplicar la presente orden del día rigurosamente y sin piedad” [146]

Al día siguiente de la promulgación de la orden del día número 171, el general Tujachevsky ordenó atacar con gases asfixiantes a los rebeldes. “Los residuos de las bandas desechas y de los bandidos aislados continúan reuniéndose en los bosques (…) Los bosques en que se ocultan los bandidos deben ser limpiados mediante gas asfixiante. Todo debe estar calculado para que la nube de gas penetre en el bosque y extermine a todo aquél que se oculta en el mismo. El inspector de artillería debe proporcionar inmediatamente las cantidades necesarias de gas asfixiante así como especialistas competentes en este género de operaciones.”  El 19 de julio, ante la oposición de numerosos dirigentes bolcheviques a esta forma extrema de “erradicación”, la orden número 117 fue anulada. [147]

En este mes de julio de 1921, las autoridades militares y la Cheka habían abierto ya siete campos de concentración en los que, según datos todavía parciales, estaban encerradas al menos 50.000 personas, en su mayoría mujeres, ancianos, niños, “rehenes” y miembros de familias de campesinos desertores. La situación de estos campos era terrible: el tifus y el cólera eran endémicos y los detenidos, medio desnudos, carecían de todo. Durante el verano de 1921 hizo su aparición el hambre. La mortalidad alcanzó, en el otoño, del 15 al 20% mensual.

El 1 de septiembre de 1921 no quedaban más que algunas bandas que reunían en total apenas más de un millar de hombres en armas, frente a los 40.000 que había en el apogeo del movimiento campesino en febrero de 1921. A partir de noviembre de 1921, aunque los campos habían sido “pacificados” hacía mucho tiempo, varios millares de detenidos entre los más capaces fueron deportados hacia los campos de concentración del norte de Rusia, a Arkángel y Jolmogory. [148]

Tal como testifican los informes semanales de la Cheka dirigidos a los jefes bolcheviques, la “pacificación” de los campos continuó en numerosas regiones – Ucrania, Siberia occidental, provincias del Volga, Cáucaso – al menos hasta la segunda mitad del año 1922. Las costumbres adquiridas en el transcurso de los años precedentes seguían persistiendo y, aunque oficialmente las requisas habían sido abolidas en marzo de 1921, el cobro del impuesto en especie que reemplazaba a las requisas a menudo se llevaba a cabo con una extrema brutalidad. Las cuotas, muy elevadas en relación con la situación catastrófica de la agricultura en 1921, mantenían una tensión permanente en los campos donde muchos campesinos habían guardado armas.

Describiendo sus impresiones de viaja a las provincias de Tula, Orel y Voronezh en mayo de 1921, el comisario del pueblo para la agricultura, Nikolay Ossinsky, informaba que los funcionarios locales estaban convencidos de que las requisas serían restablecidas en otoño. Las autoridades locales “no podían considerar a los campesinos de otra manera que como saboteadores natos”. [149]


El Informe de la Comisión Plenipotenciaria de Tambov

Informe del presidente de la comisión plenipotenciaria de cinco miembros acerca de las medidas represivas contra los bandidos de la provincia de Tambov, 10 de julio de 1921 [150]

Las operaciones de limpieza del volost (cantón) Judriukovskaya se iniciaron el 27 de junio en la aldea Ossinovsky, que había albergado en el pasado a grupos de bandidos. La actitud de los campesinos respecto de nuestros destacamentos represivos estaba caracterizada por cierta desconfianza. Los campesinos no denunciaban a los bandidos de los bosques y respondían que no sabían nada de las preguntas que se les formulaban.

Capturamos 40 rehenes, decretamos el estado de sitio en la aldea y concedimos dos horas a los aldeanos para que entregaran a los bandidos y a las armas ocultas. Reunidos en asamblea, los aldeanos dudaban sobre la conducta que había que seguir, pero no se decidían a colaborar de manera activa en la caza de los bandidos. Al expirar el plazo, ejecutamos a 21 rehenes ante la asamblea de la aldea. La ejecución pública, mediante un fusilamiento individual, con todas las formalidades de rigor, en presencia de todos los miembros de la comisión plenipotenciaria, de los comunistas, etc. provocó un efecto considerable sobre los campesinos.

Por lo que se refiere a la aldea Kareyevka, que por su situación geográfica, constituía un emplazamiento privilegiado de los grupos de bandidos, la comisión decidió borrarla del mapa. Toda la población fue deportada, sus bienes confiscados, a excepción de las familias de los soldados que servían en el Ejército Rojo que fueron trasladadas a la villa de Kurdiuky y realojadas en las casas confiscadas a las familias de los bandidos. Tras recuperar algunos objetos de valor – marcos de ventanas, objetos de cristal y de madera etc. – se prendió fuego a las casas de la aldea.

El 3 de julio emprendimos las operaciones en la villa de Bogoslovka. Rara vez nos hemos encontrado con unos campesinos tan reticentes y organizados. Cuando se discutía con estos campesinos, del más joven al más viejo, respondían unánimemente adoptando un aire sorprendido: »¿Bandidos en nuestras casas? ¡Ni piensen en ello! Quizás los hemos visto pasar alguna vez por los alrededores, pero a saber si eran bandidos. . . Nosotros, como se puede ver perfectamente, no hacemos daño a nadie; no sabemos nada.«

Hemos adoptado las mismas medidas que en Ossinovka: hemos capturado 58 rehenes. El 4 de julio hemos fusilado públicamente a un primer grupo de 21 personas, luego, a las 3 de la tarde, hemos logrado que 60 familias de bandidos, es decir, unas 200 personas aproximadamente, no tuvieran la posibilidad de causar molestias. A fin de cuentas, hemos logrado nuestros objetivos y los campesinos se han visto obligados a encontrar a los bandidos y a las armas ocultas.

La limpieza de las aldeas y villas mencionadas arriba concluyó el 6 de julio. La operación se vio coronada por el éxito y tiene consecuencias que sobrepasan los dos volost (cantones) limítrofes. Se continúa la rendición de los elementos bandidos.

El presidente de la comisión plenipotenciaria
de cinco miembros.
Uskonin


La represión en Siberia

Para acelerar el cobro del impuesto en Siberia, región que debía proporcionar el grueso de las entradas en productos agrícolas en el momento en que el hambre devastaba todas las regiones del Volga, en diciembre de 1921 se envió como plenipotenciario extraordinario a Félix Dzerzhinsky. Éste estableció “tribunales revolucionarios volantes” encargados de peinar las aldeas y de condenar sobre el terreno a penas de prisión o a campo de concentración a los campesinos que no pagaban el impuesto. [151]

Cuántos abusos no habrán cometido los destacamentos de requisas, esos tribunales respaldados por “destacamentos fiscales”, que el presidente del Tribunal Supremo mismo, Nicolay Krylenko, tuvo que ordenar una investigación sobre las acciones de esos órganos nombrados por el jefe de la Cheka. Desde Omsk, el 14 de febrero de 1922, escribía un inspector: “Los abusos de los destacamentos de requisas han alcanzado un grado inimaginable. Se encierra sistemáticamente a los campesinos detenidos en hangares sin calefacción, se les da latigazos, se les amenaza con la ejecución. Aquellos que no han cumplido de manera total su cuota de entrega son amarrados, obligados a correr desnudos a lo largo de la calle principal de la aldea, y después son encerrados en un hangar sin calefacción. Se ha golpeado a un gran número de mujeres hasta que perdieron el conocimiento, se las introdujo desnudas en agujeros cavados en la nieve…” En todas las provincias, las tensiones seguían siendo muy vivas.

De ello testifican estos extractos de un informe de la policía política en octubre de 1922, un año y medio después del inicio de la NEP.

“En la provincia de Psov, las cuotas fijadas para el impuesto en especia representan los 2/3 de la cosecha. Cuatro distritos han tomado las armas (…) En la provincia de Novgorod no se cumplirán las cuotas, a pesar de la reducción del 25% recientemente acordada en vista de la mala cosecha. En la provincia de Riazan y del Tver, la realización de un 100% de las cuotas condenaría al campesinado a morir de hambre (…) En la provincia de Novo-Nikolayevsk, el hambre amenaza y los campesinos se aprovisionan de hierba y de raíces para su propio consumo (…) Pero todos estos hechos parecen anodinos en relación con las informaciones que nos llegan de la provincia de Kiev, donde se asiste a una oleada de suicidios como no se había visto jamás: los campesinos se suicidan en masa porque no pueden ni pagar sus impuestos, ni volver a tomar las armas que les han sido confiscadas. El hambre que se abate desde hace más de un año sobre toda la región provoca que los campesinos sean muy pesimistas en lo que se refiere a su porvenir”.

El hambre como herramienta de poder

En el otoño de 1922, sin embargo, lo peor había pasado. Después de dos años de hambre, los supervivientes acababan de obtener una cosecha que debía permitirles pasar el invierno a condición, por supuesto, de que no se exigieran los impuestos en su totalidad.

El Pravda había mencionado por primera vez, el 2 de julio de 1921, en última página y en un suelto breve, la existencia de un “problema alimentario” en el “frente agrícola” en los siguientes términos: “Este año, la cosecha de cereales será inferior a la media de los últimos diez años”. Diez días más tarde, Mijail Kalinin, presidente del Comité Ejecutivo Central de los soviets, reconocía en un “llamamiento a todos los ciudadanos de la RSFSR” publicado en el Pravda del 12 de julio de 1921, que “en numerosos distritos la sequía de este año ha destrozado la cosecha”.

Esta calamidad”, explicaba una resolución del Comité Central de fecha 21 de julio, “no deriva solamente de la sequía. Arranca y procede de toda la historia pasada, del retraso de nuestra agricultura, de la ausencia de organización, del escaso conocimiento en agronomía, de la técnica paupérrima y de las formas anticuadas de rotación de los cultivos. Se ve agravada por las consecuencias de la guerra y del bloqueo, por la lucha ininterrumpida desencadenada contra nosotros por los propietarios, los capitalistas y sus lacayos, por las acciones incesantes de los bandidos que ejecutan las órdenes de organizaciones hostiles a la Rusia soviética y a toda su población trabajadora”. [152]

En esta larga enumeración de las causas de la “calamidad” de la que todavía no se osaba pronunciar el nombre, faltaba el factor principal: la política de requisas que desde hacía años desangraba a una agricultura ya de por sí muy frágil. Los dirigentes de las provincias afectadas por el hambre, convocados a Moscú en junio de 1921, subrayaron unánimemente las responsabilidades del gobierno, y en particular del todopoderoso comisariado del pueblo para el Suministro, por la extensión y el agravamiento del hambre. El representante de la provincia de Samara, un cierto Vavilin, explicó que el Comité Central de aprovisionamiento no había dejado, desde la instauración de las requisas, de inflar las estimaciones de las cosechas.

A pesar de la mala cosecha de 1920, ese año se requisaron 10 millones de puds. Se había echado mano a todas las reservas, incluidas las semillas para la futura cosecha. Desde enero de 1921, numerosos campesinos no tenían ya nada para comer. La mortalidad había comenzado a aumentar en febrero. En dos o tres meses, los motines y las revueltas contra el régimen habían cesado prácticamente en la provincia de Samara. “Hoy”, explicaba Vavilin, “ya no hay revueltas. Se ven fenómenos nuevos: multitudes de millares de hambrientos asedian pacíficamente al Comité Ejecutivo de los soviets o del partido y esperan, durante días, no se sabe qué llegada milagrosa de alimentos. No se consigue expulsar a esta multitud en la que la gente muere cada día como moscas (…) Pienso que por los menos hay 900.000 hambrientos en la provincia”. [153]

Al leer los informes de la Cheka y de la inteligencia militar, se constata que la penuria había hecho acto de presencia en muchas regiones desde 1919. A lo largo del año 1920 la situación no había dejado de degradarse. En sus relaciones internas, la Cheka, el comisariado del pueblo para la Agricultura y el comisariado del pueblo para el Suministro, perfectamente conscientes de la situación, elaboraban desde el verano de 1920 una lista de los distritos y de las provincias “hambrientas” o “presas de la escasez”. En enero de 1921, un informe señalaba entre las causas del hambre que se apoderaba de la provincia de Tambov “la orgía” de requisas del año 1920. Para el pueblo llano resultaba evidente, según testificaban las frases relatadas por la policía política, que “el poder soviético quiere hacer morir de hambre a todos los campesinos que se atrevan a resistirlo”.

Aunque perfectamente informado de las consecuencias ineludibles de su política de requisas, el gobierno no adoptó ninguna medida. Mientras el hambre se apoderaba de un número creciente de regiones, Lenin y Molotov enviaron, el 30 de julio de 1921, un telegrama a todos los dirigentes de comités regionales y provinciales del partido pidiéndoles “que reforzaran los aparatos de la cosecha (…) que desarrollaran una intensa propaganda entre la población rural explicándole la importancia económica y política del pago puntual y total de los impuestos (…) y que pusieran a disposición de las agencias de recogida del impuesto en especie toda la autoridad del partido y la totalidad del poder de represión del aparato del Estado”. [154]

Frente a la actitud de las autoridades, que perseguían a cualquier precio su política de despojamiento del campesinado, se movilizaron los medios informados e ilustrados de la intelliguentsia. En junio de 1921, agrónomos, economistas y universitarios constituyeron, en el seno de la sociedad moscovita de agricultura, un comité social de lucha contra el hambre.

La ayuda internacional

Entre los primeros miembros de este comité figuraban los eminentes economistas Kondratiev y Prokopovich, antiguo ministro de suministros del gobierno provisional, Yekaterina Kuskova, una periodista cercana a Maxim Gorky, escritores, médicos y agrónomos. Gracias a la intercesión de Gorky, muy introducido en los medios dirigentes bolcheviques, una delegación del comité, que Lenin se había negado a recibir, obtuvo a mediados de julio de 1921 una audiencia con Lev Kamenev. Después de esta entrevista, Lenin, siempre desconfiado de la “sensiblería” de algunos dirigentes bolcheviques, envió una nota a sus colegas del Buró político: “Impedir rigurosamente que Kuskova pueda molestar (…) Aceptamos de Kuskova el nombre, la firma, un vagón o dos de parte de aquellos que experimentan simpatía por ella (y por los de su especie). Nada más”. [155]

Finalmente, los miembros del comité llegaron a convencer a bastantes dirigentes de su utilidad. Representantes en su mayoría de la ciencia, de la literatura y la cultura rusa, conocidos en Occidente, en su mayor parte ya habían participado en la organización de la ayuda a las víctimas del hambre de 1891. Además, tenían numerosos contactos entre los intelectuales del mundo entero y podían convertirse en garantes de la justa distribución entre los hambrientos de una eventual ayuda internacional. Estaban dispuestos a prestar su garantía, pero exigían que se otorgara al comité de ayuda para los hambrientos un reconocimiento oficial.

El 21 de julio de 1921, el gobierno bolchevique se decidió, no sin reticencias, a legalizar el comité social que adoptó la denominación de Comité Pan-Ruso de Ayuda a los Hambrientos. Se confirió al comité el emblema de la Cruz Roja. Tuvo derecho a procurarse en Rusia y en el extranjero de víveres, forraje, medicamentos, a repartir las ayudas entre la población necesitada, a recurrir a los transportes excepcionales para llevar sus entregas, a organizar repartos populares de sopa, a crear secciones y comités locales, a “comunicarse libremente con los organismos y los apoderados que haya designado en el extranjero” e incluso a “debatir medidas adoptadas por las autoridades centrales y locales que, en su opinión, tengan relación con el tema de la lucha contra el hambre”. [156] En ningún momento de la historia soviética se otorgaron derechos de tal magnitud a una organización social.

Las concesiones del gobierno estaban a la altura de la crisis que atravesaba el país, cuatro meses después de la instauración oficial, por muy tímida que fuera, de la NEP. El comité estableció contacto con el jefe de la Iglesia Ortodoxa, el patriarca Tijon, quien creó inmediatamente un comité eclesiástico pan-ruso de ayuda a los hambrientos. El 7 de junio de 1921, el patriarca ordenó leer en todas las iglesias una carta pastoral: “La carroña se ha convertido en un plato selecto para la población hambrienta e incluso este plato es difícil de encontrar. Los llantos, los gemidos suenan en todas partes. Se ha llegado ya al canibalismo. . . ¡Tended una mano de socorro a vuestros hermanos y vuestras hermanas! Con el acuerdo de los fieles, podéis utilizar los tesoros de las iglesias que no tengan valor sacramental para socorrer a los hambrientos, tales como anillos, las cadenas, los brazaletes y los ornamentos que adornan los santos íconos, etc.

Después de haber obtenido la ayuda de la Iglesia, el comité estableció contacto con distintas instituciones internacionales, como la Cruz Roja, los cuáqueros y la American Relief Association (ARA), que respondieron positivamente en todos los casos. No obstante, la colaboración entre el régimen y el comité no iba a durar más de cinco semanas. El 27 de agosto de 1921 el comité fue disuelto, seis días después de que el gobierno firmara un acuerdo con el representante de la American Relief Association, presidida por Herbert Hoover. Para Lenin, ahora que los americanos enviaban sus primeros cargamentos de suministros, el comité ya había desempeñado su papel: “el nombre y la firma de Kuskova” habían servido de garantía a los bolcheviques. Eso bastaba.

“Propongo hoy mismo, viernes 26 de agosto”, escribió Lenin, “disolver el comité (...) Detener a Prokopovich por intenciones sediciosas (...) y mantenerlo tres meses en prisión (...) Expulsar de Moscú inmediatamente, hoy mismo, a los otros miembros del comité, enviarlos, por separado unos de otros, a capitales de distrito, si es posible fuera de la red ferroviaria y en residencia vigilada (...) Publicaremos mañana un comunicado gubernamental y seco en cinco líneas: Comité disuelto por negarse a trabajar. Dar a los periódicos la directiva de comenzar desde mañana a cubrir de injurias a la gente del comité. Hijos de papá, guardias blancos, dispuestos a ir de viaje al extranjero, pero mucho menos a viajar por provincias, ridiculizarlos por todos los medios y hablar mal de ellos el menos una vez por semana durante dos meses”. [157]

Siguiendo al pie de la letra estas instrucciones, la prensa se desencadenó contra los sesenta intelectuales famosos que habían tomado parte en el comité. Los títulos de los artículos publicados testifican con elocuencia el carácter de esta campaña de difamación: “No se juega con el hambre” (Pravda, 30 de agosto de 1921); “Especulaban con el hambre” (Komunisticheski Trud, 31 de agosto de 1921); “el comité de ayuda... a la contrarrevolución “ (Izvestia, 30 de agosto de 1921). A una persona que vino a interceder en favor de los miembros del comité detenidos y deportados, Unschlicht, uno de los adjuntos de Dzerzhinsky en la Cheka le dijo: “Dice usted que el comité no ha cometido ningún acto desleal. Es cierto, pero ha aparecido como un polo de atracción para la sociedad. Y eso no podemos consentirlo. Usted sabe que cuando se pone en un vaso de agua un acodo que todavía no tiene brotes, se pone a crecer rápidamente. El comité ha comenzado a extender rápidamente sus ramificaciones por la colectividad social (...) es preciso sacar el acodo del agua y aplastarlo”. [158]

En lugar del comité, el gobierno creó una comisión central de ayuda a los hambrientos, pesado organismo burocrático compuesto de funcionarios de diversos comisariados del pueblo, muy ineficaz y corrupto. En lo más álgido de la hambruna, que afectó en su apogeo, en el verano de 1922, a más de 30 millones de personas, la comisión central aseguró una ayuda alimentaria irregular a menos de 3 millones de personas. Por su parte, el ARA, la Cruz Roja y los cuáqueros alimentaban a alrededor de 11 millones de personas cada día.

A pesar de esta movilización internacional, al menos 5 millones de personas murieron de hambre en 1921-1922. [159]

Hambre y represión a la Iglesia Ortodoxa

La última gran  hambruna que había conocido Rusia en 1891, aproximadamente en las mismas regiones (el Volga medio y bajo y una parte de Kazajstan), había causado de 400.000 a 500.000 víctimas. El Estado y la sociedad habían rivalizado entonces en emulación por acudir en ayuda de los campesinos víctimas de la sequía. Como joven abogado, Vladimir Ulianov-Lenin residía a inicios de los años 90 del Siglo XIX en Samara, capital de una de las provincias más afectadas por el hambre de 1891. Fue el único representante de la intelliguentsia local que no solamente no participó en la ayuda social a los hambrientos, sino que se pronunció categóricamente en contra de la misma. Como recordaba uno de sus amigos: “Vladimir Ilich Ulianov tenía el valor de declarar abiertamente que el hambre tenía numerosas consecuencias positivas, a saber, la aparición de un proletariado industrial, ese enterrador del orden burgués (...) Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre, explicaba, nos acerca objetivamente a nuestra meta final, el socialismo, etapa inmediatamente posterior al capitalismo. El hambre destruye no solamente la fe en el Zar, sino también en Dios”. [160]

Treinta años más tarde, el joven abogado, convertido en jefe del gobierno bolchevique, retomaba su idea: el hambre podía y debía servir para “golpear mortalmente en la cabeza al enemigo”. Este enemigo era la Iglesia Ortodoxa. “La electricidad reemplazará a Dios. Dejad que el campesino le rece a la electricidad, notará el poder de las autoridades más que el del cielo”, decía Lenin en 1918, durante una discusión con Leonid Krassin sobre el tema de la electrificación de Rusia.

Desde la llegada al poder de los bolcheviques, las relaciones entre el nuevo régimen y la Iglesia Ortodoxa se habían degradado.  El 5 de febrero de 1918 el gobierno bolchevique había creado la separación entre la Iglesia y el Estado, de la escuela y de la Iglesia, proclamando la libertad de conciencia y de culto, y anunciado la nacionalización de los bienes de la Iglesia. Frente a este golpe contra el papel tradicional de la Iglesia Ortodoxa, religión estatal bajo el zarismo, el patriarca Tijon había protestado vigorosamente en cuatro cartas pastorales dirigidas a los creyentes. Los bolcheviques multiplicaron las provocaciones, “sometiendo a la prueba pericial” – es decir: profanando – las reliquias de los santos, organizando “carnavales antirreligiosos” durante las grandes fiestas religiosas, y exigiendo que el gran monasterio de la Trinidad, San Sergio, en los alrededores de Moscú, donde estaban conservadas las reliquias de San Sergio de Radonezh, fuera transformado en un museo del ateísmo. Fue en este clima ya tenso – en  que numerosos sacerdotes y obispos fueron detenidos por haberse opuesto a estas provocaciones – que los dirigentes, por iniciativa de Lenin, utilizaron el hambre como pretexto para desencadenar una gran operación política contra la Iglesia.

El 26 de febrero de 1922, la prensa publicó un decreto del gobierno ordenando “la confiscación inmediata en las iglesias de todos los objetos preciosos de oro o plata, de todas las piedras preciosas que no sirvieran directamente para el culto. Estos objetos serán entregados a los órganos del comisariado del pueblo para las Finanzas que los transferirá a los fondos de la comisión central del ayuda a los hambrientos”. Las operaciones de confiscación se iniciaron en los primeros días de marzo y fueron acompañadas de una muy numerosa cantidad de incidentes entre los destacamentos encargados de apoderarse de los tesoros de la iglesia y los fieles. Los más graves tuvieron lugar el 15 de marzo de 1922 en Shuya, una pequeña ciudad industrial de la provincia de Ivanovo, donde la tropa disparó sobre la multitud de fieles, matando a una decena de personas. Lenin utilizó el pretexto de esta matanza para reforzar la campaña antirreligiosa.

En una carta dirigida a los miembros del Buró político, el 19 de marzo de 1922 explicaba, con su cinismo característico, cómo el hambre podía ser utilizada beneficiosamente para “golpear mortalmente al enemigo en la cabeza”:

“En relación con los acontecimientos de Shuya, que van a ser discutidos en el Buró político, pienso que debe ser adoptada desde ahora una decisión firme, en el marco del plan general de lucha en este frente (...) Si se tiene en cuenta lo que nos informan los periódicos a propósito de la actitud del clero en relación con la campaña de confiscación de los bienes de la Iglesia, más la toma de posición subversiva del patriarca Tijon, resulta perfectamente claro que el clero de los Cien Negros está a punto de poner en acción un plan elaborado cuya finalidad es infligirnos en estos momentos una derrota decisiva (...) Pienso que nuestro enemigo está cometiendo un error estratégico monumental. Realmente, el momento actual es excepcionalmente favorable para nosotros, y no para ellos. Tenemos noventa y nueve oportunidades sobre cien de golpear mortalmente al enemigo en la cabeza con un éxito total y de garantizarnos posiciones, para nosotros esenciales, para las décadas futuras. Con tanta gente hambrienta que se alimenta de carne humana, con los caminos congestionados de centenares y de millares de cadáveres, ahora y solamente ahora podemos (y en consecuencia debemos) confiscar los bienes de la Iglesia con una energía feroz y despiadada. Precisamente ahora y solamente ahora la inmensa mayoría de las masas campesinas puede apoyarnos o, más exactamente, puede no estar en condiciones de apoyar a ese puñado de clericales Cien Negros y de pequeñoburgueses reaccionarios (...) Podemos, así, proporcionarnos un tesoro de varios centenares de millones de rublos-oro (¡soñad en la riqueza de los monasterios!). Sin ese tesoro, ninguna actividad estatal en general, ninguna realización económica en particular, y ninguna defensa de nuestras posiciones es concebible. Debemos, cueste lo que cueste, apropiarnos de ese tesoro de varios centenares de millones de rublos (¡quizás de varios miles de millones de rublos!). Todo indica que no alcanzaremos nuestro objetivo en otro momento, porque solamente la desesperación generada por el hambre puede acarrear una actitud benévola, o al menos neutra, de las masas en relación con nosotros (...) También, llego a la conclusión categórica de que es el momento de aplastar a los Cien Negros clericales de la manera más decisiva y despiadada, con tal brutalidad que se recuerde durante décadas. Contemplo la puesta en marcha de nuestro plan de campaña de la manera siguiente: solo el camarada Kalinin adoptará públicamente las medidas. En ningún caso el camarada Trotsky deberá aparecer en la prensa o en público (...) Habrá que enviar a uno de los miembros más enérgicos y más inteligentes del Comité Ejecutivo Central (...) a Shuya, con instrucciones verbales de uno de los miembros del Buró político. Estas instrucciones estipularán que tiene como misión detener en Shuya el mayor número posible de miembros del clero, de pequeños burgueses y de burgueses, no menos de algunas docenas, que serán acusados de participación directa o indirecta en la resistencia violenta contra el decreto de confiscación de bienes de la Iglesia. De regreso de su misión, este responsable dará cuenta al Buró político reunido en pleno, o a dos de sus miembros. Sobre la base de este informe, el Buró dará, verbalmente, directrices precisas a las autoridades judiciales, a saber, que el proceso de los rebeldes de Shuya debe ser llevado a cabo de la manera más rápida posible, con la única meta de ejecutar, mediante fusilamiento, a un número muy importante de los Cien Negros de Shuya, pero también de Moscú y de otros centros clericales (...) cuanto más elevado sea el número de representantes del clero reaccionario y de la burguesía reaccionaria pasado por las armas, mejor será para nosotros. Debemos dar inmediatamente una lección a todas esas gentes de tal manera que no sueñen ya en ninguna resistencia durante décadas...” [161]

Tal como lo indican los informes semanales de la policía política, la campaña de confiscación de bienes de la Iglesia alcanzó su apogeo en marzo, abril y mayo de 1922, provocando 1.414 incidentes censados y el arresto de varios millares de sacerdotes, de monjes y de monjas. Según fuentes eclesiásticas, 2.691 sacerdotes, 1.962 monjes y 3.447 monjas fueron asesinados en 1922. [162]

El gobierno organizó varios grandes procesos públicos de miembros del clero en Moscú, Ivanovo, Shuya, Smolensko y Petrogrado. El 22 de marzo, una semana después de los incidentes de Shuya, el Buró político propuso, conforme a las instrucciones de Lenin, toda una serie de medidas: “Detener al sínodo y al patriarca, no de inmediato, sino de aquí a un período de quince a veinticinco días. Publicar las circunstancias del asunto de Shuya. Juzgar a los sacerdotes y laicos de Shuya de aquí a una semana. Fusilar a los agitadores de la rebelión”. [163] En una nota dirigida al Buró político, Dzerzhinsky indicó que “el patriarca y su banda (...) se oponen abiertamente a la confiscación de los bienes de la  Iglesia (...) Existen desde ahora más que suficientes motivos para detener a Tijon y a los miembros más reaccionarios del sínodo. La GPU estima que: 1). El arresto del sínodo y del patriarca es oportuno. 2)- La designación de un nuevo sínodo no debe ser autorizada; 3)- Todo sacerdote que se oponga a la confiscación de los bienes de la Iglesia debe ser desterrado como enemigo del pueblo a las regiones del Volga más afectadas por el hambre[164]

En Petrogrado, 76 eclesiásticos fueron condenados a penas de campos de concentración y 4 ejecutados, entre ellos el metropolitano de Petrogrado, Benjamín, elegido en 1917, muy cercano al pueblo y que había defendido asiduamente la idea de una Iglesia independiente del Estado. En Moscú 147 eclesiásticos y laicos fueron condenados a penas de campos de concentración y 6 a la pena de muerte, que fue inmediatamente ejecutada. El patriarca Tijon fue recluido en residencia vigilada en el monasterio Donskoy de Moscú.

Juicios a “contrarrevolucionarios”

Algunas semanas después de estas parodias de juicio se inició en Moscú, el 6 de junio de 1922, un gran proceso público, anunciado en la prensa desde el 28 de febrero: el proceso de 34 socialistas-revolucionarios acusados de haber llevado a cabo “actividades contrarrevolucionarias y terroristas contra el gobierno soviético”, entre las cuales figuraban fundamentalmente el atentado del 31 de agosto de 1918 contra Lenin y la “dirección política” de la revuelta campesina de Tambov. Según una práctica que iba a ser ampliamente utilizada en los años treinta, los acusados constituían un conjunto heterogéneo de auténticos dirigentes políticos, entre ellos 12 miembros del Comité Central del partido socialista-revolucionario, dirigido por Abraham Gots y Dimitri Donskoy, y agentes provocadores encargados de testificar contra sus compañeros de acusación y de “confesar sus crímenes”. Este proceso permitió también, como escribió Helene Carrere d’Encausse, “poner a prueba el método de acusaciones escalonadas como si se tratara de muñecas rusas, que partiendo de un hecho exacto – en 1918 los socialistas-revolucionarios se habían opuesto al absolutismo dirigente de los bolcheviques – llegaba a un principio (...) el de que toda oposición equivalía en última instancia a cooperar con la burguesía internacional”. [165]

Como consecuencia de esta parodia de justicia durante la cual las autoridades pusieron en escena manifestaciones populares que reclamaban la pena de muerte para los “terroristas”, 11 de los acusados – los dirigentes del partido socialista-revolucionario – fueron condenados, el 7 de agosto de 1922, a la pena capital. Ante las protestas de la comunidad internacional movilizada por los socialistas rusos en el exilio, y, más todavía, ante la amenaza real de un reinicio de las insurrecciones en los campos en que “el espíritu socialista-revolucionario” seguía vivo, la ejecución de las sentencias fue suspendida “a condición de que el partido socialista-revolucionario cesara en todas sus actividades conspirativas, terroristas e insurreccionales”. En enero de 1924, las condenas a muerte fueron conmutadas por penas a 5 años de campo de concentración. Sin embargo, los condenados no fueron nunca liberados, y se los ejecutó en los años treinta, en un momento en que ni la opinión internacional ni el peligro de insurrecciones campesinas eran ya tenidas en cuenta por la dirección bolchevique.

El nuevo Código Penal y el nacimiento de la GPU

Con ocasión del proceso de los socialistas-revolucionarios se había aplicado el nuevo Código Penal, que entró en vigor el 1 de junio de 1922. Lenin había seguido de manera particular la elaboración de este código que debía legalizar la violencia ejercida contra los enemigos políticos, al haber concluido oficialmente la fase de la eliminación expeditiva justificada por la guerra civil.

Los primeros borradores sometidos a Lenin suscitaron de su parte, el 15 de mayo de 1922, estas frases dirigidas a Kursky, comisario del pueblo para la Justicia: “En mi opinión, hay que ampliar el campo de aplicación de la pena de muerte a toda clase de actividades de los mencheviques, socialistas-revolucionarios, etc. Encontrar una nueva pena, que sería la expulsión al extranjero. Y poner a punto una fórmula que vincule estas actividades con la burguesía internacional”. [166]

Dos días más tarde, Lenin escribía nuevamente: “Camarada Kursky, quiero añadir a nuestra conversación este borrador de un párrafo complementario para el código penal (...) Creo que lo esencial está claro. Hay que plantear abiertamente el principio, justo políticamente – y no solamente en términos estrechamente jurídicos – que motiva la esencia y la justificación del terror, su necesidad y sus límites. El tribunal no debe suprimir el terror, decirlo sería mentirse o mentir; sino fundamentarlo, legalizarlo en los principios, claramente, sin disimular ni maquillar la verdad. La formulación debe ser lo más abierta posible, porque solo la conciencia legal revolucionaria y la conciencia revolucionaria crean las condiciones de aplicación fácticas”. [167]

De acuerdo con las instrucciones de Lenin, el código penal definió el crimen contrarrevolucionario como todo acto “que pretenda abatir o debilitar el poder de los soviets obreros y campesinos establecido por la revolución proletaria”, pero también como todo acto “que contribuya a ayudar a la parte de la burguesía internacional que no reconoce la igualdad de derechos del sistema comunista de propiedad que sucede al sistema capitalista, y que se esfuerce en derribarlo por la fuerza, la intervención militar, el bloqueo, el espionaje o la financiación de la prensa y otros medios similares”.

Se castigaba con la pena de muerte no solo todas las actividades (revuelta, motín, sabotaje, espionaje, etc.) susceptibles de ser clasificadas de “actos contrarrevolucionarios”, sino también la participación o el concurso prestado a una organización “en el sentido de una ayuda a una parte de la burguesía internacional”. Incluso la “propaganda susceptible de aportar una ayuda a una parte de la burguesía internacional” era considerada como un crimen contrarrevolucionario, punible con una privación de libertad “que no podrá ser inferior a tres años”, o con el destierro a perpetuidad.

En el marco de la legalización  de la violencia política emprendida a principios de 1922, conviene tener en consideración la transformación que experimentó el nombre de la policía política. El 6 de febrero de 1922, un decreto abolió la Cheka para reemplazarla inmediatamente por la GPU – Dirección Política del Estado – dependiente del comisariado del pueblo para el Interior. Aunque el nombre cambiaba, los responsables y las estructuras seguían siendo idénticas, dando claro testimonio de la continuidad de la institución. ¿Qué podía significar, por lo tanto, este cambio de etiqueta? La Cheka fue, como su propio nombre indica, una comisión extraordinaria, lo que sugería el carácter transitorio de su existencia y de aquello que la justificaba. La GPU indicaba, por el contrario, que el Estado debía disponer de instituciones normales y permanentes de control y de represión políticos. Detrás del cambio de denominación se dibujaban la eternización y la legalización del terror como modo de resolución de las relaciones conflictivas entre el nuevo Estado y la sociedad.

El destierro de la intelliguentsia

Una de las disposiciones inéditas del nuevo código penal era el destierro a perpetuidad, con la prohibición anexa de regresar a la URSS bajo pena de ejecución inmediata. Entró en vigor en el otoño de 1922, en el curso de una gran operación de expulsión que golpeó a cerca de 200 intelectuales de renombre de los que se sospechaba que se oponían al bolchevismo. Entre estos figuraban en primer lugar todos aquellos que habían participado en el comité social de lucha contra el hambre, disuelto el 27 de julio de 1921.

El 20 de mayo de 1922, Lenin expuso, en una carta dirigida a Dzershinsky, un vasto plan de “expulsión al extranjero de los escritores y de los profesores que ayudan a la contrarrevolución”. “Hay que preparar cuidadosamente esta operación”, escribía Lenin, “Reunir una comisión especial. Obligar a los miembros del Buró político a consagrar de dos a tres horas por semana a examinar cierto número de libros y de revistas (...) Reunir informaciones sistemáticas sobre el pasado político, los trabajos y la actividad literaria de los profesores y de los escritores.” Y Lenin daba un ejemplo: “Por lo que se refiere a la revista «Ekonomist», por ejemplo, se trata evidentemente de un centro de guardias blancos. El número 3 (¡el tercer número solamente! ¡nota bene!) lleva en la cubierta la lista de los colaboradores. Pienso que casi todos son candidatos muy legítimos a la expulsión. Todos son contrarrevolucionarios claros, cómplices de l’Entente, que constituyen una organización de lacayos, de espías y de corruptores de la juventud estudiantil. Hay que organizar las cosas de tal manera que se persiga a estos espías y se les dé caza de manera permanente, organizada y sistemática, para expulsarlos al extranjero.[168]

El 22 de mayo, el Buró político creó una comisión especial, que incluía fundamentalmente a Kamenev, Kurky, Unschlicht y Mantsev (dos adjuntos directos de Dzerzhinsky), cuya misión consistió en fichar a cierto número de intelectuales para proceder a su arresto y posterior expulsión. Los primeros en ser expulsados, en junio de 1923, fueron los dos principales dirigentes del antiguo comité social de la lucha contra el hambre, Serguei Prokopovich e Ykaterina Kuskova. Un primer grupo de 160 intelectuales de renombre, filósofos, escritores, historiadores y profesores universitarios, detenidos los días 16 a 17 de agosto, fueron expulsados por barco en septiembre. Entre ellos figuraban fundamentalmente algunos nombres que ya habían adquirido o irían a adquirir una fama internacional: Nikolay Berdiayev, Serguei Bulgakov, Semion Frank, Nikolay Losski, Lev Karsavin, Fedor Stepun, Serguei Trubetskoy, Alexander Izgoyev, Ivan Lapshin, Mijail Ossorguin, Alexander Kiesewetter . . .

Todos tuvieron que firmar un documento estipulando que, en caso de regreso a la URSS, serían inmediatamente fusilados. ¡El expulsado estaba autorizado a llevar un abrigo de invierno y un abrigo de verano, un traje, una muda de ropa interior, dos camisas de día y dos de noche, dos calzoncillos y dos pares de zapatos! Además de estos efectos personales, cada expulsado tenía derecho a llevarse 20 dólares en divisas.

Paralelamente a estas expulsiones, la policía política continuaba fichando a todos los intelectuales de segunda fila que resultaran sospechosos, con vistas a la deportación administrativa a zonas lejanas del país, legalizada en virtud de un decreto del 10 de agosto de 1922, o con intención de internarlos en un campo de concentración. El 5 de septiembre de 1922, Dzerzhinsky le escribía a su adjunto Unschlicht:

“¡Camarada Unschlicht! En la tarea de fichar a la intelliguentsia las cosas continúan siendo artesanales. Desde la marcha de Agranov ya no tenemos un responsable competente en este terreno. Zaraisky es un  poco joven. Me parece que »para progresar«, sería necesario que el camarada Menzhinsky tomara el asunto en sus manos (...) Resulta indispensable elaborar un buen plan de trabajo, que se corregiría y se completaría regularmente. Hay que clasificar a toda la intelliguentsia en grupos y en subgrupos: 1. Escritores; 2. Periodistas y políticos; 3. Economistas (resulta indispensable trazar subgrupos: a) financieros, b) especialistas en energía, c) especialistas en transportes, d) comerciantes, e) especialistas en cooperativas, etc.); 4. Especialidades técnicas (aquí también se imponen los subgrupos: a) ingenieros, b) agrónomos, c) médicos, etc. ); 5. Profesores universitarios y ayudantes etc. Las informaciones sobre todos estos señores deben de proceder de nuestros departamentos y ser sintetizadas por el departamento «Intelliguentsia».  Debemos contar con un expediente de cada intelectual (...) Hay que tener siempre en mente que el objetivo de nuestro departamento no es solo el expulsar o detener a individuos, sino también el contribuir a la elaboración de la línea política general en relación con los especialistas: vigilarlos estrechamente, dividirlos, pero también promover a aquellos que estén dispuestos, no solamente de palabra, sino también de obra, a ayudar al poder soviético.” [169]

Algunos años más tarde, Lenin dirigió un largo memorándum a Stalin, en el cual volvía ampliamente, y con un maniático sentido del detalle, sobre el tema de la “limpieza definitiva” de Rusia de todos los socialistas, intelectuales, liberales y otros “señores”.

“Sobre la cuestión de la expulsión de los mencheviques, de los socialistas populares, de los kadetes, etc. me gustaría plantear algunas cuestiones, porque esta medida que se había iniciado antes de mi marcha no se ha concluido siempre. ¿Se ha decidido extirpar a todos los socialistas populares? ¿Peshejonov, Miakotin, Gornfeld? ¿Petrishchev y los demás? Creo que habría que expulsarlos a todos. Son más peligrosos que los eseristas porque son más malignos. Y también Potressov, Izgoyev, y toda la gente de la revista »Ekonomist«  (Ozerov y muchos otros). Los mencheviques Rozanov (un médico astuto), Vigdorchik (Migulo o algo así), Liubov Nikolayevna Radchenko y su joven hija (por lo que parece, las enemigas más pérfidas del bolchevismo); N. A. Rozhkov (hay que expulsarlo, es incorregible). (...) La comisión Mantsev-Messig debería establecer listas y varios centenares de estos señores deberían ser despiadadamente expulsados. Limpiaremos Rusia de una vez por todas. (...) También todos los autores de la Casa de los Escritores y del Pensamiento (de Petrogrado). Hay que registrar Jarkov de cabo a rabo, no tenemos ninguna duda de lo que pasa allí. Para nosotros es un país extranjero. La ciudad debe ser limpiada radical y rápidamente, no más tarde del final del proceso de los eseristas. Ocupaos de los autores y de los escritores de Petrogrado (sus direcciones figuran en el «Nuevo Pensamiento Ruso», número 4, 1922, pág. 37) y también en la lista de los editores privados (pág. 29). ¡Es archi-importante!” [170]

De la Tregua al “Gran Giro”

El interregno

Durante poco menos de cinco años, de inicios de 1923 a finales de 1927, el enfrentamiento entre el régimen y la sociedad conoció una pausa. Las luchas por la sucesión de Lenin, muerto el 24 de enero de 1924 – pero totalmente apartado de cualquier actividad política desde marzo de 1923, después de su tercer ataque cerebral – monopolizaron una gran parte de la actividad política de los dirigentes bolcheviques. Durante estos años, la sociedad se curó de sus heridas.

En el curso de esta tregua, el campesinado, que representaba más del 85% de la población, intentó reanudar los vínculos del cambio, negociar los frutos de su trabajo y vivir, según la hermosa fórmula del gran historiador campesino Michael Confino, “como si la utopía campesina funcionara”.

Esta utopía campesina, que los bolcheviques denominaban de buena gana eserovschina, – un término cuya traducción más aproximada sería “jarana de la mentalidad socialista-revolucionaria” – descansaba sobre cuatro principios que habían estado en la raíz de los programas campesinos durante décadas: el final de los terratenientes y el reparto de la tierra en función de las bocas a alimentar; la libertad de disponer libremente de los frutos de su trabajo y la libertad de comercializarlos; un autogobierno campesino representado por la comunidad aldeana tradicional; y la presencia exterior del Estado reducida a su expresión más sencilla: un soviet rural para algunas aldeas y una célula del partido comunista en una aldea de cada cien.

Parcialmente reconocidos por el poder, tolerados momentáneamente como un signo de “atraso” en un país de mayoría campesina, los mecanismos del mercado, rotos de 1914 a 1922, volvieron a ponerse en funcionamiento. Inmediatamente, las migraciones estacionales hacia las ciudades, tan frecuentes bajo el antiguo régimen, volvieron a iniciarse. Como la industria estatal había descuidado el sector de los bienes de consumo, el artesanado rural conoció un desarrollo notable. Se espaciaron las carestías y las hambrunas, y los campesinos volvieron a comer para saciar el hambre.

La calma aparente de estos años no podría, sin embargo, enmascarar las tensiones profundas que subsistían entre el régimen y una sociedad que no había olvidado la violencia de la que era víctima. Para los campesinos, las causas de descontento seguían siendo numerosas. [171] Los precios agrícolas eran demasiado bajos, los impuestos demasiado elevados. Tenían el sentimiento de ser ciudadanos de segunda categoría en relación con los pobladores de las ciudades y fundamentalmente de los obreros, considerados como privilegiados. Los campesinos se quejaban, sobre todo, de innumerables abusos de poder de los representantes de base del régimen soviético formados en la escuela del “comunismo de guerra”. Seguían sometidos a la arbitrariedad absoluta de un poder local, heredero a la vez de cierta tradición rural y de las prácticas terroristas de los años anteriores. “Los aparatos judicial, administrativo y policial están totalmente gangrenados por un alcoholismo generalizado, la práctica corriente de los sobornos (...) El burocratismo y una actitud de grosería general hacia las masas campesinas”, reconocía a fines de 1925 un largo informe de la policía política sobre “el estado de la legalidad socialista en los campos”. [172]

Aunque condenaran los abusos más escandalosos de los representantes del poder soviético, los dirigentes bolcheviques, en su mayoría, no consideraban por ello a los campos menos como una terra incognita peligrosa, “un medio abarrotado de elementos kulaks, de socialistas-revolucionarios, de popes, de antiguos propietarios terratenientes que no han sido todavía eliminados”, según la expresión repleta de imágenes de un informe del jefe de la policía política de la provincia de Tula. [173]

Restructuración de la GPU

Tal y como testifican los documentos del departamento de información de la GPU, el mundo obrero seguía estando sometido a una estrecha vigilancia. Grupo social en reconstrucción después de los años de guerra, de revolución y de guerra civil, el mundo obrero seguía siendo sospechoso de conservar vínculos con el mundo hostil de los campos. Los informadores presentes en cada empresa perseguían las palabras y los actos desviados, “los humores campesinos” que los obreros, de regreso del trabajo del campo después de los permisos, habían traído a la ciudad. Los informes policiales diseccionaban el mundo obrero en “elementos hostiles”, necesariamente bajo la influencia de grupúsculos contrarrevolucionarios, en “elementos políticamente atrasados” generalmente venidos de los campos, y en elementos dignos de ser reconocidos como “políticamente conscientes”. Los paros en el trabajo y las huelgas bastante poco numerosas en este año de fuerte desempleo y de relativa mejora del nivel de vida para aquellos que tenían un trabajo, eran cuidadosamente analizados y los agitadores detenidos.

Los documentos internos, hoy en día parcialmente accesibles, de la policía política muestran que, después de años de formidable expansión, esta institución conoció algunas dificultades, debidas precisamente a la pausa en la empresa voluntarista bolchevique de transformación de la sociedad.

En 1924-1926, Dzerzhinsky debió batallar con firmeza contra ciertos dirigentes que consideraban preciso reducir considerablemente los efectivos de una policía política cuyas actividades iban declinando. Por primera y única vez hasta 1953, los efectivos de la policía política disminuyeron muy considerablemente. En 1921, la Cheka proporcionaba empleo a 105.000 civiles aproximadamente y a cerca de 180.000 militares de las diversas tropas especiales, incluidas las guardias fronterizas, las chekas destinadas a los ferrocarriles y los guardias de los campos de concentración. En 1925, estos efectivos se habían reducido a 26.000 civiles aproximadamente y a 63.000 militares. A estas cifras se añadían alrededor de 30.000 informantes, cuyo número en 1921 es desconocido en razón del estado actual de la documentación. [174] En diciembre de 1924, Nikolay Bijarin escribió a Félix Dzerzhinsky: “Considero que debemos pasar con mayor rapidez a una forma más »liberal« de poder soviético: menos represión, más legalidad, más discusiones, más poder local (bajo la dirección del partido, naturalmente), etc.[175]

Algunos meses más tarde, el 1 de mayo de 1925, el presidente del tribunal revolucionario, Nikolay Krylenko, que había presidido la mascarada judicial del proceso de los socialistas-revolucionarios, dirigió al Buró político una larga nota en la que criticaba los abusos de la GPU que, según él, sobrepasaba los derechos que le habían sido conferidos por la ley. Varios decretos promulgados en 1922-1923 habían limitado efectivamente las competencias de la GPU a los asuntos de espionaje, de bandidaje, de moneda falsa y de “contrarrevolución”. Para estos crímenes, la GPU era el único juez y su colegio especial podía pronunciar penas de deportación y de destierro en residencia vigilada (hasta tres años), de campo de concentración o, incluso, la pena de muerte. En 1924, de 62.000 expedientes abiertos por la GPU, un poco más de 52.000 habían sido transmitidos a los tribunales ordinarios. Las jurisdicciones especiales de la GPU se habían ocupado de más de 9.000 asuntos, cifra considerable dada la coyuntura política estable, recordaba Nikolay Krylenko que concluía:

Las condiciones de vida de las personas deportadas y asignadas a residencias en agujeros perdidos de Siberia, sin el menor peculio, son espantosas. Se envía tanto a jóvenes de 18-19 años de medios estudiantiles como a ancianos de 70 años, sobre todo miembros del clero y ancianas que pertenecen a «clases socialmente peligrosas»". Krylenko también proponía limitar el calificativo de “contrarrevolucionario” solamente a los miembros reconocidos de partidos políticos que representaban a los intereses de la “burguesía” a fin de evitar “una interpretación abusiva del término por parte de los servicios de la GPU”. [176]

Frente a estas críticas, Dzerzhinsky y sus adjuntos no dejaban de proporcionar a los dirigentes más importantes del partido, y especialmente a Stalin, informes alarmistas sobre la persistencia de graves problemas interiores, sobre amenazas diversionistas orquestadas por Polonia, los países Bálticos, Gran Bretaña, Francia y el Japón. Según el informe de la actividad de la GPU para el año 1924, la policía política habría:

  • detenido a 11.453 “bandidos”, de los que 1858 fueron ejecutados sobre el terreno;
  • aprehendido a 926 extranjeros (de los que 357 habrían sido expulsados) y a 1.542 “espías”;
  • evitado una “sublevación” de guardias blancos en Crimea (132 personas ejecutadas en el desarrollo de ese asunto);
  • procedido a 81 “operaciones” contra grupos anarquistas que se habrían solucionado con 266 arrestos;
  • “liquidado” 14 organizaciones mencheviques (540 arrestos), 6 organizaciones de socialistas-revolucionarios (52 arrestos), 117 organizaciones “diversas de intelectuales” (1.360 arrestos), 24 organizaciones “monárquicas” (1.245 arrestos), 85 organizaciones “clericales” y “sectarias” (1.765 arrestos), 675 “grupos kulaks” (1.148 arrestos);
  • expulsado, en dos grandes operaciones, en febrero de 1924 y en julio de 1924, alrededor de 4.500 “ladrones”, “reincidentes” y “nepmen[177] (comerciantes y pequeños empresarios privados) de Moscú y de Leningrado; [178]
  • reducido a “vigilancia individual” a 18.000 personas “socialmente peligrosas”;
  • supervisado a 15.501 empresas y administraciones diversas;
  • leído 5.078.174 cartas y correspondencias diversas. [179]

¿En qué medida estos datos, cuya precisión escrupulosa llega al ridículo burocrático resultan confiables? Incluidos en el proyecto de presupuestos de la GPU para 1925, tenían como función demostrar que la policía política no bajaba la guardia frente a todas las amenazas exteriores y merecía, por lo tanto, los fondos que le eran asignados. No son menos preciosos por ello para el historiador porque, más allá de las cifras y de la arbitrariedad de la categoría, revelan la permanencia de los métodos, de los enemigos potenciales y de una red momentáneamente menos activa pero siempre operativa.

El marco legal

A pesar de los recortes presupuestarios y de algunas críticas que surgían de dirigentes bolcheviques inconsecuentes, el activismo de la GPU no podía más que verse estimulado por el endurecimiento de la legislación penal. En efecto, los Principios fundamentales de la legislación penal de la URSS, adoptados el 31 de octubre de 1924, al igual que el nuevo Código Penal de 1926, ampliaban sensiblemente la definición del crimen contrarrevolucionario y tipificaban la noción de “persona socialmente peligrosa”. La ley incluía entre los crímenes revolucionarios todas las actividades que, sin pretender directamente derribar o debilitar al poder soviético, eran, por sí mismas, “notablemente para el delincuente” un “atentado contra las conquistas políticas o económicas de la revolución proletaria”. Así, la ley sancionaba no solamente las intenciones directas, sino también las intenciones eventuales o indirectas.

Además, se consideraba como “socialmente peligrosa” a toda persona que hubiera cometido un acto peligroso contra la sociedad, o cuyas relaciones con un medio criminal, o cuya actividad pasada representaran un peligro. Las personas designadas según estos criterios muy extensos podían ser condenadas, incluso en el caso de que no existiera ninguna culpabilidad. Estaba claramente precisado que “el tribunal puede aplicar las medidas de protección social a las personas reconocidas como socialmente peligrosas, sea por haber cometido un delito determinado, sea en el caso de que, imputadas bajo la acusación de haber realizado un delito determinado sean declaradas inocentes por el tribunal pero reconocidas como socialmente peligrosas”. Todas estas disposiciones – codificadas en 1926, y entre las que figuraba el famoso artículo 58 del Código Penal, con sus 14 párrafos que definían los crímenes contrarrevolucionarios – reforzaban el fundamento legal del terror. [180]

Lucha contra la “especulación”

El 4 de mayo de 1926, Dzerzhinsky envió a su adjunto Yagoda una carta en la que exponía un vasto programa de “lucha contra la especulación”, muy revelador de los límites de la NEP y de las permanencias del “espíritu de guerra civil” entre los más altos dirigentes bolcheviques:

“La lucha contra la »especulación« reviste hoy en día una extrema importancia (...) Es indispensable limpiar a Moscú de sus elementos parásitos y especuladores. He solicitado a Pauker que me reúna toda la documentación disponible sobre las fichas de los habitantes de Moscú en relación con este problema. De momento no he recibido nada de él. ¿No pensáis que debería crearse en la GPU un departamento especial de colonización que sería financiado mediante un fondo especial alimentado por las confiscaciones...? Es preciso poblar con estos elementos parásitos (incluida su familia) de nuestras ciudades a las zonas inhóspitas de nuestro país, siguiendo un plan preestablecido y aprobado por el gobierno. Debemos limpiar a cualquier precio nuestras ciudades de centenares de miles de especuladores y de parásitos que prosperan en ellas (...) estos parásitos nos devoran. A causa de ellos no hay mercaderías para los campesinos, a causa de ellos los precios suben y nuestro rublo baja. La GPU debe enfrentarse a brazo partido con este problema, con la mayor energía”. [181]

Los orígenes del GULAG

Entre las otras especifidades del sistema penal soviético figuraba la existencia de dos sistemas distintos de instrucción en materia criminal, uno judicial y el otro administrativo, y de dos sistemas de lugares de detención, uno gestionado por el comisariado del pueblo para el Interior y el otro por la GPU. Al lado de las prisiones tradicionales en que estaban encarceladas las personas condenadas en virtud de un proceso “ordinario”, existía un conjunto de campos de concentración gestionado por la GPU donde eran encerradas las personas condenadas por jurisdicciones especiales de la policía política por alguno de los crímenes relativos a esta institución: contrarrevolución bajo cualquiera de sus formas, bandidismo en gran escala, moneda falsa y delitos cometidos por miembros de la policía política.

En 1922, el gobierno propuso a la GPU instalar un vasto campo de concentración en el archipiélago de las Solovky, cinco islas del Mar Blanco a lo largo de Arkángel, de las que la principal albergaba uno de los mayores monasterios de la Iglesia Ortodoxa rusa. Después de haber expulsado a los monjes, la GPU organizó en el archipiélago un conjunto de campos de concentración reagrupados bajo las siglas SLON (Campos Especiales de las Solovky). Los primeros efectivos procedentes de los campos de Jolmogory y de Pertaminsk llegaron a las Solovky a principios del mes de julio de 1923. A finales de ese año se contaba ya con 4.000 detenidos, en 1927 con 15.000 y a finales de 1928 con cerca de 38.000.

Una de las especifidades del conjunto penitenciario de las Solovky era su autogestión. Aparte del director y de algunos responsables, todos los puestos del campo de concentración estaban ocupados por detenidos. En su aplastante mayoría, eran antiguos colaboradores de la policía política condenados por abusos particularmente graves. Practicada por esta clase de individuos, la autogestión era sinónimo de la arbitrariedad más total que muy rápidamente agravó la situación casi privilegiada, ampliamente heredada del antiguo régimen, de la que se beneficiaban los detenidos que habían obtenido la condición de prisionero político. Bajo la NEP, la administración de la GPU distinguía, en efecto, tres categorías de detenidos.

La primera reunía a los políticos, es decir, exclusivamente a los miembros de los antiguos partidos menchevique, socialista-revolucionario y anarquista. Estos detenidos, en 1921, habían arrancado a Dzerzhinsky – él mismo durante largo tiempo prisionero político bajo el zarismo durante el que había pasado cerca de 10 años en prisión o en el exilio – un régimen político relativamente clemente: recibían una mejor alimentación, denominada “ración política”, conservaban algunos efectos personales y podían hacerse enviar periódicos y revistas. Vivían en comunidad y estaban, sobre todo, liberados de cualquier trabajo forzado. Este status privilegiado fue suprimido a finales de los años veinte.

La segunda categoría, la más numerosa, agrupaba a los “contrarrevolucionarios”, miembros de los partidos políticos no socialistas ni anarquistas, miembros del clero, antiguos oficiales del ejército zarista y antiguos funcionarios, cosacos, participantes de la revuelta de Kronstadt o de Tambov, y a cualquier persona condenada en virtud del artículo 58 del Código Penal.

La tercera categoría agrupaba a los delincuentes comunes, condenados por la GPU (bandidos, falsificadores de moneda) y a los antiguos chekistas condenados por diversos crímenes y delitos por su institución. Los contrarrevolucionarios, obligados a cohabitar con los delincuentes comunes que marcaban la ley en el interior del campo, estaban sometidos a la arbitrariedad más absoluta, al hambre, al frío extremo en invierno, a los mosquitos en verano – una de las torturas más frecuentes consistía en atar a los prisioneros desnudos en los bosques, como pasto de los mosquitos, particularmente numerosos y terribles en estas islas septentrionales sembradas de lagos. Para pasar de un sector a otro, recordaba uno de los más célebres prisioneros de las Solovky, el escritor Varlam Shalamov, los detenidos exigían tener las manos atadas detrás de la espalda y esto fue expresamente mencionado en el reglamento: “era el único medio de autodefensa de los detenidos contra la fórmula lacónica «muerto durante una tentativa de evasión». [182]

Fue en el campo de las Solovky donde se puso realmente en funcionamiento, después de los años de improvisación de la guerra civil, el sistema de trabajo forzado que iba a conocer un desarrollo fulgurante a partir de 1929. Hasta 1925, los detenidos fueron ocupados de manera bastante poco productiva en diversos trabajos en el interior de los campos de concentración. A partir de 1926, la administración decidió suscribir contratos de producción con algunos organismos del Estado y explotar más “racionalmente” el trabajo forzado, que se había convertido en una fuente de beneficio y ya no constituía, según la ideología de los primeros campos de “trabajo correccional” de los años 1919-1920, una fuente de “reeducación”.

Reorganizados bajo las siglas USLON (Dirección  de los campos especiales del Norte), los campos de concentración de Solovky se extendieron por el continente, primero en el litoral del Mar Blanco. Se crearon nuevos campos de concentración en 1926-1927 cerca de la desembocadura del Pechora, en Kem y en otros lugares de un litoral inhóspito pero cuyas inmediaciones eran ricas en bosques. Se encargó a los detenidos la ejecución de un programa preciso de producción, principalmente la tala de bosques.

El crecimiento exponencial de los programas de producción requirió rápidamente un número creciente de detenidos. Debía conducir, en junio de 1919, a una reforma capital del sistema de detención: el traslado de todos los detenidos condenados a penas superiores a tres años de prisión hacia los campos de trabajo. Laboratorio experimental de trabajo forzado, los “campos especiales” del archipiélago de las Solovky fueron la matriz de otro archipiélago en gestación, un archipiélago inmenso que crecería siguiendo la escala del país-continente entero: el Archipiélago Gulag.

La represión de las nacionalidades

Las actividades ordinarias de la GPU, con su cupo anual de algunos millares de condenas a penas de campos de concentración o de destierro en residencia vigilada, no excluían numerosas operaciones represivas específicas de gran amplitud.

Durante los años tranquilos de la NEP, de 1923 a 1927, los episodios más masivos y sangrientos de la represión tuvieron lugar en realidad en las repúblicas periféricas de Rusia, en Transcaucasia y en Asia Central. Estos países habían resistido ferozmente en su mayoría la conquista rusa del Siglo XIX y no habían sido reconquistados sino tardíamente por los bolcheviques: el Azerbaiján en abril de 1920, Armenia en diciembre de 1920, Georgia en febrero de 1921, Daguestán a finales de 1921 y el Turquestán, con Bujara, en otoño de 1920. Todos ellos continuaron ofreciendo una fuerte resistencia a la sovietización. “No controlamos más que las ciudades principales o, más a menudo, el centro de las principales ciudades”, escribía en enero de 1923 Peters, el enviado plenipotenciario de la Cheka en Turquestán.

En 1918, a finales de los años veinte, y en ciertas regiones hasta 1935-1936, la mayor parte de Asia Central, con excepción de las ciudades, fue controlada por los basmachies. El término basmachies (“bandoleros” en uzbeko) era aplicado por los rusos a los diversos tipos de guerrilleros, sedentarios, pero también nómadas, uzbekos, kirguises, turkmenos, que actuaban en varias regiones de manera independiente los unos de los otros.

El principal foco de la revuelta se situaba en el valle de la Fergana. Después de la conquista de Bujara por el Ejército Rojo en septiembre de 1920, la sublevación se extendió a las regiones oriental y meridional del antiguo emirato de Bujara y a la región septentrional de las estepas turkmenas. A principios de 1921, el Estado Mayor del Ejército Rojo estimaba en 30.000 el número de basmachies armados. La dirección del movimiento era heterogénea, formada por jefes locales, surgidos de los notables de la aldea o el clan, por jefes religiosos tradicionales, pero también por nacionalistas musulmanes extraños en la región, como Enver Pashá, el antiguo ministro de Defensa de Turquía, muerto en un enfrentamiento con destacamentos de la Cheka en 1922.

El movimiento basmachí fue una sublevación espontánea, instintiva, contra el “infiel”, el “opresor ruso”, el antiguo enemigo que había vuelto a aparecer bajo una forma nueva, que se proponía no solamente apropiarse de las tierras y el ganado, sino también de profanar el mundo espiritual musulmán. Guerra de “pacificación” de carácter colonial, la lucha contra los basmachíes movilizó, durante más de 10 años, a una parte importante de las fuerzas armadas y de las tropas especiales de la policía política, uno de cuyos departamentos era precisamente el departamento oriental. Actualmente resulta imposible evaluar, incluso de manera aproximada, el número de víctimas de esta guerra. [183]

El segundo gran sector del departamento oriental de la GPU era la Transcaucasia. En la primera mitad de los años veinte, el Daguestán, Georgia y Chechenia se vieron particularmente afectadas por la represión. El Daguestán resistió a la penetración soviética hasta finales de 1921. Bajo la dirección del jeque Uzun Hadji, la confraternidad musulmana de los Nakshnandíes se puso al frente de una gran revuelta de montañeses y la lucha adoptó el carácter de una guerra santa contra el invasor ruso. Duró más de un año, pero ciertas regiones no fueron “pacificadas” más que en 1923-1924 y al precio de bombardeos masivos y de matanzas de civiles. [184]

Después de tres años de independencia bajo un gobierno menchevique, Georgia fue ocupada por el Ejército Rojo en febrero de 1921 y seguía siendo, según la propia confesión de Alexander Myasnikov, el secretario del comité del partido bolchevique de Transcaucasia, “un asunto bastante arduo”.

El esquelético partido bolchevique local, que en tres años de poder había podido reclutar apenas a 10.000 personas, se enfrentaba con un segmento intelectual y nobiliario de cerca de 100.000 personas, muy antibolchevique, y a redes mencheviques todavía bastante vigorosas puesto que el partido menchevique había contado allí en 1920 con más de 60.000 afiliados. A pesar del terror ejercido por la todopoderosa Cheka de Georgia, ampliamente independiente de Moscú y dirigida por Lavrenti Beria, un joven jefe policial de 25 años al que se le auguraba un gran porvenir, los dirigentes mencheviques en el exilio llegaron a finales de 1922 a organizar con otros partidos antibolcheviques un comité secreto para la independencia de Georgia que preparó una sublevación. Iniciada el 28 de agosto de 1924 en la pequeña ciudad de Chiatura, esta sublevación, cuyos participantes eran esencialmente campesinos de la región de Guria, se apoderó en algunos días de 5 de los 25 distritos georgianos. Enfrentada con fuerzas superiores dotadas de artillería y de aviación, la insurrección fue aplastada en una semana. Sergo Ordzhonikizde, primer secretario del comité del partido bolchevique de Transcaucasia, y Lavrenti Beria se valieron del pretexto de esta sublevación para “acabar de una vez por todas con el menchevismo y la nobleza georgiana”.

Según datos recientemente publicados, 12.578 personas fueron fusiladas del 29 de agosto al 5 de septiembre de 1924. La amplitud de la represión fue tal que el mismo Buró político quedó sobrecogido por ella. La dirección del partido envió a Ordzhonikizde una llamada al orden, pidiéndole que no procediera ni a ejecuciones masivas y desproporcionadas, ni a ejecuciones políticas sin haber sido expresamente autorizado por el Comité Central. Las ejecuciones sumarias continuaron, no obstante, durante meses. En el pleno del Comité Central, reunido en octubre de 1924 en Moscú, Sergo Ordzhonikizde concedió: “¡Quizás hemos exagerado un poco, pero allí no se puede hacer otra cosa![185]

Un año después de la represión de la sublevación georgiana de agosto de 1924, el régimen se lanzó a una vasta operación de “pacificación” de Chechenia dónde todos se habían empeñado en decir que el poder soviético no existía. Del 27 de agosto al 15 de septiembre de 1925, más de 10.000 hombres de las tropas regulares del Ejército Rojo, bajo la dirección del general Uborevich, apoyadas por unidades especiales de la GPU, procedieron a un intento de desarme de los guerrilleros chechenos que controlaban el país profundo. Decenas de millares de armas fueron aprehendidas y cerca de 1.000 “bandidos” detenidos. Frente a la resistencia de la población, el dirigente de la GPU Unschlicht, reconoció que “las tropas debieron recurrir a la artillería pesada y al bombardeo de los nidos de bandidos más recalcitrantes”.

En virtud de esa nueva operación de “pacificación”, llevada a cabo durante lo que se ha convenido en llamar “el apogeo de la NEP”, Unschlicht concluía también su informe: “Como ha mostrado la experiencia de la lucha contra los basmachíes del Turquestán, contra el bandidismo de Ucrania, en la provincia de Tambov y en otros lugares, la represión militar no es más eficaz más que en la medida en que es seguida por una sovietización en profundidad del país”. [186]

La GPU, Stalin y las primeras purgas

A partir de finales de 1926, después de la muerte de Dzerzhinsky, la GPU – dirigida entonces por el brazo derecho de la fundación de la Cheka, Vyacheslav Rudolfovich Menzhinsky, de origen polaco al igual que Dzerzhinsky – parece haber sido de nuevo muy solicitada por Stalin, que preparaba su ofensiva política a la vez contra Trotsky y contra Bujarin.

En enero de 1927, la GPU recibió la orden de acelerar la elaboración de fichas de los “elementos socialmente peligrosos y antisoviéticos” en el campo. En un año, el número de personas fichadas pasó de 30.000 a 72.000 aproximadamente. En septiembre de 1927, la GPU lanzó, en varias provincias, numerosas campañas de arrestos de kulaks y otros “elementos socialmente peligrosos”. A posteriori, estas operaciones aparecen como ejercicios preparatorios para las grandes redadas de kulaks durante la “deskulaquisación” del invierno de 1929-1930.

En 1926-1927, la GPU se mostró igualmente activa en la persecución de los opositores comunistas, etiquetados como “zinovienvistas” o “trotskistas”. La práctica de fichar y de seguir a los opositores comunistas había aparecido muy pronto, desde 1921-1922. En septiembre de 1923, Dzerzhinsky había propuesto, para “estrechar la unidad ideológica del partido”, que los comunistas se dedicaran a transmitir a la policía política toda la información que obrara en su poder sobre la existencia de fracciones o de desviaciones en el seno del partido. Esta propuesta suscitó un clamor de indignación entre bastantes personalidades, Trotsky entre ellos. No obstante, la costumbre de hacer vigilar a los opositores se generalizó en el curso de los años siguientes.

La purga de la organización comunista de Leningrado dirigida por Zinoviev en enero-febrero de 1926, implicó ampliamente a los servicios de la GPU. Los opositores no fueron solamente excluidos del partido. Se exilió a varios centenares de ellos a ciudades alejadas del país donde su suerte siguió siendo muy precaria, al no atreverse nadie ofrecerles trabajo. En 1927, la persecución de opositores trotskistas – algunos millares en el país – movilizó durante meses a una parte de los servicios de la GPU. Todos fueron fichados, centenares de trotskistas activos fueron arrestados y después exiliados por simple medida administrativa. En noviembre de 1927, todos los principales dirigentes de la oposición, Trotzky, Zinoviev, Kamenev, Radek, Rakovsky, fueron excluidos del partido y detenidos. Todos aquellos que se negaron a realizar su autocrítica pública fueron exiliados.

El 19 de enero de 1928, Pravda anunció la salida de Moscú de Trotsky y de un grupo de 30 opositores exiliados a Alma-Ata. Un año más tarde, Trotsky fue expulsado de la URSS. Con la transformación de uno de los principales artesanos del terror bolchevique en “contrarrevolucionario” se había iniciado una nueva etapa bajo la responsabilidad del nuevo hombre fuerte del partido: Stalin.

Segunda guerra contra el campesinado

A principios de 1928, justo después de haber eliminado la competencia trotskista, la mayoría stalinista del Buró político decidió romper la tregua con una sociedad que le parecía separarse cada vez más de la vía por la que los bolcheviques deseaban conducirla. El enemigo principal seguía siendo, como diez años antes, la inmensa mayoría campesina, a la que se veía como una masa hostil, incontrolada e incontrolable. Así se inició el segundo acto de la guerra contra el campesinado que, como señala acertadamente Andrea Graziosi, “era no obstante bastante diferente de la primera. La iniciativa estaba, además, completamente en manos del Estado y el actor social no podía más que reaccionar cada vez con mayor debilidad a los ataques desencadenados contra él”. [187]

Incluso si, globalmente, la agricultura se había rehecho desde la catástrofe de los años 1918-1922, el “enemigo campesino” era más débil y el Estado más fuerte a finales de los años veinte que a principios de la década. De ello da testimonio, por ejemplo, la mejor información de la que disponían las autoridades sobre lo que sucedía en las aldeas, la elaboración de fichas de los “elementos socialmente extraños” que permitió a la GPU llevar a cabo las primeras redadas durante la deskulaquización, la erradicación progresiva, pero real, del “bandidismo”, el desarme de los campesinos, la progresión constante del porcentaje de reservistas presentes en los períodos militares y el desarrollo de una red escolar más consistente. Como revela la correspondencia de los dirigentes bolcheviques y los estenogramas de las discusiones en la esfera superior del partido, la dirección stalinista – al igual que sus oponentes Bujarin, Rykov y Kamenev – medía perfectamente en 1928 los riesgos de un nuevo asalto al campesinado. “Tendréis una guerra campesina como en 1918-1919”, previno Bujarin. Stalin estaba preparado para ella, fuera cual fuese el precio. Sabía que esta vez el régimen emergería vencedor de la misma. [188]

La “crisis de las cosechas” de finales del año 1927 le proporcionó a Stalin el pretexto que había buscado. El mes de noviembre de 1927 se vio caracterizado por una caída espectacular de las entregas de productos agrícolas a los organismos de cosecha del Estado, que adquirió proporciones catastróficas en diciembre. En enero de 1928 hubo que rendirse ante la evidencia: a pesar de una buena cosecha, los campesinos no habían entregado más de 4.8 millones de toneladas en lugar de las 6.8 millones del año anterior. La bajada de los precios ofrecidos por el Estado, el encarecimiento y la escasez de los productos manufacturados, la desorganización de las agencia de cosecha y los rumores de guerra, en resumen, el descontento general del campesinado frente al régimen, explicaban esta crisis que Stalin calificó inmediatamente de “huelga de los kulaks”.

El grupo stalinista tomó esto como pretexto para recurrir nuevamente a las requisas y a toda una serie de medidas represivas ya experimentadas en el tiempo del comunismo de guerra. Stalin se dirigió en persona a Siberia. Otros dirigentes, tales como Andreyev, Mikoyan, Postyshev o Kossior, se dirigieron hacia las grandes regiones productoras de cereales, la región de las tierras negras, Ucrania, el Cáucaso del Norte. El 24 de enero de 1928, el Buró político dirigió a las autoridades locales una circular exigiéndoles “detener a los especuladores, a los kulaks y a otros desorganizadores del mercado y de la política de precios”. Algunos “plenipotenciarios” – el término mismo recordaba la época de las requisas de los años 1918-1921 – y destacamentos de militantes comunistas fueron enviados a los campos para depurar a las autoridades locales, a las que se juzgaba complacientes con los kulaks, y para descubrir los excedentes ocultos, si era necesario con la ayuda de los campesinos pobres, a los que se les prometía la cuarta parte de los cereales encontrados en casa de los “ricos”.

Entre el arsenal de medidas destinadas a penalizar a los campesinos recalcitrante a la hora de entregar, en los plazos prescriptos y a precios irrisorios, inferiores en tres a cuatro veces a los del mercado, sus productos agrícolas, figuraba la multiplicación por dos, tres o cinco de las cantidades inicialmente fijadas. El artículo 107 del Código Penal, que preveía una pena de tres años de prisión para cualquier acción que contribuyera a hacer subir los precios, fue también ampliamente utilizado. Finalmente, los impuestos sobre los kulaks se multiplicaron por 10 en dos años.

Se procedió igualmente a la clausura de los mercados, medida que no afectaba ciertamente solo a los campesinos acomodados. En algunas semanas, todas las medidas rompieron completamente la tregua que desde 1922-1923 se había establecido a regañadientes entre el régimen y el campesinado. Las requisas y las medidas represivas no tuvieron otro efecto que agravar la crisis. De inmediato, las autoridades obtuvieron por la fuerza una cosecha apenas inferior a la de 1927; pero al año siguiente, como en los tiempos del comunismo de guerra, los campesinos reaccionaron disminuyendo sus superficies sembradas. [189]

La “crisis de las cosechas” del invierno de 1927/1928 desempeñó un papel crucial en el giro que tomaron los acontecimientos a continuación. Stalin, efectivamente, extrajo toda una serie de conclusiones referidas a la necesidad de crear “fortalezas del socialismo” en los campos – koljozes y sovjozes gigantes – de colectivizar a la agricultura a fin de controlar directamente la producción agrícola y a los productores, sin tener que pasar por las leyes del mercado, y de desembarazarse de una vez por todas de los kulaks “liquidándolos como clase”.

Los profesionales y las “sharashki”

En 1928, el régimen quebró igualmente la tregua que había establecido con otra categoría social, los spetzy, esos “especialistas burgueses” surgidos de la intelliguentsia del antiguo régimen que, a finales de los años veinte, seguían ocupando la inmensa mayoría de los puestos directivos tanto en las empresas como en las administraciones. Durante el pleno del Comité Central de abril de 1928 se anunció el descubrimiento de una empresa de “sabotaje industrial” en la región de Shajty, una cuenca hullera del Donbass, en el seno del trust Donugol, que empleaba a “especialistas burgueses” y mantenía relaciones con medios financieros occidentales. Algunas semanas más tarde, 53 acusados, en su mayoría ingenieros y directores de empresa, comparecieron en el primer proceso político público desde el proceso de los socialistas-revolucionarios en 1922. Once de los acusados fueron condenados a muerte y cinco ejecutados.

Este proceso ejemplar, ampliamente relatado por la prensa, ilustraba uno de los principales mitos del régimen, el del “saboteador a sueldo del extranjero”, que iba a servir para movilizar a militantes e informadores de la GPU para “explicar” todos los fracasos económicos, pero también para “requisar” cuadros para las nuevas “oficinas especiales de construcción de la GPU”, convertidas en célebres bajo el nombre de sharashki. [190] Millares de ingenieros y técnicos, condenados por “sabotaje”, purgaron sus penas en las obras y empresas del primer plan. En los meses que siguieron al proceso de Shajty, el departamento económico de la GPU fabricó varias decenas de asuntos similares, fundamentalmente en Ucrania. Solamente en el complejo metalúrgico Yugostal de Dniepropetrovsk, 112 cuadros fueron detenidos en el curso del mes de mayo de 1928. [191]

Los cuadros industriales no fueron los únicos contemplados por la vasta operación contra los especialistas desencadenada en 1928. Numerosos profesores y estudiantes de origen “socialmente extraño” fueron excluidos de la enseñanza superior con ocasión de una de las numerosas campañas de purga de las universidades y de promoción de una nueva “inteligencia roja y proletaria”.

El GULAG se expande

El endurecimiento de la represión y las dificultades económicas de los últimos años de la NEP, marcadas por un paro creciente y por un ascenso de la delincuencia, tuvieron como resultado un crecimiento espectacular del número de condenas penales: 578.000 en 1926; 709.000 en 1927; 909.000 en 1928 y 1.178.000 en 1929. [192]

Para intentar contener este flujo que congestionaba unas prisiones que no contaban en 1928 más que con 50.000 plazas, el gobierno adoptó dos decisiones importantes. La primera, en virtud del decreto del 26 de marzo de 1928, proponía, para los delitos menores, reemplazar las reclusiones de corta duración por trabajos correctivos sin remuneración en “empresas, en obras públicas y en las explotaciones forestales”. La segunda medida, tomada en virtud de un decreto del 27 de junio de 1929, iría a tener consecuencias inmensas.

Preveía, en efecto, transferir todos los detenidos de las prisiones, condenados a penas superiores a tres años, a campos de trabajo que tendrían como finalidad “la revalorización de las riquezas naturales de las regiones orientales y septentrionales del país”. La idea flotaba en el aire desde hacía varios años. La GPU había iniciado un vasto programa de producción de madera para la exportación. Ya había pedido en varias ocasiones a la dirección principal de lugares de detención del comisariado del pueblo para el Interior, que gestionaba las prisiones ordinarias, suplementos de su mano de obra. Efectivamente, “sus” propios detenidos de los campos especiales de las Solovky – que eran 38.000 en 1928 – no resultaban suficientes para alcanzar la producción prevista. [193]

La preparación del primer plan quinquenal puso a la orden del día las cuestiones del reparto de la mano de obra y de la explotación de regiones inhóspitas pero ricas en recursos naturales. Con esta perspectiva, la mano de obra penal no utilizada hasta entonces podía llegar a convertirse, a condición de que se la explotara bien, en una verdadera riqueza cuyo control y gestión se convertirían en una fuente de ingresos, de influencia y de poder. Los dirigentes de la GPU, en particular Menzhinsky y su adjunto Yagoda, apoyados por Stalin, eran bien conscientes del desafío. Pusieron en funcionamiento, desde el verano de 1929, un ambicioso plan de “colonización” de la región de Narym que cubría 350.000 kilómetros cuadrados de taiga [194] en Siberia occidental, y no dejaron de reclamar sin cesar la aplicación inmediata del decreto del 27 de junio de 1929. En este contexto germinó la idea de la “deskulaquización”, es decir, la deportación en masa de todos campesinos supuestamente acomodados, los kulaks, que no podían, según se consideraba en los medios oficiales, más que oponerse violentamente a la colectivización del agro. [195]

El “Gran Giro” de Stalin

Stalin y sus partidarios necesitaron, no obstante, un año entero para acabar con las resistencias en el seno mismo de la dirección del partido contra la política de colectivización forzada, de deskulaquización y de industrialización acelerada, tres aspectos inseparables de un programa coherente de transformación brutal de la economía y la sociedad. Este programa se fundaba a su vez en la detención de los mecanismos del mercado, la expropiación de las tierras campesinas y la revalorización de las riquezas naturales de las regiones inhóspitas del país gracias al trabajo forzado de millones de proscriptos, deskulaquizados y otras víctimas de esta “segunda revolución”.

La oposición denominada de “derecha”, dirigida fundamentalmente por Rykov y Bujarin, consideraba que la colectivización solo podía desembocar en la “explotación militar feudal” del campesinado, la guerra civil, el desencadenamiento del terror, el caos y el hambre. Esta oposición fue aplastada en abril de 1929. En el curso del verano de 1929, los “derechistas” fueron cotidianamente atacados mediante una campaña de prensa de una rara violencia, que los acusó de colaboración con los “elementos capitalistas” y “colusión con los trotskistas”. Totalmente desacreditados, los opositores realizaron públicamente su autocrítica en el pleno del Comité Central en noviembre de 1929.

Mientras se desarrollaban en la cima los diversos episodios de la lucha entre partidarios y adversarios del abandono de la NEP, el país se hundía en una crisis económica cada vez más profunda. Los resultados agrícolas de 1928-1929 fueron catastróficos. A pesar recurrir sistemáticamente a un abundante arsenal de medidas coercitivas que afectaron al conjunto del campesinado – multas elevadas, penas de prisión para aquellos que se negaran a vender su producción a los organismos del Estado – la campaña de la cosecha del invierno de 1928-1929 aportó menos cereales que la anterior, creando un clima de tensión extrema en los campos.

La GPU censó, de enero de 1928 a diciembre de 1929, es decir, antes de la colectivización forzosa, más de 1.300 disturbios y “manifestaciones de masas” en los campos, durante los cuales decenas de millares de campesinos fueron detenidos. Otra cifra da cuenta del clima que reinaba entones en el país: en 1929, más de 3.200 funcionarios soviéticos fueron víctimas de “actos terroristas”. En febrero de 1929, las cartillas de racionamiento que habían desaparecido desde inicios de la NEP hicieron su reaparición en las ciudades donde se había instalado la miseria generalizada desde que las autoridades habían cerrado la mayor parte de los pequeños comercios y de los talleres de artesanos, calificados de empresas “capitalistas”.

Para Stalin. la situación crítica de la agricultura se debía a la acción de los kulaks y de otras fuerzas hostiles que se preparaban para “minar el régimen soviético”. El desafío resultaba claro: los “capitalistas rurales” o los koljozes. En junio de 1929, el gobierno anunció el inicio de una nueva fase, la de la “colectivización en masa”.

Los objetivos del primer plan quinquenal, ratificado en abril por la XVI Conferencia del partido, fueron revisados al alza. El plan preveía previamente la colectivización de 5 millones de hogares, es decir, el 20% aproximadamente de las explotaciones de entonces, para finales del primer quinquenio. En  junio se anunció un objetivo de 8 millones de hogares para el año 1930 solamente. ¡En septiembre, de 13 millones!

Durante el verano de 1929 las autoridades movilizaron a decenas de millares de comunistas, de sindicalistas, de miembros de las juventudes comunistas (los komsomoles), de obreros y de estudiantes, enviados a las aldeas y dirigidos por los responsables locales del partido y por los agentes de la GPU. Se fueron ampliando las presiones locales sobre los campesinos mientras que las organizaciones locales del partido rivalizaban en ardor por batir los récords de colectivización. El 31 de octubre de 1929, Pravda apeló a la “colectivización total”, sin ningún límite en el movimiento. Una semana más tarde, con ocasión del duodécimo aniversario de la Revolución, Stalin publicó su famoso artículo “El Gran Giro”, basado en una apreciación fundamentalmente falsa según la cual “el campesino medio ha girado hacia los koljozes”. La NEP había pasado a la historia.

Colectivización forzosa y deskulaquización

La colectivización

Tal como lo confirman los archivos actualmente accesibles, la colectivización forzosa del campo fue una verdadera guerra civil declarada por el Estado soviético contra toda una nación de pequeños productores.

Más de 2 millones de campesinos deportados, de los cuales 1.800.000 lo fue en 1930-1931, seis millones de muertos a causa del hambre, centenares de miles de muertos en la deportación: estas cifran dan la medida de la tragedia humana que fue ese gran “asalto” contra el campesinado.

Lejos de reducirse al invierno de 1929-1930, esta guerra duró al menos hasta mediados de los años treinta, culminando en el curso de los años 1932-1933, marcados por una terrible hambre deliberadamente provocada por las autoridades para quebrantar la resistencia del campesinado. La violencia ejercida contra los campesinos permitió experimentar métodos aplicados a continuación contra otros grupos sociales. En este sentido, constituye una etapa decisiva en el desarrollo del terror stalinista.

En su informe al pleno del Comité Central de noviembre de 1939, Vyacheslav Molotov declaró: “En el marco del plan no se plantea la cuestión de los ritmos de la colectivización. (...) Queda noviembre, diciembre, enero, febrero, marzo, cuatro meses y medio en el curso de los cuales, si los imperialistas nos atacan directamente, tenemos que realizar una penetración decisiva en el área de la economía y de la colectivización”. Las decisiones del plenario se ocuparon de esa huida hacia adelante. Una comisión elaboró un nuevo calendario de colectivización que, después de varias revisiones al alza, fue promulgado el 5 de enero de 1930. El Cáucaso Norte, y el Volga bajo y medio, debían ser completamente colectivizados desde el otoño de 1930. Las otras regiones productoras de cereales lo serían un año más tarde. [196]

El 27 de diciembre de 1929, Stalin ya había anunciado el paso de “la limitación de las tendencias explotadoras de los kulaks a la liquidación de los kulaks como clase”. Una comisión del Buró político, presidida por Molotov, fue encargada de poner en funcionamiento las medidas prácticas para esta liquidación. Definió tres categorías de kulaks: los primeros, “involucrados en las actividades contrarrevolucionarias”, debían ser detenidos y trasladados a los campos de trabajo de la GPU o ejecutados en caso de resistencia, siendo sus familias deportadas y sus bienes confiscados. Los kulaks de segunda categoría, definidos como “aquellos que manifiestan una oposición menos activa, pero no obstante son archiexplotadores y, por este hecho, naturalmente inclinados a la contrarrevolución”, debían ser detenidos y deportados con su familia a regiones apartadas del país. Finalmente, los kulaks de tercera categoría, calificados de “leales al régimen”, serían instalados de oficio en las márgenes de los distritos en los que residían, “fuera de las zonas colectivizadas, en tierras que necesitan una mejora”. El decreto precisaba que “la cantidad de explotaciones kulaks que hay que liquidar en cuatro meses (...) se sitúa en una horquilla que va del 3 al 5% del número total de las explotaciones”, cifra indicativa que pretendía guiar las operaciones de deskulaquización. [197]

Coordinados en cada distrito por una troika compuesta por el primer secretario del comité del partido, el presidente del Comité Ejecutivo de los soviets y el responsable de la GPU, las operaciones fueron llevadas a cabo en el terreno por comisiones y brigadas de deskulaquización. La lista de los kulaks de primera categoría, que comprendía 60.000 cabezas de familia según el “plan indicativo” establecido por el Buró político, era de competencia exclusiva de la policía política. En cuanto a las listas de kulaks de las otras categorías, eran preparadas sobre el terreno teniendo en cuenta las “recomendaciones” de los “activistas” del pueblo.

¿Quiénes eran estos activistas? Uno de los más cercanos colaboradores de Stalin, Sergov Ordzhonikizde, los describía de la siguiente manera: “ya que no hay militantes del partido en el pueblo, se ha puesto generalmente a un »joven comunista«, se le ha colocado como adjuntos a dos o tres campesinos pobres y este «activ» (grupo de activistas) se ha encargado de realizar de manera personal todos los asuntos del pueblo: colectivización y deskulaquización”. [198] Las instrucciones eran claras: colectivizar el mayor número posible de explotaciones y detener a los recalcitrantes, a los que se etiquetaba de kulaks.

Tales prácticas abrían de manera natural el camino a incontables abusos, al igual que a cualquier tipo de ajustes de cuentas. ¿Cómo definir al kulak? ¿El kulak es de segunda o de tercera categoría? En enero-febrero de 1930 ya no se podían utilizar ni siquiera los criterios que definían a la explotación kulak, pacientemente elaborados después de cuidadosas discusiones mantenidas por diferentes ideólogos y economistas del partido durante los años previos.

Efectivamente, en el curso del último año, los kulaks se habían empobrecido considerablemente para hacer frente a los impuestos, cada vez más gravosos, que pesaban sobre ellos. Ante la ausencia de signos exteriores de riqueza, las comisiones debían recurrir a las listas fiscales, a menudo antiguas e incompletas, conservadas por el soviet rural, a los informes de la GPU, a las denuncias de vecinos atraídos por la posibilidad de robar los bienes del otro. En lugar de proceder a un inventario preciso y detallado de los bienes y transferirlos, según las instrucciones oficiales, al fondo inalienable del koljoz, las brigadas de deskulaquización actuaban según la orden “comamos y bebamos, todo es nuestro”.

Como lo señala un informe de la GPU procedente de la provincia de Smolensk, “los deskulaquizadores quitaban a los campesinos acomodados sus ropas de invierno y su ropa interior caliente, apoderándose en primer lugar del calzado. Dejaban a los kulaks en calzones, echaban mano a todo, incluidos los viejos calzados de caucho, las ropas de mujer, el té de 50 kopeks, atizadores, jarros. . . Las brigadas confiscaban hasta las pequeñas almohadas que se colocaban bajo la cabeza de los niños, incluso la kasha que se cocía en el horno sobre los íconos después de haberlos roto”.  [199]

Las propiedades de los campesinos deskulaquizados fueron a menudo simplemente saqueadas o vendidas al mejor postor a precios irrisorios. Algunas isbas fueron compradas por 60 kopeks[200], vacas por 15 kopeks – es decir, a precios centenares de veces inferiores a su valor real – por los miembros de las brigadas de deskulaquización. Posibilidad ilimitada de pillaje, la deskulaquización sirvió también mucho de pretexto para arreglar cuentas personales.

En estas condiciones, no resulta sorprendente que, en algunos distritos, entre el 80 y el 90% de los campesinos deskulaquizados hayan sido serednyaki, es decir, campesinos medios. Había que analizar, y si era posible superar, el número “indicativo” de los kulaks presentado por las autoridades locales. Se detuvo y se deportó a campesinos nada más que por haber vendido durante el verano granos en el mercado o por haber empleado dos samovares, por haber carneado un cerdo en septiembre de 1929 “con la finalidad de consumirlo y de sustraerlo así a la apropiación socialista”. Un campesino de ese tipo era detenido bajo el pretexto de que se había “entregado al comercio” aunque no fuese más que un campesino pobre que vendía los productos de su propia elaboración. Otro era deportado bajo el pretexto de que su tío había sido oficial zarista. Otro más era etiquetado de kulak a causa de que “frecuentaba de manera asidua la iglesia”. Pero, por regla general, se era catalogado como kulak por el único hecho de ser abiertamente opuesto a la colectivización. Reinaba tal confusión en las brigadas de deskulaquización que se alcanzaba a veces las cima de lo absurdo. Así, en una población  de Ucrania, por no citar más que este ejemplo, un serednyak, miembro de una brigada de deskulaquización, fue arrestado como kulak por representantes de otra brigada de deskulaquización ¡que estaba realizando su labor en el otro extremo de la población!

La resistencia campesina

No obstante, después de una primera fase que sirvió en algunos casos de pretexto para llevar a cabo un ajuste de cuentas pendientes, o simplemente para entregarse al pillaje, la comunidad campesina no tardó en oponerse a los “deskulaquizadores” y a los “colectivizadores”. En enero de 1930, la GPU censó 402 revueltas y “manifestaciones de masas” campesinas contra la colectivización y la deskulaquización; 1.048 en febrero y 6.528 en  marzo. [201]

Esta resistencia masiva e inesperada del campesinado obligó al poder a modificar momentáneamente sus planes. El 2 de marzo de 1930, todos los periódicos soviéticos publicaron el famoso artículo de Stalin “El vértigo del éxito””, en el que se condenaba “las numerosas violaciones del principio del voluntariado en la adhesión de los campesinos a los koljoses” imputando los “excesos” de la colectivización y deskulaquización a los responsables locales “ebrios de éxito”.

El impacto del artículo fue inmediato. Durante solamente el mes de marzo, mas de 5 millones de campesinos abandonaron los koljoses. Sin embargo, los problemas y desórdenes relacionados con la reapropiación, a menudo violenta, de los útiles y del ganado por parte de sus propietarios no cesaron. Durante el curso del mes de marzo, las autoridades centrales recibieron cotidianamente informes de la GPU señalando sublevaciones masivas en Ucrania occidental, en la región central de las tierras negras, en el Cáucaso Norte y en  el Kazajstán. En total, la GPU contabilizó durante este mes crítico más de 6.500 “manifestaciones de masas”, de las que más de 800 debieron ser “aplastadas por la fuerza armada”. En el curso de estos acontecimientos, más de 1.500 funcionarios fueron muertos, resultaron heridos, o recibieron palizas. El número de víctimas entre los insurgentes no se conoce, pero debe contarse por millares. [202]

Al principio del mes de abril, el poder se vio obligado a realizar nuevas concesiones. Envió a las autoridades locales varias circulares solicitando un ritmo más lento de colectivización, reconociendo que existía el peligro real de “una verdadera oleada de guerras campesinas” y de “un aniquilamiento físico de la mitad de los funcionarios del poder soviético”. En abril, el número de revueltas y de manifestaciones campesinas bajó, resultando todavía impresionante con 1.992 caso registrados por la GPU. El descenso se aceleró a partir del verano: 886 revueltas en junio, 618 en julio y 256 en agosto. En total, durante el año 1930, cerca de dos millones y medio de campesinos participaron en ceca de 14.000 revueltas, motines y manifestaciones de masas contra el régimen. Las regiones más afectadas fueron Ucrania – en particular Ucrania occidental, donde distritos enteros, fundamentalmente en las fronteras de Polonia y de Rumania, escaparon al control del régimen – la región de las tierras negras y el Cáucaso Norte. [203]

Una de las particularidades de estos movimientos fue el papel clave que desempeñaron en los mismos las mujeres, enviadas a primera línea con la esperanza de que no serían sometidas represiones demasiado severas. [204] Pero si las manifestaciones campesinas protestando contra la clausura de la iglesia o la colectivización de las vacas lecheras, que ponía en peligro la propia supervivencia de sus hijos, afectaron de manera muy particular a las autoridades, también hubo numerosos enfrentamientos sangrientos entre destacamentos de la GPU y grupos de campesinos armados de horquillas y de hachas. Centenares de soviets fueron saqueados, mientras que los comités campesinos tomaban en sus manos, por algunas horas o por algunos días, los asuntos de la aldea, formulando una lista de reivindicaciones entre las que figuraban reunidas la restitución de los útiles y del ganado confiscado, la disolución del koljoz, la restauración de la libertad de comercio, la reapertura de la iglesia, la restitución a los kulaks de sus bienes, el regreso de los campesinos deportados, la abolición del poder bolchevique o . . . el restablecimiento de “Ucrania Independiente”.

Aunque los campesinos llegaron, fundamentalmente en marzo y en abril, a perturbar los planes gubernamentales de colectivización acelerada, sus éxitos fueron de corta duración. A diferencia de lo que había pasado en 1920-1921, no llegaron a poner en funcionamiento una verdadera organización, a encontrar dirigentes y a federarse salvo en el ámbito regional. Carentes de tiempo frente a un régimen que reaccionó con rapidez, carentes de cuadros porque habían sido diezmados durante la guerra civil, carentes de armas porque progresivamente habían sido confiscadas en el curso de los años veinte, las revueltas campesinas no duraron mucho.

Represión, prisiones y deportaciones

La represión fue terrible. Solamente en los distritos fronterizos de la Ucrania occidental, la “limpieza de los elementos contrarrevolucionarios” condujo al arresto, a finales de marzo de 1930, de más de 15.000 personas. La GPU de Ucrania detuvo además en el plazo de 40 días, del 1 de febrero al 15 de marzo, a otras 26.000 personas, de las que 650 fueron fusiladas. Según los datos de la GPU, 20.200 personas fueron condenadas a muerte en 1930 solamente por las jurisdicciones de excepción de la policía política. [205]

Mientras se proseguía con la represión de los “elementos contrarrevolucionarios”, la GPU aplicaba la directiva número 44/21 de G. Yagoda sobre el arresto de 60.000 kulaks de primera categoría. A juzgar por los informes cotidianos enviados a Yagoda, la operación fue llevada a cabo a la perfección. El primer informe, de fecha 6 de febrero, hace referencia a 15.985 individuos detenidos. El 9 de febrero, 25.245 personas habían sido, según la propia expresión de la GPU, “retiradas de circulación”. El “informe secreto” de fecha 15 de febrero precisaba: “En liquidaciones, en individuos retirado de circulación y en operaciones de masa, se alcanza un total de 64.589, de los que 52.166 han sido retirados en el cuso de las operaciones preparatorias (1ª categoría); y 14.243 retirados en el curso de las operaciones de masa”. En unos días, el “plan” de 60.000 kulaks había sido superado. [206]

En realidad, los kulaks solo representaban una parte de las personas “retiradas de circulación”. Los agentes locales de la GPU se habían aprovechado de la ocasión para “limpiar” su distrito de los “elementos socialmente extraños”, entre los que figuraban “policías del antiguo régimen”, “oficiales blancos”, “ministros de culto”, “monjas”, “artesanos rurales”, antiguos “comerciantes”, “miembros de la intelliguentsia rural” y “otros”. Al final del informe del 15 de febrero de 1930, que detallaba las diversas categorías de individuos detenidos en el contexto de la liquidación de kulaks de primera clase, Yagoda escribió: “Las regiones Noreste de Leningrado no han comprendido nuestras consignas o no quieren entenderlas. Hay que obligarles a comprender. Estamos limpiando los territorios de popes, comerciantes y demás, Si dicen »demás« quiere decir que no saben a quiénes detienen. Tendremos todo el tiempo del mundo para desembarazarnos de los popes y de los comerciantes, hoy en día donde hay que golpear precisamente es en el blanco: los kulaks y los kulaks contrarrevolucionarios”. [207] ¿Cuántos individuos detenidos en el marco de la operación de “liquidación de los kulaks de primera categoría” fueron ejecutados? Hasta el día de hoy no está disponible ningún dato al respecto.

Los kulaks de “1ª Categoría” constituyen, sin duda, una parte notable de los primeros contingentes de detenidos transferidos a los campos de trabajo. En el verano de 1930, la GPU había ya puesto en funcionamiento una vasta red de campos de este tipo. El conjunto penitenciario más antiguo, el de las islas Solovky, continuó su expansión por el litoral de Mar Blanco, de Carelia a la región de Arkángel. Más de 40.000 detenidos construían la ruta Kem-Ujta y aseguraban la mayor parte de la producción de madera exportada desde el puerto de Arkángel. El grupo de campos de concentración del norte, que reunía a aproximadamente 40.000 detenidos, se dedicaba a la construcción de una vía de ferrocarril de 300 Km. que uniría Ust, Sysolsk y Piniug, y a un camino de 290 Km. que uniría Ust, Sysolsk y Ujta. En el grupo de los campos de concentración de Extremo Oriente, los 15.000 detenidos constituían la mano de obra exclusiva de la construcción de la línea ferroviaria de Boguchachinsk. Un cuarto conjunto, el denominado de la Vichera que incluía a 20.000 detenidos aproximadamente, proporcionaba la mano de obra para el gran complejo químico de Berezniki en los Urales. Finalmente, el grupo de campos de concentración en Siberia, es decir, 24.000 detenidos aproximadamente, contribuía a la construcción de la línea de ferrocarril Tomsk-Yenisseisk y del complejo metalúrgico de Kuznetsk. [208]

En un año y medio, de finales de 1928 al verano de 1930, la mano de obra penal explotada en los campos de la GPU se había multiplicado por 3,5 pasando de 40.000 a 140.000 detenidos aproximadamente. Los éxitos de la explotación de esta fuerza de trabajo estimularon al poder para realizar nuevos grandes proyectos. En junio de 1930, el gobierno decidió construir un canal de 240 Km. de largo, excavado en su mayor parte en una roca granítica, que uniría el Mar Báltico con el Mar blanco. Carente de medios técnicos y de máquinas, este proyecto faraónico necesitaba una mano de obra de al menos 120.000 detenidos, que trabajara solamente con útiles del tipo de picos, palas y carretillas. Pero en el verano de 1930, con la deskulaquización que llegaba a su apogeo, la mano de obra penal era, menos que nunca, un producto en escasez.

En realidad, la masa de deskulaquizados era tal – más de 7000.000 personas a finales de 1930, más de 1.800.000 a finales de 1931 [209] – que “las estructuras de encuadramiento” no podían formarse a la misma velocidad. En la improvisación y la anarquía más completa se desarrollaron las operaciones de deportación de la inmensa mayoría de los kulaks de las denominadas “segunda” o “tercera” categoría. Llegaron a una forma sin precedente de “deportación-abandono”, con una rentabilidad económica nula para las autoridades, pese a que uno de los objetivos principales de la deskulaquización era la revalorización, gracias a los deportados, de regiones inhóspitas, pero ricas en recursos naturales del país. [210]

Las deportaciones de kulaks de segunda categoría comenzaron desde la primera semana de febrero de 1930. Según el plan acordado por el Buró político, 60.000 familias debían ser deportadas en el curso de la primera fase que debía concluir a finales de abril. La región norte debía acoger a 45.000 familias, los Urales a 15.000. El 16 de febrero, sin embargo, Stalin telegrafió a Eije, primer secretario del comité regional del partido de Siberia occidental: “Es inadmisible que Siberia y el Kazajstán pretendan no estar preparados para la acogida de los deportados. Siberia debe recibir de manera imperativa a 15.000 familias de aquí a finales de abril”. En respuesta, Eije envió a Moscú un “presupuesto” estimativo del costo para la “instalación” del contingente planificado de deportados que ascendía a 40 millones de rublos. ¡Suma que no recibió jamás!

También las operaciones de deportación se vieron señaladas por una ausencia completa de coordinación entre los diferentes eslabones de la cadena. Los campesinos detenidos fueron alojados durante semanas en locales improvisados – cuarteles, edificios administrativos, estaciones – de donde un gran número de ellos consiguió huir. La GPU había previsto para la primera fase envíos de 53 vagones, estando cada envío, según las normas definidas por la GPU, compuesto de 44 vagones de ganado en cada uno de los cuales cabían 40 deportados, de ocho vagones para el transporte de los útiles, el avituallamiento y algunos bienes que pertenecían a los deportados, con un límite de 480 Kg. por familia, y de un vagón para el transporte de los guardianes. Según testifica la correspondencia acerba cruzada entre la GPU y el comisariado del pueblo para Transportes, los convoyes no llegaban más que con cuentagotas. En los grandes centros de clasificación, en Vologda, Kotlas, Rostov, Sverdlovsk y Omsk, se quedaban inmovilizados durante semanas con su cargamento humano. El estacionamiento prolongado de estos transportes de réprobos, en los que mujeres y niños y ancianos estaban representados en buen número, no pasaba por regla general inadvertido a la población local, según lo atestiguan numerosas cartas colectivas enviadas a Moscú, estigmatizando “la matanza de inocentes” y firmadas por el “colectivo de obreros y empleados de Vologda” o de los “ferroviarios de Kotlas”. [211]

En estos envíos inmovilizados en pleno invierno en alguna vía secundaria, a la espera de un lugar de destino donde los deportados pudieran ser “instalados”, el frío, la ausencia de higiene y las epidemia implicaban, según los transportes, una mortalidad sobre la cual se dispone de pocas cifras para los años 1930-1931.

Una vez encaminados por transporte ferroviario hasta una estación, los hombres aptos eran a menudo separados de su familia, instalados provisoriamente en barracas levantadas de prisa y corriendo, y enviados bajo escolta a los “lugares de colonización” situados, como lo preveían las instrucciones oficiales, “lejos de las vías de comunicación”. El interminable periplo continuaba, por lo tanto, durante varios centenares de kilómetros todavía, con o sin familia, si era invierno en convoyes de trineos, o en carretas si era verano, o incluso a pie.

Desde el punto de vista práctico, esta última etapa del periplo de los “kulaks de tercera categoría”, consistió de desplazados hacia “tierras que necesitaban una mejora en el interior de su región” – regiones que cubrían, en Siberia o en los Urales, varios centenares de millares de kilómetros cuadrados. Tal y como informaban el 7 de marzo de 1930 las autoridades del distrito de Tomsk en Siberia occidental, “los primeros transportes de kulaks de tercera categoría llegaron a pie, en ausencia de caballos, de trineos, de arneses. (...) En general, los caballos destinados a los transportes resultan absolutamente inútiles para desplazamientos de 300 Km. y más, puesto que durante la formación de los convoyes todos los buenos caballos que pertenecen a los deportados han sido reemplazados por malatones. (...) Vista la situación, no se puede plantear el transporte de los objetos y los suministros de dos meses a los que tienen derecho los kulaks, lo que se aplica también a los niños y a los ancianos, que representan más del 50% del contingente”. [212]

En otro informe del mismo tenor, el Comité Ejecutivo Central de Siberia occidental demostraba, mediante el absurdo, la imposibilidad de poner en funcionamiento las instrucciones de la GPU referidas a la deportación de 4.902 kulaks de tercera categoría procedentes de los dos distritos de la provincia de Novossibirsk. “El transporte, a lo largo de 360 kilómetros de caminos execrables, de las 8.560 toneladas de cereales y de forraje a la que los deportados tendrían teóricamente derecho «para su viaje e instalación» implicaría la movilización de 28.909 caballos y de 7.277 vigilantes (un vigilante por cada 4 caballos)”. El informe concluía que “la realización de tal operación comprometería la campaña de siembra de la primavera en la medida en que los caballos, agotados, necesitarían un largo período de reposo (...) También es indispensable revisar muy a la baja las provisiones que se autoriza a llevar a los deportados”. [213]

Por lo tanto, los deportados debían instalarse sin provisiones ni útiles y, por regla general, sin abrigo. Un informe procedente de la región de Arkángel reconocía en septiembre de 1930 que de las 1.641 habitaciones “programadas” para los deportados, solamente se habían construido siete. Los deportados se “instalaban” en algún trozo de tierra, en medio de la estepa o de la taiga. Los que tenían suerte, y habían tenido la posibilidad de llevar algunos útiles, podían entonces intentar confeccionarse un abrigo rudimentario, por regla general la tradicional zemlianka, un sencillo agujero en la tierra cubierto con ramas. En algunos casos, cuando los deportados eran asignados por millares a residencias cerca de una gran obra o de un lugar industrial en construcción, se los alojaba en barracas sumarias, con tres catres superpuestos y varios centenares por barraca.

Las “deportaciones-abandono”

De las 1.803.392 personas oficialmente deportadas en virtud de la “deskulaquización” en 1930-1931 ¿cuántas perecieron de frío y de hambre durante los primeros meses de su “nueva vida”? Los archivos de Novossibirsk han conservado un documento sobrecogedor, el informe enviado a Stalin en mayo de 1933 por un instructor del partido de Narym en Siberia occidental, sobre la suerte reservada a dos convoyes que comprendían a más de 6.000 personas deportadas procedentes de Moscú y Leningrado. Aunque tardío y referido a otra categoría de deportados, no a campesinos sino a “elementos desclasados” expulsados de la nueva “ciudad socialista” a partir de finales de 1932, este documento ilustra una situación que no era, sin duda, excepcional y que podría calificase de “deportación-abandono”.

He aquí extractos de este terrible testimonio:

“Los días 29 y 30 de abril de 1933, dos convoyes de elementos desclasados nos fueron enviados por tren desde Moscú y Leningrado. Llegados a Tomsk, estos elementos fueron introducidos en garrabas y desembarcados, unos el 18 de mayo y los restantes el 26 de mayo, en la isla de Nazino, situada en la confluencia del Ob y del Nazina. El primer convoy constaba de 5.070 personas; el segundo de 1.044; es decir, en total eran 6.114 personas. Las condiciones de transporte eran terribles: alimentación insuficiente y execrable; falta de aire y de sitio; vejaciones sufridas por los más débiles (...) Resultado: una mortalidad cotidiana de alrededor de 35 a 40 personas. No obstante, estas condiciones de existencia aparecen como un verdadero lujo en relación con lo que esperaba a los deportados en la isla de Nazino (donde debían ser expedidos, en grupos, hasta su destino final, hacia sectores de colonización situados aguas arriba del río Nazina). La isla de Nazino es un enclave totalmente virgen, sin ningún habitante (...) No había útiles, ni semillas, ni alimentos (...) Comenzó la nueva vida. Al día siguiente de la llegada del primer convoy, el 19 de mayo, comenzó a nevar y el viento se puso a soplar. Hambrientos, depauperados, sin  techo, sin útiles (...) los deportados se encontraron en una situación sin salida. Solo pudieron encender algunos fuegos para intentar escapar del frío. La gente comenzó a morirse. (...) El primer día se enterraron 295 cadáveres. (...) Solo al cuarto o quinto día después de la llegada de los deportados a la isla las autoridades enviaron, por barco, algo de harina, a razón de algunos centenares de gramos por persona. Tras recibir su magra ración, la gente corría hacia la orilla e intentaba mezclar, en su »shapka«,  [214] su pantalón o su chaqueta, un poco de esa harina con el agua. Pero la mayoría de los deportados intentaba tragarse la harina como estaba y moría a menudo asfixiados. Durante toda su estancia en la isla, lo único que recibieron los deportados fue un poco de harina. Los más avispados intentaron cocer galletas, pero no había el menor recipiente. (...) Muy pronto se produjeron casos de canibalismo.

A finales del mes de junio comenzó el envío de los deportados hacia las denominadas aldeas de colonización. Estos lugares se encontraban aproximadamente a 200 kilómetros de la isla, subiendo el río Nazina, en plena taiga. La aldea en cuestión era la naturaleza virgen. No obstante, se consiguió instalar un horno pimitivo, lo que permitió fabricar una especie de pan. Pero para el resto, hubo pocos cambios en relación con la vida en la isla de Nazino; la misma ociosidad, los mismos fuegos y la misma desnudez. Solo hubo una diferencia: la especie de pan que se distribuyó una vez para los días restantes. La mortalidad continuaba. Solo un ejemplo: de 78 personas embarcadas en la isla en dirección al quinto sector de colonización, 12 llegaron con vida. Muy pronto las autoridades reconocieron que estos enclaves no eran colonizables y todo el contingente que había sobrevivido fue reenviado, por barco, río abajo. Las evasiones se multiplicaron. (...) En los nuevos lugares de asentamiento, los deportados sobrevivientes, a los que por fin se había entregado algunas herramientas, se pusieron a construir, a partir de la segunda quincena de julio, abrigos medio enterrados en el suelo. (...) Todavía siguen produciéndose algunos casos de canibalismo. (...) Pero la vida fue recuperando progresivamente sus derechos; la gente volvió a ponerse a trabajar, pero la debilidad de sus organismos fue tal que, incluso cuando recibían 750 a 1.000 gramos de pan diarios, continuaban cayendo enfermos, reventando, comiendo musgo, hierbas, hojas, etc. El resultado de todo esto fue que de las 6.100 personas que salieron de Tomsk (a las que hay que añadir 500 a 7010 personas enviadas a la región por añadidura), el 20 de agosto solo quedaban con vida unas 2.200 personas”. [215]

¿Cuántos Nazinos, cuántos casos similares de deportación-abandono se produjeron? Algunas cifras proporcionan la medida de las pérdidas. Entre febrero de 1930 y diciembre de 1931, un poco más de 1.800.000 deskulaquizados fueron deportados. Ahora bien, el 1 de enero de 1932, cuando las autoridades efectuaron un primer control general, no se censó a más de 1.317.022 personas. [216] Las pérdidas alcanzaban a medio millón, es decir, cerca del 30% de los deportados. Ciertamente el número de aquellos que habían conseguido huir era elevado. [217]

En 1932, la evolución de los “contingentes” fue por primera vez objeto de un estudio sistemático por parte de la GPU. Ésta era, desde el verano de 1931, la única responsable de los deportados etiquetados como “colonos especiales” en todos los eslabones de la cadena, desde la deportación hasta la gestión de los “pueblos de colonización”. Según este estudio, habían existido más de 210.000 evadidos y se habían producido alrededor de 900.000 muertes. En 1933, el año de la hambruna, las autoridades registraron a 151.601 fallecidos de los 1.142.000 colonos especiales contabilizados el 1 de enero de 1933. La tasa de mortalidad anual era, por lo tanto, del 6,8% aproximadamente en 1932, y del 13,3% en 1933.

Para los años 1930-1931 no se dispone más que de datos parciales, pero son elocuentes: en 1931, la mortalidad era de 1,3% entre los deportados a Kazajstán; de 0,8% al mes entre los de Siberia occidental. En cuanto a la mortalidad infantil, oscilaba entre el 8 y el 12% . . . mensual, con máximos del 15% al mes en Magnitogorsk. Del 1 de junio de 1931 al 1 de junio de 1932, la mortalidad entre los deportados en la región de Narym, en la Siberia occidental, alcanzó el 11,7% al año. Globalmente, es poco probable que en 1930-1931 la tasa de mortalidad haya sido inferior a la tasa de 1932: sin duda se aproximaba o incluso sobrepasaba el 10% anual. Así, en tres años, se puede estimar que al menos 300.000 deportados murieron en la deportación. [218]

La explotación de los deportados

Para las autoridades centrales, preocupadas por “rentabilizar” el trabajo de aquellos que designaban bajo el término de “desplazados especiales” o, a partir de 1932, de “colonos de trabajo”, la deportación-abandono no era nada más que un mal menor imputable, como escribía N. Puzinsky, uno de los dirigentes de la GPU encargado de los colonos de trabajo, “a la negligencia general y a la miopía política de los responsables locales que no han asimilado la idea de la colonización por los antiguos kulaks”. [219]

En marzo de 1931, para poner fin al “insoportable atolladero de mano de obra deportada”, fue puesta en funcionamiento una comisión especial, directamente relacionada con el Buró político, presidida por Andreyev y donde Yagoda desempeñaba un papel clave. El objetivo principal de esta comisión era “una gestión racional y eficaz de los colonos de trabajo”. Las primeras encuestas llevadas a cabo por la comisión habían revelado efectivamente la productividad casi nula de la mano de obra deportada. Así, de los 300.000 colonos de trabajo instalados en los Urales, solamente el 8%, en abril de 1931, habían sido destinados a “la tala de bosques y otros trabajos productivos”. El resto de los adultos aptos “construía alojamientos para sí mismos (...) y se las arreglaba para sobrevivir”. Otro documento reconocía que el conjunto de las operaciones de deskulaquización había sido deficitario para el Estado: el valor medio de los bienes confiscados los kulaks en 1930 se elevaba a 50 rublos por explotación, una suma irrisoria (equivalente a una quincena del salario obrero), que decía mucho sobre el supuesto “acomodo” del kulak. Por lo que se refiere a los gastos dedicados a la deportación de los kulaks, ¡ascendían a más de 1.000 rublos por familia! [220]

Para la comisión Andreyev, la racionalización de la gestión de los colonos del trabajo pasaba en primer lugar por una reorganización administrativa de las estructuras responsables por los deportados. Durante el verano de 1931, la GPU recibió el monopolio de la gestión administrativa de las “poblaciones especiales” que dependían hasta entonces de las autoridades locales. Se puso en funcionamiento toda una red de comandancias, verdadera administración paralela que permitía a la GPU beneficiarse de una especie de extraterritorialidad y controlar enteramente inmensos territorios en los que los colonos especiales constituían, además, lo esencial de la población local.

Los colonos estaban sometidos a un reglamento interno muy estricto. Con una residencia asignada, eran destinados por la administración, o bien a una empresa del Estado, o bien a una “cooperativa agrícola o artesanal de estatus especial, dirigida por el comandante local de la GPU”, o bien a trabajos de construcción y de conservación de carreteras o de roturación. Por supuesto, las normas y los salarios revelaban también un status especial: por término medio, las normas eran del 30 al 50% superiores a las de los trabajadores libres; en cuanto a los salarios, cuando eran pagados, experimentaban una retención del 15 al 25% directamente entregada a la administración de la GPU.

En realidad, como testifican los documentos de la comisión Andreyv, la GPU se felicitaba por un “coste de encuadramiento” de los colonos de trabajo nueve veces inferior al de los detenidos en los campos. Así, en junio de 1933, los 203.000 colonos especiales de Siberia occidental, repartidos en 83 comandancias, solo eran vigilados por 971 personas. [221]

La GPU tenía como objetivo proporcionar, a cambio de una comisión compuesta por un porcentaje sobre los salarios y por una suma a tanto alzado por contrato, su mano de obra a cierto número de grandes consorcios encargados de la explotación de recursos naturales de las regiones septentrionales y orientales del país, como Urallesprom (explotación forestal), Uralugol, Vostugol (carbón), Vostokstal (acererías), Tsvetmetzoloto (minerales no ferrosos), Kuznetzstroi (metalurgia), etc. En principio, la empresa se encargaba de asegurar las infraestructuras de albergue, de escolarización y de suministros a los deportados. En realidad, como lo reconocían incluso los mismos funcionarios de la GPU, las empresas tenían la tendencia a considerar esta mano de obra como provista de un status ambiguo, semi-libre, semi-detenido, como un recurso gratuito. Los colonos de trabajo a menudo no percibían ningún salario, en la medida en que las sumas que ganaban eran en general inferiores a las retenidas por la administración para la construcción de barracas, los útiles, los aportes obligatorios a los sindicatos, el préstamo del Estado, etc.

Inscriptos en la última categoría de racionamiento, verdaderos parias, estaban sometidos de manera permanente a la escasez y al hambre, así como a todo tipo de vejaciones y de abusos. Entre los abusos más escandalosos, señalados en los informes de la administración, se encontraban: instauración de normas irrealizables, salarios no entregados, deportados a los que se castigaba con bastonazos o se encerraba en pleno invierno en calabozos improvisados sin la menor calefacción, deportadas “cambiadas por los comandantes de la GPU por mercancías” o enviadas gratuitamente como criadas “para todo” a la casa de los pequeños dirigentes locales. Esta afirmación de un director de una empresa forestal de los Urales que empleaba a colonos de trabajo, citada y criticada en un informe de a GPU de 1933, resumía muy bien el criterio de muchos dirigentes en relación con una mano de obra a la que se podía explotar a voluntad: “Se os podría liquidar a todos, ¡de todas formas la GPU nos enviará en vuestro lugar una nueva hornada de cien mil como vosotros!

Poco a poco, la utilización de colonos de trabajo se convirtió en más racional desde el punto de vista de la estricta productividad. Desde 1932 se asistió a un abandono progresivo de las “zonas de poblamiento” o de “colonización” más inhóspitas en beneficio de las grandes obras, de los polos mineros e industriales. En algunos sectores era muy importante, incluso predominante, la parte de la mano de obra deportada que trabajaba en las mismas empresas o en las mismas obras que los trabajadores libres y vivía en barracones contiguos. En las minas de Kuzbass, a finales de 1933, más de 41.000 colonos de trabajo representaban el 47% del conjunto de los mineros. En Magnitogorsk, los 42.462 deportados censados en septiembre de 1932 constituían los dos tercios de la población local. [222] Asignados a residencias en cuatro zonas de poblamiento especiales, a una distancia de dos a seis kilómetros del lugar principal de construcción, trabajaban, no obstante, en los mismos equipos que los obreros libres, situación que tenía una tendencia a difuminar en parte las fronteras existentes entre la diferente condición de unos y otros. Por la fuerza de las cosas, dicho de otra manera, por imperativos económicos, los deskulaquizados de la víspera, convertidos en colonos de trabajo, se reintegraban en una sociedad marcada por la penalización general de las relaciones sociales y en la que nadie sabía quiénes serían los próximos excluidos.

La Gran Hambruna

La organización de la colectivización

Entre los “puntos oscuros” de la Historia soviética ha figurado desde hace mucho tiempo la gran hambruna de 1932-1933 que, según fuentes hoy en día incontestables, causó más de 6 millones de víctimas. [223]

Esta catástrofe no fue, sin embargo, una hambruna como otras, en la línea de las hambrunas que conoció a intervalos regulares la Rusia zarista. Fue una consecuencia directa del nuevo sistema de “explotación militar feudal” del campesinado – según la expresión del dirigente bolchevique antiestalinista Nikolay Bujarin – puesto en funcionamiento durante la colectivización forzada, y una ilustración trágica de la formidable regresión social que acompañó el asalto contra los campos realizado por el poder soviético a finales de los años veinte.

A diferencia de la hambruna de 1921-1922, reconocida por las autoridades soviéticas que apelaron ampliamente a la ayuda internacional, la de 1932-1933 fue siempre negada por el régimen, que cubrió con propaganda aquellas voces que, en el extranjero, llamaron la atención sobre la tragedia. En ello, las autoridades soviéticas se vieron enormemente ayudadas por “testimonios” solicitados, como el del diputado francés Édouard Herriot quien, tras viajar a Ucrania en el verano de 1933, señaló que allí no había más que “huertos de koljozes admirablemente irrigados y cultivados” y “cosechas decididamente admirables” antes de concluir perentorio: “He atravesado Ucrania. ¡Pues bien, afirmo que la he visto como un jardín a pleno rendimiento! [224]

Esta ceguera fue inicialmente el resultado de una formidable puesta en escena organizada por la GPU para los huéspedes extranjeros, cuyo itinerario estuvo jalonado de koljozes y de jardines de la infancia modelos. La ceguera era, evidentemente, apoyada por consideraciones políticas, fundamentalmente procedentes de los dirigentes franceses que entonces se encontraban en el poder y que tenían buen cuidado de no romper el planeado proceso de aproximación a la Unión Soviética frente a una Alemania que se había convertido en cada vez más amenazadora después de la reciente llegada al poder de Adolf Hitler.

No obstante, cierto número de altos dirigentes políticos, en particular alemanes e italianos, tuvieron conocimiento, con notable precisión, del hambre de 932-1933. Los informes de los diplomáticos italianos en funciones de Jarkov, Odessa o Novorossisk, recientemente descubiertos y publicados por el historiador italiano Andrea Graziosi, [225] muestran que Mussolini, quien leía estos textos con cuidado, estaba perfectamente informado de la situación, pero que no la utilizó para su propaganda anticomunista. Por el contrario, el verano de 1933 se vio caracterizado por la firma de un tratado de comercio ítalo-soviético, seguido de un pacto de amistad y no-agresión. Negada o sacrificada sobre el altar de la razón de Estado, la verdad sobre la hambruna, mencionada en publicaciones de escasa tirada de las organizaciones ucranianas en el extranjero, solo comenzó a imponerse a partir de la segunda mitad de los años ochenta, después de la publicación de una serie de trabajos de investigación realizados tanto por historiadores oficiales como por investigadores de la antigua Unión Soviética.

Ciertamente, no se puede comprender el hambre de 1932-1933 sin situarla en el contexto de las nuevas relaciones entre el Estado soviético y el campesinado, surgidas de la colectivización forzosa de los campos. En los campos colectivizados, el papel del koljoz resultaba estratégico. Tenía como función asegurar al Estado las entregas fijas de productos agrícolas, mediante una requisa cada vez más fuerte realizada sobre la cosecha “colectiva”. Cada otoño, la campaña de la cosecha se transformaba en una verdadera prueba de fuerza entre el Estado y un campesinado que intentaba desesperadamente guardar para sí una parte de la cosecha. El desafío era de envergadura: para el Estado significaba el hacerse con ella, para el campesino era la supervivencia.

Cuanto más fértil era la región, más se extraía de ella. En 1930, el Estado cosechó el 30% de la producción agrícola de Ucrania, el 38% en las ricas llanuras del Kuban en el Cáucaso norte y el 33% de la cosecha en Kazajstán. En 1931, para una cosecha muy inferior, estos porcentajes alcanzaron, respectivamente, el 41,5%, el 47% y el 39,5%. Una requisa semejante no podía más que desorganizar totalmente el ciclo productivo. Basta recordar aquí que, bajo la NEP, los campesinos solo comercializaban del 15 al 20% de su cosecha, reservando de un 12 a un 15% para simiente, del 25 al 30% para el ganado y el resto para su propio consumo.

El conflicto resultaba inevitable entre los campesinos, decididos a utilizar todas las estratagemas para conservar una parte de su cosecha, y las autoridades locales, obligadas a realizar a cualquier precio un plan que era cada vez más irreal: en 1932, el plan de cosecha era superior en un 32% al de 1931. [226]

La campaña de la cosecha de 1932 adquirió un ritmo muy lento. Desde que comenzó la siega de la mies, los koljozianos se esforzaron por ocultar, o por “robar” de noche, una parte de la cosecha. Se constituyó un verdadero “frente de resistencia pasiva”, fortalecido por el acuerdo tácito y recíproco que iba a menudo del koljoziano al jefe de brigada, del jefe de brigada al contable, del contable al director del koljoz, él mismo campesino recientemente ascendido, del director al secretario local del partido. Las autoridades centrales tuvieron que enviar nuevas “brigadas de choque” reclutadas en la ciudad entre los komsomoles y los comunistas para “apoderarse de los cereales”.

En el verdadero clima de guerra que reinaba entonces en los campos, esto es lo que describía a sus superiores un instructor del Comité Ejecutivo Central enviado en misión a un distrito cerealista del bajo Volga:

“Los arrestos y los registros son realizados por cualquier persona: por los miembros del soviet rural, los emisarios de todo tipo, los miembros de las brigadas de choque, por cualquier komsomol que no sea perezoso. Este año, el 12% de los trabajadores del distrito ha comparecido delante del tribunal, sin contar los kulaks deportados, los campesinos multados, etc. Según los cálculos del antiguo fiscal adjunto del distrito, en el curso del último año el 15% de la población adulta ha sido víctima de represión bajo una forma u otra. Si se añade a esto que en el curso del último mes 800 trabajadores aproximadamente han sido excluidos de los koljozes, se tendrá una idea de la amplitud de la represión en el distrito. (...) Si se excluyen los casos en que la represión de masas está realmente justificada, hay que decir que la eficacia de las medidas represivas no deja de disminuir teniendo en cuenta que, cuando sobrepasan determinado umbral, se hace difícil ponerlas en práctica. (...) Todas las prisiones están llenas hasta reventar. La prisión de Balashevo contiene cinco veces más personas de las que estaba previsto, y en Elan hay, en la pequeña prisión del distrito, 610 personas. En el curso del último mes, la prisión de Balashevo ha “entregado” a Elan 78 condenados, entre los cuales 48 tenían menos de diez años; 21 fueron inmediatamente liberados. (...) Para acabar con este famoso método, el único empleado aquí – el método de la fuerza – dos palabras acerca de los campesinos individuales, a los cuales se ha hecho de todo con la finalidad de impedirles que siembren y produzcan.

El ejemplo siguiente muestra hasta qué punto los campesinos individuales están aterrorizados: en Mortsy, un campesino individual, que había cumplido, sin embargo, su plan en un 100%, vino a ver al camarada Fomichev, presidente del comité ejecutivo del distrito, y le pidió que le hiciera deportar al norte porque, de todas maneras, explicó, «no se puede vivir en estas condiciones». Igualmente paradigmática es la petición, firmada por 16 campesinos individuales del soviet rural de Alexandrov, en la que estos campesinos suplican que se les deporte fuera de su región. (...) En resumen, la única forma de »trabajo de masas« es »el asalto«: se »toma por asalto« las simientes, los créditos, la cría de ganado, se «va al asalto» del trabajo, etc. Nada se hace sin »asalto«. (...) Se «asedia» por la noche, de las nueve a las diez de la noche hasta el alba. El »asalto« se desarrolla de siguiente manera: la «brigada de choque», que asedia una isba, »convoca« por turno a todas las personas que no han cumplido tal o cual obligación o plan y las «convence» por diversos medios para que cumplan con sus obligaciones. Se »asedia« de este modo a cada persona de la lista y se vuelve a empezar y así durante toda la noche.” [227]

Una ley famosa promulgada el 7 de agosto de 1932, en el período más agudo de la guerra entre el campesinado y el régimen, desempeñó un papel decisivo dentro del arsenal represivo. Preveía la condena hasta 10 años de campo de concentración o la pena de muerte “por cualquier robo o dilapidación de la propiedad socialista”. Fue conocida entre el pueblo bajo el nombre de la “ley de las espigas” porque las personas eran condenadas generalmente por haber robado unas espigas de trigo o de cebada en los campos koljozianos. Esta ley inicua permitió condenar, de agosto de 1932 a diciembre de 1933, a más de 125.000 personas, de las cuales 5.400 fueron condenadas a la pena capital. [228]

La cosecha forzada

A pesar de estas medidas draconianas, el trigo no “entraba”. A mediados de octubre de 1932, el plan de cosecha para las principales regiones cerealistas del país no se había cumplido más que entre el 15 y el 20%. El 22 de octubre de 1932, el Buró político decidió, por lo tanto, enviar a Ucrania y al Cáucaso del Norte a dos comisiones extraordinarias, una dirigida por Vyacheslav Molotov y la otra por Lazar Kaganovich, con el objetivo de “acelerar las cosechas” [229] El 2 de noviembre, la comisión de Lazar Kaganovich, de la que formaba parte Guenrij Yagoda, llegó a Rostov del Don. Convocó inmediatamente una reunión de todos los secretarios de distrito del partido de la región del Cáucaso del Norte, al término de la cual fue adoptada la siguiente resolución. “como consecuencia del fracaso particularmente vergonzoso del plan de cosecha de cereales, obligar a las organizaciones locales del partido a quebrantar el sabotaje organizado por los elementos kulaks contrarrevolucionarios, aniquilar la resistencia de los comunistas locales y de los presidentes de los koljoz que se han colocado a la cabeza de este sabotaje”. Para determinados distritos inscriptos en la “lista negra” (según la terminología oficial) se tomaron las siguientes medidas: retirada de todos los productos de los almacenes, supresión total del comercio, reembolso inmediato de todos los créditos en curso, imposición excepcional y arresto de todos los “saboteadores”, “elementos extraños” y “contrarrevolucionarios” siguiendo un  procedimiento acelerado, bajo la dirección de la GPU. En el caso de que prosiguiera el “sabotaje”, la población sería susceptible de ser deportada en masa.

En el curso de solo el mes de noviembre de 1932, el primer mes de “lucha contra el sabotaje”, se arrestó a 5.000 comunistas rurales juzgados “criminalmente complacientes” con el “sabotaje” de la campaña de la cosecha, y a 15.000 koljozianos en esta región altamente estratégica desde el punto de vista de la producción agrícola que era el Cáucaso Norte. En diciembre comenzaron las deportaciones masivas, no solo de kulaks sino también de poblaciones enteras, fundamentalmente de stanitsy [230] cosacos ya golpeados en 1920 por medidas semejantes. [231] El número de colonos especiales se incrementó rápidamente. Si para 1932 los datos de la administración del Gulag señalaban la llegada de 71.236 deportados, el año 1933 registró la afluencia de 268.091 nuevos colonos especiales. [232]

En Ucrania, la comisión Molotov adoptó medidas análogas: inscripción en la “lista negra” de aquellos distritos cuyo plan de cosecha no había sido cumplido, con todas las consecuencias previamente descriptas: purga de las organizaciones locales del partido, arrestos masivos no solamente de koljozianos, sino también de los dirigentes de los koljozes, sospechosos de “minimizar la producción”. Muy pronto se extendieron estas medidas a otras regiones productoras de cereales.

¿Podían estas medidas represivas lograr que el Estado ganara la guerra contra los campesinos? No – subrayaba en un informe particularmente perspicaz, el cónsul italiano de Novorossisk:

“El aparato soviético, excesivamente armado y poderoso, se encuentra de hecho en la imposibilidad de conseguir la victoria en una o en varias batallas. El enemigo no se presenta en masa, está disperso y uno se agota en un serie infinita de minúsculas operaciones: aquí no se ha escardado un campo, allí se han ocultado algunos quintales de trigo; sin contar un tractor que no funciona, otro segundo voluntariamente averiado, un tercero de paseo en lugar de estar trabajando. . . Y constatar de inmediato que ha sido desvalijado un almacén, que los directores de los koljozes, por miedo o por malevolencia, no declaran la verdad en sus informes. . . Y así continuamente hasta el infinito, ¡y siempre igual en este inmenso territorio! (...) Al enemigo hay que ir a buscarlo casa por casa, población por población. ¡Es como llevar agua en una cubeta agujereada!” [233]

La organización deliberada del hambre

Para vencer “al enemigo” no quedaba más que una única solución: matarlo de hambre.

Los primeros informes sobre los riesgos de una “situación alimenticia crítica” para el invierno de 1932-1933 llegaron a Moscú a partir del verano de 1932. En agosto de 1932, Molotov informó al Buró político que existía “una amenaza real de hambre incluso en los distritos en los que la cosecha había sido excelente”. No obstante, propuso llevar a cabo, costara lo que costara, el plan de cosecha.

Ese mismo mes de agosto, Issayev, el presidente del consejo de comisarios del pueblo de Kazajstán, informó a Stalin de la amplitud del hambre en esa república, donde la colectivización-sedentarización había desorganizado completamente la economía nómada tradicional. Incluso stalinistas endurecidos como Stanislas Kossior, primer secretario del partido comunista de Ucrania, o Mijail Jatayevich, primer secretario del partido de la región de Dniepropetrovsk, solicitaron a Stalin y a Molotov que redujeran el plan de cosecha. “Para que en el porvenir la producción pueda aumentar conforme a las necesidades del Estado proletario” – escribía Jatayevich a Molotov en noviembre de 1932 – “debemos tomar en consideración las necesidades mínimas de los koljozianos, de lo contrario no habrá nadie para sembrar y asegurar la producción”.

“Su posición” – respondió Molotov — “es profundamente incorrecta, no bolchevique. Nosotros, los bolcheviques, no podemos colocar las necesidades del Estado, necesidades definidas precisamente por resoluciones del partido, en décimo lugar; ni siquiera en segundo”. [234]

Algunos días más tarde, el Buró político enviaba a las autoridades locales una circular en la que se ordenaba que los koljozes que no habían cumplido todavía con su plan fueran inmediatamente privados de “todo el grano que tenían, incluido el que se denominaba reserva para simiente”.

Millones de campesinos de las regiones más ricas de la Unión Soviética se vieron entregados de esta manera al hambre y no tuvieron otro recurso que marchar hacia las ciudades tras haber sido obligados a entregar bajo amenaza, incluso de tortura, todas sus escasas reservas, sin tener ni los medios ni la posibilidad de comprar nada.

Ahora bien, el gobierno acababa de instaurar el 27 de diciembre de 1932 el pasaporte interior y el registro obligatorio para los habitantes de las ciudades con la finalidad limitar el éxodo rural, de “liquidar el parasitismo social” y de “combatir la infiltración de los elementos kulaks en las ciudades”. Frente a esta huida de los campesinos para sobrevivir, dictó, por lo tanto, el 22 de enero de 1933, una circular que condenaba a una muerte programada a millones de personas hambrientas. Firmada por Stalin y Molotov, ordenaba a las autoridades locales y en particular a la GPU, prohibir “por todos los medios las marchas masivas de campesinos de Ucrania y del Cáucaso Norte hacia las ciudades. Después del arresto de los elementos contrarrevolucionarios, los demás fugitivos serán reconducidos a su lugar de residencia”. La circular explicaba la situación de la siguiente manera: “El Comité Central  y el gobierno tienen pruebas de que este éxodo masivo de los campesinos está organizado por los enemigos del poder soviético, los contrarrevolucionarios y los agentes polacos con una finalidad de propaganda contra el sistema koljoziano en particular y el poder soviético en general.[235]

En todas las regiones afectadas por el hambre, la venta de pasajes de tren fue inmediatamente suspendida. Se pusieron en funcionamiento cordones policiales controlados por unidades especiales de la GPU para impedir que los campesinos abandonaran su distrito. A principios del mes de marzo de 1933, un informe de la policía política precisaba que en el espacio de un  mes 219.940 personas habían sido interceptadas en el marco de las operaciones destinadas a limitar el éxodo de campesinos hambrientos hacia las ciudades; y que 186.588 habían sido “reconducidos a su región de origen”, siendo los demás arrestados y juzgados. Pero el informe se mantenía mudo en relación con el estado de las personas expulsadas de las ciudades.

Sobre este aspecto, contamos con el testimonio del cónsul italiano de Jarkov, en el corazón de una de las regiones más afectadas por el hambre:

“Desde hace una semana se ha organizado un servicio de acogida de los niños abandonados. Efectivamente, cada vez hay más campesinos que fluyen hacia la ciudad porque no tienen ninguna esperanza de sobrevivir en el campo; hay niños a los que han traído aquí y que inmediatamente son abandonados por los padres, los cuales regresan  a su población para morir en ella. Estos últimos esperan que en la ciudad alguien tendrá cuidado de sus hijos. (...) Desde hace una semana se ha movilizado a los «dvorniki» (porteros) con bata blanca que patrullan la ciudad y que se llevan los niños hasta el puesto de policía más cercano. (...) Hacia medianoche, se comienza a transportarlos en camiones hasta la estación de mercancías de Severo Donetz. Aquí se reúne también a los niños que se han encontrado en las estaciones, los trenes, a las familias de los campesinos, a las personas aisladas d mayor edad, atrapadas en la ciudad durante su viaje. Hay personal médico (...) que realiza la »selección«. Aquellos que no se han hinchado y ofrecen una posibilidad de sobrevivir son dirigidos hacia las barracas de Golodnaya Gora, donde en hangares, sobre paja, agoniza una población de cerca de 8.000 almas, compuesta fundamentalmente por niños. (...) Las personas hinchadas son transportadas en trenes de carga hasta el campo y abandonadas a 50 0 60 kilómetros de la ciudad de manera que mueran sin que se les vea. (...) A la llegada a los lugares de descarga se excavan grandes fosas y se retira a todos los muertos de los vagones.” [236]

Las estadísticas de la muerte por hambre

En los campos, la mortalidad alcanzó cifras máximas en la primavera de 1933. Al hambre se unió el tifus. En poblaciones de varios millares de habitantes los supervivientes no se contaron más que por decenas. En los informes de la GPU se señalaron algunos casos de canibalismo, al igual que en los de los diplomáticos italianos de servicio en Jarkov:

“Se traen a Jarkov cada noche cerca de 250 cadáveres de personas muertas de hambre o de tifus. Se nota que un número muy elevado de entre ellos ya no tiene hígado; éste parece haber sido retirado a través de un corte ancho. La policía acaba por atrapar a algunos de estos misteriosos «amputadores» que confiesan que con esta carne confeccionaban un sucedáneo de »pirozhki« (empanadillas) que vendían inmediatamente en el mercado”. [237]

En abril de 1933, el escritor Mijail Sholojov, de paso por una población del Kuban, escribió dos cartas a Stalin exponiendo en detalle la manera en que las autoridades locales se habían apoderado, bajo tortura, de todas las reservas de los koljozianos, reducidos al hambre. Pedía al primer secretario que enviara una ayuda alimenticia. En su respuesta al escritor, Stalin desvelaba sin ambages su posición: los campesinos habían sido justamente castigados por haber “hecho huelga, realizado sabotaje”, por haber “llevado a cabo una guerra de desgaste contra el poder soviético, una guerra a muerte.[238]

Mientras durante aquel año de 1933 millones de campesinos morían de hambre, el gobierno soviético continuaba exportando al extranjero 18 millones de quintales de trigo por “necesidades de la industrialización”.

Los archivos demográficos y los censos de 1937 y de 1939, mantenidos en secreto hasta estos últimos años, permiten evaluar la amplitud de la hambruna de 1933. Geográficamente, la “zona del hambre” cubría el conjunto de Ucrania, una parte de la zona de las tierras negras, las ricas llanuras del Don, del Kuban y del Cáucaso Norte, una gran parte de Kazajstán. Cerca de 40 millones de personas fueron afectadas por el hambre o la carestía. En las regiones más afectadas, como las zonas rurales alrededor de Jarkov, la mortalidad entre enero y junio de 1933 se multiplicó por 10 en relación con la media: 100.000 fallecidos en junio de 1933 en la región de Jarkov, frente a 9.000 en junio de 1932. Es preciso señalar que un número de fallecimientos muy numeroso ni siquiera fue registrado. Las zonas rurales, por supuesto, fueron golpeadas más duramente que las ciudades, pero éstas tampoco quedaron a salvo. Jarkov perdió en un año más de 120.000 habitantes; Krasnodar 40.000 y Stavropol 20.000.

Fuera de la “zona del hambre”, las pérdidas demográficas, debidas en parte a la escasez, no fueron desdeñables. En las zonas rurales de la región de Moscú, la mortalidad aumentó en un 50% entre enero y junio de 1933. En la villa de Ivanovo, teatro de motines de hambre en 1932, la mortalidad subió en un 35% en el curso del primer semestre de 1933. Para el año 1933 y para el conjunto del país, se observa una sobretasa de fallecimientos superior a los 6 millones. Al deberse la inmensa mayoría de esta sobretasa al hambre, el balance de esta tragedia se puede ciertamente estimar en 6 millones de víctimas aproximadamente.

El campesinado de Ucrania pagó el tributo más pesado con al menos 4 millones de muertos. En Kazajstán hubo 1 millón de muertos aproximadamente, sobre todo entre la población nómada, privada de todo su ganado desde la colectivización y sedentarización por la fuerza. En el Cáucaso Norte y en la región de las tierras negras se produjo 1 millón de muertos. [239]

La carta de Mijail Sholojov a Stalin


Extractos de la carta enviada por Mijail Sholojov, autor de El Don Apacible, el 4 de abril de 1933 a Stalin

Camarada Stalin:

El distrito Vesenski, como muchos otros distritos del norte del Cáucaso, no ha cumplido el plan de entrega de cereales no por culpa de algún “sabotaje kulak”, sino por culpa de la mala dirección local del partido. . .

En el mes de diciembre pasado, el comité regional del partido envió para “acelerar” la campaña de recogida a un “plenipotenciario”, el camarada Ovchinnikov. Este último adoptó las medidas siguientes: 1)- requisar todos los cereales disponibles, incluido el “anticipo” entregado por la dirección de los koljozes a los koljozianos para simiente de la cosecha futura; 2)- repartir por hogares las entregas debidas al Estado por cada koljoz. ¿Cuáles han sido los resultados de estas medidas? Cuando comenzaron la requisas, los campesinos se pusieron a ocultar y a enterrar el trigo. Ahora, algunas palabras sobre los resultados numéricos de todas estas requisas. Cereales “encontrados”: 5.930 quintales. . . Y ahora algunos de los métodos empleados para obtener esas 593 toneladas, de las que una parte llevaba enterrada. . . ¡desde 1918!

El método del frío. . . Se desnuda al koljoziano y se le pone “al fresco”, completamente desnudo, en un hangar. A menudo se ponía “al fresco” a los koljozianos por brigadas enteras.

El método del calor. Se rocían los pies y las faldas de las koljozianas con querosén y se les prende fuego. Después se apaga y se vuelve a empezar. . .

En el koljoz Napolovski, un tal Plotkin, “plenipotenciario” del comité de distrito, obligaba a los koljozianos interrogados a tenderse sobre una placa calentada al rojo vivo y después los “descalentaba” enterrándolos desnudos en un hangar. . .

En el koljoz Lebyazhenski se situaba a los kolhozianos a lo largo de un muro y se simulaba una ejecución. . .

Podría multiplicar hasta el infinito este tipo de ejemplos. No se trata de “abusos”. No. Ése es l método corriente de recogida de trigo. . .

Si le parece que mi carta es digna de exigir la atención del Comité Central, envíe aquí a verdaderos comunistas que tendrán el valor de desenmascarar a todos aquellos que han asestado un golpe mortal a la construcción kolhoziana en este distrito. . .  Usted es nuestra única esperanza

Suyo

Mijail Sholojov [240]


La respuesta de Stalin

La respuesta de Stalin a M. Sholojov, el 6 de mayo de 1933

Querido camarada Sholojov:

He recibido sus dos cartas. La ayuda que me pide ha sido concedida. He enviado al camarada Shkiryatov para que desenrede los asuntos de los que me habla. Le ruego que le ayude. Ya está. Sin embargo, camarada Sholojov, eso no es todo lo que deseaba decirle. En realidad, sus cartas proporcionan una visión que yo calificaría de no objetiva y, a ese respecto, desearía escribirle algunas palabras.

Le he agradecido sus cartas que indican una pequeña enfermedad en nuestro aparato, que muestran que deseando hacer las cosas bien, es decir, desarmar a nuestros enemigos, algunos de nuestros funcionarios del partido se enfrentan con nuestros amigos y pueden incluso llegar a ser francamente sádicos. Pero que me percate de eso no significa que esté de acuerdo EN TODO con usted. Usted ve UN aspecto de las cosas, y no lo ve mal. Pero es sólo UN aspecto de las cosas. Para no equivocarse en política – y sus cartas no son literatura, sino que son pura política – hay que saber ver EL OTRO lado de la realidad. Y el otro aspecto es que los respetados trabajadores de su distrito – y no solo del suyo – estaban en huelga, llevaban a cabo un sabotaje y ¡estaban dispuestos a dejar sin pan a los obreros y al Ejército Rojo! El hecho de que el sabotaje fuese silencioso y en apariencia pacífico (sin derramamientos de sangre) no cambia en absoluto el fondo del asunto, a saber, que los respetados trabajadores llevaban a cabo una guerra de zapa contra el poder soviético. ¡Una guerra a muerte, querido camarada Sholojov!

Por supuesto, estas especifidades no pueden justificar los abusos que, según usted, han sido cometidos por los funcionarios y los culpables tendrán que responder por su comportamiento. Pero resulta tan claro como el agua que nuestros respetados trabajadores no son inocentes corderos, como podría pensarse leyendo sus cartas.

Que siga usted bien. Le estrecha la mano.

Suyo.

I. Stalin [241]


Conclusiones

Cinco años antes del Gran Terror que golpeará en primer lugar a la intelliguentsia y a los cuadros económicos del partido, la gran hambruna de 1932-1933, apogeo del segundo acto de la guerra anti-campesina iniciada en 1929 por el Partido-Estado, aparece como un episodio decisivo en la puesta en funcionamiento de un sistema represivo experimentado paso a paso, y según las oportunidades políticas del momento, contra uno u otro grupo social.

Con su cortejo de violencias, de torturas, de envío a la muerte de poblaciones enteras, la gran hambruna pone de manifiesto una formidable regresión, a la vez política y social. Se asiste a una multiplicación de los tiranos y de los déspotas locales, dispuestos a todo con tal de arrancar a los campesinos de sus últimas provisiones, y a una instalación de la barbarie. Las exacciones se convirtieron en práctica cotidiana, los niños fueron abandonados, y el canibalismo reapareció junto con las epidemias y el bandolerismo. Se instalaron “barracas de la muerte”, y los campesinos conocieron una nueva forma de servidumbre, bajo la férula del Partido-Estado. Tal como escribía con perspicacia Sergov Ordzhonikizde a Sergei Kirov en enero de 1934: “Nuestros cuadros, que conocieron la situación de 1932-1933 y que soportaron ese golpe, están verdaderamente templados como el acero. Pienso que con ellos se construirá un Estado como la historia no ha conocido nunca”.

¿Hay que ver en este hambre, como lo hacen hoy en día algunos publicistas e historiadores ucranianos, un “genocidio del pueblo ucraniano”? [242] Resulta innegable que el campesinado ucraniano fue la principal víctima de la hambruna de 1932-1933 y que este “asalto” fue precedido desde 1929 por varias ofensivas contra la intelliguentsia ucraniana, acusada en primer lugar de “desviación nacionalista”, y después, a partir de 1932, contra una parte de los comunistas ucranianos. Se puede, sin duda, retomando la expresión de Andrey Sajarov, hablar de la “ucranofobia de Stalin”. Sin embargo, resulta también importante señalar que, proporcionalmente, la represión por el hambre afectó de la misma manera a las zonas cosacas del Kuban y del Don, y del Kazajstán. En esta última república, desde 1930, la colectivización y la sedentarización forzada de los nómadas había tenido consecuencias desastrosas. El 80% del ganado fue diezmado en dos años. Desposeídos de sus bienes, reducidos al hambre, 2 millones de kazakos emigraron, cerca de medio millón hacia Asia Central y un millón y medio aproximadamente hacia China.

En realidad, en numerosas regiones, como Ucrania, los países cosacos, e incluso en ciertos distritos de la región de las tierras negras, el hambre aparece como el último episodio del enfrentamiento, comenzado en los años 1918-1922, entre el Estado bolchevique y el campesinado. Se constata, en efecto, una notable coincidencia de las zonas de fuerte resistencia frente a las requisas de 1918-1921 y frente a la colectivización de 1929-1930, y de las zonas afectadas por el hambre. De los 14.000 motines y revueltas campesinas censadas por la GPU en 1930, más del 85% tuvieron lugar en las regiones “castigadas” por la hambruna de 1932-1933. Fueron las regiones agrícolas más ricas y más dinámicas, las que tenían a la vez más que dar al Estado y más que perder con el sistema de extorsión de la producción agrícola puesto en funcionamiento al término de la colectivización forzosa, las que más resultaron afectadas por la gran hambruna de 1932-1933.

“Elementos socialmente extraños” y ciclos represivos

La purga de los “especialistas”

Si el campesinado, en su conjunto, pagó el tributo más elevado del proyecto voluntarista stalinista de transformación radical de la sociedad, otros grupos sociales, calificados como “socialmente extraños” en la “nueva sociedad socialista” fueron, por distintas razones, situados al margen de la sociedad, privados de sus derechos cívicos, expulsados de su trabajo y de su vivienda, relegados en la escala social o deportados. Los “especialista burgueses”, “los de arriba”, los miembros del clero y las profesiones liberales, los pequeños empresarios privados, los comerciantes y los artesanos fueron las principales víctimas de la “revolución anticapitalista” iniciada a principios de los años treinta. Pero el “pueblo llano” de las ciudades, que no entraba en la categoría canónica de “proletariado obrero constructor del socialismo”, también tuvo su ración de medidas represivas, que pretendían en su totalidad poner en camino hacia el progreso – de conformidad con la ideología – a una sociedad juzgada como retrógrada.

El famoso proceso de Shajty había señalado claramente el final de la tregua comenzada en 1921 entre el régimen y los “especialistas”. La víspera del inicio del primer plan quinquenal, la lección política del proceso de Shajty era clara: el escepticismo, la indiferencia en relación con la obra iniciada por el partido, no podían más que conducir al “sabotaje”. Dudar era ya traicionar. El spetzeedstvo  – literalmente, “el hostigamiento del especialista” – estaba profundamente arraigado en la mentalidad bolchevique, y la señal política dada por el proceso de Shajty fue perfectamente recibida por la base. Los spetzy iban a convertirse en los chivos expiatorios de los fracasos económicos y de las frustraciones engendradas por la caída brutal del nivel de vida.

Desde finales de 1928, millares de cargos directivos de la industria y de ingenieros “burgueses” fueron despedidos, privados de sus cartillas de racionamiento, y del acceso a los servicios médicos, y a veces incluso fueron arrojados de sus viviendas. En 1929, millares de funcionarios del Gosplan, del Consejo supremo de la economía nacional, de los comisarios del pueblo para las Finanzas, para el Comercio y para la Agricultura fueron purgados bajo el pretexto de “desviación derechista”, de “sabotaje” o de pertenencia a una “clase socialmente extraña”. Es verdad que el 80% de los altos funcionarios de finanzas habían servido bajo el antiguo régimen. [243]

La campaña de purga de ciertas administraciones se endureció a partir del verano de 1930 cuando Stalin, deseoso de acabar definitivamente con los “derechistas”, en especial con Rykov que seguía ocupando el puesto de Jefe de Gobierno, decidió demostrar los vínculos que unían a éstos con algunos “especialistas saboteadores”. En agosto-septiembre de 1930, la GPU multiplicó los arrestos de especialistas famosos que ocupaban puestos importantes en el Gosplan, en la banca del Estado y en los comisariados del pueblo para las Finanzas, para el Comercio y para la Agricultura. Entre las personalidades detenidas figuraban fundamentalmente el profesor Kondratiev – el inventor de los famosos “ciclos de Kondratiev” y ministro adjunto de Aprovisionamiento en el gobierno provisional de 1917 que dirigía el Instituto de Coyuntura del comisariado del pueblo para las Finanzas – los profesores Makarov y Chayanov, que ocupaban puestos importantes en el comisariado del pueblo de Agricultura, el profesor Sadyrin, miembro de la dirección del Banco de Estado de la URSS, el profesor Ramzin, Groman, uno de los estadísticos más conocidos del Gosplan, y otros eminentes especialistas. [244]

Debidamente instruido por Stalin, que seguía de manera muy particular los asuntos de los “especialistas burgueses”, la GPU había preparado expedientes destinados a demostrar la existencia de una red de organizaciones antisoviéticas unidas entre sí en el seno de un pretendido “partido campesino del trabajo” dirigido por Kondratiev y de un pretendido “partido industrial” dirigido por Ramzin. Los investigadores llegaron a arrancar a bastantes personas “confesiones” tanto sobre sus contactos como sobre los que mantenían con los “derechistas” Rykov, Bujarin y Syrtsov, así como acerca de su participación en conspiraciones imaginarias que pretendían eliminar a Stalin y derribar el régimen soviético con la ayuda de organizaciones antisoviéticas emigradas y de los servicios de inteligencia extranjeros.

Yendo todavía más lejos, la GPU arrancó a dos instructores de la academia militar, “confesiones” sobre la preparación de una conspiración dirigida por el Jefe de Estado Mayor del Ejército Rojo, Mijail Tujachevsky. Como testifica la carta que dirigió entonces a Sergov Ordzhonikizde, Stalin no corrió entonces el riesgo de hacer arrestar a Tujachevsky, prefiriendo limitarse a otro tipo de blanco: los “especialistas-saboteadores”. [245]

Este episodio significativo muestra claramente que las técnicas y los mecanismos de montaje de asuntos relacionados con pretendidos “grupos terroristas”, en los cuales habrían estado involucrados comunistas opuestos a la línea stalinista, ya estaban perfectamente desarrollados desde 1930. De momento, Stalin ni quería ni podía ir más lejos. Todas las provocaciones y las maniobras de este período perseguían objetivos que en su conjunto resultaban bastante modestos: desanimar a los últimos opositores a la línea stalinista en el interior del partido y asustar a todos los indecisos, a todos los que vacilaban.

El 22 de septiembre de 1930, Pravda publicó las “confesiones” de 48 funcionarios de los comisariados del pueblo para el Comercio y las Finanzas que se habían reconocido culpables de “las dificultades de aprovisionamiento en el país y de la desaparición de la moneda de plata”. Algunos días antes, en una carta dirigida a Molotov, Stalin había dado instrucciones referentes a este asunto: “Necesitamos: a) purgar radicalmente el aparato del comisariado del pueblo para las Finanzas y la banca del Estado a pesar de los chillidos de los comunistas dudosos del tipo Piatakov-Briujanov; b) fusilar sin excusa a dos o tres decenas de saboteadores infiltrados en esos aparatos (...); c) continuar, en todo el territorio de la URSS, las operaciones de la GPU que pretendían recuperar las piezas de plata en circulación”. El 25 de septiembre de 1930 los 48 especialistas fueron ejecutados. [246]

En los meses que siguieron se articularon varios procesos idénticos con todo tipo de elementos. Algunos se celebraron a puertas cerradas, como el proceso de los “especialistas del Consejo Supremo de la economía nacional” o el del “partido campesino del trabajo”. Otros fueron públicos, como el proceso del “partido industrial”, en el curso del cual ocho acusados “confesaron” haber puesto en funcionamiento una vasta red de 2.000 especialistas y realizado, por instigación de embajadas extranjeras, la organización de la subversión económica. Estos procesos crearon el mito del sabotaje que, junto con el de la conspiración, iba a estar en el centro del montaje ideológico stalinista.

En cuatro años, de 1928 a 1931, 138.000 funcionarios fueron excluidos de la función pública y, de ellos, 23.000 fueron clasificados en la categoría I (“enemigos del poder soviético”) y privados de sus derechos cívicos. [247] La caza de los especialistas adquirió una amplitud todavía mayor en las empresas sometidas a una presión productivista que multiplicaba los accidentes, la fabricación de piezas defectuosas y las averías en las máquinas. Desde enero de 1930 a junio de 1931, el 48% de los ingenieros del Donbass fueron destituidos o detenidos; 4.500 “especialistas-saboteadores” fueron “desenmascarados” en el curso del primer semestre de 1931 en su sector de transportes. Esta caza de especialistas, unida al inicio de las obras incontroladas y con objetivos irrealizables, a una fuerte caída de la productividad y de la disciplina del trabajo, y el menosprecio declarado por las obligaciones económicas, terminó por desorganizar de manera duradera la marcha de las empresas.

Ante la amplitud de las crisis, la dirección del partido se vio obligada a adoptar algunos “correctivos”. El 10 de julio de 1931, el Buró político tomó una serie de medidas que tendían a limitar la arbitrariedad de la que eran víctimas desde 1928 los spetzi: liberación inmediata de varios millares de ingenieros y de técnicos, “otorgando prioridad a la metalurgia y a la industria hullera”, supresión de todas las discriminaciones que limitaran el acceso de sus hijos a la enseñanza superior, prohibición a la GPU de detener a un especialista sin el acuerdo previo del comisariado del pueblo del que dependía. El simple enunciado de estas medidas da testimonio de la amplitud de las discriminaciones y de la represión de la que habían sido víctimas, desde el proceso de Shajty, decenas de millares de ingenieros, de agrónomos, de técnicos y de administradores de todo tipo. [248]

La purga del clero

Entre las otras categorías sociales proscriptas por la “nueva sociedad socialista” figuraban fundamentalmente los miembros del clero. Los años 1929-1930 fueron testigos del desarrollo de la segunda gran ofensiva del Estado soviético contra la Iglesia, después de la de los años 1918-1922.

A finales de los años veinte, a pesar de la contestación, por bastantes prelados, de la declaración de lealtad realizada por el metropolitano Sergio, sucesor del patriarca Tijon, en relación con el poder soviético, la importancia de la Iglesia Ortodoxa en la sociedad seguía siendo considerable. De las 54.692 iglesias activas en 1914, 39.000 aproximadamente seguían estando abiertas al culto a inicios de 1929. [249] Emelian Yaroslavsky, presidente de la Liga de los sin-Dios fundada en 1925, reconocía que “habían roto” con la religión menos de 10 millones de personas de las 130 millones con que contaba el país.

La ofensiva antirreligiosa de 1929-1930 se desarrolló en dos etapas. La primera, durante la primavera y el verano de 1929, estuvo marcada por el endurecimiento y la reactivación de la legislación antirreligiosa de los años 1918-1922. El 8 de abril de 1929 fue promulgado un importante decreto que acentuaba el control de las autoridades locales sobre la vida de las parroquias y añadía nuevas restricciones a la actividad de las sociedades religiosas. Además, toda actividad “que superara los límites de la sola satisfacción de las aspiraciones religiosas” caía bajo el peso de la ley y fundamentalmente del párrafo 10 del terrible artículo 58 del Código Penal que estipulaba que “cualquier utilización de los prejuicios religiosos de las masas (...) que pretenda debilitar el Estado” sería castigada con “una pena que fuera de un mínimo de tres años de detención hasta la pena de muerte”. El 26 de agosto de 1929, el gobierno instituyó la semana de trabajo continuo de cinco días – cinco días de trabajo, un día de descanso – que eliminaba el domingo como día de reposo común al conjunto de la población. Esta medida debía “facilitar la lucha para la erradicación de la religión”. [250]

Estos distintos decretos no eran más que el preludio de las acciones más directas, segunda etapa de la ofensiva antirreligiosa. En octubre de 1929 se ordenó la captura de las campanas: “el sonido de las campanas afecta el derecho al descanso de las amplias masas ateas de las ciudades y los campos”. Los sirvientes del culto fueron asimilados a los kulaks: aplastados a impuestos – la tasa de los popes se multiplicó por 10 entre 1928-1930  – privados de sus derechos civiles – lo que significaba fundamentalmente que eran, además, privados de sus cartillas de racionamiento y de toda asistencia médica – fueron a menudo arrestados y después exiliados o deportados. Según datos incompletos, más de 30.000 ministros de culto fueron “deskulaquizados” en 1930. En numerosos pueblos y aldeas, la colectivización comenzó simbólicamente por la clausura de la iglesia y la deskulaquización del pope. Hecho significativo: cerca del 14% de las revueltas y levantamientos campesinos registrados en 1930 tuvieron como primera razón la clausura de la iglesia y la confiscación de las campanas. [251]

La campaña antirreligiosa alcanzó su apogeo durante el invierno de 1929-1930. El 1 de marzo de 1930, 6.715 iglesias habían sido cerradas o destruidas. Ciertamente, después del famoso artículo de Stalin “El vértigo del éxito”, del 2 de marzo de 1930, una resolución del Comité Central condenó cínicamente “las desviaciones inadmisibles en la lucha contra los prejuicios religiosos, en particular la clausura administrativa de las iglesias sin el consentimiento de los habitantes.” Esta condena formal no tuvo, sin embargo, ninguna incidencia sobre la suerte de los ministros de culto deportados.

En el curso de los años siguientes, las grandes ofensivas contra la Iglesia cedieron lugar a un hostigamiento administrativo cotidiano de los ministros de culto y de las sociedades religiosas. Interpretando libremente los 68 artículos del decreto del 8 de abril de 1929, sobrepasando sus prerrogativas en materia de clausura de iglesias, las autoridades locales continuaban la guerrilla por los motivos más variados: vejez o “estado insalubre” de los edificios, “falta de seguridad”, falta de pago de los impuestos y otras innumerables contribuciones descargadas sobre los miembros de las sociedades religiosas. Privados de sus derechos cívicos, de su magisterio, de la posibilidad de ganarse la vida aceptando un trabajo asalariado, calificados de manera arbitraria como “elementos parásitos que viven de ingresos no salariales”, muchos ministros de culto no tuvieron otra solución que la de convertirse en “popes errantes”, llevando una vida clandestina en los márgenes de la sociedad. Así se desarrollaron, en oposición a la política de sumisión al poder soviético impulsada por el metropolitano Sergio, movimientos cismáticos, fundamentalmente en las provincias de Voronezh y de Tambov.

Los fieles de Aleksey Bui, obispo de Voronezh, detenido en 1929 por su intransigencia en relación con cualquier compromiso entre la Iglesia y el régimen, se organizaron en una Iglesia autónoma, la “verdadera Iglesia Ortodoxa”, con su clero propio, a menudo “errante”, ordenado fuera de la Iglesia patriarcal sergueieviana.  Los adeptos de esta “Iglesia del desierto”, que no poseía edificios de culto propios, se reunían para orar en los lugares más diversos: domicilios privados, ermitas, grutas. [252] Estos “verdaderos cristianos ortodoxos”, como se denominaban a sí mismos, fueron perseguidos de una manera muy especial. Varios millares de ellos fueron detenidos y deportados como colonos especiales o enviados a los campos de concentración.

Por lo que se refiere a la Iglesia Ortodoxa, el número de sus lugares de culto y de sus ministros conoció, gracias a la presión constante de las autoridades, una disminución muy clara, incluso aunque, como iba a dejar de manifiesto el censo anulado de 1937, el 70% de los adultos continuaba confesándose creyente. El 1 de abril de 1936 no quedaban ya en la URSS más que 15.835 iglesias ortodoxas en activo (28% de la cifra anterior a la revolución), 4.830 mezquitas (32% de la cifra antes de la revolución) y algunas decenas de iglesias católicas y protestantes. En cuanto a los ministros de culto debidamente registrados, solo era de 17.857, contra 112.629 en 1914 y todavía alrededor de 70.000 en 1928. El clero no era ya, por citar la fórmula oficial, más que un “residuo de las clases moribundas”. [253]

La purga de los empresarios privados

Los kulaks, los spetzy y los miembros del clero no fueron las únicas víctimas de la “revolución anticapitalista” de inicios de los años treinta. En enero de 1930, las autoridades desencadenaron una vasta campaña de “evicción de los empresarios privados”. Esta operación se enfocó de manera fundamental sobre los comerciantes, los artesanos y algunos miembros de las profesiones liberales, en total, cerca de 1.500.000 personas que, bajo la NEP, habían ejercido su ocupación en el sector privado de manera muy modesta.

Estos empresarios privados, cuyo capital medio en el comercio no sobrepasaba de los 1.000 rublos, y de los cuales el 98% no empleaba a un solo asalariado, fueron rápidamente aplastados por la decuplicación de sus impuestos, la confiscación de sus bienes, y después como “elementos desclasados”, o “elementos extraños”, fueron privados de sus derechos cívicos de la misma manera que un conjunto disparatado de “los de arriba” y otros “miembros de las clases poseedoras y del aparato del Estado zarista”.

Un decreto del 12 de diciembre de 1930 censó a más de 30 categorías de lishentsy, ciudadanos privados de sus derechos cívicos: “ex terratenientes”, “ex comerciantes”. “ex nobles”, “ex policías”, “ex funcionarios zaristas”, “ex kulaks”, “ex arrendatarios o propietarios de empresas privadas”, “ex oficiales blancos”, ministros de culto, monjes, monjas, “antiguos miembros de partidos políticos”, etc. Las discriminaciones de las que fueron víctimas los lishentsy, que en 1932 representaban el 4% de los electores, es decir, aproximadamente 7 millones de personas en unión con sus familias, no se limitaban ciertamente a la simple privación del derecho a voto. En 1929-1932 esta privación fue acompañada de la pérdida total del derecho a la vivienda, a los servicios sociales y a las cartillas de racionamiento. En 1933-1934 se tomaron medidas todavía más severas, que llegaban hasta el destierro en el marco de las operaciones de “pasaportización” destinadas a purgar a las ciudades de sus “elementos desclasados”. [254]

La purga de las ciudades

Al golpear contra la raíz de las estructuras sociales y de los modos de vida rurales, la colectivización forzada de los campos, reemplazada por la industrialización acelerada, había engendrado una formidable migración campesina hacia las ciudades. La Rusia campesina se transformó en un país de vagabundos, Rus’ brodzhaschaya. De finales de 1928 a finales de 1932, las ciudades soviéticas se vieron anegadas por una marea de campesinos, estimada en 12.000.000 de personas, que huía de la colectivización y de la deskulaquización. Solamente las regiones de Moscú y de Leningrado “acogieron” a más de 3.500.000 de inmigrantes. Entre éstos figuraba un buen número de campesinos emprendedores que habían preferido huir del campo con el deseo de “auto-deskulaquizarse”, antes de entrar en un koljoz.

En 1930-1931, las innumerables construcciones absorbieron esta mano de obra poco exigente. Pero a partir de 1932, las autoridades comenzaron a inquietarse por esta afluencia masiva e incontrolada de una población vagabunda que “ruralizaba” la ciudad, lugar de poder y vitrina del nuevo poder socialista; ponía en peligro el conjunto del sistema de racionamiento laboriosamente elaborado desde 1929 cuyo número de “usuarios” pasó de 26.000.000 a principios de 1930 a cerca de 40.000.000 a finales de 1932; y transformaba las fábricas en inmensos “campamentos de nómadas”. ¿Acaso los recién llegados no se encontraban en el origen de toda una serie de “fenómenos negativos” que, según las autoridades, desorganizaban de manera duradera la producción: ausentismo, colapso de la disciplina del trabajo, gamberrismo, producción de material defectuoso, desarrollo del alcoholismo y de la criminalidad? [255]

Para combatir esta stija – término que designaba a la vez los elementos naturales, a la anarquía y al desorden – en noviembre-diciembre de 1932 las autoridades adoptaron una serie de medidas represivas que iban desde la penalización sin precedentes de las relaciones del trabajo a un intento de purgar a la ciudades de sus “elementos socialmente extraños”. La ley del 15 de noviembre de 1932 sancionaba severamente al ausentismo en el trabajo y preveía fundamentalmente el despido inmediato, la retirada de las cartillas de racionamiento y la expulsión de los trasgresores de su vivienda. Su finalidad confesada era permitir que se desenmascarara a los “pseudo-obreros”. El decreto del 4 de diciembre de 1932, que le daba a las empresas la responsabilidad de la entrega de las nuevas cartillas de racionamiento, tenía como objetivo principal eliminar todas las “almas muertas” y a los “parásitos” indebidamente inscriptos en las listas municipales de racionamiento peor actualizadas.

Pero la piedra angular del dispositivo fue la introducción, el 27 de diciembre de 1932, del pasaporte interior. La “pasaportización” de la población respondía a varios objetivos explícitamente definidos en el preámbulo del decreto: liquidar el “parasitismo social”, restringir la “infiltración” de los kulaks en los centros urbanos y su actividad en los mercados, limitar el éxodo rural y salvaguardar la pureza social de las ciudades.

Todos los ciudadanos adultos, es decir: que tuvieran más de 16 años, no privados de sus derechos cívicos, así como los ferroviarios, los asalariados permanentes de las obras de construcción, y los obreros agrícolas de las granjas del Estado, recibieron un pasaporte entregado por los servicios de policía. Este pasaportes solo era válido cuando tenía estampado un sello oficial que certificaba la dirección legal (propiska) del ciudadano. La propiska regía completamente la condición de ciudadano con sus ventajas específicas: cartilla de racionamiento, seguros sociales y derecho a la vivienda.

Las ciudades fueron divididas en dos categorías: “abiertas” y “cerradas”. Las ciudades “cerradas” – Moscú, Leningrado, Kiev, Odessa, Minsk, Jarkov, Rosrov del Don y Vladivostok en una primera época – eran ciudades de condición privilegiada, mejor abastecidas, donde el domicilio definitivo solo podía ser obtenido por filiación, matrimonio o empleo específico que otorgara el derecho a la propiska. Las ciudades “abiertas” estaban sometidas a una propiska más fácil de obtener.

Las operaciones de “pasaportización” de la población, que se prolongaron durante todo el año 1933 – se entregaron 27.000.000 de pasaportes – permitieron a las autoridades purgar a las ciudades de "elementos indeseables". Comenzada en Moscú el 5 de enero de 1933, la primer semana de pasaportización de 20 grandes empresas industriales de la capital concluyó con el “descubrimiento” de 3.450 “ex guardias blancos, ex kulaks y otros elementos criminales”. En total, en las ciudades “cerradas”, cerca de 385.000 personas contemplaron cómo se les negaba el pasaporte y fueron obligadas a abandonar su lugar de residencia en un plazo de 10 días, con la prohibición de instalarse en otra ciudad, incluso aunque fuese “abierta”.

“Por supuesto, hay que añadir a esta cifra”, reconocía el jefe de departamento de pasaportes de la NKVD en su informe del 13 de agosto de 1934, “a todos aquellos que, cuando fue anunciada la operación de «pasaportización», prefirieron abandonar las ciudades por iniciativa propia, sabiendo que no se les entregaría el pasaporte. En Magnitogorsk, por ejemplo, cerca de 35.000 personas abandonaron la ciudad (...) En Moscú, en el curso de los dos primeros meses de la operación, la población disminuyó en 60.000 personas. En Leningrado, en un mes, 54.000 personas desaparecieron totalmente”. En las ciudades “abiertas”, la operación permitió expulsar a más de 420.000 personas. [256]

Los controles de policía y las redadas de individuos sin papeles se solventaron con el exilio de centenares de miles de personas. En diciembre de 1933, Guenrij Yagoda ordenó a sus servicios “limpiar” cada semana las estaciones y los mercados de las ciudades “cerradas”. En el curso de los 8 primeros meses de 1934, tan solo en las ciudades “cerradas”, más de 630.000 personas fueron interrogadas por infracción al régimen de pasaportes. De las mismas, 65.660 fueron encarceladas siguiendo la vía administrativa. Después, generalmente, fueron deportadas como “elementos desclasados” bajo la condición de “colono especial”. 3.596 fueron obligadas a comparecer ante un tribunal y 175.627 fueron deportadas sin verse sometidas a la condición de “colono especial”. Las otras no pasaron de pagar una simple multa. [257]

Las operaciones más espectaculares tuvieron lugar durante el año 1933: del 28 de junio al 3 de julio, arresto y deportación hacia “poblaciones de trabajo” siberianas de 5.470 gitanos de Moscú [258] ; del 8 al 12 de julio, arresto y deportación de 4.750 “elementos desclasados” de Kiev; en abril, junio y julio de 1933, redada-deportación de tres contingentes de “elementos desclasados” de Moscú y de Leningrado, [259]  es decir, en total más de 18.000 personas. El primero de estos contingentes fue a parar a la isla de Nazino, donde en un mes perecieron las dos terceras partes de los deportados.

Acerca de la identidad de algunos de estos supuestos “elementos desclasados”, deportados después de un simple control policial, esto es lo que escribía en su informe el ya citado instructor del partido de Narym:

“Podría multiplicar los ejemplos de deportación totalmente injustificada. Desgraciadamente todas estas personas, que eran cercanas, obreros, miembros del partido, han muerto porque eran los menos adaptados a las condiciones: Novoshilov Vladimir, de Moscú, calefaccionista en la fárica Compresor de Moscú, recompensado tres veces, esposa e hijo en Moscú. Se disponía ir al cine con su esposa. Mientras ella se preparaba, él bajó sin papeles a comprar cigarrillos. Fue detenido en una redada en la calle. Vinogradova, koljoziana. Se dirigía a casa de su hermano, jefe de la milicia del 8° sector de Moscú. Fue detenida en una redada al bajar del tren, en una de las estaciones de la ciudad, deportada. Vuakin, Nikolay Vassilievich, miembro del komsomol desde 1929, obrero de la fábrica El ObreroTextil Rojo, de Srpujov. Tres veces recompensado. Se dirigía el domingo a un partido de fútbol. Había olvidado llevar sus papeles. Detenido en una redada, deportado. Matveev, I.M. Obrero de la construcción en la obra de la fábrica de elaboración de pan N° 9. Tenía un pasaporte temporal, válido hasta diciembre de 1933. Atrapado en una redada con su pasaporte. Dijo que nadie había querido echar un vistazo siquiera a sus papeles. . .” [260]

La purga de las ciudades del año 1933 vino acompañada por otras numerosas operaciones puntuales realizadas con el mismo espíritu, tanto en las administraciones como en las empresas. En los transportes ferroviarios, sector estratégico dirigido con mano de hierro por Andreyev y, después, por Kaganovich, el 8% del conjunto del personal, es decir, cerca de 20.000 personas, fue purgado en la primavera de 1933. En relación con el desarrollo de una de estas operaciones, éste es el extracto del informe del jefe del departamentos de transportes de la GPU sobre “la eliminación de los elementos contrarrevolucionarios y antisoviéticos en los ferrocarriles”, fechado el 5 de enero de 1933:

“Las operaciones de limpieza realizadas por el departamento d transportes de la GPU de la 8ª región han dado los siguientes resultados: penúltima operación de purga, 700 personas detenidas y llevadas ante los tribunales, entre las cuales estaban: ladrones de paquetes, 325; gamberros (delincuentes de poca monta) y elementos criminales, 221; bandidos, 27; elementos contrarrevolucionarios, 127. Han sido pasados por las armas 73 ladrones de paquetes que formaban parte de bandas organizadas. En el curso de la siguiente operación de purga (...) fueron arrestadas 200 personas aproximadamente. Principalmente son elementos kulaks. Además, 300 personas dudosas han sido despedidas por vía administrativa. Así, en el curso de los últimos cuatro meses, hay 1.270 que, de una manera u otra, han sido expulsadas de la zona. La limpieza continúa”. [261]

En la primavera de 1934, el gobierno tomó una serie de medidas represivas en relación con numerosos vagabundos jóvenes y pequeños delincuentes que se habían multiplicado en las ciudades a causa de la deskulaquización, el hambre y la brutalización general de las relaciones sociales. El 7 de abril de 1935, el Buró político promulgó un decreto que preveía “someter a la justicia para aplicarles todas las sanciones penales previstas por la ley, a los adolescentes, a contar desde la edad de 12 años, convictos de robo con efracción, actos de violencia, daños corporales, actos de mutilación y homicidios”. Algunos días más tarde, el gobierno envió una instrucción secreta a los juzgados precisando que las sanciones penales relativas a los adolescentes “incluyen también la medida suprema de defensa social”, es decir, la pena de muerte. En consecuencia, las antiguas disposiciones del Código Penal que prohibían aplicar la pena de muerte a los menores de edad fueron derogadas. [262]

En paralelo, la NKVD se encargó de organizar las “casas de acogida y de destino de los menores” que dependían, hasta entonces, del comisariado del pueblo para la Instrucción, y de desarrollar una red de “colonias de trabajo” para menores. No obstante, frente a la amplitud creciente de la delincuencia juvenil y del vagabundeo, estas medidas no tuvieron ningún efecto. Como señalaba un informe sobre “la liquidación del vagabundeo de menores durante el período del 1 de julio de 1935 al 1 de octubre de 1937”:

“A pesar de la reorganización de los servicios, la situación no ha mejorado en absoluto (...) A partir de febrero de 1937 se ha notado una gran afluencia de vagabundos procedentes de las zonas rurales, principalmente de las regiones afectadas por la mala cosecha de 1938 (...) Las marchas masivas de niños de los campos a causa de las dificultades materiales temporales que afectan a su familia se explican no solamente por la mala organización de las cajas de ayuda mutua de los koljozes, sino también por las prácticas criminales de los dirigentes de numerosos koljozes que, deseosos de desembarazarse de los jóvenes mendigos y vagabundos, proporcionan a estos últimos »certificados de vagabundeo y de mendicidad« y los expiden hacia las estaciones y las ciudades más próximas (...) Además, la administración ferroviaria y la milicia de ferrocarriles, en lugar de detener a los menores vagabundos y dirigirlos hacia los centros de acogida y reparto de la NKVD, se limita a situarlos a la fuerza en los trenes de pasajeros “para limpiar su sector” (...) y los vagabundos se encuentran en las grandes ciudades”. [263]

Algunas cifras dan idea de la amplitud del fenómeno. Solamente durante el curso del año 1936, más de 125.000 menores vagabundos pasaron por las “casas de acogida” de la NKVD. De 1935 a 1939, más de 155.000 menores fueron encerrados en las colonias de trabajo de la NKVD y 92.000 niños de 12 a 16 años comparecieron ante la justicia tan solo durante los años 1937-1939. El 1 de abril de 1939, más de 10.000 menores estaban encarcelados en el sistema de campos de concentración del Gulag. [264]

Represión por ciclos

Durante la primera mitad de los años treinta, la amplitud de la represión llevada a cabo por el Partido-Estado contra la sociedad conoció variaciones de intensidad, ciclos que alternaban momentos de violenta confrontación, con su cortejo de medidas terroristas y de purgas masivas, y momentos de pausa que permitían recuperar cierto equilibrio, e incluso frenar el caos que corría el riesgo de engendrar un enfrentamiento permanente, creador de patinazos incontrolados.

La primavera de 1933 marcó, sin duda, el apogeo de un primer gran ciclo de terror que había comenzado a finales de 1929 con el desencadenamiento de la deskulaquización. Las autoridades se vieron entonces enfrentadas con problemas realmente inéditos. Y de entrada ¿cómo se podía asegurar, en las regiones devastadas por el hambre, las labores de los campos relacionadas con la cosecha futura? “Si no tomamos en consideración las necesidades mínimas de los kolhozianos”, había previsto en otoño de 1932 un importante responsable regional del partido, “no habrá nadie que pueda sembrar y asegurar la producción.

Además, ¿qué se podía hacer con centenares de miles de presos preventivos que congestionaban las prisiones y a los que el sistema de campos de concentración ni siquiera podía explotar? “¿Qué efecto pueden tener sobre la población nuestras leyes hiper-represivas”, se interrogaba otro responsable local del partido en marzo de 1933, “cuando se sabe que a petición de la sala centenares de koljozianos condenados durante el último mes a dos años y más de prisión por sabotaje de la siembre ya han sido liberados?”

Las respuestas formuladas por las autoridades a estas dos situaciones límite, en el curso del verano de 1933, revelaban dos orientaciones diferentes cuya mezcla, alternancia y frágil equilibrio iban a caracterizar el período que va del verano de 1933 al otoño de 1936, antes del desencadenamiento del Gran Terror.

A la primera cuestión – ¿cómo asegurar en las regiones devastadas por el hambre los trabajos de los campos con vistas a la futura cosecha? – las autoridades respondieron de la manera más expeditiva organizando inmensas redadas de la población urbana, enviada a los campos manu militari.

“La movilización de las fuerzas urbanas”, escribía el 20 de julio de 1933 el cónsul italiano de Jarkov, “ha adquirido proporciones enormes. (...) Esta semana, por lo menos 20.000 personas han sido enviadas cada día al campo. (...) Anteayer se realizó una incursión en el bazar, se apoderaron de todas las gentes que podían trabajar, hombres, mujeres, adolescentes de ambos sexos, y se los llevaron a la estación vigilados por la GPU, y los expidieron a los campos”. [265]

La llegada masiva de estos habitantes de las ciudades a los campos hambrientos no dejó de crear tensiones. Los campesinos incendiaban las barracas en las que se habían confinado a los “movilizados” que habían sido debidamente puestos en guardia por las autoridades para que no se aventuraran por las aldeas “pobladas de caníbales”. No obstante, gracias a las condiciones meteorológicas excepcionalmente favorables, a la movilización de toda la mano de obre urbana disponible, al instinto de supervivencia de los supervivientes que, confinados en sus aldeas, no tenían otra alternativa que trabajar esta tierra que ya no les pertenecía o morir, las regiones afectadas por el hambre durante 1932-1933 proporcionaron una cosecha muy digna en el otoño de 1933.

A la segunda cuestión – ¿qué hacer con el flujo de detenidos que congestionaba a las prisiones? – las autoridades respondieron de manera pragmática liberando a varios centenares de millares de personas. Una circular confidencial del Comité Central del 8 de mayo de 1933 reconoció la necesidad de “reglamentar los arrestos (...) efectuados por cualquiera”, de “descongestionar los lugares de detención” y de “reducir, en el plazo de dos meses, el número total de detenidos, excepción hecha de los campos de concentración, de 800.000 a 400.000”. [266] La operación de “descongestión” duró cerca de un año y alrededor de 320.000 personas fueron liberadas.

El año 1934 estuvo marcado por cierta tregua en la política represiva. De ello da testimonio la fuerte disminución del número de condenas en los asuntos seguidos por la GPU, que descendieron a 79.000 frente a los 240.000 de 1933. [267]

La policía política fue reorganizada. Conforme al decreto del 10 de julio de 1934, la GPU se convirtió en un departamento del nuevo comisariado del pueblo para el Interior unificado a escala de la URSS. Parecía así fundirse con los otros departamentos menos famosos tales como la milicia obrera y campesina, la guardia fronteriza, etc. Al llevar, además, las mismas siglas que el comisariado del pueblo para el Interior – Narodnyi Komissariat Vnutrennyj Diel  o NKVD – la "nueva" policía política perdía una parte de sus atribuciones judiciales. Al término de la instrucción, los autos debían ser "transmitidos a los órganos judiciales competentes", y ya no tenía la posibilidad de ordenar ejecuciones capitales sin el aval de las autoridades políticas centrales. Igualmente se creó un procedimiento de apelación: todas las condenas a muerte debían ser confirmadas por una comisión del Buró político.

Estas disposiciones, presentadas como medidas que "reforzaban la legalidad socialista" tuvieron, no obstante, efectos muy limitados. El control de las decisiones de arresto por parte de la sala no tuvo ningún alcance, porque el fiscal general Vyshinski concedió una autonomía completa a los órganos represivos. Además, desde septiembre de 1934, el Buró político infringió los procedimientos que él mismo había establecido a propósito de la confirmación de las condenas a la pena capital, autorizando a los responsables de varias regiones el que no se refirieran a Moscú para las condenas a muerte pronunciadas en el ámbito local. La tregua había tenido una corta duración.

El asesinato de Serguei Kirov, miembro del Buró político y primer secretario de la organización del partido de Leningrado, abatido el 1 de diciembre de 1934 por Leonid Nikolayev, un joven comunista exaltado que había conseguido entrar armado en el Instituto Smolny, sede de la dirección del partido de Leningrado, desencadenó un nuevo ciclo represivo.

El asesinato de Kirov y la primer purga interna.

Durante décadas, la hipótesis de la participación directa de Stalin en el asesinato de su principal "rival" político prevaleció, fundamentalmente después de las "revelaciones" realizadas por Nikita Jrushchov en su "Informe secreto" presentado durante la noche del 24 al 25 de febrero de 1956 ante los delegados soviéticos en el XX Congreso del PCUS. Esta hipótesis ha sido cuestionada recientemente, sobre todo en la obra de Alla Kirilina, [268]  que se apoya en fuentes archivísticas inéditas.

No hay ninguna duda de que el asesinato de Kirov fue ampliamente utilizado por Stalin con fines políticos. Materializaba efectivamente, de manera extraordinaria, la figura de la conspiración, figura central de la retórica stalinista. Permitía crear una atmósfera de crisis y de tensión. Podía servir, en todo momento, de prueba tangible – de único elemento en realidad – de la existencia de una vasta conspiración que amenazaba al país, a sus dirigentes y al socialismo. Proporcionaba, además, una excelente explicación de las debilidades del sistema: si las cosas iban mal, si la vida era difícil, aunque debiera ser según la famosa expresión de Stalin "alegre y feliz", ello se debía a "la culpa de los asesinos de Kirov".

Algunas horas después del anuncio del asesinato, Stalin redactó un decreto, conocido con el nombre de la "ley del 1° de diciembre". Esta medida extraordinaria, que entró en vigor por decisión personal de Stalin, y que solo fue ratificada por el Buró político dos años más tarde, ordenaba reducir a diez días la instrucción en los asuntos de terrorismo, juzgarlos en ausencia de las partes y aplicar inmediatamente las sentencias de muerte. Esta ley, que marcaba una ruptura radical con los procedimientos establecidos tan solo unos meses antes, iba a ser el instrumento ideal para la aplicación del Gran Terror. [269]

En las semanas que siguieron, un número importante de antiguos opositores a Stalin en el seno del partido fueron acusados de actividades terroristas. El 22 de diciembre de 1934, la prensa anunció que el "crimen odioso" era obra de un "grupo terrorista clandestino" que comprendía a Nikolayev y, además, a 13 antiguos "zinovievistas" arrepentidos, y que estaba dirigido por un supuesto "centro de Leningrado". Todos los miembros de este grupo fueron juzgados a puertas cerradas durante los días 28 y 29 de diciembre, condenados a muerte e inmediatamente ejecutados.

El 9 de enero de 1935 se abrió el proceso del mítico "centro revolucionario zinovievista de Leningrado", en el que estuvieron encausadas 70 personas, entre ellas numerosos militantes eminentes del partido que se habían opuesto en el pasado a la línea stalinista y que fueron condenados a penas de prisión. El descubrimiento del centro de Leningrado permitió ocuparse del "centro de Moscú", cuyos 19 supuestos miembros – entre los que figuraban Zinoviev y Kamenev en persona – fueron acusados de "complicidad ideológica" con los asesinos de Kirov y juzgados en 16 de enero de 1935.

Zinoviev y Kamenev admitieron que "la antigua actividad de la oposición no podía, por la fuerza de las circunstancias objetivas, más que estimular la degeneración de estos criminales". El reconocimiento de esta sorprendente "complicidad ideológica", que se producía después de tantos arrepentimientos y negaciones públicas, debía exponer a los dos antiguos dirigentes a figurar como víctimas expiatorias en una futura parodia de justicia. De momento, les ocasionó, respectivamente, cinco y diez años de reclusión criminal. En total, en dos meses, de diciembre de 1934 a febrero de 1935, 6.500 personas fueron condenadas según los nuevos procedimientos previstos por la ley contra el terrorismo del 1 de diciembre. [270]

Al día siguiente de la condena de Zinoviev y de Kamenev, el Comité Central dirigió a todas las organizaciones del partido una circular secreta titulada "Lecciones de los acontecimientos relacionados con el innoble asesinato del camarada Kirov". Este texto afirmaba la existencia de una conspiración dirigida por "dos centros zinovievistas (...) forma enmascarada de una organización de guardias blancos" y recordaba que la historia del partido había y seguía siendo un combate permanente contra "grupos antipartido": trotskistas, "centralistas democráticos", "desviacionistas de derecha", "abortos derechistas-izquierdistas", etc. Por lo tanto, eran sospechosos todos aquellos que, en una u otra ocasión, se hubieran pronunciado contra la dirección stalinista.

La caza de los antiguos opositores se intensificó. A finales de enero de 1935, 988 antiguos partidarios de Zinoviev fueron deportados desde Leningrado a Siberia y a Yakutia. El Comité Central ordenó a todas las organizaciones locales del partido establecer listas de comunistas excluidos en 1926-1928 por su pertenencia al "bloque trotskista y trotskista-zinovievista". Sobre la base de estas listas se realizaron, a continuación, los arrestos. En mayo de 1935, Stalin envió a las instancias locales del partido una nueva carta del Comité Central que ordenaba una verificación minuciosa de la cartilla de cada comunista.

La versión oficial del asesinato de Kirov, perpetrado por un individuo que había penetrado en el Smolny gracias a una "falsa" cartilla del partido, demostraba de manera escandalosa "la inmensa importancia política" de la campaña de verificación de las cartillas. La misma duró más de seis meses, se desarrolló con la participación activa del aparato de la policía política, proporcionando la NKVD, a instancias del partido, los expedientes sobre los comunistas "dudosos" y comunicando las organizaciones del partido a su vez a la NKVD las informaciones sobre los miembros expulsados durante la campaña de "verificación". Ésta se solventó mediante la expulsión del 9% de los miembros del partido, es decir, de alrededor de 250.000 personas. [271]

Según datos incompletos citados delante del pleno del Comité Central reunido a finales de diciembre de 1935 por Nikolay Yezhov, jefe del departamento central de cuadros y responsable de la operación, 15.218 "enemigos", expulsados del partido, fueron detenidos en el curso de esta campaña. No obstante, esta purga, según Yezhov, se había desarrollado muy mal. Había durado tres meses más de lo previsto a causa de "la mala voluntad, cercana al sabotaje" de un gran número de "elementos burocratizados instalados en los aparatos". A pesar de las llamadas de las autoridades centrales para desenmascarar a trotskistas y zinovievistas, solamente el 3% de los expulsados pertenecían a estas categorías. Los dirigentes locales del partido habían sido a menudo reticentes "a ponerse en contacto con los órganos de la NKVD y a proporcionar al centro una lista individual de las personas que había que deportar sin tardanza por decisión administrativa". En resumen, según Yezhov, la campaña de verificación de las cartillas había revelado hasta qué punto la "caución solidaria" de los aparatos locales del partido significaba un obstáculo para cualquier control eficaz de las autoridades centrales sobre lo que pasaba realmente en el país. [272] Se trataba de una enseñanza crucial de la que Stalin se acordaría.

Purgas étnicas y preparación del "Gran Terror"

La ola de terror que se abatió desde el día siguiente al asesinato de Kirov no solamente arrastró a los antiguos opositores en el seno del partido. Tomando como pretexto que "elementos terroristas de los guardias blancos habían pasado la frontera occidental de la URSS", el Buró político decretó el 27 de diciembre de 1934, la deportación de 2.000 "familias antisoviéticas" de los distritos fronterizos de Ucrania. El 15 de marzo de 1935 se adoptaron medidas análogas para la deportación de "todos los elementos poco seguros de los distritos fronterizos de la región de Leningrado y de la República autónoma de Carelia (...) hacia el Kazajstán y la Siberia occidental". Se trataba principalmente de finlandeses, las primeras víctimas de las deportaciones étnicas, que iban a alcanzar su apogeo durante la guerra. Esta primera gran deportación de aproximadamente 10.000 personas, partiendo de criterios de nacionalidad, fue seguida, durante la primavera de 1936, por una segunda que afectó a más de 15.000 familias y a alrededor de 50.000 personas, entre polacos y alemanes de Ucrania deportados a las regiones de Karaganda, en el Kazajstán e instalados en koljozes. [273]

Tal y como se desprende del número de condenas pronunciadas en asuntos relacionados con la NKVD – 267.000 en 1935; más de 274.000 en 1936 [274] el ciclo represivo conoció un nuevo auge en el curso de estos dos años. Durante este período se adoptaron unas pocas medidas de apaciguamiento, como la supresión de la categoría de lishentsy, la anulación de las condenas de penas inferiores a 5 años dictadas contra los kolhozianos, la liberación anticipada de 37.000 personas condenadas de acuerdo con la ley del 7 de agosto de 1932, el restablecimiento en sus derechos civiles de los colonos especiales deportados, o la abrogación de las discriminaciones que prohibían el acceso a la enseñanza superior de los hijos de los deportados.

Pero estas medidas eran contradictorias. Así, los kulaks deportados, restablecidos en principio en sus derechos civiles al cabo de 5 años de deportación, finalmente no tuvieron derecho a abandonar su lugar de residencia forzosa. Inmediatamente restablecidos en sus derechos, habían comenzado a regresar a sus poblaciones, lo que había creado una sucesión de problemas inexplicables. ¿Se les podía dejar entrar en el kolhoz? ¿Dónde se podía alojarlos, puesto que sus bienes y su casa habían sido confiscados? La lógica de la represión solo toleraba pausas. No permitía la marcha atrás.

Las tensiones entre el régimen y la sociedad siguieron aumentando cuando el poder decidió recuperar el movimiento stajanovista – nacido según el famoso "récord" establecido por el minero Andrey Stajanov, que había multiplicado por 14 las normas de producción de carbón gracias a una formidable organización de equipo – y promover una vasta campaña productivista. En noviembre de 1935, apenas dos meses después del célebre récord de Stajanov, se celebró en Moscú una conferencia de trabajadores de vanguardia. Stalin subrayó en el curso de la misma el carácter "profundamente revolucionario de un movimiento liberado del conservadorismo de los ingenieros, de los técnicos y de los dirigentes de empresa".

En las condiciones de funcionamiento de la industria soviética de la época, la organización de las jornadas, de las semanas, de las décadas stajanovistas desorganizaba la producción de forma duradera. El equipo se había deteriorado, los accidentes de trabajo se multiplicaban, los "récords" eran seguidos por un período de caída de la producción. Al solaparse con el spetzeedstvo de los años 1928-1931, las autoridades imputaron de manera natural las dificultades económicas a supuestos saboteadores infiltrados entre los cuadros, a los ingenieros y a los especialistas. Una palabra imprudente pronunciada en contra de los stajanovistas, rupturas de ritmo en la producción, o un incidente técnico, eran considerados como otras tantas acciones contrarrevolucionarias.

En el curso del primer semestre de 1936, más de 14.000 directivos que desempeñaban sus funciones en la industria fueron detenidos por sabotaje. Stalin utilizó la campaña stajanovista para endurecer todavía más su política represiva y desencadenar una nueva oleada de terror sin precedentes, que iba a entrar en la historia con el nombre de "el Gran Terror".

El Gran Terror (1936-1938)

Los procesos de Moscú

Se ha escrito mucho sobre el "Gran Terror", que los soviéticos también denominaron la Yeshovschina, – la "época de Yezhov" o la "Yezhovsíada". Fue ciertamente en el curso de los dos años durante los cuales la NKVD fue dirigida por Nikolay Yezhov (de septiembre de 1936 a noviembre de 1938) cuando la represión adquirió una amplitud sin precedentes, que afectó a todos los segmentos de la población soviética, desde dirigentes del Buró político a simples ciudadanos detenidos en la calle para que se cumplieran las cuotas de "elementos contrarrevolucionarios a los que había que reprimir".

Durante décadas la tragedia del Gran Terror quedó sometida a silencio. En Occidente no se conoció del período más que los tres procesos públicos espectaculares de Moscú ­ de agosto de 1936, de enero de 1937 y de marzo de 1938 – en el curso de los cuales los camaradas más prestigiosos de Lenin (Zinoviev, Kamenev, Krestinski, Rykov, Piatakov, Radek, Bujarin y otros) confesaron los peores delitos: haber organizado "centros terroristas" de obediencia "trotsko-zinovievista" o "trotsko-derechista", que tenían por objetivo derribar al gobierno soviético, asesinar a sus dirigentes, restaurar el capitalismo, ejecutar actos de sabotaje, erosionar el poder de la URSS, desmembrar a la Unión Soviética y separar de ella en beneficio de Estados extranjeros a Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia, el Extremo Oriente soviético. . .

Formidable acontecimiento-espectáculo, los procesos de Moscú fueron también un acontecimiento-pantalla que desvió la atención de los observadores extranjeros invitados al espectáculo de todo aquello que sucedía detrás y en paralelo: la represión masiva de todas las categorías sociales. Para estos observadores, que ya habían omitido en silencio la deskulaquización, el hambre, el desarrollo del sistema de campos de concentración, los años 1936-1938 solo fueron el último acto de la lucha política que había enfrentado durante más de 10 años a Stalin con sus principales rivales, el final del enfrentamiento entre la burocracia stalinista termidoriana y la vieja guardia leninista que había seguido fiel a sus compromisos revolucionarios.

Retomando los principales temas de la obra de Trotsky aparecida en 1936, La Revolución traicionada, el editorialista del gran periódico francés Le Temps escribía en julio de 1936:

"La revolución rusa se encuentra en su Termidor. El señor Stalin ha medido la inanidad de la pura ideología marxista y el mito de la revolución universal. Buen socialista ciertamente, pero patriota ante todo, conoce el peligro que hacen correr a su país esta ideología y este mito. Su sueño es posiblemente el de un despotismo ilustrado, una especie de paternalismo completamente alejado del capitalismo, pero también alejado de las quimeras del comunismo."

Y L'Écho de Paris expresó en términos más llenos de imágenes y menos respetuosos la misma idea el 30 de enero de 1937:

"El georgiano de frente baja se une sin quererlo a Iván el Terrible, Pedro el Grande y Catalina II. Los otros, a los que hace asesinar, son los revolucionarios que han seguido fieles a su fe diabólica, neuróticos presa de una rabia permanente de destrucción". [275]

Habrá que esperar el "Informe secreto" de Jrushchov en el XX Congreso del PCUS, el 25 de febrero de 1956, para que se levante el velo finalmente sobre "los numerosos actos de violación de la legalidad socialista cometidos en los años 1936-1938 en relación con los dirigentes y cuadros del partido".

En los años que siguieron, numerosas víctimas, fundamentalmente militares, fueron rehabilitadas. El silencio, sin embargo, continuó siendo total en relación con las víctimas "ordinarias". Por cierto, durante el XXII Congreso del PCUS, en octubre de 1961, Jrushchov reconoció públicamente que las "represiones masivas" (...) habían afectado a sencillos y honrados ciudadanos soviéticos", pero no dijo nada de la amplitud de estas represiones, de las que él mismo había sido directamente responsable, al igual que otros dirigentes de su generación.

Los alcances del Gran Terror

A finales de los años sesenta, a partir de testimonios soviéticos que pasaron a Occidente, de publicaciones tanto de emigrados como de soviéticos del período del deshielo jrushchoviano, un historiador como Robert Conquest pudo, no obstante, reconstruir, en sus líneas generales, la trama general del Gran Terror, aunque en ellas aparecieran algunas extrapolaciones a veces arriesgadas sobre los mecanismos de toma de decisión y una sobrevaloración importante del número de víctimas. [276]

La obra de Robert Conquest suscitó abundantes discusiones, fundamentalmente relativas al grado de centralización del terror, a los papeles respectivos de Stalin y de Yezhov, y al número de víctimas. Por ejemplo, algunos historiadores de la escuela revisionista americana discutieron la idea según la cual Stalin habría planificado con precisión el desarrollo de los acontecimientos de 1936 a 1938. Insistiendo, por el contrario, en el aumento de las tensiones entre las autoridades centrales y los aparatos locales cada vez más poderosos, así como en los "patinazos" de una represión ampliamente incontrolada, explicaron la amplitud excepcional de las represiones de los años 1936-1938 por el hecho de que, deseosos de devolver el golpe que les estaba destinado, los aparatos locales habían dirigido el terror contra innumerables "chivos expiatorios", demostrando así al centro su vigilancia y su intransigencia en la lucha contra "los enemigos de todas clases". [277]

Otro punto de divergencia: el número de víctimas. Para Conquest y sus discípulos, el Gran Terror habría concluido con al menos 6.000.000 de arrestos, 3.000.000 de ejecuciones y 2.000.000 de fallecimientos en los campos de concentración. Para los historiadores revisionistas, estas cifras eran excesivamente elevadas.

La apertura – siquiera parcial – de los archivos soviéticos permite hoy realizar un nuevo análisis sobre el Gran Terror. No se trata de volver a narrar en algunas páginas, después de otros, la historia extraordinariamente compleja y trágica de los dos años más sangrientos del régimen soviético, sino que se trata más bien de esclarecer las cuestiones que suscitaron en el curso de los últimos años el debate centrado fundamentalmente en el grado de centralización del terror, las categorías de las víctimas, y su número.

Centralización, categorías y cantidades

Por lo que se refiere al grado de centralización del terror, los documentos del Buró político accesibles actualmente [278] confirman que la represión en masa fue, en buena medida, el resultado de la iniciativa decidida por la más alta instancia del partido, el Buró político, y por Stalin en particular. La organización, y el posterior desarrollo de la más sangrienta de las grandes operaciones de represión, la operación de "liquidación de los antiguos kulaks, criminales y otros elementos antisoviéticos" [279] que tuvo lugar desde agosto de 1937 hasta mayo de 1938, aportan una luz completamente reveladora sobre el papel respectivo del centro y de las instancias locales en la represión, pero también sobre la lógica de esta operación que pretendía, al menos originalmente, resolver de manera definitiva un problema que no había podido ser solucionado en el curso de los años anteriores.

Desde 1935-1936, la cuestión del destino posterior de los antiguos kulaks deportados estaba a la orden del día. A pesar de la prohibición, que les era recordada con regularidad, de abandonar el lugar de residencia que se les había asignado, cada vez más "colonos especiales" se confundían en la masa de los trabajadores libres. En un informe de fecha de agosto de 1936, Rudolf Berman, el jefe del Gulag, escribía: "Aprovechándose de un régimen de vigilancia bastante relajado, numerosos colonos especiales, que trabajan desde hace mucho tiempo en equipos mixtos con obreros libres, han abandonado su lugar de residencia. Cada vez resulta más difícil recuperarlos. Ciertamente han adquirido una especialidad, la administración de las empresas desea conservarlos, a veces incluso son espabilados para adquirir un pasaporte, se casan con compañeras libres, a menudo tienen una casa. . . " [280]

Aunque numerosos colonos especiales asignados a residir en zonas industriales tenían una tendencia a confundirse con la clase obrera local, otros huían más lejos. Un gran número de estos "fugitivos" sin papeles y sin techo se unían a bandas de marginados sociales y de pequeños delincuentes cada vez más numerosos en la periferia de las ciudades. Las inspecciones realizadas en el otoño de 1936 en ciertas comandancias revelaron una situación "intolerable" a los ojos de las autoridades: así, en la región de Arkángel, no quedaban más que 37.000 de los 89.700 colonos especiales teóricamente asignados a residir en ese lugar.

La obsesión por el "kulak-saboteador-infiltrado-en-las-empresas" y por el "kulak-bandido-errante-por-las-ciudades" explica que esta "categoría" fuera designada de manera prioritaria como víctima expiatoria durante la gran operación de represión decidida por Stalin a inicios del mes de julio de 1937.

El 2 de julio de 1937, el Buró político envió a las autoridades locales un telegrama en que les ordenaba "detener inmediatamente a todos los kulaks y criminales (...) fusilar a los más hostiles de entre ellos después de que una troika (una comisión de tres miembros compuesta por el secretario regional del partido, por el fiscal y por el jefe regional de la NKVD) llevara a cabo un examen administrativo de su asunto y deportar a los elementos menos activos pero no obstante hostiles al régimen. (...) El Comité Central propone que le sea presentada en un plazo de 5 días la composición de las troikas, así como el número de individuos que hay que fusilar y el de los individuos que hay que deportar". El centro recibió así, en las semanas que siguieron, "cifras indicativas" proporcionadas por las autoridades locales, sobre la base de las cuales Yezhov preparó la orden operativa número 00447, de fecha 30 de julio de 1937, que sometió para su ratificación ese mismo día al Buró político. En el marco de esta "operación", 259.450 personas tenían que ser arrestadas y de ellas 72.950 fusiladas. [281]

Estas cifras resultan, en realidad, incompletas, porque en la lista establecida faltaba toda una serie de regiones que todavía, al parecer, no habían hecho llegar a Moscú sus "estimaciones". Como en el caso de la deskulaquización, se asignaron cuotas a todas las regiones para cada una de las dos categorías: 1a categoría, para ejecutar y 2a categoría, para deportar.

Debe notarse que los elementos que constituían el objeto de la operación pertenecían a un espectro sociopolítico mucho más amplio que el de las categorías enumeradas inicialmente. Al lado de los "ex kulaks" y de los "elementos criminales" figuraban los "elementos socialmente peligrosos", los "miembros de partidos antisoviéticos", los antiguos "funcionarios zaristas", los "guardias blancos", etc. Estas "denominaciones" se atribuían de manera natural a cualquier sospechoso, lo mismo si pertenecía al partido, que a la intelliguentsia o al "pueblo llano". Por lo que se refiere a las listas de sospechosos, los servicios competentes de la GPU y la NKVD habían tenido desde hacía años todo el tiempo para prepararlas, para mantenerlas al día y para actualizarlas.

La orden operativa del 30 de julio de 1937 proporcionaba a los dirigentes locales el derecho de solicitar a Moscú listas complementarias de individuos a los que había que reprimir. Las familias de personas condenadas a penas de campos de concentración o ejecutadas podías ser detenidas "por encima de las cuotas".

Desde finales de agosto, el Buró político se vio inundado de numerosas peticiones de aumento de cuotas. Del 28 de agosto al 15 de diciembre de 1937, ratificó diversas proposiciones de aumento de las cuotas por un total de 22.500 individuos a ejecutar y 16.800 a internar en campos de concentración. El 31 de enero de 1938 adoptó, a propuesta de la NKVD, un nuevo "añadido" de 57.200 personas de las cuales 48.000 debían ser ejecutadas.

El conjunto de las operaciones debía estar concluido para el 15 de marzo de 1938. Pero, una vez más, las autoridades locales, que desde el año anterior habían sido "purgadas" y renovadas varias veces, juzgaron oportuno mostrar su celo. Del 1 de febrero al 29 de agosto de 1938, el Buró político ratificó contingentes suplementarios de otros 90.000 individuos a los que había que reprimir.

Así, la operación que originalmente debía durar 4 meses, se extendió durante más de un año y afectó al menos a 200.000 personas por encima de las cuotas aprobadas inicialmente. [282] Cualquier individuo sospechoso de "malos" orígenes sociales era una víctima potencial. Igualmente resultaban particularmente vulnerables todas las personas que vivían en zonas fronterizas o que, de una manera u otra, habían tenido contactos con el extranjero, que habían sido prisioneros de guerra o que tenían familia, incluso lejana, fuera de la URSS. Estas personas, igual que los radioaficionados, los filatelistas, o los esperantistas, tenían muchas posibilidades de caer bajo el peso de una acusación de espionaje.

Del 6 de agosto al 21 de diciembre de 1937, al menos 10 operaciones del mismo tipo que la desencadenada después de la orden operativa número 00447, fueron emprendidas por el Buró político y la NKVD con la finalidad de "liquidar" nacionalidad por nacionalidad, a grupos de los que se sospechaba que eran "espías" y "desviacionistas": alemanes, polacos, japoneses, rumanos, finlandeses, lituanos, estonios, letones, griegos y turcos. En el curso de estas operaciones "antiespías" se detuvieron a varios centenares de personas a lo largo de 15 meses, de agosto de 1937 a noviembre de 1938.

Entre otras operaciones, acerca de las cuales disponemos actualmente de información – todavía hay muchas lagunas, los archivos de la antigua KGB y los archivos presidenciales donde se han conservado los documentos más confidenciales son inaccesibles a los investigadores – citamos:

  • la operación de "liquidación de los contingentes alemanes que trabajaban en las empresas de la defensa nacional", el 20 de julio de 1937;
  • la operación de "liquidación de los activistas terroristas, de diversión y espionaje de la red japonesa de repatriados de Jarbin", desencadenada el 19 de septiembre de 1937;
  • la operación de "liquidación de la organización derechista militar japonesa de los cosacos", desencadenada el 4 de agosto de 1937; de septiembre a diciembre de 1937, más de 19.000 personas fueron reprimidas en el marco de esta operación;
  • la operación de "represión de las familias de enemigos del pueblo detenidos", iniciada en virtud de la orden operativa número 00486 de la NKVD del 15 de agosto de 1937.

Esta breve enumeración, muy incompleta, de una pequeña parte de las operaciones decididas por el Buró político y puestas en funcionamiento por la NKVD basta para subrayar el carácter centralizado de las represiones masivas de los años 1937-1938.

Ciertamente, estas operaciones – como todas las grandes acciones represivas llevadas a cabo por los funcionarios locales siguiendo las órdenes del centro – ya fuese la deskulaquización, la purga de ciudades o la persecución de especialistas, no se realizaron sin patinazos ni excesos. Después del Gran Terror, solo fue enviada una comisión a un lugar, a Turkmenistán, para realizar una investigación sobre los excesos de la yeshovschina. En esta pequeña república de 1.300.000 habitantes (0,7% de la población soviética), 13.259 personas habían sido condenadas por las troikas de la NKVD desde agosto de 1937 a septiembre de 1938 en el marco de la única operación de "liquidación de antiguos kulaks, criminales y otros elementos antisoviéticos". De estas personas, 4.037 habían sido fusiladas. Las cuotas fijadas por Moscú eran, respectivamente, 6.277 (número total de condenas) y 3.225 (número total de ejecuciones). [283] Se puede suponer que en las otras regiones del país tuvieron lugar excesos y abusos semejantes. Se derivaban del principio mismo de las cuotas, de las órdenes planificadas procedentes del centro y de los reflejos burocráticos, bien asimilados e inculcados desde hacía años, que consistían en anticiparse a los deseos de los superiores jerárquicos y a las directivas de Moscú.

Otra serie de documentos confirma el carácter centralizado de estos asesinatos en masa ordenados y ratificados por Stalin y el Buró político. Se trata de las listas de las personalidades que había que condenar, establecidas por la comisión de asuntos judiciales del Buró político.

Las penas de personalidades que debían comparecer ante la sala de lo militar del Tribunal Supremo, de los tribunales militares o de la conferencia especial de la NKVD estaban predeterminadas por la Comisión de Asuntos Judiciales del Buró político. Esta comisión, de la que formaba parte Yezhov, sometió a la firma de Stalin y de los miembros del Buró político al menos 383 listas que incluían a más de 44.000 nombres de dirigentes y cuadros del partido, del ejército y de la economía. Más de 39.000 de ellos fueron condenados a la pena de muerte. La firma de Stalin figura al pie de 362 listas; la de Molotov al de 373 listas; la de Voroshilov a la de 195 listas; la de Kaganovich a la de 191 listas; la de Zhdanov a la de 177 listas y la de Mikoyan a la de 62 listas. [284]

Todos estos dirigentes se dirigieron personalmente a cada lugar en concreto para llevar a cabo durante el verano de 1937 las purgas de las organizaciones locales del partido: así, Kaganovich fue enviado a purgar el Donbass, las regiones de Cheliabinsk, de Yaroslavl, de Ivanovo y de Smolensk. Zhdanov, después de haber purgado su región, la de Leningrado, partió hacia Orenburg, la Bashkiria y el Tadjikistán; Mikoyan a Armenia y Jrushchov a Ucrania.

Aunque la mayoría de las instrucciones sobre las represiones en masa habían sido ratificadas como resoluciones del Buró político en su conjunto, parece, a la luz de los documentos procedentes de los archivos actualmente accesibles, que Stalin fue personalmente el autor y el iniciador de la mayor parte de las decisiones represivas dirigidas contra todos los estamentos. Por mencionar un solo ejemplo: cuando el 27 de agosto de 1937, a las 17 horas, el secretario del Comité Central recibió una comunicación de Mijail Korochenko, secretario del comité regional del partido de Siberia oriental sobre el desarrollo de un proceso de agrónomos "culpables de actos de sabotaje", Stalin mismo telegrafió a las 17 horas 10 minutos: "os aconsejo que condenéis a los saboteadores del distrito de Andreyev a la pena de muerte y que publiquéis la noticia de su ejecución en la prensa". [285]

Todos los documentos disponibles en la actualidad (protocolos del Buró Político, empleo del tiempo de Stalin y lista de visitantes recibidos por Stalin en el Kremlin) demuestran que Stalin dirigía y controlaba la actividad de Yezhov. Corregía las principales instrucciones de la NKVD, regulaba el desarrollo de la instrucción de los grandes procesos políticos e incluso definía su escenario.

Durante la instrucción de asunto de la conspiración militar, en la que se acusó al mariscal Tujachevsky y a otros altos dirigentes del Ejército Rojo, Stalin recibió a Yezhov todos los días.  [286] En todas las etapas de la yeshovschina, Stalin conservó el control político de los acontecimientos. Fue él quien decidió el nombramiento de Yezhov para el puesto de comisario del pueblo para el Interior, enviando desde Sochi el famoso telegrama del 25 de septiembre de 1936 al Buró político: “es absolutamente necesario y urgente que el camarada Yezhov sea designado para el puesto de comisario del pueblo para el Interior. Yagoda, de manera manifiesta, no se ha mostrado a la altura de su tarea desenmascarando al bloque trotsko-zinovievista. La GPU lleva cuatro años de retraso en este asunto.”  Fue Stalin también quien decidió poner fin a los “excesos de la NKVD”, El 17 de noviembre de 1938, un decreto del Comité Central puso fin (provisionalmente) a la organización de “operaciones masivas de arrestos y  deportaciones”. Una semana más tarde, Yezhov fue destituido de su puesto de comisario del pueblo para el Interior y reemplazado por Beria. El Gran Terror acabó como había comenzado: siguiendo una orden de Stalin.

¿Se puede elaborar un balance documentado del número y de la categoría de víctimas de la yeshovschina?

Disponemos hoy de algunos documentos ultraconfidenciales preparados por Nikita Jrushchov y los principales dirigentes del partido durante la desestalinización, fundamentalmente un largo estudio sobre “las represiones cometidas durante la época del culto a la personalidad” realizado por una comisión dirigida por Nikolay Shvernik, creada a partir del XX Congreso del PCUS. [287] Los investigadores pueden contrastar estos datos con diversas fuentes estadísticas de la administración del Gulag, del comisariado del pueblo para la Justicia y de los tribunales, hoy en día accesibles. [288]

Parece así que, durante tan solo los años 1937 y 1938, 1.575.000 personas fueron detenidas por la NKVD; 1.345.000 (es decir, el 85,4%) fueron condenadas en el curso de estos años, y 681.692 (es decir, el 51% de las personas condenadas en 1937-1938) fueron ejecutadas.

Las personas detenidas eran condenadas según procedimientos diversos. Los asuntos de los “cuadros” políticos, económicos y militares, de los miembros de la intelliguentsia – la categoría más fácil de reconocer y mejor conocida – eran juzgados por los tribunales militares y las “conferencias especiales de la NKVD”. Ante la amplitud de las operaciones, el Gobierno puso en funcionamiento a finales de julio de 1937 “troikas” en el área regional, compuestas por un fiscal, y jefes de la NKVD y de la dirección de policía. Estas troikas funcionaban según procedimientos extremadamente expeditivos, puesto que respondían a cuotas marcadas con anterioridad por el centro.

Bastaba con “reactivar” las listas de los individuos ya fichados por los servicios. La instrucción quedaba reducida a su expresión más simple. Las troikas hacían desfilar varios centenares de expedientes al día, como lo confirma, por ejemplo, la reciente publicación del Martirologio de Leningrado, almanaque, mes a mes, de los leningradenses detenidos y condenados a muerte a partir de agosto de 1937 sobre la base del artículo 58 del Código Penal. El plazo habitual entre el arresto y la condena de muerte variaba de algunos días a algunas semanas. La sentencia, sin derecho de apelación, era aplicada en un plazo de varios días.

En el marco de las operaciones específicas de “liquidación de espías y de desviacionistas”, como en el de las grandes operaciones represivas – como la operación de “liquidación de kulaks” iniciada el 30 de julio de 1937, la operación de “liquidación de elementos criminales”, iniciada el 12 de septiembre de 1937, la operación de “represión de familias de enemigos del pueblo”, etc. – las oportunidades de ser arrestado con la única finalidad de que se llenara una cuota estaban relacionadas con una serie de casualidades. Se trataba de casualidades “geográficas” (las personas que vivían en las zonas fronterizas siempre estaban mucho más expuestas), itinerario individual vinculado de una u otra manera con un país extranjero, orígenes extranjeros o problemas de homonimia.

Para “cumplir las normas”, si la lista de personas fichadas era insuficiente, las autoridades locales “se las arreglaban”. Así, para dar solo un ejemplo, para completar la categoría de los “saboteadores”, la NKVD de Turkmenia se valió del pretexto de un incendio en una empresa para detener a toda la gente que se encontraba en el lugar y los forzó a nombrar a los “cómplices”. [289] Programado desde arriba, designando arbitrariamente categorías de enemigos “políticos”, el terror generaba, por su misma naturaleza, patinazos que decían mucho sobre la cultura de violencia de los aparatos represivos de base.

Todos estos datos – que recuerdan entre otras cosas que los cuadros comunistas no representaban más que una escasa proporción de las 681.692 personas ejecutadas – no pretenden ser exhaustivos. No comprenden las deportaciones efectuadas en el curso de estos años (como, por ejemplo, la operación de deportación al Extremo Oriente soviético de 172.000 coreanos, transferidos entre mayo y octubre de 1937 hacia el Kazajstán y el Uzbekistán). No tienen en cuenta ni las personas detenidas que murieron por efectos de la tortura mientras se encontraban confinadas en prisión o durante su traslado a los campos (cifra desconocida), ni los detenidos muertos en los campos de concentración durante estos años (alrededor de 25.000 en 1937 y más de 90.000 en 1938) [290] Incluso corregidas a la baja en relación con las extrapolaciones extraídas de los testimonios de los supervivientes, estas cifras nos hablan de la sobrecogedora amplitud de estos asesinatos masivos, de centenares de millares de personas, dirigidos contra toda una sociedad.

¿Se puede ir hoy en día más lejos en un análisis por categorías de las víctimas de estos asesinatos en masa? Disponemos de algunos datos estadísticos que presentaremos más adelante sobre los detenidos del Gulag a finales de los años treinta. Estas informaciones, que se refieren al conjunto de los detenidos (y no solamente al de los detenidos durante el Gran Terror) no nos aportan, sin embargo, más que elementos de respuesta parciales sobre las víctimas condenadas a una pena de campo de concentración durante la yeshovschina. Así, se percibe un fuerte crecimiento proporcional de los detenidos que tenían una educación superior (más del 70% entre 1936 y 1939), lo que confirma que el terror de finales de los años treinta se ejercía de manera especial contra las élites educadas, hubieran o no pertenecido al partido.

Puesto que fue la primera denunciada (desde el XX Congreso), la represión de los cuadros del partido es uno de los aspectos mejor conocidos del Gran Terror. En su “informe secreto”, Jrushchov se extendió sobre este aspecto de la represión, que afectó a 5 miembros del Buró político, todos fieles stalinistas (Postyshev, Rudzutak, Eije, Kossior y Chubar), a 98 de los 139 miembros del Comité Central y a 1.108 de los 1.966 delegados del XVII Congreso del partido (1934). Los cuadros dirigentes del Komsomol se vieron igualmente afectados. Se detuvo a 72 de los 93 miembros del Comité Central así como a 319 de los 385 secretarios regionales y a 2.210 de los 2.750 secretarios de distrito.

De una manera general, fueron totalmente renovados los aparatos regionales y locales del partido y del Komsomol, de los que el centro sospechaba que “saboteaban” las decisiones “necesariamente correctas” de Moscú y que obstaculizaban cualquier control eficaz de las autoridades centrales sobre lo que pasaba en el país. En Leningrado, ciudad sospechosa por excelencia, donde el partido había sido dirigido por Zinoviev, donde Kirov había sido asesinado, Zhdanov y Zakovsky, el jefe de la NKVD regional; detuvieron a más del 90% de los cuadros del partido. Éstos no constituían, sin embargo, más que una pequeña parte de los leningradenses reprimidos en 1936-1939. [291] Para estimular las purgas, se enviaron a provincias emisarios del centro, acompañados de tropas de la NKVD, con la misión, según la expresión pletórica de imágenes del Pravda, de “ahumar y destruir los nidos de chinches trotsko-fascistas”.

Algunas regiones, de las cuales se dispone de datos estadísticos parciales, fueron más especialmente “purgadas”: en primera fila figura una vez más Ucrania. Durante solamente el año 1938, después del nombramiento de Jrushchov a la cabeza del partido comunista ucraniano, más de 106.000 personas fueron detenidas en Ucrania (y en su mayoría ejecutadas). De los 200 miembros del Comité Central del partido comunista ucraniano, sobrevivieron tres. El mismo escenario se repitió en todas las instancias regionales y locales del partido donde se organizaron decenas de procesos públicos de dirigentes comunistas.

A diferencia de los procesos a puerta cerrada o de las sesiones secretas de las troikas, donde la suerte del acusado quedaba decidida en unos minutos, los procesos públicos de dirigentes tenían una fuerte coloración populista y realizaban una importante función propagandista. Se pretendía en ellos estrechar la alianza entre el “pueblo llano, el simple militante, portador de la solución justa”, y el guía, denunciando a los dirigentes locales, como estos “nuevos señores, siempre satisfechos de sí mismos (…) que, por su actitud inhumana, producen artificialmente cantidad de descontentos y de irritados, que crean un ejército de reserva para los trotskistas” (Stalin, discurso del 3 de marzo de 1937).

Como los grandes procesos de Moscú, pero esta vez a escala de distrito, estos procesos públicos, cuyas audiencias eran ampliamente reproducidas en la prensa local, daban lugar a una excepcional movilización ideológica, popular y populista. Puesto que “desenmascaraban la conspiración”, una figura esencial de la ideología, porque asumían una función carnavalesca (los poderosos se convertían en villanos, las “gentes de a pie” eran reconocidos como “portadores de la solución justa”), estos procesos públicos constituían, para utilizar la expresión de Annie Kriegel, “un mecanismo formidable de profilaxis social”.

Las represiones dirigidas contra los responsables locales del partido solo representaban, naturalmente, la parte visible del iceberg. Observemos el ejemplo de Orenburg, provincia acerca de la cual disponemos de un informe detallado del departamento regional de la NNKVD “sobre las medidas operativas de liquidación de grupos clandestinos trotskistas y bujarinistas, así como de otras formaciones contrarrevolucionarias, llevada a cabo del 13 de abril al 18 de septiembre de 1937”, es decir, antes de la misión de Zhdanov destinada a “acelerar” las purgas. [292]

En esta provincia habían sido detenidos en el espacio de 5 meses:

  • 420 “trotzkistas”, todos ellos cuadros políticos y económicos del primer plan;
  • 120 “derechistas”, todos ellos dirigentes locales importantes.

Estos 540 dirigentes del partido representaban cerca del 45% de la nomenclatura local. Después de la misión de Zhdanov en Orenburg, otros 598 dirigentes fueron detenidos y ejecutados. En esta provincia, como en otras, desde el otoño de 1937, la casi totalidad de los dirigentes políticos y económicos fue, por lo tanto, eliminada y reemplazada por una nueva generación, la de los “ascendidos” del primer plan, la de Brezhnev, Kossiguin, Ustinov, Gromiko; en resumen: la del Buró político de los años setenta.

No obstante, al lado de este millar de cuadros detenidos figuraba una masa de gente desprovista de grado, miembros del partido, antiguos comunistas, por lo tanto particularmente vulnerables, o simples ciudadanos fichados desde hacía años que constituyeron lo esencial de las víctimas del Gran Terror.

Examinemos nuevamente el informe de la NKVD de Orenburg:

  • “poco más de 2.000 miembros de la organización derechista militar-japonesa de los cosacos” (de los que unos 1.500 fueron fusilados)
  • “más de 1.500 oficiales y funcionarios zaristas deportados en 1935 de Leningrado a Orenburg” (se trataba de “elementos socialmente extraños”, deportados después del asesinato de Kirov a diversas regiones del país)
  • “250 personas, aproximadamente, detenidas en el marco del asunto de los polacos”
  • “95 personas, aproximadamente, detenidas (…) en el marco del asunto de los elementos originarios de Jarbin”
  • “3.290 personas en el marco de la operación de liquidación de los antiguos kulaks”
  • “1.399 personas (…) en el curso de la operación de liquidación de los elementos criminales”.

Así, contando aun la treintena de komsomoles y la cincuentena de cadetes de la escuela de instrucción militar local, en esta provincia habían sido detenidas más de 7.500 personas por la NKVD en 5 meses, antes incluso de la intensificación de la represión, posterior a la misión de Andrey Zhdanov.

Por muy espectacular que fuera, el arresto del 90% de los cuadros de la nomenklatura local solo representaba un porcentaje insignificante del número total de víctimas de la represión, casi todas clasificadas en una de las categorías contempladas en el curso de las operaciones específicas definidas y aprobadas por el Buró político y por Stalin en particular.

Algunas categorías de cuadros y de dirigentes fueron especialmente diezmadas: los diplomáticos y el personal del comisariado del pueblo para Asuntos Extranjeros, que caían de manera natural bajo la acusación de espionaje, o también los funcionarios de los ministerios económicos y los directores de fábrica, de los que se sospechaba que eran “saboteadores”. Entre los diplomáticos de alto rango detenidos – y en su mayor parte ejecutados – figuraban Krestinsky, Sokolnikov. Bogomolov, Yureniev, Ostrovsky, Antonov-Ovseenko, respectivamente de servicio en Berlín, Londres, Pekín, Tokio, Bucarest y Madrid. [293]

En algunos ministerios, todos los funcionarios casi sin excepción fueron víctimas de la represión. Así, en el oscuro comisariado del pueblo para Máquinas y Útiles, toda la administración fue renovada. También fueron detenidos todos los directores de fábrica (salvo dos) que dependían de esta rama y la casi totalidad de los ingenieros y de los técnicos. Sucedió lo mismo en los otros sectores industriales, fundamentalmente en la construcción aeronáutica, la construcción naval y la metalurgia, así como en los transportes, sectores todos ellos acerca de los que se dispone de estudios fragmentarios.

Después del final del Gran Terror, Kaganovich reconoció en el XVIII Congreso, en marzo de 1939, que en “1937 y 1938 el personal dirigente de la industria pesada había sido completamente renovado, millares de hombres nuevos habían sido nombrados para puestos dirigentes en lugar de los saboteadores desenmascarados. En algunas ramas fue preciso desprenderse de varios segmentos de saboteadores y de espías. (…) Ahora tenemos cuadros que aceptarán cualquier tarea que les sea asignada por el camarada Stalin”.

Entre los cuadros del partido más duramente afectados por la yeshovschina figuraban los dirigentes de los partidos comunistas extranjeros y los cuadros de la Internacional Comunista instalados en Moscú en el Hotel Lux. [294] Así, entre las personalidades del partido comunista alemán detenidas figuraban: Heinz Neumann, Hermann Remmele, Fritz Schulte, Hermann Schubert, todos ellos antiguos miembros del Buró político; Leo Flieg, secretario del Comité Central; Heinrich Süsskind y Werner Hirsch, redactores en jefe de la publicación Rote Fahne; y Hugo Eberlein, delegado del partido comunista alemán en la conferencia fundadora de la Internacional Comunista. En septiembre de 1939, después de la conclusión del pacto germano-soviético, 570 comunistas alemanes encarcelados en las prisiones de Moscú fueron entregados a la Gestapo en el punto fronterizo de Brest-Litovsk.

La depuración llevó a cabo igualmente sus devastaciones entre los comunistas húngaros. Bela Kun, el instigador de la revolución húngara de 1919, fue detenido y ejecutado, así como otros 12 comisarios del pueblo del efímero gobierno comunista de Budapest, todos ellos refugiados en Moscú. Cerca de 200 comunistas italianos fueron detenidos (entre ellos Paolo Robotti, el cuñado de Togliatti), e incluso un centenar de comunistas yugoslavos (entre ellos Gorkic, secretario general del partido, Vlada Copic, secretario de organización y dirigente de las Brigadas Internacionales, así como las tres cuartas partes de los miembros del Comité Central).


Extracto de un expediente "ordinario"

Entre las víctimas del Gran Terror, figura una aplastante mayoría de personas anónimas. Extractos de un expediente "ordinario" del año 1938.

Expediente N° 24.260

1. Apellido: Sidorov

2. Nombre: Vassili Klementovich

3. Lugar y fecha de nacimiento: Sechevo, región de Moscú, 1893

4. Dirección: Sechevo, distrito Kolomenskyi, región de Moscú.

5. Profesión: empleado de cooperativa.

6. Afiliación sindical: sindicato de empleados de cooperativa.

7. Patrimonio en el momento del arresto (descripción detallada): una casa de madera de 8 metros por 8, cubierta de chapa, un patio en parte cubierto de 20 metros por 7, 1 vaca, 4 ovejas, 2 cerdos, gallinas.

8. Patrimonio en 1929: el mismo más un caballo.

9. Patrimonio en 1917: 1 casa de madera de 8 metros por 8; 1 patio en parte cubierto de 30 metros por 20; 2 graneros; 2 hangares, 2 caballos, 2 vacas, 7 ovejas.

10. Situación social en el momento del arresto: empleado.

11. Servicios realizados en el ejército zarista: en 1915-1916 soldado de infantería de segunda clase en el 6° Regimiento del Turquestán.

12. Servicios realizados en el ejército blanco: ninguno.

13. Servicios realizados en el Ejército Rojo: ninguno.

14. Origen social: me considero un hijo de campesino medio.

15. Pasado político: sin partido.

16. Nacionalidad, ciudadanía: ruso, ciudadano de la URSS.

17. Pertenencia al PC(b)R: No.

18. Niveles de estudio: primario.

19. Situación militar actual: reservista.

20. Condenas pasadas: ninguna.

21. Estado de salud: hernia.

22. Situación familiar: casado. Esposa: Anastsia Fedorovna, 43 años, koljoziana; hija: Nina, 24 años.

Detenido el 13 de febrero de 1938 por la dirección de distrito del NKVD.

 

2. Extractos del acta de interrogatorio.

Pregunta: Dé usted explicaciones referentes a su origen social y a su situación social y patrimonial antes y después de 1917.

Respuesta: Soy originario de una familia de comerciantes. Hasta 1904 aproximadamente, mi padre poseía una tiendecita en Moscú, calle Zolotorozhskaya, donde, según lo que me dijo mi padre, comerciaba sin emplear a nadie. Después de 1904, mi padre tuvo que cerrar la tienda porque no podía competir con los grandes comerciantes. Regresó al campo, a Sychevo, donde arrendó seis hectáreas de tierras de labor y dos hectáreas de prado. Tenía un empleado, un tal Goriachev, que trabajó con mi padre durante muchos años, hasta 1916. Después de 1917 conservamos nuestro terreno pero perdimos los caballos. Trabajé con mi padre hasta 1925, luego, tras su muerte, mi hermano y yo nos repartimos el terreno.

3. Extractos del auto de acusación.

(...) Sidorov, malintencionado hacia el poder soviético en general y el partido en particular, realizaba de manera sistemática propaganda antisoviética diciendo: "Stalin y su banda no quieren abandonar el poder. Stalin ha matado a un montón de gente, pero no quiere marcharse. Los bolcheviques se aferran al poder, detienen a las personas honradas, e incluso de esto no se puede hablar porque te meten en un campo de concentración por 25 años."

El acusado Sidorov se ha declarado inocente pero ha sido desenmascarado por varios testimonios. El asunto ha sido remitido para que una troika proceda a su juicio.

Firmado: Salayev, subteniente de milicia del distrito de Kolomenscoye.

Visto Bueno: Galkin, teniente de Seguridad del Estado, jefe del destacamento de la Seguridad del Estado del distrito de Kolomenskoye.

4. Extractos del acto de resolución dictada por la troika el 16 de julio de 1938

(...) Asunto Sidorov, V. K. Antiguo comerciante, explotaba con su padre una tienda. Acusado de haber llevado a cabo, entre los koljozianos, propaganda contrarrevolucionaria, caracterizada por frases derrotistas, acompañadas de amenazas contra los comunistas y de críticas contra la política del partido y del gobierno.

Veredicto: FUSILAR a Sidorov Vassili Klementovich y confiscar todos sus bienes.

La sentencia ha sido ejecutada el 3 de agosto de 1938

Rehabilitado a título póstumo el 24 de enero de 1989 [295]


 

Los polacos y la Internacional

Pero fueron los polacos los que pagaron el tributo más elevado. La situación de los comunistas polacos era especial: el partido comunista polaco derivaba del partido socialdemócrata de los reinos de Polonia y de Lituania, que había sido admitido en 1906, sobre una base de autonomía, en el seno del partido obrero socialdemócrata de Rusia. Los vínculos entre el partido ruso y el partido polaco, uno de cuyos dirigentes anteriores a 1917 no era otro que Félix Dzerzhinsky, eran muy estrechos. Numerosos socialdemócratas polacos habían hecho carrera en el partido bolchevique: Dzerzhinsky, Menzhinsky, Unschlicht (todos dirigentes de la GPU), Radek, . . . por citar sólo a los más conocidos.

En 1937-1938, el partido comunista polaco fue completamente liquidado. Los 12 miembros polacos del Comité Central presentes en la Unión Soviética fueron ejecutados, así como todos los representantes polacos en las instancias de la Internacional comunista.

El 28 de noviembre de 1937, Stalin firmó un documento proponiendo la "limpieza" del partido comunista polaco. Generalmente, después de haber hecho depurar un partido, Stalin escogía un nuevo personal dirigente que pertenecía a una u otra de las facciones rivales que habían aparecido en el curso de la purga. En el caso del partido comunista polaco, todas las facciones fueron acusadas de "seguir las instrucciones de los servicios secretos contrarrevolucionarios polacos". El 16 de agosto de 1938, el Comité Ejecutivo de la Internacional votó la disolución del Partido Comunista polaco. Como explica Manuilsky: "los agentes del fascismo polaco se las habían arreglado para ocupar todos los puestos clave del partido comunista polaco".

Al haber sido "engañados", al haber carecido de "vigilancia", los responsables soviéticos de la Internacional comunista fueron, de manera natural, las siguientes víctimas de la depuración: la casi totalidad de los cuadros soviéticos de la Internacional fue liquidada (entre ellos Knorin, miembro del Comité Ejecutivo; Mirov-Abramov, jefe del departamento de mandos), es decir, varios centenares de personas. Solo algunos dirigentes, totalmente sometidos a Stalin, como Manuilsky o Kuusinen, sobrevivieron a la purga de la Internacional.

El Ejército Rojo

Entre las otras categorías duramente golpeadas en los años 1937-1938, y acerca de las cuales se dispone de datos precisos, figuran los militares. [296] El 11 de julio de 1937, la prensa anunció que un tribunal militar, reunido a puerta cerrada, había condenado a muerte, por traición y espionaje, al mariscal Tujachevsky, vicecomisario de Defensa y principal artesano de la modernización del Ejército Rojo (al que diferencias repetidas habían opuesto a Stalin y a Voroshilov desde la campaña de Polonia de 1920), así como a 7 generales del ejército, Yakir (comandante de la región militar de Kiev), Uborevich (comandante de la región militar de Bielorrusia); Eideman, Kork, Putna, Feldman y Primakov. En los 10 días que siguieron, 980 oficiales superiores fueron detenidos; de ellos 21 eran generales de cuerpo de ejército y 37 generales de división.

El asunto de la "conspiración militar", imputada a Tujachevsky y a sus "cómplices", había sido preparado desde hacía varios meses. Los principales acusados fueron detenidos durante el mes de mayo de 1937. Sometidos a interrogatorios "rigurosos" (examinados 20 años más tarde, durante la rehabilitación de Tujachevsky, varias páginas de la declaración del mariscal llevaban restos de sangre), conducidos por el mismo Yezhov, los acusados confesaron poco antes de su juicio. Stalin supervisó personalmente toda la instrucción. Había recibido hacia el 15 de mayo, a través del embajador soviético en Praga, un expediente falsificado, corroborado por los servicios secretos nazis, que contenía cartas falsas intercambiadas entre Tujachevsky y miembros del alto mando alemán. Los servicios alemanes también habían sido manipulados por la NKVD. . .

En dos años, la purga del Ejército Rojo eliminó:

  • A 3 mariscales de 5 (Tujachevsky, Yegorov y Blücher, siendo estos dos últimos eliminados, respectivamente, en febrero y en octubre de 1938);
  • 13 generales de ejército, de 15;
  • 8 almirantes de 9;
  • 50 generales de cuerpo de ejército de 57;
  • 150 generales de división de 186;
  • 16 comisarios de ejército de 16;
  • 25 comisarios de cuerpo de ejército de 28.

Desde mayo de 1937 a septiembre de 1938, 35.020 oficiales fueron detenidos o expulsados del ejército. Sigue sin saberse cuantos fueron ejecutados.

Alrededor de 11.000 (entre ellos los generales Rokossovsky y Gorbatov) fueron vueltos a llamar entre 1939 y 1941. Pero después de septiembre de 1938 tuvieron lugar nuevas depuraciones, de tal manera que el número total de arrestos del Gran Terror en el ejército alcanzó, según las estimaciones más serias, a alrededor de 30.000 mandos de un total de 178.000. [297] Proporcionalmente menos importante de lo que se pensaba por regla general, la "purga" del Ejército Rojo, especialmente en sus escalones más elevados, se hizo sentir en el curso de la guerra ruso-finlandesa de 1940 y a inicios de la guerra germano-soviética, constituyendo una de las desventajas más graves del Ejército Rojo.

A pesar de la amenaza hitleriana, que tomaba menos en serio que otros dirigentes bolcheviques como Bujarin o Litvinov, comisario del pueblo de Asuntos Exteriores hasta abril de 1939, Stalin no dudó en sacrificar la mayor parte de los mejores oficiales del Ejército Rojo en provecho de una reestructuración de mandos completamente nueva, que no conservaba ninguna memoria de los episodios comprometedores referidos a Stalin como "jefe militar" durante la guerra civil y que no tendrían la tentación de enfrentarse, como habían podido hacerlo hombres como el mariscal Tujachevsky, a determinadas decisiones militares y políticas tomadas por Stalin a finales de los años treinta, como era especialmente el caso del acercamiento a la Alemania nazi.

La "intelliguentsia"

La intelliguentsia representa otro grupo social víctima del Gran Terror sobre el cual se dispone de una información relativamente abundante. [298] Desde su constitución como grupo social reconocido, la intelliguentsia rusa había estado, desde mediados del siglo XIX, en el centro de la resistencia frente al despotismo y contra la esclavización del pensamiento. Era natural que la depuración la golpeara de una forma muy particular, estableciendo la continuidad de las primeras oleadas de represión – en comparación muy moderadas – de 1922 y de 1928-1931.

En marzo-abril de 1937, una campaña de prensa estigmatizó el "desviacionismo" en el área de la economía, de la historia y de la literatura. En realidad, todas las ramas del saber y de la creación se convirtieron en objetivos, sirviendo a menudo los pretextos doctrinales y políticos para encubrir rivalidades y ambiciones. Así, en el terreno de la historia, los discípulos de Pokrovski, muerto en 1932, fueron detenidos en su totalidad. Los profesores, encargados de continuar dando conferencias públicas, y por lo tanto susceptibles de influir en un amplio auditorio de estudiantes, eran particularmente vulnerables al poder ser denunciada la menor de sus frases por soplones que padecieran de exceso de celo.

Fueron diezmadas las universidades, los institutos y las academias, fundamentalmente en Bielorrusia (donde 87 de los 105 académicos fueron detenidos como "espías polacos") y en Ucrania. En esta república había tenido lugar una primera depuración de "nacionalistas burgueses" en 1933: varios millares de intelectuales ucranianos fueron detenidos por haber "transformado en guaridas de nacionalistas burgueses y de contrarrevolucionarios la Academia Ucraniana de Ciencias, el Instituto Shevchenko, la Academia Agrícola, el Instituto Ucraniano de Marxismo-Leninismo, y los comisariados del pueblo para la Educación, para la Agricultura y para la Justicia". (discurso de Postyshev del 22 de junio de 1933). La gran depuración de 1937-1938 concluyó en este caso una operación iniciada cuatro años antes.

Los medios científicos, aunque tenían una relación ciertamente lejana con la política, la ideología, la economía o la defensa, se vieron igualmente afectados. Las mayores eminencias de la industria aeronáutica, como Tupolev (el constructor del famoso avión), o Korolev (que estuvo en los orígenes del primer programa espacial soviético), fueron detenidos y enviados a una de esas unidades de investigación de la NKVD descritas por Solzhenitsyn en El Primer Círculo. También fueron detenidos: la casi totalidad (27 de 29) de los astrónomos del gran observatorio de Pulkovo; la casi totalidad de los estadísticos de la dirección central de la economía nacional que acababan de realizar el censo de enero de 1937 anulado por "violación profunda de los fundamentos elementales de la ciencia estadística y de las instrucciones del gobierno"; numerosos lingüistas que se oponían a la teoría, oficialmente aprobada por Stalin, del "lingüista" marxista Marr; y varios centenares de biólogos que rechazaban la charlatanería del "biólogo oficial" Lyssenko. Entre las víctimas más conocidas figuraban el profesor Levit, director del Instituto Médico-genético; Tulaikov, director del Instituto de Cereales; el botánico Yanata y el académico Vavilov, presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, detenido el 6 de agosto de 1940 y muerto en prisión el 26 de enero de 1943.

Acusados de defender puntos de vista "extraños" u "hostiles", de apartarse de las normas del "realismo socialista", escritores, publicistas, gentes del teatro y periodistas pagaron un pesado tributo a la yeszhovschina. Alrededor de 2.000 miembros de la Unión de Escritores fueron detenidos, deportados a campos o ejecutados. Entre las víctimas más célebres figuraba el autor de los Cuentos de Odessa y de Caballería Roja, Isaak Babel (fusilado el 27 de enero de 1940); los escritores Boris Pilniak, Yuri Olesha, Panteleimon Romanov, los poetas Nikolay Klyuev, Nikolay Zabolotsky y Ossip Mandelstam (muerto en un campo de tránsito siberiano el 26 de diciembre de 1938), Gurgen Maari  y Titsian Tabizde.

Fueron detenidos también músicos (el compositor Zheliayev, el director de orquesta Mikoladze), gentes del teatro de primera fila como el gran realizador Vsevolod Meyerhold. A principios de 1938, el teatro Meyerhold fue cerrado por ser "extraño al arte soviético". Tras haberse negado a realizar públicamente su autocrítica, Meyerhold fue detenido en junio de 1939, torturado y ejecutado el 2 de febrero de 1940.

En el curso de estos años, las autoridades intentaron "liquidar definitivamente" – para utilizar una expresión de moda por aquella época – los "últimos residuos clericales". Al haber revelado el censo de enero de 1937 que una amplia mayoría de la población – alrededor del 70% – había contestado afirmativamente a la pregunta "¿es usted creyente?", a pesar de las presiones de diversos órdenes ejercidos sobre ella, los dirigentes soviéticos decidieron lanzar un tercer y último asalto contra la Iglesia.

En abril de 1937 Malenkov envió una nota a Stalin en la que juzgaba superada la legislación sobre cultos y proponía la derogación del decreto del 8 de abril de 1929. "Éste", explicaba, "había creado una base legal para la puesta en funcionamiento por la parte más activa de los miembros del clero y de las sectas, de una organización ramificada de 600.000 individuos hostiles al poder soviético. Es hora", concluía, "de acabar con las organizaciones clericales y la jerarquía eclesiástica". [299]

Millares de sacerdotes y la casi totalidad de los obispos fueron enviados a campos de concentración, pero esta vez un gran número de ellos fue ejecutado. De las 20.000 iglesias y mezquitas que todavía desarrollaban alguna actividad en 1936, menos de 1.000 seguían abiertas al culto a principios de 1941. En cuanto al número de ministros de culto oficialmente registrados, se elevaría, a principios de 1941, a 5.665 (de los cuales más de la mitad procedían de los territorios bálticos, polacos, ucranianos y moldavos incorporados en 1939-1941) mientras que el número había sido superior a 24.000 todavía en 1936. [300]

Los resultados

El Gran Terror, una operación política iniciada y llevada a cabo desde el principio al fin por las más altas instancias del partido, es decir, por Stalin, que dominaba entonces por completo a sus colegas del Buró político, alcanzó sus dos objetivos principales.

El primero era poner en funcionamiento una burocracia civil y militar, formada por mandos jóvenes formados en el espíritu stalinista de los años treinta que, según las palabras de Kaganovich en el XVIII Congreso, "aceptarán cualquier tarea que les sea asignada por el camarada Stalin".

Hasta ahí, las diversas administraciones, mezcla heterogénea de "especialistas burgueses" formados bajo el antiguo régimen y de cuadros bolcheviques, a menudo poco competentes, formados sobre la marcha durante la guerra civil, habían intentado preservar su profesionalidad, sus lógicas administrativas o, sencillamente, su autonomía y sus redes clientelistas, sin plegarse ciegamente al voluntarismo ideológico y a las órdenes del centro. Las dificultades de la campaña de "verificación de cartillas del partido" de 1935, que había chocado contra la resistencia pasiva de los dirigentes comunistas locales, al igual que con el rechazo expresado por la mayoría de los estadísticos frente a la idea de "maquillar" los resultados del censo de enero de 1937 sometiéndolos a los deseos de Stalin, representaban dos ejemplos significativos que obligaban a los dirigentes stalinistas a interrogarse sobre la naturaleza de la administración de la que disponían para gobernar el país. Era evidente que una parte importante de los cuadros, fuesen o no comunistas, no estaba dispuesta a seguir cualquier orden que procedía del centro. Era, por lo tanto, urgente para Stalin reemplazarlos por gentes más "eficaces", es decir, más obedientes.

El segundo objetivo del Gran Terror fue concluir, de manera radical, la eliminación de todos los "elementos socialmente peligrosos", una noción de contornos muy difusos.

Como lo señalaba el Código Penal, se consideraba socialmente peligroso a cualquier individuo "que hubiera cometido un acto peligroso contra la sociedad, o cuyas relaciones con un medio criminal, o cuya actividad pasada, presentaran un peligro". Según estos principios, era socialmente peligrosa la totalidad de la vasta cohorte de los "ex" que habían sido objeto genéricamente en el pasado de medidas represivas: ex kulaks, ex criminales, ex funcionarios zaristas, ex miembros de los partidos menchevique, socialista-revolucionario, etc. Todos estos "ex" fueron eliminados durante el Gran Terror, conforme a la teoría stalinista expresada fundamentalmente en el curso del pleno del Comité Central de febrero-marzo de 1937, según la cual, "cuanto más se avanza hacia el socialismo, más encarnizada es la lucha de los residuos de las clases moribundas".

Durante su discurso en el pleno del Comité Central de febrero-marzo de 1937, Stalin insistió de manera muy particular en la idea del cerco de la URSS, único país "que había construido el socialismo", por parte de las potencias enemigas. Estas potencias limítrofes – Finlandia, los países Bálticos, Polonia, Rumania, Turquía, Japón – ayudadas por Francia y Gran Bretaña, enviaban a la URSS "ejércitos de desviacionistas y de espías", encargados de sabotear la construcción del socialismo. Estado único, sacralizado, la URSS tenía fronteras "sagradas" que constituían otras tantas líneas de frente contra un enemigo exterior omnipresente. No resulta sorprendente que, en este contexto, la caza de espías – es decir, todos aquellos que hubieran tenido algún contacto, por tenue que fuera, con el "otro mundo" – y la eliminación de una potencial y mítica "quinta columna" se hayan encontrado en el corazón del Gran Terror.

A través de las grandes categorías de víctimas – cuadros y especialistas, elementos socialmente peligrosos (los "ex"), los espías, etc. – se comprenden las principales funciones de ese paroxismo de asesinato que tuvo como víctimas a cerca de 700.000 personas en dos años.

El Imperio de los Campos de Concentración

Dimensiones y proyectos económicos

Los años treinta, marcados por una represión sin precedente contra la sociedad, fueron testigos de una formidable expansión del sistema concentracionario. Los archivos del Gulag hoy disponibles, permiten discernir con precisión su evolución en el curso de estos años, sus diferentes reorganizaciones, los flujos y el número de los detenidos, su situación económica, su distribución por tipos de condena, sexo, edad, nacionalidad y nivel de educación. [301]

Por cierto que siguen existiendo algunas zonas de sombra. La burocracia del Gulag funcionaba bien para contabilizar a sus reclusos, a aquellos que habían llegado a destino. Pero no se sabe casi nada en términos estadísticos sobre todos aquellos que no llegaron nunca a destino, sea porque murieron en prisión o bien en el curso de los interminables traslados; y eso incluso a pesar de que no faltan las descripciones de lo que sucedía entre el momento del arresto y la condena.

A mediados del año 1930, alrededor de 140.000 detenidos trabajaban ya en los campos gestionados por la GPU. El inmenso trabajo del canal Báltico-Mar Blanco, que por sí mismo necesitaba una mano de obra servil de 120.000 individuos, aceleró el traslado desde las prisiones hacia los campos de concentración de decenas de millares de detenidos, mientras que los flujos de condenas no dejaron de crecer: 56.000 condenados en 1229 por causas instruidas por la GPU; más de 208.000 en 1930 (además de 1.178.000 condenados en 1929 por asuntos que no dependían de la GPU y 1.238.000 en 1931 [302]). A principios de 1932, más de 300.000 detenidos cumplían condena en las grandes obras de la GPU, donde la tasa de mortalidad anual podía alcanzar el 10% como fue el caso del canal Báltico-Mar Blanco.

En julio de 1934, durante la reorganización de la GPU en la NKVD, el Gulag – la administración principal de los campos – absorbió 780 pequeñas colonias penitenciarias (que agrupaban a 212.000 detenidos aproximadamente) a las que se había juzgado poco productivas y mal gestionadas y que dependían hasta entonces del comisariado del pueblo para la Justicia. Para ser productivo, y a imagen del resto del país, el campo de concentración debía ser grande y especializado.

Inmensos complejos penitenciarios que agrupaban, cada uno, decenas de millares de detenidos iban a tener un lugar primordial en la economía de la URSS stalinista. El 1 de enero de 1935, el sistema ya unificado del Gulag agrupaba a más de 965.000 detenidos, de los que 725.000 estaban en los "campos de trabajo" y 240.000 en las "colonias de trabajo", unidades más pequeñas en donde estaban destinados los individuos "socialmente menos peligrosos", condenados en general a penas inferiores a los 3 años. [303]

Es esa fecha el mapa del Gulag estaba, a grandes rasgos, trazado para las próximas dos décadas. El conjunto penitenciario de las islas Solovky, que contaba con alrededor de 45.000 detenidos, había dispersado sus "campos volantes" que se desplazaban en virtud de las obras de talas de bosques a la vez por Carelia, el litoral del Mar Blanco y la región de Vologda. El gran conjunto del Svirlag, que agrupaba a alrededor de 43.000 detenidos, tenía como tarea aprovisionar de madera para calefacción al conjunto de la población de Leningrado, mientras que el de Temnikovo, con 35.000 detenidos, estaba encargado de funciones idénticas respecto de la población de Moscú.

A partir de la estratégica encrucijada de Kotlas, una "vía del noreste" empujaba sus rieles, sus talas de bosques y sus minas hacia el oeste – Vym, Ujta, Pechora y Vorkuta. El Oujpechlag explotaba a 51.000 detenidos en la construcción de caminos, en las minas de carbón y en los campos petrolíferos de esta región del extremo Norte. Otra ramificación partía hacia el norte de los Urales y los complejos químicos de Dolikamsk y de Berezniki, mientras que hacia el sureste el conjunto de los campos de Siberia occidental, y sus 63.000 detenidos, proporcionaba mano de obra gratuita para el gran complejo hullero de Kuzbassugol.

Más al sur, en la región de Karaganda, en Kazajstán, los "campos agrícolas" del Steplag, que contaban con 30.000 detenidos, experimentaban con una nueva fórmula para la revalorización de las estepas. El régimen era allí, al parecer, menos riguroso que en la obra más grande de mediados de los años treinta, el Dmitlag (196.000 detenidos), encargado en 1933, después de la construcción del canal Báltico-Mar Blanco, de la construcción del segundo canal stalinista: el canal Moscú-Volga.

Otra gran obra faraónica fue el BAM (Baikalo-Amurskaya Maguistral), la línea ferroviaria que debía doblar al Transiberiano desde el lago Baikal hasta el Amur. A principios de 1935, alrededor de 150.000 detenidos del conjunto concentracionario del Bamlag, repartidos en una treintena de "divisiones" trabajaban en el primer ramal de la vía férrea. En 1939, el Bamlag era, con sus 260.000 detenidos, el conjunto concentracionario soviético más vasto.

Finalmente, desde 1932, un conjunto de campos (el Sevvostlag, los campos del noreste) trabajaba para un complejo altamente estratégico, el Dal'stroi, encargado de la producción del oro exportado para comprar el equipo occidental necesario para la industrialización. Los yacimientos de oro estaban situados en una región particularmente inhóspita, la Kolymá. Completamente aislada, puesto que no se podía acceder a ella más que por mar, la Kolymá iba a convertirse en la región símbolo del Gulag. Su lugar principal y puerto de entrada de los proscriptos, Magadan, fue edificado por los mismos detenidos. Su "calzada" fue también construida por los detenidos y solo unía campos cuyas condiciones de vida particularmente inhumanas han sido magistralmente descriptas en las novelas de Varlam Shalamov. De 1932 a 1939, la producción de oro extraído por los detenidos de Kolymá – eran 138.000 en 1939 – pasó de 176 kilos a 48 toneladas; es decir, el 35% de la producción soviética de ese año. [304]

En junio de 1935, el gobierno inició un nuevo gran proyecto que no podía ser llevado a cabo más que con una mano de obra penal: la construcción del gran complejo de producciones de níquel en Norilsk, más allá del círculo polar. El conjunto concentracionario de Norilsk iba a contar, en el apogeo del Gulag a principios de los años cincuenta, con hasta 70.000 detenidos.

La organización

La función productiva del campo denominado de "trabajo correctivo" estaba claramente reflejada en las estructuras internas del Gulag. Las direcciones centrales no eran ni geográficas ni funcionales, sino económicas: dirección de las construcciones hidroeléctricas, dirección de las construcciones ferroviarias, dirección de puentes y caminos, etc. Entre estas direcciones penitenciarias y las direcciones de los ministerios industriales, el detenido o el colono especial era una mercadería que constituía objeto de contratos. [305]

En la segunda mitad de los años treinta, la población del Gulag se duplicó, pasando de 965.000 detenidos a principios de 1935, a 1.930.000 para principios de 1941. Tan solo en el curso del año 1937 aumentó en 700.000 personas. [306] La afluencia masiva de nuevos detenidos desorganizó a tal punto la producción de ese año que su valor disminuyó en un 13% en relación con 1936. Continuó estancada en 1938, hasta que el nuevo comisario del pueblo para el Interior, Lavrenti Beria, tomó medidas enérgicas para "racionalizar" el trabajo de los detenidos.

En una nota del 10 de abril de 1939, dirigida al Buró político, Beria expuso su "programa de reorganización del Gulag". Su predecesor, Nikolay Yezhov, explicaba en sustancia, había privilegiado la "caza de los enemigos" en detrimento de una "sana gestión económica". La norma de alimentación de los detenidos, que era de 1.400 calorías al día, había sido calculada para "gente sentada en prisión". También el número de individuos aptos para el trabajo se había reducido en el curso de los años precedentes; 250.000 detenidos no eran aptos para el trabajo al 1 de marzo de 1939 y el 8% del conjunto de los detenidos habían muerto tan solo en el curso del año 1938. Para tener esperanzas de que se pudiera realizar el plan de producción desarrollado por la NKVD, Beria proponía un aumento de las raciones alimenticias, la supresión de todas las liberaciones anticipadas, el castigo ejemplar de todos los holgazanes y de otros "desorganizadores de la producción" y, finalmente, la prolongación del período de trabajo que llegaría hasta las 11 horas por día, con tres días de descanso por mes, a fin de "explotar racionalmente" y al máximo toda la capacidad física de los detenidos".

Contrariamente a una idea ampliamente compartida, los archivos del Gulag ponen de manifiesto que la rotación de los detenidos fue importante ya que del 20 al 35% de ellos eran liberados cada año. Esta rotación se explica por el número relativamente elevado de las penas inferiores a los 5 años, que representaban el 57% de los presos en los campos de concentración a principios de 1940.

La arbitrariedad que caracterizaba a una administración y a una jurisdicción de excepción, fundamentalmente para los "políticos" encarcelados en 1937-1938, no dudó, 10 años más tarde, en reiniciar las penas que estaban a punto de concluir. Sin embargo, la entrada en el campo no significaba, por regla general, un pasaje de ida solamente. Hubo toda una serie de "penas anexas" tales como la asignación de residencia o el destierro que estaban contempladas para "después del campo".

También en contra de otra opinión corriente, los campos del Gulag estaban lejos de acoger a la mayoría de los políticos condenados por "actividades contrarrevolucionarias" en virtud de uno de los 14 párrafos del tristemente célebre artículo 58 del Código Penal. El contingente de los políticos oscilaba, según los años, entre una cuarta y una tercera parte de los efectivos del Gulag. Los otros detenidos no eran, por lo tanto, más que presos comunes en el sentido habitual del término. Habían ido a parar a un campo de concentración por haber violado alguna de las innumerables leyes represivas que sancionaban casi cada esfera de la actividad, desde la "dilapidación de la propiedad socialista", la "infracción a la ley de salvoconducto", el "gamberrismo", la "especulación", hasta el "abandono del puesto de trabajo", el "sabotaje" o incluso la "no realización del número mínimo de horas de trabajo" en los koljozes.

En realidad, la mayoría de los detenidos del Gulag no eran ni políticos ni delincuentes comunes en el sentido habitual del término, sino ciudadanos "ordinarios", víctimas de la penalización general de las relaciones de trabajo y de un número de compartimentos sociales que crecía sin cesar. Tal era el resultado de una década de represión llevada a cabo por el Partido-Estado contra sectores cada vez más amplios de la sociedad. [307]

El drama en números

Intentemos elaborar un balance provisional de los diversos aspectos de esta represión que, naturalmente, no se sitúan en el mismo plano.

  • 6.000.000 de muertos después de la hambruna de 1932-1933; una catástrofe en muy buena medida imputable a la política de colectivización forzada y de requisa depredadora de las cosechas de los kolhozes llevada a cabo por el Estado;
  • 720.000 ejecuciones, de las cuales más de 680.000 se produjeron en los años 1937-1938, en virtud de una parodia de juicio seguida por la jurisdicción especial de la GPU/NKVD;
  • 300.000 fallecimientos atestiguados en los campos entre 1934 y 1940, sin duda por extrapolación para los años 1930-1933, para los cuales no se dispone de datos precisos; alrededor de 400.000 para el conjunto de la década, sin contar el número no verificable de personas muertas entre el momento de su arresto y de su registro en calidad de "entradas" por la burocracia penitenciaria;
  • 600.000 fallecimientos, aproximadamente, atestiguados entre los deportados, "desplazados" o colonos especiales;
  • alrededor de 2.200.000 deportados, desplazados o colonos especiales;
  • una cifra acumulada de entradas en los campos y colonias del Gulag de 7.000.000 de personas entre 1934 y 1941, con los años 1930-1933 de datos insuficientemente precisos.

El 1 de enero de 1940, los 53 conjuntos de "campos de trabajo correctivo" y las 425 "colonias de trabajo correctivo" agrupaban a 1.670.000 detenidos. Un año más tarde contaban con 1.930.000. Las prisiones tenían en su interior alrededor de 200.000 personas que esperaban juicio o su traslado a un campo de concentración. Finalmente, 1.800 comandancias de la NKVD gestionaban a más de 1.200.000 colonos especiales. [308]

Incluso fuertemente revisadas a la baja en relación con algunas estimaciones hasta hace poco avanzadas por historiadores o testigos que confundían a menudo el flujo de entrada en el Gulag y el número de detenidos presentes en tal o cual fecha, estas cifras dan la medida de la represión de la que fueron víctimas las capas más variadas de la sociedad soviética en el curso de los años treinta.

De finales de 1939 al verano de 1941, los campos, las colonias y las poblaciones especiales del Gulag conocieron una nueva afluencia de proscriptos. Este movimiento estaba relacionado con la sovietización de nuevos territorios y con una criminalización sin precedentes de los comportamientos sociales, fundamentalmente en el mundo del trabajo.

El pacto Ribbentrop-Molotov

El 24 de agosto de 1939, el mundo, estupefacto, conoció la noticia de la firma, la víspera, de un tratado de no agresión entre la URSS stalinista y la Alemania hitleriana. El anuncio del pacto produjo en verdadero trauma en los países europeos directamente interesados en la crisis, cuya opinión pública no había sido preparada para lo que parecía un cambio total de las alianzas, habiendo comprendido entonces pocos espíritus lo que podía unir a unos regímenes con ideologías tan opuestas.

El 21 de agosto de 1939, el gobierno soviético había suspendido las negociaciones que llevaba a cabo con la misión anglo-francesa llegada a Moscú el 11 de agosto, con la finalidad de concluir un acuerdo que comprometiera recíprocamente a las tres partes en caso de agresión alemana contra una de ellas. Desde inicios del año 1939, la diplomacia soviética, dirigida por Vyacheslav Molotov, se había distanciado progresivamente de la idea de un acuerdo con Francia y Gran Bretaña, a las que se sospechaba capaces de estar dispuestas a concluir un nuevo Munich a costa de los polacos, lo que habría dejado a los alemanes con las manos libres en el Este.

Mientras que las negociaciones, entre soviéticos por un lado y británicos y franceses por el otro, se empantanaban en problemas insolubles – por ejemplo, en caso de agresión alemana contra Francia, ¿cómo atravesaría el Ejército Rojo a Polonia para atacar a Alemania? – los contactos entre los representantes soviéticos y alemanes en distintas áreas adquirieron un nuevo giro. El 14 de agosto, el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Ribbentrop, propuso viajar a Moscú para concluir un amplio acuerdo político con los dirigentes soviéticos. Al día siguiente, Stalin aceptó.

El 19, los alemanes y soviéticos firmaron un acuerdo comercial que estaba en curso de negociación desde 1938 y que se anunciaba muy ventajoso para la Unión Soviética. Aquella misma tarde los soviéticos aceptaron que Ribbentrop acudiera a Moscú para firmar un pacto de no agresión ya elaborado por la parte soviética y transmitido inmediatamente a Berlín. El ministro alemán, dotado de "plenos poderes extraordinarios", llegó a Moscú en la tarde del 23 y el tratado de no agresión firmado durante la noche fue hecho público el 24. Con una vigencia de 10 años, entraba en vigor de manera inmediata.

La parte más importante del acuerdo, que delimitaba las esferas de influencia y las anexiones de ambos países en Europa del Este, permaneció evidentemente secreta. Hasta 1989, los dirigentes soviéticos negaron, contra toda evidencia, la existencia de este "protocolo secreto", verdadero "crimen contra la paz", perpetrado por las potencias signatarias. Según los términos de este texto, Lituania entraba en la esfera de intereses alemana, y Estonia, Letonia, Finlandia y  Besarabia, en la esfera soviética. En cuanto a Polonia, si bien la cuestión del mantenimiento de un residuo de Estado polaco quedaba en suspenso, la URSS debía en todo caso recuperar, después de la intervención militar de los alemanes y de los soviéticos contra Polonia, los territorios bielorrusos y ucranianos cedidos después del Tratado de Riga de 1920, así como parte de los territorios "histórica y étnicamente polacos" de las provincias de Lublin y de Varsovia.

La invasión rusa de Polonia

Ocho días después de la firma del pacto, las tropas nazis atacaron Polonia. Una semana más tarde, el 9 de septiembre, ante el colapso de la resistencia polaca y la insistencia de los alemanes, el gobierno soviético comunicó a Berlín su intención de ocupar rápidamente los territorios que debían serles restituidos según los términos del protocolo secreto del 23 de agosto. El 17 de septiembre, el Ejército Rojo entró en Polonia con el pretexto de "venir en ayuda de los hermanos de sangre ucranianos y bielorrusos" amenazados por "la disgregación del Estado polaco". La intervención soviética en un momento en que el ejército polaco estaba totalmente aniquilado encontró poca resistencia. Los soviéticos capturaron a 230.000 prisioneros de guerra, de los cuales 15.000 eran oficiales. [309]

La idea, sostenida por un momento por alemanes y soviéticos, de dejar un Estado polaco fue rápidamente abandonada, lo que convirtió en más delicada la fijación de la frontera entre Alemania y la URSS. Prevista el 22 de septiembre sobre el Vístula en Varsovia, fue empujada hacia el este hasta el Bug, durante la venida de Ribbentrop a Moscú el 28 de septiembre. A cambio de esta "concesión" soviética en relación con los términos del protocolo secreto del 23 de agosto, Alemania incluyó a Lituania en la esfera de intereses soviéticos.

El reparto de Polonia le permitió a la URSS anexionar vastos territorios de 180.000 kilómetros cuadrados, poblados por 12.000.000 de habitantes bielorrusos, ucranianos y polacos. El 1 y el 2 de noviembre, después de un simulacro de consulta popular, estos territorios fueron unidos a las repúblicas soviéticas de Ucrania y de Bielorrusia.

En esta fecha ya estaba bien avanzada la "limpieza" de estas regiones llevada a cabo por la NKVD. Los primeros objetivos eran los polacos, detenidos y deportados en masa como "elementos hostiles". Entre los más expuestos a la represión figuraban los propietarios de bienes raíces, los industriales, los comerciantes, los funcionarios, los policías y los "colonos militares" (asadnicy wojskowi) que habían recibido del gobierno polaco un fundo de tierra en las regiones fronterizas como recompensa por sus actos de servicio durante la guerra soviético-polaca de 1920. Según las estadísticas del departamentos de colonos especiales del Gulag, entre febrero de 1940 y junio de 1941, 318.000 civiles polacos de tan solo los territorios incorporados por la URSS en septiembre de 1939 fueron deportados como colonos especiales a Siberia, la región de Arkángel, el Kazajstán y otras regiones alejadas de la URSS. [310] Las cifras retenidas por los historiadores polacos son mucho más elevadas, del orden de 1.000.000 de personas deportadas. [311] No disponemos desgraciadamente de ningún dato preciso sobre el arresto y las deportaciones de civiles llevadas a cabo entre septiembre de 1939 y enero de 1940.

Para el período posterior, los documentos de los archivos actualmente disponibles hacen referencia a tres grandes "deportaciones-redadas": las de los días 9 y 10 de febrero, las del 12 y 13 de abril, y las del 28 y 29 de junio de 1940. [312] Se necesitaron dos meses para que los convoyes pudieran llevar a cabo un viaje de ida y vuelta entre la frontera polaca y Siberia, el Kazajstán o el extremo Norte.

Por lo que se refiere a los prisioneros de guerra polacos, solo 82.000 de los 230.000 sobrevivieron hasta el verano de 1941. Las pérdidas entre los colonos especiales polacos fueron igualmente muy elevadas. En efecto, en agosto de 1941, después de un acuerdo con el gobierno polaco en el exilio, el gobierno soviético concedió una "amnistía" a los polacos deportados desde noviembre de 1939, pero no queda huella más que de 243.100 colonos especiales, mientras que al menos 381.000 fueron deportados entre febrero de 1940 y junio de 1941. En total, 388.000 polacos prisioneros de guerra, refugiados internados y deportados civiles se beneficiaron de la amnistía. Varios centenares de millares habían desaparecido en el curso de los dos años anteriores. Un gran número de ellos fue ejecutado bajo el pretexto de que habían sido "enemigos encarnizados y decididos del poder soviético".

Entre éstos figuraban fundamentalmente los 25.700 oficiales y civiles polacos que Beria, en una carta dirigida a Stalin el 5 de marzo de 1940, había propuesto fusilar. Una parte de los osarios que contenían los cuerpos de los asesinados fue descubierta en abril de 1943 por los alemanes en el bosque de Katyn. Varias fosas comunes contenían los restos de 4.000 oficiales polacos. Las autoridades soviéticas intentaron imputar la matanza a los alemanes y hasta 1992, durante una visita de Boris Yeltsin a Varsovia, las autoridades rusas no reconocieron la responsabilidad directa de Stalin y de los miembros del Buró político en la eliminación de la élite polaca en 1940.

Los países bálticos

Inmediatamente después de la anexión de las regiones que habían pertenecido a Polonia, y conforme a los acuerdos concluidos con la Alemania nazi, el gobierno soviético convocó en Moscú a los jefes de los gobiernos estonio, letón y lituano, y les impuso "tratados de asistencia mutua" en virtud de los cuales estos países "concedían" bases militares a la URSS. Inmediatamente después, 25.000 soldados soviéticos se instalaron en Estonia; 30.000 en Letonia y 20.000 en Lituania. Estos efectivos superaban ya ampliamente a los de los ejércitos de esos países, que todavía eran oficialmente independientes.

La instalación de las tropas soviéticas en octubre de 1939 marcó verdaderamente el final de la independencia de los países bálticos. El 11 de octubre, Beria dio la orden de "extirpar a todos los elementos antisoviéticos y antisociales" de estos países. A partir de allí, la policía militar soviética multiplicó los arrestos de los oficiales, de los funcionarios y de los intelectuales considerados como "poco seguros" en relación con los objetivos últimos de la URSS.

En junio de 1940, a continuación de la ofensiva-relámpago victoriosa de las tropas alemanas en Francia, el gobierno soviético decidió concretar todas las cláusulas del protocolo secreto del 23 de agosto de 1939. El 14 de junio, pretextando "actos de provocación contra las guarniciones soviéticas", dirigió un ultimátum a los dirigentes bálticos, obligándoles a formar un gobierno dispuesto a garantizar una aplicación "honrada" del tratado de asistencia y a someter a los adversarios del mencionado tratado.

En los días que siguieron, varios centenares de millares de soldados soviéticos ocuparon los países bálticos. Stalin envió a las capitales de los países bálticos a sus representantes encargados de emprender la sovietización de las tres repúblicas: al fiscal Vizhinsky a Riga, a Zhdanov a Tallinn y al dirigente de la policía soviética Dekanozov, viceministro de Asuntos Exteriores de la URSS, a Kaunas. Los parlamentos y las instituciones locales fueron disueltos y la mayoría de los miembros detenidos. El partido comunista fue el único partido autorizado para presentar candidatos a las "elecciones" que tuvieron lugar los días 14 y 15 de julio de 1940.


La carta de Beria a Stalin del 5 de marzo de 1940

Carta de L. Beria, comisario del pueblo para el Interior, a Stalin del 5 de marzo de 1940.

MUY SECRETO

Al Camarada Stalin.

Un gran número de antiguos oficiales del ejército polaco, de antiguos funcionarios de la policía y de los servicios de información polacos, de miembros de partidos nacionalistas contrarrevolucionarios, de miembros de organizaciones de oposición contrarrevolucionaria debidamente desenmascarados, de tránsfugas y demás, todos ellos enemigos jurados del poder soviético, llenos de odio contra el sistema soviético, se encuentran actualmente detenidos en campos de prisioneros de guerra de la NKVD de la URSS y en prisiones situadas en las regiones occidentales de Ucrania y Bielorrusia.

Los oficiales del ejército y de la policía prisioneros en los campos intentan continuar con sus actividades contrarrevolucionarias y realizan una agitación antisoviética. Todos ellos solo esperan su liberación para entrar activamente en combate contra el poder soviético.

Los órganos de la NKVD en las regiones occidentales de Ucrania y de Bielorrusia han descubierto numerosas organizaciones rebeldes contrarrevolucionarias. Los antiguos oficiales del ejército y de la policía polacos, así como los policías, representan un activo papel a la cabeza de todas estas organizaciones.

Entre los antiguos tránsfugas y aquellos que han violado las fronteras del Estado figuran muchas personas que han sido identificadas como pertenecientes a organizaciones contrarrevolucionarias de espionaje y de resistencia.

En los campos de prisioneros de guerra se encuentran detenidos 14.736 oficiales, funcionarios, propietarios de bienes raíces, policías, gendarmes, funcionarios de prisiones, colonos instalados en las regiones fronterizas (osadniki) y agentes de inteligencia (de los que más del 97% son polacos). En este número no se incluyen ni los soldados rasos ni los suboficiales.

Se incluyen:

— Generales, coroneles y tenientes coroneles: 295

— Comandantes y capitanes: 2.080

— Tenientes, subtenientes y aspirantes: 6.049

— Oficiales y suboficiales de la policía, de aduanas y de la gendarmería: 1.030

— Agentes de policía, gendarmes, funcionarios de prisiones y agentes de inteligencia: 5.138

— Funcionarios, propietarios de bienes raíces, sacerdotes y colonos de las regiones fronterizas: 144

Además, están detenidos 18.632 hombres en las prisiones de las regiones occidentales de Ucrania y de Bielorrusia (de los que 10.685 son polacos).

Se incluyen:

— Antiguos oficiales: 1.207

— Antiguos agentes de inteligencia, de la policía y de la gendarmería: 5.141

— Espías y saboteadores: 347

— Antiguos propietarios de bienes raíces, propietarios de fábricas y funcionarios: 465

— Miembros de diversas organizaciones contrarrevolucionarias de resistencia y elementos diversos: 5.345

— Desertores: 6.127

Dado que todos estos individuos son enemigos encarnizados e irreductibles del poder soviético, la NKVD de la URSS considera que es necesario:

1)- Ordenar a la NKVD de la URSS que juzgue ante tribunales especiales:

a)- A 14.700 antiguos oficiales, funcionarios, propietarios de bienes raíces, agentes de policía, agentes de inteligencia, gendarmes, colonos de las regiones fronterizas y funcionarios de prisiones detenidos en campos de prisioneros de guerra;

b)- así como a 11.000 miembros de las diversas organizaciones contrarrevolucionarias de espías y saboteadores, a los antiguos propietarios de bienes raíces, propietarios de fábricas, antiguos oficiales del ejército polaco, funcionarios y desertores que han sido detenidos y están confinados en las prisiones de las regiones occidentales de Ucrania y Bielorrusia para APLICARLES LA PENA MÁXIMA: LA PENA DE MUERTE MEDIANTE FUSILAMIENTO.

2)- El estudio de los expedientes individuales se realizará sin comparecencia de los detenidos y sin auto de procesamiento. Las conclusiones del sumario y la sentencia final serán presentadas de la manera siguiente:

a)- bajo la forma de certificados expedidos a los individuos detenidos en los campos de prisioneros de guerra por la administración de asuntos de prisioneros de guerra de la NKVD de la URSS;

b)- bajo forma de certificados expedidos a las otras personas por la NKVD de la RSS de Ucrania y la NKVD de la RSS de Bielorrusia.

3. Los expedientes serán examinados y las sentencias dictadas por un tribunal compuesto por tres personas, los camaradas Merkulov, Kobulov y Bachalov.

El comisario del pueblo para el Interior de la URSS

L. Beria


En las semanas anteriores, la NKVD, bajo la dirección del general Serov, arrestó entre 15.000 y 20.000 "elementos hostiles". Solo en Letonia, 1.480 opositores fueron sumariamente ejecutados a principios del mes de julio. Los parlamentos surgidos de las elecciones solicitaron la admisión de países en el seno de la URSS, petición que, naturalmente, fue "concedida" a principios de agosto por el Soviet Supremo que proclamó el nacimiento de tres nuevas repúblicas socialistas soviéticas. El 8 de agosto, Pravda escribía: "El sol de la gran Constitución stalinista expande ahora sus rayos benefactores sobre nuevos territorios y nuevos pueblos". Comenzaba para los bálticos un período de arrestos, deportaciones y ejecuciones.

Los archivos han conservado los detalles del desarrollo de una gran operación de deportación de elementos socialmente hostiles de los países bálticos, de Moldavia, Bielorrusia y de Ucrania occidental, realizada en la noche del 13 al 14 de junio de 1941 bajo las órdenes del general Serov. Esta operación había sido planificada algunas semanas antes, el 16 de mayo de 1941, al dirigir Beria a Stalin su último proyecto de "operación de limpieza en las regiones recientemente integradas en la URSS de sus elementos antisoviéticos, socialmente extraños y criminales".

En total, 85.716 personas debían ser deportadas en junio de 1941, de las cuales 25.711 eran bálticas. En su informe de fecha 17 de julio de 1941, Merkulov, el número dos de la NKVD, realizó el balance de la parte báltica de la operación. Durante la noche del 13 al 14 de junio de 1941 fueron deportados 11.038 miembros de familias "nacionalistas burgueses", 3.240 miembros de familias de antiguos gendarmes y policías, 7.124 miembros de antiguos propietarios de bienes raíces, industriales, funcionarios, 1.649 miembros de familias de antiguos oficiales y, finalmente, 2.907 "varios". Resulta claro, según este documento, que los cabezas de familia habían sido arrestados previamente y probablemente ejecutados. La operación del 13 de junio no tenía como objetivo, en efecto, más que los "miembros de las familias" juzgadas "socialmente extrañas". [313]

¡Cada familia tuvo derecho a 100 kilos de equipaje – incluida la alimentación para un mes – no ocupándose la NKVD del suministro durante el traslado! Los convoyes no llegaron a destino hasta finales del mes de julio de 1941, para la mayor parte en la provincia de Novossibirsk así como en Kazajstán. Algunos no alcanzaron su lugar de deportación, la región del Altai, ¡hasta mediados de septiembre! ¿Cuántos deportados murieron en el curso de las seis a doce semanas de viaje, hacinados en grupos de cincuenta por cada vagón de ganado con lo que pudieron juntar como efectos y alimentos durante la noche de su arresto?

23 Millones de nuevos ciudadanos

Para la noche del 27 al 28 de junio de 1941 Beria planificó otra operación de gran envergadura. La elección de esta fecha confirma que los más altos dirigentes del Estado soviético no preveían ningún ataque alemán para el 22 de junio. La operación Barbarroja retrasó en algunos años la continuación de la "limpieza" realizada por la NKVD en los países bálticos.

Algunos días después de la ocupación de los países bálticos, el gobierno soviético dirigió a Rumania un ultimátum exigiendo el "regreso" inmediato a la URSS de Besarabia, que había formado parte del Imperio zarista y había sido mencionada en el protocolo secreto soviético-alemán del 23 de agosto de 1939. Solicitaba además la transferencia a la URSS de la Bukovina del Norte, que no había formado nunca parte del Imperio zarista.

Obligados por los alemanes, los rumanos se sometieron. La Bukovina y una parte de Besarabia fueron incorporadas a Ucrania. El resto de Besarabia se convirtió en la República Socialista Soviética de Moldavia, proclamada el 2 de agosto de 1940. Ese mismo día, Kobulov, adjunto de Beria, firmó una orden de deportación de 31.699 "elementos antisoviéticos" que vivían en los territorios de Moldavia y de 12.191 "elementos antisoviéticos" adicionales procedentes de las regiones rumanas incorporadas a Ucrania. En algunos meses, todos estos "elementos" habían sido debidamente fichados de acuerdo con una técnica muy experimentada. La víspera, el 1 de agosto de 1940, Molotov había elevado ante el Soviet Supremo un cuadro triunfalista de los logros de la alianza germano-soviética: en un año, 23.000.000 de habitantes habían sido incorporados a la Unión Soviética.

El apogeo del Gulag

Pero el año 1940 fue también notable por otra razón: el número de detenidos del Gulag, de deportados, de personas encarceladas en las prisiones soviéticas y de condenas penales alcanzó su apogeo. El 1 de enero de 1941 los campos de concentración del Gulag contaban con 1.930.000 detenidos, es decir, un aumento de 270.000 detenidos en un año. Más de 500.000 personas de los territorios "sovietizados" habían sido deportados, añadiéndose a 1.200.000 colonos especiales contabilizados a finales de 1939. Las prisiones soviéticas, de una capacidad teórica de 234.000 plazas, encerraban en su interior a más de 462.000 individuos. [314] Finalmente, el número total de las condenas penales conoció ese año un crecimiento excepcional que pasó en un año de 700.000 aproximadamente, a más de 2.300.000. [315]

Este aumento espectacular fue el resultado de una penalización sin precedentes de las relaciones sociales. Para el mundo del trabajo, el año 1940 permaneció en la memoria colectiva como el del decreto del 26 de junio "sobre la adopción de la jornada de ocho horas, de la semana de siete días y la prohibición para los obreros de abandonar la empresa por propia iniciativa". Cualquier ausencia injustificada, comenzando por un retraso superior a los 20 minutos, fue además sancionada penalmente. El trasgresor podía ser castigado con una pena de seis meses de "trabajos correctivos" sin privación de libertad, y con una retención del 25% de su salario, pena que podía ser agravada por un encarcelamiento de dos a cuatro meses.

El 10 de agosto de 1940, otro decreto fijó las sanciones de uno a tres años de campo de concentración para los "actos de gamberrismo", la producción de piezas defectuosas y los pequeños hurtos en el lugar de trabajo. En las condiciones de funcionamiento de la industria soviética, cualquier obrero podía caer bajo el peso de esta nueva ley.

Estos decretos, que permanecerían en vigor hasta 1956, marcaban una nueva etapa en la penalización del derecho al trabajo. En el curso de los seis primeros meses de su aplicación, más de 1.500.000 personas fueron condenadas, de las que cerca de 400.000 lo fueron a penas de prisión. Lo que explica el muy considerable incremente del número de detenidos en las prisiones a partir del verano de 1940. El número de gamberros condenados a penas de campos de concentración pasó de 108.000 en 1939 a 200.00 en 1940. [316]

El ataque alemán

El final del Gran Terror fue, por lo tanto, relevado desde 1932 por una nueva ofensiva contra la gente corriente que se negaba a plegarse a la disciplina de la fábrica o del kolhoz. En respuesta a las leyes inicuas del verano de 1940, un número importante de obreros, a juzgar por los datos de los informadores de la NKVD, dieron prueba de "estados de espíritu malsanos", fundamentalmente durante las primeras semanas de la invasión nazi. Deseaban abiertamente "la eliminación de los judíos y de los comunistas" y difundían – como aquél obrero moscovita cuyas frases fueron transmitidas a la NKVD – "rumores provocadores": "cuando Hitler toma nuestras ciudades hace colocar carteles que dicen: yo no conduciré a los obreros a un tribunal cuando lleguen con veinte minutos de atraso como lo hace vuestro gobierno". [317]

Frases de este tipo eran sancionadas con la mayor severidad, como lo indica un informe del fiscal general militar sobre los crímenes y delitos cometidos en los ferrocarriles entre el 22 de junio y el 1 de septiembre de 1941, haciendo referencia a 2.524 condenas, de las cuales 204 fueron a la pena capital. Entre estas condenas no se contaban al menos 412 por "difusión de rumores contrarrevolucionarios". Por ese crimen fueron condenados a muerte 110 ferroviarios. [318]

Un conjunto de documentos publicado recientemente sobre "el espíritu crítico" existente en Moscú durante los primeros meses de la guerra [319] subraya la evolución de "la gente común" frente al avance alemán durante el verano de 1941. Los moscovitas parecen haberse dividido en tres grupos: los "patriotas"; un "pantano" donde nacían y se difundían todos los rumores; y los "derrotistas" que deseaban la victoria de los alemanes sobre "los judíos y los bolcheviques", a los que se consideraba semejantes y se los detestaba.

En octubre de 1941, durante el desmantelamiento de las fábricas con vistas a su evacuación hacia el Este del país, se produjeron "desórdenes antisoviéticos" en algunas empresas textiles de la región de Ivanovo. [320] Las frases derrotistas pronunciadas por algunos obreros revelaban el estado de desesperación en el que se encontraba una parte del mundo obrero sometido desde 1940 a una legislación cada vez más dura.

No obstante, la soberbia nazi terminó por reconciliar en un gran estallido de patriotismo al pueblo llano con el régimen, dado que no reservaba ningún porvenir para los Untermenschen soviéticos, condenados al exterminio o, como mucho, a la esclavitud. Muy hábilmente, Stalin supo reafirmar con fuerza los valores rusos, nacionales y patrióticos. En su célebre discurso difundido por radio el 3 de julio de 1941, para dirigirse a la nación retomó el viejo llamamiento que había mantenido unida a la comunidad nacional a través de los siglos: "Hermanos y hermanas: un grave peligro amenaza a nuestra patria". Las referencias a "la gran nación rusa de Plejanov, de Lenin, de Pushkin, de Tolstoy, de Tchaikovsky, de Chejov, de Lermontov, de Suvorov y de Kutuzov" debían servir de apoyo a la "guerra sagrada", a la "gran guerra patria". El 7 de noviembre de 1941, al pasar revista a los batallones de voluntarios que partían hacia el frente, Stalin les conjuró para que se batieran bajo la inspiración del "glorioso ejemplo de nuestros antepasados Alexander Nevsky y Dimitri Donskoi". El primero de ellos, en el Siglo XIII había salvado a Rusia de los caballeros teutónicos, y el segundo, un siglo más tarde, había puesto fin al yugo tártaro.

El reverso de una victoria

La limpieza étnica

Entre los numerosos "agujeros negros" de la historia soviética figuró durante mucho tiempo, como secreto particularmente bien guardado, el episodio de la deportación, en el curso de la "gran guerra patria", de pueblos enteros de los que se sospechaba colectivamente que habían realizado "maniobras de diversión, espionaje y colaboración" con el ocupante nazi. Solo a partir de los años cincuenta las autoridades reconocieron que habían tenido lugar "excesos" y "generalizaciones" en la acusación de "colaboración colectiva".

En los años sesenta se restableció la existencia jurídica de varias repúblicas autónomas borradas del mapa por colaboración con el ocupante. Sin embargo, solo a partir de 1972 los súbditos de pueblos deportados recibieron finalmente la autorización teórica para "escoger libremente su lugar de residencia". Y solo a partir de 1989 los tártaros de Crimea fueron plenamente "rehabilitados". Hasta mediados de los años sesenta el mayor secreto rodeó el levantamiento progresivo de las sanciones impuestas sobre los "pueblos castigados" y los decretos anteriores a 1964 no fueron nunca publicados. Fue preciso esperar a la "declaración del Soviet Supremo" del 14 de noviembre de 1989 para que el Estado soviético reconociera finalmente "la ilegalidad criminal de los actos bárbaros cometidos por el régimen stalinista contra pueblos que fueron deportados masivamente".

La deportación de los alemanes

Los alemanes fueron el primer grupo étnico deportado colectivamente algunas semanas después de la invasión de la URSS por la Alemania nazi. Según el censo de 1939, vivían en la URSS 1.427.000 alemanes, descendiendo la mayoría de ellos de los colonos alemanes invitados por Catalina II, ella misma oriunda de Hesse, para que poblaran las vastas superficies vacías del Sur de Rusia. En 1924 el gobierno soviético había creado una República autónoma de los alemanes del Volga. Estos "alemanes del Volga", que sumaban unas 370.000 personas, no representaban más que aproximadamente la cuarta parte de una población de origen alemán repartida también por Rusia (en las regiones de Saratov, Stalingrado, Voronezh, Moscú, Leningrado, etc.) en Ucrania (390.000 personas), en el Cáucaso Norte (en las regiones de Krasnodar, Ordzhonikizde, Stavropol) e incluso en Crimea o Georgia. El 28 de agosto de 1941 el Presidium del Soviet Supremo promulgó un decreto en virtud del cual toda la población alemana de la República autónoma del Volga, de las regiones de Saratov y de Stalingrado debía ser deportada hacia el Kazajstán y Siberia. Según este texto, esta decisión no era más que ¡una medida humanitaria preventiva!


El decreto sobre la deportación de los alemanes

Extractos del decreto del Presidium del Soviet Supremo del 28 de agosto de 1941 sobre la deportación colectiva de los alemanes.

Según informaciones dignas de crédito recibidas por las autoridades militares, la población alemana instalada en la región del Volga abriga millares y decenas de millares de saboteadores y de espías que deben, a la primera señal que reciban de Alemania, organizar atentados en las regiones donde viven los alemanes del Volga. Nadie advirtió a las autoridades soviéticas de la presencia de tal cantidad de saboteadores y espías entre los alemanes del Volga. En consecuencia, la población alemana del Volga oculta en su seno a los enemigos del pueblo y del poder soviético . . .

Si se producen actos de sabotaje realizados siguiendo órdenes de Alemania y ejecutados por saboteadores y espías alemanes en la República de los alemanes del Volga o en los distritos vecinos, correrá la sangre y el gobierno soviético, de acuerdo con las leyes vigentes en tiempo de guerra, se verá obligado a tomar medidas punitivas contra la población alemana del Volga. Para evitar una situación tan lamentable y graves derramamientos de sangre, el Presidium del Soviet Supremo de la URSS ha considerado necesario transferir a toda la población alemana que vive en la región del Volga a otros distritos, proporcionándole tierras y una ayuda estatal para instalarse en esos nuevos enclaves.

Quedan asignados para este traslado los distritos ricos en tierras de Novossibirsk y Omsk, del territorio del Altai, del Kazajstán y de otras regiones limítrofes.


Mientras el Ejército Rojo retrocedía en todos los frentes perdiendo cada día decenas de millares de muertos y de prisioneros, Beria destacó cerca de 14.000 hombres de las tropas de la NKVD para esta operación dirigida por el vicecomisario del pueblo del Interior, el general Ivan Serov, que ya se había destacado durante la "limpieza" de los países bálticos.

Teniendo en cuenta las circunstancias y el desastre sin precedentes del Ejército Rojo, las operaciones fueron llevadas a cabo a la perfección. Del 3 al 20 de septiembre de 1941, 446.480 alemanes fueron deportados en 230 convoyes de 50 vagones en promedio y cerca de 2.000 personas por convoy. A la velocidad media de algunos kilómetros por hora, estos convoyes necesitaron entre cuatro y ocho semanas para alcanzar su lugar de destino: las regiones de Omsk y de Novossibirsk, la región de Barnaul, al sur de Siberia, y el territorio de Krasnoyarsk, en Siberia Oriental. Al igual que durante las deportaciones anteriores de los bálticos, las "personas desplazadas" habían tenido, según las instrucciones oficiales, "un retraso determinado (sic) para llevar consigo avituallamiento para un período mínimo de un mes".

Mientras se desarrollaba esta "operación principal" de deportación, se multiplicaban otras "operaciones secundarias" al ritmo de las circunstancias militares. Desde el 29 de agosto de 1941, Molotov, Malenkov y Zhdanov propusieron a Stalin "limpiar" la región y la ciudad de Leningrado de 96.000 individuos de origen alemán y finlandés. El 30 de agosto, las tropas alemanas alcanzaron el Neva, cortando las comunicaciones por vía férrea existentes entre Leningrado y el resto del país. La amenaza de un cerco a la ciudad se agudizaba de día en día, y las autoridades competentes no habían tomado ninguna medida de evacuación de la población civil de Leningrado, ni la menor medida para almacenar reservas de alimentos. No obstante, ese mismo 30 de agosto, Beria redactó una circular que ordenaba la deportación de 132.000 personas de la región de Leningrado, 96.000 por tren y 36.000 por vía fluvial. La NKVD no tuvo tiempo de detener y deportar a más de 11.000 ciudadanos soviéticos de origen alemán.

En el curso de las semanas siguientes se llevaron a cabo operaciones similares en las regiones de Moscú (9.640 alemanes deportados el 15 de septiembre), de Tula (2.700 deportados el 21 de septiembre), de Gorky (3.162 deportados el 14 de septiembre), de Zaporozhie (31.320 del 25 de septiembre al 10 de octubre), de Krasnodar (38.136 deportados el 15 de septiembre), y de Ordzhonikizde (77.570 deportados el 20 de septiembre). Durante el mes de octubre de 1941, la deportación siguió golpeando a más de 100.000 alemanes que residían en Georgia, en Armenia, en Azerbaidzhán, en el Cáucaso Norte y en Crimea.

Un balance contable de la deportación de los alemanes muestra que el 25 de diciembre de 1941, 894.600 personas habían sido deportadas, la mayor parte hacia el Kazajstán y Siberia. Si se tiene en cuenta a los alemanes deportados en 1942, se llega a un total de 1.209.430 deportados en menos de un año, de agosto de 1941 a junio de 1942. Recordemos que, según el censo de 1939, la población alemana de la Unión Soviética era de 1.427.000 personas.

Así, más del 82% de los alemanes dispersos en el territorio soviético fueron deportados, y esto en un momento en que la situación catastrófica de un país al borde del aniquilamiento hubiera exigido que todo el esfuerzo militar y policial se vertiera en la lucha armada contra el enemigo, más que en la deportación de centenares de millares de ciudadanos soviéticos inocentes. La proporción de ciudadanos soviéticos de origen alemán deportados era en realidad más importante si se tiene en cuenta a las decenas de millares de soldados y oficiales de origen alemán retirados de las unidades del Ejército Rojo y enviados a batallones disciplinarios del "ejército del trabajo" a Vorkuta, Kotlas, Kemerovo y Cheliabinsk. Tan solo en esta ciudad, más de 25.000 alemanes trabajaban en la construcción del complejo metalúrgico. Precisemos que las condiciones de trabajo y de supervivencia en los batallones disciplinarios del ejército no eran, en absoluto, mejores que en el Gulag.

¿Cuántos deportados desaparecieron durante el traslado? Hoy en día no disponemos de ningún balance de conjunto, y los datos dispersos sobre tal o cual convoy son imposibles de seguir en el contexto de la guerra y de las violencias apocalípticas de este período. Pero, ¿cuántos convoyes no llegaron nunca a destino en el caos del otoño de 1941? A finales de noviembre, 29.600 deportados alemanes debían, "según el plan", encontrarse en la región de Karaganda. Ahora bien, el balance al 1 de enero de 1942 indicaba la llegada de tan solo 8.504. El "plan" para la región de Novossibirsk era de 130.998 individuos, pero no se tiene noticia de nada más que 116.612. ¿Dónde estaban los otros? ¿Murieron por el camino? ¿Fueron a otro lugar? La región del Altai, "planificada" para 11.000 deportados, ¡vio afluir a 94.799! Más significativos que esta siniestra aritmética, todos los informes de la NKVD sobre la instalación de los deportados subrayaban, de manera unánime, "la falta de preparación de las regiones de acogida".

Dada la obligación de secreto, las autoridades locales no fueron prevenidas más que a último momento de la llegada de decenas de miles de deportados. No había sido previsto ningún alojamiento, de manera que éstos fueron alojados de cualquier forma, en barracas, en establos, o al raso, mientras llegaba el invierno. La movilización había enviado al frente a una gran parte de la mano de obra masculina y las autoridades habían adquirido desde hacía 10 años cierta experiencia en la materia. La "utilización económica" de los nuevos deportados se hizo, así, más rápidamente que la de los kulaks deportados en 1930 y abandonados en plena taiga. Al cabo de algunos meses, la mayoría de los deportados fueron utilizados como los otros colonos especiales, es decir, en condiciones de alojamiento, de trabajo y de alimentación particularmente duras y precarias, y en el marco de una comandancia de la NKVD, en un kolhoz, un sovhoz, o en una empresa industrial. [321]

Otras etnias deportadas en masa

La deportación de los alemanes fue seguida por una segunda gran oleada de deportaciones, de noviembre de 1943 a junio de 1944, en el curso de las cuales seis pueblos – los chechenos, los ingushes, los tártaros de Crimea, los karachais, los balkares y los calmucos – fueron deportados a Siberia, Kazajstán, Uzbekistán y Kirguizia con el pretexto de "haber colaborado masivamente con el ocupante nazi". Esta oleada principal de deportación, que afectó a cerca de 900.000 personas, fue seguida, de julio a diciembre de 1944, por otras operaciones destinadas a "limpiar" Crimea y el Cáucaso de algunas otras nacionalidades juzgadas "dudosas": los griegos, los búlgaros, los armenios de Crimea, los turcos mesjetas, los kurdos y los jemchines del Cáucaso. [322]

Los archivos y los documentos recientemente accesibles no aportan ninguna precisión sobre la pretendida "colaboración" con los nazis de los pueblos montañeses del Cáucaso, de los calmucos y de los tártaros de Crimea. A este respecto todo queda reducido a no retener más que diversos hechos que señalan solamente la existencia – en Crimea, el Calmukia, en el país karachai y en Kabardino-Balkaria – de núcleos restringidos de colaboradores, pero no una colaboración general que se hubiera convertido en verdadera política.

Después de la pérdida del Ejército Rojo de Rostov del Don, en julio de 1942 y de la ocupación alemana del Cáucaso del verano de 1942, es en la primavera de 1943 cuando se sitúan los episodios de colaboración más controvertidos. En el vacío de poder que se produjo entre la marcha de los soviéticos y la llegada de los nazis, numerosas personalidades locales pusieron en funcionamiento "comités nacionales" en Mikoyan-Shajar en la región autónoma de las karachais-cherkesses, en Nalchik en la República autónoma de Kabardino-Balkaria y en Elista, en la república autónoma de los calmucos. El ejército alemán reconoció la autoridad de estos comités locales que dispusieron de algunos meses de autonomía religiosa, política y económica. Al reforzar la experiencia caucasiana el "mito musulmán", en Berlín, los tártaros de Crimea fueron autorizados a crear su "comité central musulmán" instalado en Simferopol.

Sin embargo, por temor a ver renacer el movimiento panturiano quebrantado por el poder soviético a principios de los años veinte, las autoridades nazis no concedieron nunca a los tártaros de Crimea la autonomía de la que se beneficiaron durante algunos meses calmucos, karachais y balkares. A cambio de la autonomía, cicateramente medida, que les fue concedida, las autoridades locales reclutaron algunas tropas para combatir a las bandas de guerrilleros locales que habían permanecido fieles al régimen soviético. En total, se trató de algunos millares de hombres que formaron unidades de reducidos efectivos: 6 batallones de tártaros de Crimea y un cuerpo de caballería calmuca.

Por lo que se refiere a la república autónoma de Chechenia-Ingushia, no fue más que parcialmente ocupada por destacamentos nazis, durante una decena de semanas únicamente, entre el principio de septiembre y mediados de noviembre de 1942. En este caso no se produjo el menor vestigio de colaboración. Pero es cierto que los chechenos, que habían resistido varias décadas  la colonización rusa antes de capitular en 1859, siguieron siendo un pueblo insumiso. El poder soviético ya había desencadenado varias expediciones punitivas en 1925 para confiscar una parte de las armas conservadas por la población, después de 1930-1932, para intentar quebrantar la resistencia de los chechenos y de los ingushes a la colectivización. En marzo-abril de 1930 y después, en abril-mayo de 1932, en su lucha contra los "bandidos", las tropas especiales de la NKVD habían recurrido a la artillería y a la aviación. Un grave conflicto enfrentaba, por lo tanto, al poder central con este pueblo independiente que siempre había rehusado la tutela de Moscú.

Las cinco grandes redadas-deportaciones, que tuvieron lugar durante el período comprendido entre noviembre de 1943 y mayo de 1944, se desarrollaron conforme a un procedimiento bien establecido y, a diferencia de las primeras deportaciones de kulaks, "con una notable eficacia operativa", según los propios términos de Beria.

La fase de "preparación logística" fue cuidadosamente organizada durante varias semanas, bajo la supervisión personal de Beria y de sus adjuntos Ivan Serov y Bogdan Kobulov, presentes en distintos lugares gracias a su tren blindado especial. Se trataba de poner en funcionamiento un número impresionante de convoyes: 46 convoyes de 60 vagones para la deportación de 93.139 calmucos en cuatro días, del 27 al 30 de diciembre de 1943; y 194 convoyes de 65 vagones para la deportación en seis días, del 23 al 28 de febrero de 1944, de 521.247 chechenos e ingushes. Para la realización de estas operaciones excepcionales, la NKVD no reparó en medios. Para la redada de los chechenos y de los ingushes se desplegaron no menos de 119.000 hombres de las tropas especiales de la NKVD, ¡en un momento en que la guerra se encontraba en una fase crucial!

Las operaciones, cronometradas hora a hora, empezaban mediante el arresto de los "elementos potencialmente peligrosos", entre el 1 y el 2% de una población compuesta mayoritariamente de mujeres, de niños y de ancianos, ya que había sido llamada a filas la mayor parte de los hombre en edad adulta. Si creemos los "informes operativos" enviados a Moscú, las operaciones se desarrollaron con mucha rapidez. Así, durante la redada de los tártaros de Crimea del 18 al 20 de mayo de 1944, a la tarde del primer día Kobulov y Serov, responsables de la operación, telegrafiaron a Beria: "a las veinte horas de este día, hemos efectuado el traslado de 90.000 individuos hacia las estaciones, 17 convoyes han trasladado ya a 48.400 individuos hacia sus lugares de destino. Están siendo cargados 25 convoyes. En el desarrollo de la operación no ha tenido lugar ningún incidente. La operación continúa." Al día siguiente, el 19 de mayor, Beria informó a Stalin que al cabo de este segundo día 165.515 individuos habían sido reunidos en las estaciones, de los cuales 136.412 habían sido cargados en los convoyes que habían salido hacia "el destino fijado en las instrucciones". El tercer día, 20 de mayo, Serov y Kobulov telegrafiaron a Beria para anunciarle que la operación había llegado a su fin a las 16 horas 30 minutos. En total, 63 convoyes que transportaban a 173.287 personas se encontraban circulando en esos momentos. Los cuatro últimos convoyes que transportaban a las 6.727 restantes debían salir aquella misma tarde. [323]

Según se lee en los informes de la burocracia de la NKVD, todas estas operaciones de deportación de centenares de millares de personas no habrían sido más que una simple formalidad, resultando cada operación un "mayor éxito", más "eficaz" y más "económica" que la precedente. Después de la deportación de los chechenos, de los ingushes y de los balkares, cierto Milstein, funcionario de la NKVD, redactó un largo informe sobre "las economías realizadas en los vagones, en las tablas, en los cubos y en las palas durante las últimas deportaciones relacionadas con las operaciones precedentes."

"La experiencia del transporte de los karachais y de los calmucos", escribía, "nos ha dado la posibilidad de tomar ciertas disposiciones que han permitido reducir las necesidades en los convoyes y disminuir el número de los trayectos que hay que realizar. Hemos instalado en cada vagón de ganado a 45 personas en lugar de las 40 que situábamos con anterioridad y, como los hemos instalado con sus equipajes personales, hemos economizado un número importante de vagones, es decir, un total de 37.548 metros lineales d tablas, 11.834 cubos y 3.400 estufas". [324]

¿Cuál era la terrible realidad del viaje detrás de la visión burocrática de una operación que se había desarrollado con un éxito perfecto, según el punto de vista de la NKVD? He aquí algunos testimonios de tártaros supervivientes, recogidos al final de los años setenta:

"El viaje hasta la estación de Serabulak, en la región de Samarkanda, duró 24 días. Desde allí se nos llevó al kolhoz Pravda. Se nos obligó a reparar carretas. (...) Trabajábamos y pasábamos hambre. Muchos de nosotros apenas nos sosteníamos sobre nuestras piernas. De nuestra aldea se habían deportado 30 familias. Quedaron uno o dos supervivientes de cinco familias. Todos los demás murieron de hambre o de enfermedad." Otro superviviente relató: "En los vagones herméticamente cerrados la gente moría como moscas a causa del hambre y de la falta de aire. No se nos daba de beber ni de comer. En las aldeas que atravesábamos, la población había sido puesta en contra nuestra. Se les había dicho que se transportaba a traidores a la patria y las piedras llovían contra las puertas de los vagones con un ruido ensordecedor. Cuando se abrieron las puertas en medio de las estepas de Kazajstán, nos dieron a comer raciones militares sin darnos de beber, nos ordenaron arrojar a nuestros muertos al borde de la vía sin enterrarlos y después nos volvimos a poner en marcha." [325]

Una vez llegados "a destino", al Kazajstán, a Kirguizia, a Uzbequistán o a Siberia, los deportados eran destinados a kolhozes o a empresas. Los problemas de alojamiento, de trabajo y de supervivencia eran su situación cotidiana, como lo testifican todos los informes enviados al centro por las autoridades locales de la NKVD y conservados en los muy ricos fondos de los "poblamientos especiales" del Gulag. Así, en septiembre de 1944 un informe procedente de Kirguzia menciona que solo 5.000 familias de 31.000 recientemente deportadas habían recibido alojamiento. Además, el concepto de "alojamiento" era bastante elástico. Sabemos, en efecto, al leer atentamente el texto, que en el distrito de Kameninski, las autoridades locales habían instalado a 900 familias en . . . 18 apartamentos de un sovjoz; ¡o sea 50 familias por apartamento! Esta cifra inimaginable significa que las familias deportadas del Cáucaso, que contaban a menudo con un número grande de hijos, dormían por turno en estos "apartamentos" o al raso en vísperas del invierno.

En una carta a Mikoyan, el mismo Beria reconocía en noviembre de 1944, es decir, cerca de un año después de la deportación de los calmucos, que estos últimos estaban "situados en condiciones de existencia y en una situación sanitaria excepcionalmente difícil; la mayoría de ellos no tiene ni ropa, ni vestido, ni calzado". [326] Dos años más tarde, dos responsables de la NKVD informaban que "el 30% de los calmucos en estado de trabajar no trabajan por falta de calzado. La ausencia total de adaptación al clima severo, en condiciones desacostumbradas, y el desconocimiento de la lengua se hacen sentir y acarrean dificultades complementarias". Desarraigados y famélicos, destinados en kolhozes que no llegaban ni siquiera a asegurar la subsistencia de su personal habitual, o asignados a empresas en puestos de trabajo para los cuales no habían recibido ninguna formación, los deportados eran por regla general trabajadores penosos. "La situación de los calmucos deportados a Siberia es trágica", escribía a Stalin D. P. Piurveiev, antiguo presidente de la República autónoma de Calmuquia. "Han perdido su ganado. Han llegado a Siberia desprovistos de todo (...) Los calmucos repartidos en los kolhozes no reciben ningún suministro porque los kolhozianos mismos no tienen nada. En cuanto a aquellos que han sido destinados a las empresas, no han tenido éxito a la hora de asimilar su nueva existencia de trabajadores, de ahí su insolvencia que no les permite obtener un suministro normal". [327] Hablando claro: ¡despistados ante las máquinas, los calmucos, ganaderos nómadas, veían como la totalidad de su escaso salario desaparecía en el pago de multas!

Algunas cifras dan una idea de la hecatombe sufrida por los deportados. En enero de 1946 la administración de los poblamientos especiales censó 70.360 calmucos sobre los 92.000 reportados dos años antes. El 1 de julio de 1944, 35.750 familias tártaras que representaban a 151.424 personas habían llegado a Uzbekistán. Seis meses más tarde había 818 familias más, ¡pero 16.000 personas menos!

De las 608.749 personas deportadas del Cáucaso, 146.892 estaban muertas el 1 de octubre de 1948, es decir, cerca de una persona cada cuatro y solamente 28.120 habían nacido mientras tanto. De las 228.392 personas deportadas desde Crimea, 44.887 habían muerto al cabo de cuatro años y no se habían censado más que 6.564 nacimientos. [328] La sobremortalidad aparece con mucha mayor claridad cuando se sabe que los niños de menos de seis años representaban entre el 40 y el 50% de los deportados. La "muerte natural" no representaba, por lo tanto, más que una ínfima parte de los fallecimientos. En cuanto a los jóvenes que sobrevivían, ¿qué porvenir podían esperar? De los 89.000 niños en edad escolar deportados a Kazajstán, menos de 12.000 estaban escolarizados. . . en 1948; es decir, cuatro años después de su deportación. Las instrucciones oficiales estipulaban, además, que la enseñanza de los niños de los "desplazados especiales" debía ser dispensada únicamente en ruso.

Durante la guerra, las deportaciones colectivas afectaron a más pueblos todavía. Algunos días después del final de la operación de deportación de los tártaros de Crimea, Beria escribió a Stalin, el 29 de mayo de 1944: "La NKVD juzga razonable (sic) expulsar de Crimea a todos los búlgaros, griegos y armenios". A los primeros se les reprochaba haber "prestado activamente su concurso para la fabricación de pan y de productos alimenticios destinados al ejército alemán durante la ocupación alemana" y "haber colaborado con las autoridades militares alemanas en la búsqueda de soldados del Ejército Rojo y guerrilleros". Los segundos, "después de la llegada de los ocupantes, habían creado pequeñas empresas industriales; las autoridades alemanas ayudaron a los griegos a comerciar, transportar mercaderías, etc.". Por lo que se refiere a los armenios, se los acusaba de haber creado en Simferopol una organización de colaboradores, denominada Dromedar, presidida por el general armenio Dro, que "se ocupaba, además de cuestiones religiosas y políticas, de desarrollar el pequeños comercio y la industria". Esta organización, según Beria, había "recogido fondos para las necesidades militares de los alemanes y para ayudar a la constitución de la Legión Armenia". [329]

Cuatro días más tarde, el 2 de junio de 1944, Stalin firmó un decreto del comité de Estado para la Defensa que ordenaba "completar la expulsión de los tártaros de Crimea mediante la expulsión de 37.000 búlgaros, griegos y armenios, cómplices de los alemanes". Como sucedía con los otros contingentes de deportados, el decreto fijaba arbitrariamente cuotas para cada "región de acogida": 7.000 para la provincia de Guriev en Kazajstán; 10.000 para la provincia de Sverdlov; 10.000 para la provincia de Molotov en el Ural; 6.000 para la provincia de Kemerovo y 4.000 para Bashkiria. Según los términos consagrados, "la operación fue llevada a cabo con éxito" los días 27 y 28 de junio de 1944. En el curso de estos dos días, 41.854 personas fueron deportadas, "es decir, 111% del plan", subrayaba el informe.

Después de haber "purgado" Crimea de sus alemanes, de sus tártaros, de sus búlgaros, de sus griegos y de sus armenios, la NKVD decidió "limpiar" las fronteras del Cáucaso. Partiendo de la misma sacralización obsesiva de las fronteras, estas operaciones a gran escala no eran más que la prolongación natural, bajo una forma más sistemática, de las operaciones "antiespías" de los años 1937-1938.

El 21 de julio de 1944, un nuevo decreto del comité de Estado para la Defensa, firmado por Stalin, ordenó la deportación de 86.000 turcos mesjetas, kurdos y jemshines de las regiones fronterizas de Georgia. Dada la configuración montañosa de los territorios en que estaban instalados desde hacía siglos estos pueblos del antiguo Imperio otomano, y teniendo en cuenta el modo de vida nómada de una parte de estas poblaciones que tenían la costumbre de pasar libremente a uno y otro lado de la frontera entre la URSS y Turquía, los preparativos para esta redada-deportación fueron particularmente largos. La operación duró una decena de días, del 15 al 25 de noviembre de 1944, y fue realizada por 14.000 hombres de las tropas especiales de la NKVD. Movilizó 900 camiones Studebaker, ¡proporcionados por los norteamericanos en virtud de la ley de préstamo y arriendo por la cual los Estados Unidos proporcionaban material de guerra a la mayoría de los Aliados! [330]

El 28 de noviembre de 1944, en un informe dirigido a Stalin, Beria de jactaba de haber transferido 91.095 personas en 10 días, "en condiciones particularmente difíciles". Todos estos individuos, de quienes los hijos menores de 16 años representaban el 49% de los deportados, explicaba Beria, eran espías turcos en potencia: "una parte importante de la población de esta región está vinculada por lazos familiares con los habitantes de los distritos fronterizos de Turquía. Estas personas realizaban contrabando, manifestaban una tendencia a querer emigrar y proporcionaban reclutas tanto a los servicios de información turcos como a los grupos de bandidos que operan a lo largo de la frontera". Según las estadísticas del departamento de poblaciones especiales del Gulag, el número total de personas deportadas al Kazajstán y Kirguizia durante esta operación se habría elevado a 94.995. Entre noviembre de 1944 y julio de 1948, murieron en la deportación 19.540 mezjetas kurdos y jemshines, es decir, aproximadamente el 21% de los deportados. Esta tasa de mortalidad, del 20 al 25% de los contingentes en 4 años resultó más o menos idéntica en todas las nacionalidades "castigadas" por el régimen. [331]

El Gulag y la guerra

Con la llegada masiva de centenares de miles de personas deportadas partiendo de un criterio étnico, el contingente de colonos especiales conoció durante la guerra una renovación y un crecimiento considerables que pasó de 1.200.000 a 2.500.000. Por lo que se refiere a los deskulaquizados, que antes de la guerra constituían la mayor parte de los colonos especiales, su número cayó de cerca de 936.000 a principios de la guerra, a 622.000 en mayo de 1945. En efecto, fueron llamados a filas decenas de miles de deskulaquizados de sexo masculino, a excepción de los jefes de familia deportados. Las esposas y los hijos de los llamados recuperaban su situación de ciudadanos libres y eran borrados de las listas de colonos especiales. Pero, en las condiciones de la guerra no podían ya abandonar su lugar de asignación de residencia, en la medida en que todos sus bienes, incluidas sus casas, habían sido confiscados. [332]

Nunca, sin duda, las condiciones de supervivencia de los detenidos del Gulag fueron tan terribles como durante los años 1941-1944. Hambre, epidemias, hacinamiento, explotación inhumana, ésa fue la suerte de cada zek (recluso) que sobrevivió a la inanición, a la enfermedad, a normas de trabajo siempre más exigentes, a las denuncias del ejército de informadores encargados de desenmascarar a las "organizaciones contrarrevolucionarias de detenidos", a los juicios y a las ejecuciones sumarias.

El avance alemán de los primeros meses de la guerra obligó a la NKVD a evacuar una parte de las prisiones, de sus colonias de trabajo y de sus campos que corrían el riesgo de caer en manos del enemigo. De julio a diciembre de 1941, 210 colonias, 135 prisiones y 27 campos, es decir, un total de 750.000 detenidos, fueron trasladados al Este. Al establecer un balance de "la actividad del Gulag durante la gran guerra patria", el jefe del Gulag, Nassdekin, afirmaba que "la evacuación de los campos se realizó globalmente de manera organizada". Añadía, sin embargo, "a causa de la falta de medios de transporte, la mayoría de los detenidos fueron evacuados a pie a distancias que a menudo sobrepasaban el millar de kilómetros". [333] Se puede imaginar en qué estado llegaron los detenidos a destino.

Cuando faltaba tiempo para evacuar los campos, como sucedió a menudo en las primeras semanas de la guerra, los detenidos eran sumariamente pasados por las armas. Ese fue el caso especialmente en Ucrania occidental donde, a finales del mes de junio de 1941, la NKVD asesinó a 10.000 prisioneros en Lviv; a 1.200 en la prisión de Lutsk; a 1.500 en Stanyslaviv; a 500 en Dubno, etc. A su llegada, los alemanes descubrieron decenas de osarios en las regiones de Lviv, de Jitomir y de Vinnitsa. Alegando "atrocidades judeo-bolcheviques", los Sonderkommandos nazis se dedicaron inmediatamente a matar a decenas de miles de judíos.

Todos los informes de la administración del Gulag de los años 1941-1944 reconocen la formidable degradación de las condiciones de existencia que experimentaron los campos durante la guerra. [334] En los campos superpoblados, la "superficie habitable" permitida a cada detenido cayó de 1.5 a 0,7 metros cuadrados por persona, lo que significaba – dicho de manera clara – que los detenidos dormían por turno en tablas y que los catres eran a menudo un "lujo" reservado a los "trabajadores de vanguardia".

La norma calórica de alimentación cayó un 65% en 1942 en relación con la que existía antes del estallido de la guerra. Los detenidos se vieron reducidos al hambre y en 1942 el tifus y el cólera hicieron su aparición en los campos. Según las cifras oficiales, cerca de 19.000 detenidos murieron ese año. En 1941, con cerca de 101.000 fallecimientos registrados solo en los campos de trabajo, sin contar las colonias, la tasa de mortalidad anual se acercó al 8%. En 1942, la administración de los campos del Gulag registró 249.000 fallecimientos, es decir, una tasa de mortalidad del 18%. En 1943, con 167.000 fallecimientos la tasa fue de un 17%. [335]

Contando las ejecuciones de detenidos y los fallecimientos en prisiones y colonias de trabajo, se puede estimar en cerca de 600.000 el número de muertos del Gulag en el curso de los años 1941-1943. En cuanto a los supervivientes, quedaron en un estado penoso. Según los datos de la administración, a finales de 1942, tan solo el 19% de los detenidos eran aptos para realizar un trabajo físico "pesado"; el 17% para un trabajo físico "medio", y el 64% eran, o bien aptos para un "trabajo físico ligero", o bien inválidos.


Un informe del Gulag

Informe del jefe adjunto del departamento operativo del Gulag sobre el estado de los campos del Siblag del 2 de noviembre de 1941.

Según los informes recibidos por el departamento operativo de la NKVD de la región de Novossibirsk, se ha observado un considerable aumento de la mortalidad de los detenidos en los departamentos de Ajlursk, de Kuznetsk y de Novossibirsk del Siblag . . .

La causa de esta elevada mortalidad, acompañada de una extensión masiva de las enfermedades entre los reclusos es indiscutiblemente una depauperización generalizada debida a una carencia alimenticia sistemática en condiciones de trabajos físicos penosos y que se acompaña de pelagra y de un debilitamiento de la actividad cardíaca.

El retraso en la atención médica dispensada a los enfermos, la dificultad de los trabajos realizados por los reclusos, con una jornada prolongada y una ausencia de alimentación complementaria constituyen otro conjunto de causas que explican las elevadísimas tasas de enfermedad y de mortalidad . . .

Se han constatado numerosos casos de mortalidad, de delgadez acusada y de epidemias entre los reclusos enviados desde los distintos centros de tránsito hacia los campos de concentración. Así, entre los reclusos enviados desde el centro de tránsito de Novossibirsk al departamento de Marinskoie, el 8 de octubre de 1941, de 539 personas, más del 30% padecía una extrema delgadez de origen pelárgico y aparecía cubierto de piojos. Además de los deportados, fueron llevados a destino seis cadáveres. [336] En la noche del 8 al 9 de octubre, otras cinco personas de este convoy murieron. En el convoy que llegó desde el mismo centro de tránsito al departamento de Marinskoie el 20 de septiembre, el 100% de los reclusos estaban cubiertos de piojos y muchos de ellos carecían de ropa interior. . .

En los últimos tiempos se han descubierto, en los campos del Siblag, numerosos sabotajes por parte del personal médico compuesto de reclusos. Así, el enfermero del campo de concentración de Ahzer (departamento de Tainguinsk), condenado en virtud del artículo 58-10 [337] organizó un grupo de cuatro reclusos encargado de sabotear la producción. [338] Los miembros de este grupo enviaban a los reclusos enfermos a los trabajos más duros, no les dispensaban los cuidados en su momento debido, esperando así que impedirían al campo cumplir con sus normas de producción.

El jefe adjunto del departamento operativo del Gulag,
capitán de las fuerzas de seguridad,
Koguenman.


Esta "situación sanitaria del contingente fuertemente degradada", para utilizar el eufemismo de la administración del Gulag, no impidió, al parecer, que las autoridades presionaran, hasta el agotamiento total de los detenidos. "De 1941 a 1944", escribió en su informe el jefe del Gulag, "el valor medio de una jornada de trabajo aumentó de 9,5 a 21 rublos". Varios centenares de millares de detenidos fueron destinados a las fábricas de armamento, reemplazando a la mano de obra movilizada en el ejército. El papel del Gulag en la economía de guerra se reveló como muy importante. Según las estimaciones de la administración penitenciaria, la mano de obra detenida habría asegurado cerca de un cuarto de la producción en numerosos sectores claves de la industria del armamento, de la metalurgia y de la extracción minera. [339]

El Gulag al término de la guerra y después

En Ucrania, para quebrar hasta la raíz cualquier resistencia a la sovietización, los agentes de la NKVD se dirigían a las escuelas donde, después de haber hojeado las listas y los cuadernos de notas de los alumnos escolarizados durante los años anteriores a la guerra, cuando Ucrania occidental formaba parte de la Polonia "burguesa", elaboraban listas de individuos a los que había que detener de manera preventiva, colocando a la cabeza de la lista los nombres de los alumnos más dotados, a los que consideraban "potencialmente hostiles al poder soviético". Según un informe de Kobulov, uno de los adjuntos de Beria, más de 100.000 "desertores" y "colaboradores" fueron detenidos entre septiembre de 1944 y marzo de 1945 en Bielorrusia occidental, otra región considerada como "infectada de elementos hostiles al poder soviético". Estadísticas muy parciales establecen, para el período que va del 1 de enero al 15 de marzo de 1945, unas 2.257 "operaciones de limpieza" tan solo en Lituania.

Estas operaciones se resolvieron con la muerte de más de 6.000 "bandidos" y con el arresto de más de 75.000 "bandidos, miembros de grupos nacionalistas y desertores". En 1945, más de 38.000 "miembros de familias de elementos socialmente extraños, de bandidos y de nacionalistas" de Lituania fueron deportados. De manera significativa, en el curso de los años 1944-1946, la proporción de ucranianos y de bálticos entre los detenidos del Gulag conoció un crecimiento espectacular: respectivamente, más de un 140% y más de un 420%. A finales de 1946, los ucranianos representaban el 23% de los detenidos de los campos de concentración y los bálticos cerca del 6%; un porcentaje muy superior a la parte respectiva de estas nacionalidades en el conjunto de la población soviética.

El crecimiento del Gulag en 1945 se realizó igualmente a costa de centenares de miles de individuos que fueron trasladados allí procedentes de "campos de control y filtrado". Estos campos habían sido instituidos, paralelamente a los campos de trabajo del Gulag, desde finales de 1941. Estaban destinados a recoger a los prisioneros de guerra soviéticos liberados o escapados del enemigo y que, en conjunto, resultaban sospechosos de ser espías potenciales o, al menos, individuos "contaminados" por su viaje fuera del "sistema". Estos campos recibían igualmente a los hombres en edad de ser movilizados, procedentes de territorios que habían sido ocupados por el enemigo, también contaminados, y a los starostes y a otras personas que habían desempeñado, bajo el ocupante, una función de autoridad, por mínima que hubiera sido.

Desde enero de 1942 a octubre de 1944, más de 421.000 personas, según los datos oficiales, pasaron por los campos de control y de filtrado.[340] Con el avance hacia occidente del Ejército Rojo, la recuperación de territorios ocupados desde hacía dos o tres años por los alemanes, la liberación de millones de prisioneros de guerra soviéticos y de deportados del trabajo, y la cuestión de las modalidades de repatriación de los soviéticos, militares y civiles, adquirió una amplitud sin precedentes.

En octubre de 1944, el gobierno soviético creó una dirección de asuntos de repatriación, bajo la responsabilidad del general Golikov. En una entrevista publicada por la prensa el 11 de noviembre de 1944 este general afirmaba concretamente: "El poder soviético se preocupa por la suerte de sus hijos caídos bajo la esclavitud nazi. Serán dignamente recibidos en casa como hijos de la patria. El gobierno soviético considera que incluso los ciudadanos soviéticos que, bajo la amenaza del terror nazi, cometieron actos contrarios a los intereses de la Unión Soviética no tendrán que responder de sus actos si están dispuestos a cumplir honradamente con su deber de ciudadano a su regreso a la patria." Este género de declaración, ampliamente difundida, consiguió engañar a los aliados.  ¿Cómo explicar de otra manera el celo con que éstos aplicaron una de las cláusulas de los acuerdos de Yalta relativa a la repatriación a la URSS de todos los ciudadanos soviéticos "presentes fuera de las fronteras de su patria"? Mientras que los acuerdos preveían que solo serían reenviados a la fuerza aquellos que hubieran llevado el uniforme alemán o colaborado con el enemigo, lo cierto es que todos los ciudadanos soviéticos "fuera de las fronteras" fueron entregados a los agentes de la NKVD encargados de llevar a cabo su retorno.

Tres días después del cese de las hostilidades, el 11 de mayo de 1945, el gobierno soviético ordenó la creación de 100 nuevos campos de control y filtrado, cada uno con una capacidad de 10.000 plazas. Los prisioneros de guerra repatriados debían ser todos "controlados" por la organización de contraespionajes SMERSH, mientras que los civiles eran filtrados por los servicios ad hoc de la NKVD. En nueve meses, de mayo de 1945 a febrero de 1946, más de 4.200.000 soviéticos fueron repatriados: 1.545.000 prisioneros de guerra sobrevivientes de los 5.000.000 capturados por los nazis, y 2.655.000 civiles, deportados de trabajo o personas que habían huido hacia Occidente en el momento de los combates.

Después del paso obligatorio por un campo de filtrado y control, el 57,8% de los repatriados, en su mayoría mujeres y niños, fueron autorizados a regresar a sus casas. Un 19,1% fue enviado al ejército, a menudo a batallones disciplinarios; un 14,5% fue destinado, en general por un período de 2 años, a "batallones de reconstrucción"; un 8,6%, es decir, aproximadamente 360.000 personas, fue enviado al Gulag, en su mayoría por "traición a la patria", lo que equivalía a una condena de 10 a 20 años en un campo de concentración o en una comandancia de la NKVD bajo la condición de "colono especial". [341]

Se reservó un destino particular a los vlassovtsy, soldados soviéticos que se habían unido al general soviético Andrey Vlassov, comandante del Segundo Ejército, hecho prisionero por los alemanes en julio de 1942. Por convicciones antiestalinistas, el general Vlassov había aceptado colaborar con los nazis para liberar a su país de la tiranía bolchevique. Con la aprobación de las autoridades alemanas, Vlassov había formado un "comité nacional ruso" y reclutado dos divisiones de un "ejército de liberación ruso". Después de la derrota de Alemania, el general Vlassov y sus oficiales fueron entregados por los aliados a los soviéticos y ejecutados. En cuanto a los soldados del ejército de Vlassov, después de un decreto de amnistía de noviembre de 1945, fueron enviados como deportados por 6 años a Siberia y Kazajstán y al extremo Norte. A principios de 1946, 148.079 vlassovtsy figuraban en las listas de desplazados y colonos especiales del ministerio del Interior. Varios millares de vlassovtsy, en general suboficiales, fueron enviados bajo la acusación de traición, a los campos de trabajo del Gulag. [342]

En total, nunca los "poblamientos especiales", los campos y colonias del Gulag, los campos de control y filtrado y las prisiones soviéticas contaron con tantos internos como los que tuvieron en aquél año de victoria: cerca de 5.500.000 de todas las categorías reunidas. Un palmarés eclipsado durante largo tiempo por las festividades de la victoria y "el efecto Stalingrado". El final de la Segunda Guerra Mundial había, efectivamente, abierto un período que iba a durar aproximadamente una década y en el curso del cual el modelo soviético iba a ejercer, más aun que en ningún otro momento, una fascinación compartida por decenas de millones de ciudadanos de un gran número de países. El hecho de que la Unión Soviética hubiera pagado el tributo humano más pesado para lograr la victoria sobre el nazismo enmascaraba el carácter mismo de la dictadura stalinista y exoneraba al régimen de la sospecha que le habían merecido en su tiempo – un tiempo que parecía entonces lejano – los procesos de Moscú o el pacto germano-soviético.

Apogeo y Crisis del Gulag

Otra vez el hambre

Ningún gran proceso público, ningún gran terror, marca los últimos años del stalinismo. Pero la criminalización de los comportamientos sociales alcanzó su apogeo en el clima pesado y conservador de la posguerra. Las esperanzas de la sociedad, moribunda por la guerra, de ver cómo el régimen se liberalizaba se vinieron abajo. "El pueblo ha sufrido demasiado, el pasado no puede repetirse", había escrito en sus memorias Ilia Ehrenburg el 9 de mayo de 1945. Dado que conocía bien desde el interior los engranajes y la naturaleza del sistema, había añadido inmediatamente: "no obstante, estoy invadido por la perplejidad y la angustia". Este presentimiento iba a revelarse como exacto.

"La población está dividida entre la desesperación frente a una situación material muy difícil y la esperanza de que algo va a cambiar", se puede leer en varios informes de inspección enviados a Moscú en septiembre-octubre de 1945 por los instructores del Comité Central en viaje de inspección por las provincias. Según estos informes, la situación en el país seguía siendo "caótica". Un inmenso movimiento de migración espontánea de millones de obreros desplazados hacia el Este durante la evacuación de 1941-1942 perturbaba la reanudación de la producción. Una oleada de huelgas de una amplitud que el régimen no había conocido nunca sacudía a la industria metalúrgica de los Urales. Por todas partes la miseria era indecible.

El país contaba con 25 millones de personas sin techo y las raciones de pan no pasaban de una libra por día para los trabajadores de vanguardia. A finales del mes de octubre de 1945, los responsables del comité regional del partido de Novossibirsk llegaron hasta a proponer el no hacer desfilar a los "trabajadores" de la ciudad en ocasión de aniversario de la Revolución de octubre "porque la población carece de ropa y de calzado". En medio de esta miseria y de esta indigencia, los rumores aumentaban, sobre todo aquellos que hacían referencia a la liquidación "inminente" de los kolhozes, que acababan de demostrar una vez más su incapacidad para remunerar a los campesinos – aunque más no fuera con algunos puds – por una temporada de trabajo. [343]

El "frente agrícola" era en donde la situación continuaba siendo más dramática. La cosecha del otoño de 1946 fue catastrófica en los campos devastados por la guerra, afectados por una grave sequía y carentes de maquinaria y de mano de obra. El gobierno debió una vez más retrasar para más adelante el final del racionamiento prometido por Stalin en su discurso del 9 de febrero de 1946. Rehusando ver las razones del fracaso agrícola, imputando los problemas a un "afán de lucro en las parcelas individuales", el gobierno decidió "liquidar las violaciones del estatuto de los kolhozes" y perseguir "a los elementos hostiles y extraños que sabotean la recogida, a los ladrones y a los dilapidadores de las cosechas". El 19 de septiembre de 1946 creó una comisión de asuntos kolhozianos presidida por Andreiev, encargada de recuperar las tierras de las que se habían "ilegalmente apropiado" los kolhozianos durante la guerra. En dos años, la administración recuperó cerca de 10.000.000 de hectáreas "pellizcadas" por los campesinos que habían intentado redondear su pequeño terreno individual para sobrevivir.

El 25 de octubre de 1946, un decreto del gobierno con la finalidad explícita de "para la defensa de los cereales del Estado" ordenó al Ministerio de Justicia instruir todos los asuntos de robo en un plazo de 10 días y aplicar con severidad la ley del 7 de agosto de 1932 que había caído en desuso. En noviembre-diciembre de 1946, más de 53.300 personas, en buena medida kolhozianos, fueron juzgados y, en su mayoría, condenados a elevadas penas en campos de concentración por robo de espigas o de pan. Millares de presidentes de kolhoz fueron detenidos por "sabotaje de la campaña de cosecha". Durante estos dos meses, la realización del "plan de la cosecha" pasó de un 36 a un 77%. [344]

¡Pero a qué precio! El eufemismo de "retraso en la campaña de la cosecha" ocultaba muy a menudo una realidad dramática: el hambre. El hambre de otoño-invierno de 1946-1947 afectó de una manera especialmente particular a las regiones más perjudicadas por la sequía del verano de 1946, las provincias de Kursk, Tambov, Voronezh y Orel, y la región de Rostov. Causó al menos 500.000 víctimas.

Al igual que el hambre de 1932, la de 1943-1947 fue sometida totalmente a silencio. La negativa a reducir las requisas obligatorias para una cosecha que, en las regiones afectadas por la sequía, alcanzaba apenas a 2,5 quintales por hectárea, contribuyó de manera decisiva a transformar una situación de escasez en una verdadera hambruna. Los kolhozianos, famélicos, no tuvieron a menudo otra solución para sobrevivir que sisar las escasas reservas almacenadas aquí o allá. En un año, el número de robos aumentó en un 44% . [345]

La represión

El 5 de junio de 1947, la prensa publicó el texto de dos decretos promulgados la víspera por el gobierno y que, muy cercanos en el espíritu y en la letra a la famosa ley del 7 de agosto de 1932, estipulaban que cualquier "atentado contra la propiedad del Estado o de un kolhoz" sería castigado con una pena de 5 a 25 años de campo de concentración, según que el robo hubiera sido cometido en forma individual o colectiva, por primera vez o de manera reincidente. Toda persona que hubiera estado al corriente de la preparación de un robo, o del robo mismo, pero no lo hubiera denunciado a la policía, era imputable a una pena de 2 a 3 años de campo de concentración. Una circular confidencial señalaba además a los tribunales que los pequeños hurtos en el lugar de trabajo, que hasta entonces habían sido objeto de una pena máxima de 1 año de privación de libertad, quedaban además sometidos a los efectos de los decretos del 4 de junio de 1947.

En el curso del segundo semestre de 1947, más de 380.000 personas fueron condenadas, de las cuales 21.000 eran adolescentes de menos de 16 años, en virtud de esta nueva "ley inicua". Por haber robado algunos kilos de centeno, la condena normalmente era de 8 a 10 años de campo de concentración. He aquí un extracto del veredicto del tribunal popular del distrito de Suzdal, en la provincia de Vladimir, de fecha 10 de octubre de 1947:

"Encargados de la vigilancia nocturna de los caballos del kolhoz, M. A. y B. S., mineros de quince y dieciséis años, fueron sorprendidos en flagrante delito de robo de tres pepinos en los huertos del kolhoz. (. . .) Condenar a M. A. y B. S. a ocho años de privación de libertad en una colonia de trabajo de régimen ordinario". [346]

En seis años, en virtud de los decretos del 4 de junio de 1947, fueron condenadas 1.300.000 personas, de las cuales el 75% lo fueron a más de 5 años y en 1951 representaban el 53% de los condenados de derecho común del Gulag, y cerca del 40% del número total de detenidos. [347] Al final de los años cuarenta, la aplicación estricta de los decretos del 4 de junio de 1947 aumentó considerablemente la duración media de las condenas dictadas por los tribunales ordinarios. ¡La proporción de las penas de más de 5 años pasó del 2% en 1940 al 29% en 1949! Este apogeo del stalinismo, la represión "ordinaria", la de los "tribunales populares", tomó el relevo de la represión "extrajudicial", la de la NKVD, floreciente durante los años treinta. [348]

Mujeres y niños en el Gulag

Entre las personas condenadas por robo figuraban numerosas mujeres viudas de guerra, madres de familia de corta edad, reducidas a la mendicidad y al hurto. A finales de 1948, el Gulag contaba con más de 500.000 detenidas, es decir, dos veces más que en 1945; y 22.815 niños de menos de 4 años custodiados en las "casas de recién nacidos" dependientes de los campos para mujeres. Esta cifra superaría los 35.000 a principios de 1953. [349] Para evitar que el Gulag se transformara en una inmensa guardería – como resultado de la legislación ultra represiva que había entrado en vigor en 1947 – el gobierno se vio obligado a decretar en abril de 1949 una amnistía parcial que permitió la liberación de cerca de 84.200 mujeres y niños de corta edad. No obstante, la afluencia permanente de centenares de miles de personas condenadas por pequeños hurtos mantuvo hasta 1953 un elevado porcentaje de mujeres en el Gulag: entre el 25 y el 30% de los detenidos.

El arsenal represivo adicional

En 1947-1948, el arsenal represivo se vio completado por algunos otros textos reveladores del espíritu de la época: un decreto sobre la prohibición de matrimonio entre soviéticos y extranjeros del 15 de febrero de 1947, y un decreto sobre "la responsabilidad por la divulgación de secretos del Estado o la pérdida de documentos que contengan secretos de Estado" del 9 de julio de 1947.

El más conocido es el decreto del 21 de febrero de 1948 según el cual "todos los espías, trotskistas, desviacionistas, derechistas, mencheviques, socialistas-revolucionarios, anarquistas, nacionalistas, blancos y otros elementos antisoviéticos" debían ser "deportados, al concluir su pena en el campo, a las regiones de Kolymá, de la provincia de Novossibirsk y de Krasnoyarsk (. . .) y a algunas regiones alejadas de Kazajstán". Al preferir poner a buen recaudo a estos "elementos antisoviéticos", la administración penitenciaria decidió, por regla general, ampliar por 10 años, sin otro proceso, la pena decretada contra centenares de miles de "58" condenados en 1937-1938.

Ese mismo 21 de febrero de 1948 el Presidium del Soviet Supremo promulgó otro decreto que ordenaba la deportación de la República Socialista Soviética de Ucrania de "todos los individuos que rehusaran realizar el número mínimo de jornadas de trabajo en los kolhozes y llevaran una vida de parásitos". El 2 de junio de 1948 esta medida fue extendida al conjunto del país. Dado el estado de colapso de los kolhozes, incapaces en su mayor parte de garantizar la menor remuneración a sus trabajadores a cambio de los días de trabajo, numerosos kolhozianos no cumplían durante el año el número mínimo de días de trabajo impuesto por la administración. Millones de ellos podían, por lo tanto, caer bajo el golpe de esta nueva ley.

Comprendiendo que una aplicación estricta del "decreto sobre el parasitismo" desorganizaría todavía más la producción, las autoridades locales aplicaron irregularmente la ley. No obstante, solo en el año 1948 más de 38.000 "parásitos" fueron deportados y asignados en residencia a las comandancias de la NKVD.

Todas estas medidas represivas eclipsaron la abolición sistemática y efímera de la pena de muerte decidida por decreto del 26 de mayo de 1947. El 12 de enero de 1950, la pena capital fue restablecida para permitir, fundamentalmente, la ejecución de los acusados de "el asunto de Leningrado". [350]

En los años treinta la cuestión del "derecho de retorno" de los desplazados y de los colonos especiales había dado lugar a políticas a menudo incoherentes y contradictorias. A finales de los años cuarenta, esta cuestión fue resuelta de manera radical. Se decidió que todos los pueblos deportados en 1941-1945 lo serían "a perpetuidad". El problema del destino de los hijos de los deportados que habían llegado a la mayoría de edad no se planteaba ya. ¡Tanto ellos como su descendencia serían para siempre colonos especiales!

Nueva limpieza étnica en el báltico

En el curso de los años 1948-1953 el número de estos colonos especiales no dejó de aumentar, pasando de 2.342.000 a principios de 1946 a 2.753.000 en enero de 1953. Este crecimiento fue el resultado de varias oleadas de deportaciones nuevas. Los días 22 y 23 de mayo de 1948, en una Lituania que seguía resistiéndose a la colectivización forzada de las tierras, la NKVD desencadenó una inmensa redada bautizada como "operación primavera". En 48 horas, 36.932 hombres, mujeres y niños fueron detenidos y deportados en 32 convoyes. Todos estaban catalogados como "bandidos, nacionalistas y miembros de la familia de estas dos categorías." Después de un viaje que duró entre 4 a 5 semanas, fueron repartidos por las diversas comandancias de Siberia oriental y destinados a complejos forestales donde el trabajo era particularmente duro. "Las familias lituanas enviadas como fuerza de trabajo el complejo forestal de Igara (territorio de Krasnoyarsk)", según se puede leer en una nota de la NKVD, "fueron repartidas por locales inadecuados para ser habitados: techos por los que se filtraba el agua, ventanas sin vidrios, ningún tipo de mueble, sin lechos. Los deportados duermen en el suelo colocando debajo de ellos musgo y heno. Este hacinamiento y la falta de observancia de las reglas sanitarias han hecho aparecer casos de tifus y de disentería, a veces mortales, entre los colonos especiales". Durante tan solo el año 1948, cerca de 50.000 lituanos fueron deportados como colonos especiales y 30.000 enviados a los campos del Gulag. Además, según los datos del Ministerio del Interior, 21.259 lituanos fueron muertos en el curso de las "operaciones de pacificación" en esta república que se negaba con obstinación a la sovietización y a la colectivización. A finales de 1948, a pesar de las presiones cada vez más fuertes de las autoridades, menos del 4% de las tierras habían sido colectivizadas en los países bálticos. [351]

A principios de 1949, el gobierno soviético decidió acelerar el proceso de sovietización de los países bálticos y "erradicar definitivamente el bandolerismo y el nacionalismo" en estas repúblicas recientemente anexionadas. El 12 de enero, el Consejo de Ministros promulgó un decreto "sobre la expulsión y la deportación fuera de las Repúblicas Socialistas Soviéticas de Lituania, de Letonia y de Estonia, de los kulaks y de sus familias, de las familias de los bandidos y de los nacionalistas que se encuentran en situación ilegal, de las familias de bandidos abatidos durante los enfrentamientos armados, condenados o amnistiados y que continúan desarrollando una actividad hostil, así como de las familias de los cómplices de los bandidos". Las operaciones de deportación se desarrollaron desde marzo a mayo de 1949 y afectaron a cerca de 95.000 personas deportadas desde los países bálticos a Siberia. Entre estos "elementos hostiles y peligrosos para el orden soviético" se contaban, según el informe dirigido por Kruglov a Stalin el 18 de mayo de 1949, ¡27.084 niños de menos de 16 años; 1.785 niños de corta edad sin familia; 146 inválidos y 2850 "viejos decrépitos"! [352]

En septiembre de 1951 nuevas redadas enviaron a cerca de 17.000 supuestos kulaks bálticos a la deportación. Para los años 1940-1953 se estima en más de 200.000 el número de bálticos deportados, de los que aproximadamente 120.000 fueron lituanos, 50.000 letones y un poco más de 30.000 estonios. [353] A estas cifras hay que añadir la de los bálticos en los campos de concentración del Gulag, más de 75.000 en 1953, de los cuales 44.000 estuvieron en los campos "especiales" reservados para los detenidos políticos más duros. Los bálticos representaron una quinta parte del contingente de estos campos. En total, el 10% de la población adulta de los países bálticos se vio sometida a la deportación o al internamiento en un campo de concentración.

Las otras nacionalidades y etnias

Entre las otras nacionalidades recientemente incorporadas por la fuerza a la Unión Soviética figuraban los moldavos, también reticentes a la sovietización y a la colectivización. A finales de 1949, las autoridades decidieron proceder a una vasta redada-deportación de los "elementos hostiles y socialmente extraños". La operación fue supervisada por el primer secretario del partido comunista de Moldavia, Leonidas Ilich Brezhnev, futuro secretario general del partido comunista de la Unión Soviética.

Un informe de Kruglov a Stalin de fecha 17 de febrero de 1950 estableció en 94.752 el número de moldavos deportados "para la eternidad" como "colonos especiales". Si admitimos una tasa de mortalidad en el curso de su traslado idéntica a la de otros deportados, se llegaría a una cifra del orden de los 120.000 moldavos deportados, o sea, alrededor del 7% de la población moldava. Entre las restantes operaciones del mismo tipo, citemos – siempre en relación con el año 1949 – la deportación en junio de 1949 hacia Kazajstán y el Altai de 57.680 griegos, armenios y turcos del litoral del Mar Negro. [354]

Durante la segunda mitad de los años cuarenta, los guerrilleros del OUN y del UPA capturados en Ucrania continuaron proporcionando importantes contingentes de colonos especiales. De julio de 1944 a diciembre de 1949, las autoridades soviéticas apelaron en siete ocasiones a los insurrectos para que depusieran las armas, prometiéndoles una amnistía, pero sin resultados tangibles. En 1945-1947, los campos de Ucrania occidental, el "país profundo", estaban ampliamente controlados por los insurrectos apoyados por un campesinado que rechazaba cualquier idea de colectivización. Las fuerzas insurrectas operaban en los confines de Polonia y de Checoslovaquia, pasando de un país a otro para escapar de la persecución. Se puede juzgar la importancia del movimiento teniendo en cuenta el acuerdo que debió firmar, en mayo de 1947, el gobierno soviético con Polonia y Checoslovaquia para coordinar la lucha contra las "bandas" ucranianas. A continuación de este acuerdo, y para privar a la rebelión de sus bases naturales, el gobierno polaco desplazó a la población ucraniana hacia el noroeste de Polonia. [355]

El hambre de 1946-1947, que obligó a decenas de millares de campesinos de Ucrania oriental a huir a Ucrania occidental, menos afectada, siguió proporcionando nuevos reclutas para la rebelión todavía durante algún tiempo. A juzgar por la última propuesta de amnistía del 30 de diciembre de 1949, firmada por el ministro ucraniano del Interior, las "bandas de insurgentes" no se reclutaban únicamente de los campesinos. El texto mencionaba, efectivamente, entre las categorías de bandidos a los "jóvenes que han huido de las fábricas, las minas del Donetz y las escuelas industriales".

Ucrania occidental no fue "pacificada" definitivamente hasta finales de 1950, después de la colectivización forzada de tierras, el desplazamiento de pueblos enteros, la deportación o el arresto de cerca de 300.000 personas. Según las estadísticas del Ministerio del Interior, entre 1944 y 1952 cerca de 172.000 "miembros del OUN y del UPA" fueron deportados, a menudo con su familia, como colonos especiales hacia el Kazajstán y Siberia. [356]

Las operaciones de deportación de "contingentes diversos", según la clasificación del Ministerio del Interior, continuaron hasta la muerte de Stalin. Así, en el curso de los años 1951-1952 fueron deportados, en virtud de operaciones puntuales de pequeña envergadura, 11.685 mingrelinos y 4.707 iraníes de Georgia; 4.365 testigos de Jehová; 4.431 kulaks de Bielorrusia occidental; 1.445 kulaks de Ucrania occidental; 1.415 kulaks de la región de Pskov; 995 personas de la secta de los "verdaderos cristianos ortodoxos"; 2.795 basmanchíes del Tadzhikistán y 591 "vagabundos". La única diferencia con los deportados que pertenecían a los distintos pueblos "castigados" es que estos contingentes diversos no eran deportados "a perpetuidad" sino por un período de entre 10 y 20 años.

El Gulag a pleno y su crisis

Tal como indican los archivos del Gulag recientemente exhumados, el principio de los años cincuenta se vio señalado a la vez por el apogeo del sistema concentracionario – nunca hubo tantos detenidos en los campos de trabajo y colonos especiales en los "enclaves de colonización" – y por una crisis sin precedentes de este sistema.

A principios de 1953, el Gulag contaba aproximadamente con 2.750.000 detenidos, repartidos en tres tipos de establecimientos:

  • Alrededor de 500 "colonias de trabajo", presentes en cada región, que albergaban una media en cada caso de 1.000 a 3.000 detenidos, generalmente de derecho común, condenados por término medio a penas inferiores a los 5 años.
  • Unos 60 grandes complejos penitenciarios, los "campos de trabajo", situados principalmente en las regiones septentrionales y orientales del país y albergando cada uno de ellos a varias decenas de millares de detenidos, de derecho común y políticos, condenados en su mayoría a penas superiores a los 10 años.
  • Unos 15 "campos de régimen especial", creados siguiendo una instrucción secreta del Ministerio del Interior del 7 de febrero de 1948, en los cuales estaban detenidos exclusivamente políticos considerados como "particularmente peligrosos", es decir, alrededor de 200.000 personas. [357]

Este inmenso universo concentracionario contaba con los 2.750.000 detenidos mencionados a los cuales se añadían también millones de colonos especiales que dependían de otra dirección del Gulag. Este conjunto planteaba, a la vez, serios problemas de encuadramiento y de supervisión, pero también de rentabilidad económica. En 1951, el general Kruglov, ministro del Interior, dado el descenso constante de la productividad de la mano de obra penal, inició una vasta campaña de inspección sobre el estado del Gulag. Las comisiones enviadas al lugar revelaron una situación muy tensa.

En primer lugar, por supuesto, en los "campos de régimen especial" donde los "políticos" llegados desde 1945 – "nacionalistas" ucranianos y bálticos curtidos en la guerrilla, "elementos extranjeros" de las regiones recientemente incorporadas, "colaboradores" reales o supuestos, y otros "traidores a la patria" – eran reclusos indudablemente más decididos que los "enemigos del pueblo" de los años treinta, ya que aquellos antiguos cuadros del partido estaban convencidos de que su internamiento era el fruto de alguna terrible equivocación. Condenados a penas de 20 a 25 años, sin esperanza de liberación anticipada, estos detenidos no tenían nada que perder. Su aislamiento en los campos de régimen especial les había, además, librado de la presencia cotidiana de los detenidos comunes. Ahora bien, como lo ha subrayado Alexander Solzhenitsyn, era precisamente la promiscuidad de los políticos y los detenidos comunes lo que constituía el principal obstáculo para el nacimiento de un clima de solidaridad entre los detenidos. Al desaparecer ese obstáculo, los campos especiales se convirtieron inmediatamente en focos de resistencia y rebelión contra el régimen. Las redes ucranianas y bálticas, tejidas en la clandestinidad de la guerrilla, resultaron particularmente activas en estos casos. La negativa a trabajar, las huelgas de hambre, las evasiones en grupo y los motines se multiplicaron. Durante tan solo los años 1950-1952, investigaciones todavía sin completar señalan 16 motines y revueltas importantes que, en cada caso, implicaron a centenares de detenidos. [358]

Las "inspecciones de Kruglov" de 1951 revelaron también la degradación de la situación en los campos "ordinarios", que se tradujo en una "relajación generalizada de la disciplina". En 1951 se perdieron 1.000.000 de jornadas de trabajo por la "negativa a trabajar" de los detenidos. Y se asistió a un ascenso de la criminalidad en el interior de los campos, a la multiplicación de incidentes entre los detenidos y los vigilantes y a la caída de la producción del trabajo penal.

Según la administración, esta situación se debía en buena medida al enfrentamiento entre las bandas rivales de detenidos, que oponía a los "ladrones legales" que se negaban a trabajar para respetar "la regla del medio" con las "perras" que se sometían al reglamento del campo. La multiplicación de facciones y de riñas erosionaba la disciplina y creaba el "desorden". Además, se moría más a menudo de una cuchillada que de hambre o de enfermedad.

La conferencia de responsables del Gulag que se celebró en Moscú en enero de 1952 reconoció que "la administración, que hasta ahora ha sabido sacar ventaja con habilidad de las contradicciones entre los diversos grupos de detenidos, está perdiendo el control de los procesos internos (. . .) En algunos campos, las facciones han llegado a tomar en sus manos los asuntos internos." Para quebrantar a los grupos y a las facciones, la administración se vio obligada a recurrir a incesantes traslados de detenidos, a reorganizaciones permanente en el seno de las diversas secciones de los inmensos complejos penitenciarios reagrupando frecuentemente de 4.000 a 6.000 detenidos. [359]

No obstante, más allá del problema de las facciones, cuya amplitud llama la atención, a lo que apuntan los numerosos informes de inspección realizados en 1951-1952 es hacia la necesidad de una reorganización completa de las estructuras penitenciarias y productivas e incluso hacia importantes reducciones de efectivos.

Así, en su informe dirigido en enero de 1952 al general Dolguij, el jefe del Gulag, el coronel Zverev, responsable del gran complejo concentracionario de Norilsk, que contaba con 69.000 detenidos, preconizaba las siguientes medidas:

1.   Aislar a los miembros de las facciones. "Pero", precisaba Zverev, "a causa del gran número de detenidos que participan activamente en una o en otra de las dos facciones (. . .) no conseguiremos aislar más que a los jefes, e incluso con dificultad".

2.   Liquidar las inmensas zonas de producción donde trabajan actualmente sin escolta decenas de miles de detenidos que pertenecen a facciones rivales.

3.   Crear unidades de producción más pequeñas para asegurar una mejor vigilancia de los detenidos

4.   Aumentar el personal de vigilancia. "Porque", añadía Zvrev, "es imposible organizar esta vigilancia como se debería en la medida en que la escasez de personal alcanza un 50%".

5.   Separar a los detenidos de los trabajadores libres en los lugares de producción. ". . . los lazos tecnológicos entre las diferentes empresas del complejo de Norilsk, la necesidad de una producción continua y los problemas agudos de alojamiento no permiten aislar a los detenidos de los trabajadores libres de manera satisfactoria. (. . .) De manera general, el problema de la productividad y de la coherencia del proceso productivo solo podría ser resuelto con la liberación anticipada de 15.000 detenidos, que estarían obligados a quedarse en el lugar". [360]

Esta última proposición de Zverev estaba lejos de ser incongruente con el contexto de la época. En enero de 1951, el ministro del Interior Kruglov había solicitado a Beria la liberación anticipada de 6.000 detenidos que debían ser enviados como trabajadores libres a la inmensa obra de la central hidroeléctrica de Stalingrado, donde cumplían condena, de manera al parecer muy ineficaz, más de 25.000 detenidos. La práctica de la liberación anticipada, fundamentalmente de trabajadores calificados, fue bastante frecuente a principios de los años cincuenta. Plantea la cuestión central de la rentabilidad económica de un sistema concentracionario hipertrofiado.

Enfrentada con una explosión de reclusos menos fácilmente maleables que en el pasado, con problemas de encuadramiento y de vigilancia – el Gulag empleaba un personal de cerca de 208.000 personas – la enorme máquina administrativa tenía cada vez más dificultades para desenmascarar la tufta – los falsos balances – y para asegurar una rentabilidad siempre problemática.

Para resolver este problema permanente, la administración solamente podía escoger entre dos soluciones: o explotar la mano de obra penal hasta el máximo sin tener en cuenta las pérdidas humanas, o bien utilizarla de manera más racional alargando su supervivencia. Grosso modo, hasta 1948 predominó la primera solución. A finales de los años cuarenta, el hecho de que el régimen tomara conciencia de la amplitud de la penuria de la mano de obra en un país sangrado a muerte por la guerra, llevó a las autoridades penitenciarias a explotar a los detenidos de manera más "económica". Para intentar estimular la productividad, se introdujeron primas y "salarios", las raciones alimenticias aumentaron para aquellos que llegaban a cumplir las normas, la tasa anual de mortalidad cayó al 2 o 3%. Esta "reforma" se apoyó rápidamente sobre las realidades del mundo concentracionario.

A principios de los años cincuenta, las infraestructuras de producción tenían cerca de 20 años y no se habían beneficiado en general de ninguna inversión reciente. Las inmensas unidades penitenciarias que agrupaban a decenas de millares de detenidos, puestas en funcionamiento en el curso de los años anteriores con la perspectiva de una utilización extensiva de la mano de obra, eran estructuras pesadas, difícilmente reformables a pesar de numerosas tentativas realizadas de 1949 a 1952 para dividirlas en unidades de producción más pequeñas. La escasez del salario distribuido a los detenidos, que se elevaba a algunos centenares de rublos al año – o sea, de 15 a 20 veces menos que el salario medio de un trabajador libre – no actuaba como un incentivo que garantizara la productividad de trabajo más elevada en un momento en que un número creciente de detenidos se negaba a trabajar organizándose en bandas y haciendo necesaria una vigilancia creciente. En total, mejor pagado o mejor vigilado, el detenido, aquél que se sometía a las reglas de la administración, al igual que el refractario que prefería obedecer a la "ley del medio", costaba cada vez más caro.

Los datos parciales que aportan los informes de inspección de los años 1951-1952 apuntan todos en la misma dirección: el Gulag se había convertido en una máquina cada vez más difícil de gestionar. Además, las últimas grandes obras stalinistas que habían apelado ampliamente a la mano de obra penal, las de las centrales hidroeléctricas de Kuibyshev y de Stalingrado, del canal de Turkmenistán y del canal Volga-Don, se retrasaron considerablemente. Para acelerar los trabajos, las autoridades debieron transferirles a numerosos trabajadores libres o liberar antes de plazo a los detenidos más motivados. [361]

La crisis del Gulag arroja nueva luz sobre la amnistía que fue decretada el 27 de marzo de 1953 por Beria, tres semanas después de la muerte de Stalin, y que afectó a 1.200.000 reclusos. No se podría realizar una abstracción de las razones económicas, y no solamente políticas, que condujeron a los candidatos a la sucesión de Stalin, al corriente de las inmensas dificultades de gestión del Gulag, superpoblado y cada vez menos "rentable", a decretar esta amnistía parcial. Sin embargo, en el momento mismo en que la administración penitenciaria solicitaba una "disminución" de los contingentes de detenidos, Stalin, que envejecía y que era presa de una paranoia cada vez más pronunciada, preparaba una nueva gran purga, un segundo Gran Terror. En el clima pesado y turbulento del final del stalinismo, las "contradicciones" se multiplicaban. . .

La última conspiración

La conspiración de los médicos

El 13 de enero de 1953 Pravda anunció el descubrimiento de una conspiración del "grupo terrorista de los médicos", compuesto inicialmente de nueve médicos conocidos, y después de quince, de los cuales la mitad eran judíos.

Se les acusó de haberse aprovechado de sus altas funciones en el Kremlin para "abreviar la vida" de Andrey Zhdanov, miembro del Buró político muerto en agosto de 1948, y de Alexander Sherbakov, muerto en 1950, y de haber intentado asesinar a importantes jefes militares soviéticos por orden del servicio de inteligencia y de una organización de asistencia judía, el American Joint Distribution Committee.

Mientras que su denunciadora, la doctora Timashuk, recibía solemnemente la Orden de Lenin, los acusados, debidamente interrogados, acumulaban "confesiones". Como en 1936-1938, se celebraron millares de reuniones para exigir el castigo de los culpables, la multiplicación de las investigaciones y el regreso a una verdadera "vigilancia bolchevique". En las semanas que siguieron al descubrimiento de la "conspiración de las batas blancas", una amplia campaña de prensa reactualizó los temas de los años del Gran Terror, exigiendo "acabar con el descuido criminal en las filas del partido y liquidar definitivamente el sabotaje". La idea de una amplia conspiración que agrupara a intelectuales, judíos, militares, cuadros superiores del partido y de la economía y funcionarios de las repúblicas no rusas se abría camino recordando los mejores momentos de la yeshovschina.

Como lo confirman los documentos actualmente disponibles sobre este asunto [362] , la conspiración de las batas blancas fue un momento decisivo del stalinismo de postguerra. Señalaba a la vez la coronación de la campaña "anticosmopolita" – es decir, antisemita – desencadenada a principios de 1949 pero cuyos primeros pasos se remontan a 1946-1947, y el probable bosquejo de una nueva purga general, de un nuevo Gran Terror, que sólo iba a abortar con la muerte de Stalin, algunas semanas después del anuncio público de la conspiración.

A estas dos dimensiones se unía una tercera: la lucha entre las diferentes facciones del Ministerio del Interior y de la Seguridad del Estado, separados desde 1946 y sometidos a constantes reorganizaciones. [363] Estos enfrentamientos en el seno de la policía política eran en sí mismos el reflejo de una lucha en la cúspide de los aparatos políticos donde cada uno de los herederos potenciales de Stalin se estaba colocando ya con la perspectiva de la sucesión. Además, existía finalmente otra dimensión preocupante del "asunto": al exhumar – ocho años después de la revelación pública de los campos de exterminio nazi – el viejo fondo antisemita del zarismo combatido por los bolcheviques, el asunto subrayaba la desviación del stalinismo en su última fase.

No es este el lugar para desenredar la madeja de este asunto o, más bien, de los asuntos que convergieron hacia este momento final. Nos limitaremos, por lo tanto, a recordar brevemente los principales pasos que condujeron a esta última conspiración.

El comité antifascista judeo-soviético

En 1942, el gobierno soviético, deseoso de presionar a los judíos norteamericanos para que éstos impulsaran al gobierno norteamericano a abrir con más rapidez en Europa un "segundo frente" contra la Alemania nazi, creó un comité antifascista judeo-soviético presidido por Salomón Mijoels, el director del famoso teatro yiddish de Moscú. Algunos centenares de intelectuales judíos desplegaron una vasta actividad en el mismo: el novelista Ilia Ehrenburg, los poetas Samuel Marshak y Peretz Markish, el pianista Emile Guilels, el escritor Vassili Grossman, el gran físico Piotr Kapitza, padre de la bomba atómica soviética, etc. Rápidamente el comité desbordó su papel de organismo de propaganda oficiosa para convertirse en aglutinador de la comunidad judía y en organismo representativo del judaísmo soviético.

En febrero de 1944, los dirigentes del comité, Mijoels, Fefer y Epstein, incluso dirigieron a Stalin una carta en la que proponían instaurar una república autónoma judía en Crimea, susceptible de hacer olvidar la experiencia del "Estado Nacional Judío" de Birobidzhan, intentada en los años treinta y que tenía toda la apariencia de haber resultado un fracaso patente: en 10 años, en esta región perdida, pantanosa y desértica del extremo oriente siberiano, en los confines de la China, se habían instalado menos de 40.000 judíos. [364]

El comité se consagró igualmente a la recogida de testimonios sobre las matanzas de judíos realizadas por los nazis y sobre los "fenómenos anormales relativos a los judíos", eufemismo que designaba las manifestaciones de antisemitismo entre la población. Que eran numerosas. Las tradiciones antisemitas seguían siendo fuertes en Ucrania y en ciertas regiones occidentales de Rusia, fundamentalmente en la antigua "zona de residencia" del Imperio ruso, donde los judíos habían sido autorizados a residir por las autoridades zaristas.

Las primeras derrotas del Ejército Rojo revelaron la amplitud del antisemitismo popular. Como lo reconocían algunos de los informes de la NKVD sobre "el estado de la moral en la retaguardia", amplios sectores de la población eran sensibles a la propaganda nazi según la cual los alemanes no hacían la guerra más que a los judíos y a los comunistas. En las regiones ocupadas por los alemanes, principalmente en Ucrania, las matanzas de judíos vistas y conocidas por la población suscitaron, al parecer, poca indignación. Los alemanes reclutaron a cerca de 80.000 auxiliares ucranianos, de los cuales algunos participaron en matanzas de judíos.

Para contrarrestar esta propaganda nazi y movilizar el frente y la retaguardia alrededor del tema de la lucha de todo el pueblo soviético por su supervivencia, los ideólogos bolcheviques se negaron de entrada a reconocer la especificidad del holocausto. Sobre este terreno se desarrolló el antisionismo, y después el antisemitismo oficial, particularmente virulento, al parecer, en los medios del agit-prop (agitación-propaganda) del Comité Central. Este departamento había redactado en agosto de 1942 una nota interna sobre "el lugar dominante de los judíos en los medios artísticos, literarios y periodísticos".

El activismo del comité antifascista judío no tardó en disponer a las autoridades en su contra. Desde principios de 1945, se prohibió al poeta judío Peretz Markish. La publicación del Libro Negro sobre las atrocidades nazis contra los judíos fue anulada con el pretexto de que "el hilo conductor de todo el libro es la idea de que los alemanes no hicieron la guerra contra la Unión Soviética más que con el único objetivo de aniquilar a los judíos". El 12 de octubre de 1946, el ministro de Seguridad del Estado, Abakumov, envió al Comité Central una nota "sobre las tendencias nacionalistas del comité antifascista judío". [365] Deseoso, por razones de estrategia internacional, de proseguir entonces una política exterior favorable a la creación del Estado de Israel, Stalin no reaccionó inmediatamente. Solo después de que la Unión Soviética votó en la ONU el plan de reparto de Palestina, el 29 de noviembre de 1947, Abakumov recibió carta blanca para emprender la liquidación del comité.

El 19 de diciembre de 1947 varios de sus miembros fueron detenidos. Algunas semanas más tarde, el 13 de enero de 1948, Salomón Mijoels fue encontrado asesinado en Minsk. Según la versión oficial, habría sido víctima de un accidente automovilístico. Algunos meses más tarde, el 21 de noviembre de 1948, el comité antifascista judío fue disuelto, bajo el pretexto de que se había convertido en "un centro de propaganda antisoviético". Sus diversas publicaciones – fundamentalmente el periódico yiddish Einikait, en el cual colaboraba la élite de los intelectuales judíos soviéticos – fueron prohibidas. [366] En las semanas que siguieron, todos los miembros del comité fueron detenidos. En febrero de 1949, la prensa desencadenó una vasta campaña "anticosmopolita". Los críticos de teatro judíos fueron denunciados por su "incapacidad para comprender el carácter nacional ruso". "¿Qué visión puede, por lo tanto, tener un Gurvich o un Yuzovski del carácter nacional del hombre ruso soviético?" escribía Pravda el 2 de febrero de 1949. Centenares de intelectuales judíos fueron detenidos, fundamentalmente en Leningrado y en Moscú, en el curso de los primeros meses de 1949.

La purga de los judíos

La revista Neva publicó recientemente un documento ejemplar de este período: la detención de los jueces del Tribunal de Leningrado, producida el 7 de julio de 1949, y que condenó a Achille Grigorievich Leniton, Ilia Zeilkovich Serman y Rulf Alexandrovna Zevina a 10 años de campo de concentración. Los acusados fueron declarados culpables, entre otras cosas, de haber "criticado la resolución del Comité Central sobre las revistas Zvezda y Leningrad partiendo de posiciones antisoviéticas (. . .) de haber interpretado las opiniones internacionales de Marx con un espíritu contrarrevolucionario, de haber alabado a los escritores cosmopolitas (. . .) y de haber calumniado la política del gobierno soviético sobre la cuestión de las nacionalidades." Después de haber apelado, los acusados fueron condenados a 25 años por los jueces del Tribunal Supremo, que justificaron su veredicto: "la pena decretada por el tribunal de Leningrado no tuvo en cuenta la gravedad del crimen cometido (. . .) Los acusados, de hecho, llevaron a cabo una agitación contrarrevolucionaria utilizando los prejuicios nacionales y afirmando la superioridad de una nación sobre las otras naciones de la Unión Soviética". [367]

La destitución de los judíos fue llevada a cabo de manera sistemática, fundamentalmente en medios culturales, informativos, de prensa, editoriales, médicos, en resumen, en las profesiones en las que ocupaban puestos de responsabilidad. Los arrestos se multiplicaron, afectando a los medios más diversos, ya fuera el grupo de los "ingenieros saboteadores" – judíos en su mayoría, detenidos en el complejo metalúrgico de Stalino, condenados a muerte y ejecutados el 12 de agosto de 1952 – o la esposa judía de Molotov, Paulina Zhemchuzhina, alto responsable de la industria textil, detenida el 21 de enero de 1949 por "pérdida de documentos que contienen secretos del Estado", juzgada y enviada a un campo de concentración por 5 años, o, incluso, la esposa, igualmente judía, del secretario personal de Stalin, Alexander Poskrebyshev, acusada de espionaje y fusilada en junio de 1952. [368] Tanto Molotov como Poskrebyshev continuaron sirviendo a Stalin como si no hubiera pasado nada.

No obstante, la instrucción del sumario contra los acusados del comité antifascista judío se dilató en el tiempo. El proceso, a puertas cerradas, no empezó hasta mayo de 1952, es decir, dos años y medio después del arresto de los acusados. ¿Por qué ese retraso tan prolongado? Según la documentación, todavía fragmentaria, de la que disponemos hoy, se pueden avanzar dos razones para explicar la duración excepcional del período de instrucción.

 

El "asunto de Leningrado"

Stalin orquestaba por esa época, siempre en el mayor de los secretos, otro asunto denominado "de Leningrado", etapa importante que debía preparar, junto con el sumario del comité antifascista judío, la gran purga final. En paralelo, procedía a una reorganización profunda de los servicios de seguridad, cuyo episodio central fue el arresto de Abakumov en julio de 1951, que estaba fundamentalmente dirigido contra el todopoderoso Beria, vicepresidente del Consejo de Ministros y miembro del Buró político. El asunto del comité antifascista judío estaba imbricado con las luchas por la influencia y la sucesión en el centro del dispositivo que debía desembocar en el asuntos de las batas blancas y en un segundo Gran Terror.

De todos los asuntos, el denominado "de Leningrado", que se solventó con la ejecución, mantenida en secreto, de los principales dirigentes de la segunda organización más importante del partido comunista de la Unión Soviética, sigue siendo el más misterioso hasta el día de hoy.

El 15 de febrero de 1949, el Buró político adoptó una resolución "sobre las acciones antipartido de Kuznetsov, Rodionov y Popkov", tres altos dirigentes del partido. Éstos fueron despojados de sus funciones, al igual que Voznessensky, el presidente del Gosplan, el órgano de planificación del Estado, y la mayoría de los miembros del aparato de Leningrado, ciudad siempre sospechosa a los ojos de Stalin. En agosto-septiembre de 1949, todos estos dirigentes fueron arrestados bajo la acusación de haber organizado un grupo "antipartido" vinculado al . . . servicio de inteligencia. Abakumov inició entonces una verdadera caza de los "veteranos del partido de Leningrado" instalados en puestos de responsabilidad en otras ciudades o en otras repúblicas. Centenares de comunistas de Leningrado fueron detenidos y alrededor de 2.000 expulsados del partido y despedidos de su trabajo. La represión adquirió formas sobrecogedoras, afectando a la misma ciudad incluso como entidad histórica. Así, las autoridades cerraron en agosto de 1949 el museo de la Defensa de Leningrado, consagrado a la gesta heroica del cerco de la ciudad durante la "gran guerra patria". Algunos meses más tarde, Mijail Suslov, responsable de la ideología, fue encargado por el Comité Central de crear una "comisión de liquidación" del museo, que trabajó hasta finales de febrero de 1953. [369]

Los principales inculpados en el asunto de Leningrado – Kuznetsov, Rodionov, Popkov, Voznessensky, Kapustin, Lazutin – fueron juzgados a puerta cerrada el 30 de septiembre de 1950 y ejecutados al día siguiente, una hora después de pronunciado el veredicto. Todo el asunto se desarrolló en el más completo secreto. No se informó a nadie, ni siquiera a la hija de uno de los principales acusados que, sin embargo, era la nuera de Anastas Mikoyan, ministro y miembro del Buró político.

En el curso del mes de octubre de 1950, otras parodias de juicio condenaron a muerte a decenas de cuadros dirigentes del partido, habiendo pertenecido todos ellos a la organización de Leningrado: Soloviev, primer secretario del comité regional de Crimea; Badayev, segundo secretario del comité regional de Leningrado; Verbistki, segundo secretario del comité regional de Murmansk; Bassov, primer vicepresidente del consejo de ministros de Rusia, etc. [370]

La "depuración de Leningrado" ¿fue un simple ajuste de cuentas entre facciones del partido o bien un eslabón de una cadena de asuntos que iban de la liquidación del comité antifascista judío a la conspiración de las batas blancas, pasando por el arrestos de Abakumov y la "conspiración nacionalista mingreliana? La segunda hipótesis es la más probable. El asunto de Leningrado fue, sin duda, una etapa decisiva en la preparación de una gran purga cuya señal pública se dio el 13 de enero de 1953.

De manera significativa, los crímenes reprochados a los dirigentes de Leningrado caídos en desgracia enlazaban todo el asunto con los años siniestros de 1936-1938. Durante la reunión plenaria de los cuadros del partido de Leningrado en octubre de 1949, el nuevo primer secretario, Andrianov, anunció al atónito auditorio que los antiguos dirigentes habían publicado literatura trotskista y zinovievista: "en los documentos que estas gentes publicaban pasaban, subrepticiamente y de manera enmascarada, artículos de los peores enemigos del pueblo: Zinoviev, Kamenev, Trotsky y otros". Más allá de lo grotesco de la acusación, el mensaje resultaba claro para los cuadros del aparato. Todos debían prepararse para un nuevo año 1937. [371]

La "conspiración nacionalista judía"

Tras la ejecución de los principales acusados del asunto de Leningrado en octubre de 1950, se multiplicaron las maniobras y las contramaniobras en el seno de los servicios de Seguridad y del Interior. Desconfiando de Beria, Stalin inventó una fantasmagórica conspiración nacionalista mingrelina, cuyo objetivo era unir a Mingrelia, una región de Georgia de la que Beria [372] era justamente originario, con Turquía. Se obligó a Beria a diezmar por sí mismo a sus "compatriotas" y a llevar a cabo una purga del partido comunista georgiano. [373]

En octubre de 1951, Stalin asestó otro golpe a Beria al ordenarle detener a un grupo de viejos cuadros judíos de la seguridad y de la judicatura entre los que se encontraban el teniente coronel Aitington que, siguiendo las órdenes de Beria, había organizado en 1940 el asesinato de Trotsky; al general Leonid Raijman, que había participado en el montaje de los procesos de Moscú; al coronel Lev Schwarzman, torturador de Babel y de Meyerhold, y al juez de instrucción Lev Sheinin, brazo derecho de Vyzhinsky, el fiscal de los grandes procesos de Moscú de 1936-1938. Todos fueron acusados de ser los organizadores de una vasta "conspiración nacionalista judía" dirigida por  . . . Abakumov, el ministro de Seguridad del Estado y colaborador cercano de Beria.

Abakumov había sido arrestado algunos meses antes, el 12 de julio de 1951, y recluido en secreto. Se le acusó en primer lugar de haber hecho desaparecer de manera deliberada a Jacob Etinguer, famoso médico judío detenido en noviembre de 1950 y muerto en prisión poco después. Al "eliminar" a Etinguer – que, en el curso de su larga carrera, había dispensado sus cuidados, entre otros, a Serguei Kirov, a Sergov Ordzhonikizde, al mariscal Tujachevsky, a Palmiro Togliatti, a Tito y a Gueorgui Dimitrov – Abakumov habría intentado "impedir que fuera desenmascarado un grupo criminal formado por nacionalistas judíos infiltrados en el área más elevada del ministerio de la Seguridad del Estado". Algunos meses más tarde el mismo Abakumov fue presentado como el "cerebro" de la conspiración nacionalista judía. Así, el arresto de Abakumov en julio de 1951 constituyó una etapa decisiva en el montaje de una vasta "conspiración judeo-sionista". Ésta aseguraba la transición entre la liquidación todavía secreta del comité antifascista judío y la conspiración de las batas blancas que estaba llamada a convertirse en la señal pública de la purga. Así, el escenario se fue configurando durante el verano de 1951 y no a finales de 1952. [374]

Del 11 al 18 de julio de 1952 se celebró, a puerta cerrada y en el mayor de los secretos, el proceso a los miembros del comité antifascista judío. Trece acusados fueron condenados a muerte y ejecutados el 12 de agosto de 1952 al mismo tiempo que otros diez "ingenieros saboteadores", todos judíos, de la fábrica de automóviles Stalino. En total, el "sumario" del comité antifascista judío dio lugar a 125 condenas, de las cuales 25 fueron a muerte, todas ejecutadas, y 100 a penas de 10 a 25 años en un campo de concentración. [375]

En el mes de septiembre de 1952 estaba preparado el escenario de la conspiración judeo-sionista. Su puesta en funcionamiento se vio retrasada en algunas semanas, el tiempo que duró el XIX Congreso del PCUS, reunido finalmente en octubre de 1952, trece años y medio después del XVIII Congreso. Al final del congreso, los médicos judíos en su mayoría – cuestionados en lo que iba a convertirse públicamente en el asunto de las batas blancas – fueron detenidos, encarcelados y torturados.

En paralelo a estos arrestos, por el momento mantenidos en secreto, se abría en Praga, el 20 de noviembre de 1952, el proceso de Rudolf Slansky, antiguo secretario general del partido comunista checoslovaco, y de otros 13 dirigentes comunistas. Once de ellos fueron condenados a muerte y ahorcados. Una de las particularidades de esta parodia judicial, enteramente montada por los consejeros soviéticos de la policía política, fue su carácter abiertamente antisemita. Once de los 14 acusados eran judíos, y los hechos que se les imputaban giraban en torno a la constitución de un "grupo terrorista trotsko-tito-sionista". La preparación de este proceso fue la ocasión para una verdadera caza de judíos en los aparatos de los partidos comunistas de la Europa del Este.

Al día siguiente de la ejecución de los 11 condenados a muerte del proceso Slansky, el 4 de diciembre de 1952, Stalin hizo que el Presidium del Comité Central votara una resolución titulada "Sobre la situación del ministerio de Seguridad del Estado", que ordenaba a las instancias del partido "poner fin al carácter incontrolado de los organismos de Seguridad del Estado". La Seguridad era sentada en el banquillo. Había dado muestras de "laxismo", no había ejercido la "vigilancia", había permitido que los "médicos saboteadores" ejercieran su funesta actividad. Se había dado un paso más. Stalin contaba con utilizar el asunto de las batas blancas contra la Seguridad y contra Beria. Éste, gran especialista en intrigas preparadas, no podía ignorar el sentido de lo que se preparaba.

Lo que sucedió en las semanas que precedieron a la muerte de Stalin continúa siendo, en buena medida, más conocido. Detrás de la campaña "oficial" que llamaba al "reforzamiento de la vigilancia bolchevique", a la "lucha contra toda clase de descuido", detrás de los mítines y de las reuniones que pedían un "castigo ejemplar" para los "asesinos cosmopolitas", continuaban la instrucción y los interrogatorios de los médicos judíos detenidos. Cada día los nuevos arrestos proporcionaban una mayor amplitud a la conspiración.

El 19 de febrero de 1953 fue detenido Iván Maisky, el viceministro de Asuntos Exteriores, brazo derecho de Molotov y antiguo embajador de la URSS en Londres. Interrogado sin cesar, "confesó" haber sido reclutado como espía británico por Winston Churchill, al mismo tiempo que Aleksandra Kollontai, gran figura del bolchevismo, animadora en 1921 de la oposición obrera con Shliapnikov, ejecutado en 1937, y que hasta el final de la Segunda Guerra Mundial había sido embajadora de la URSS en Estocolmo. [376]

Y, sin embargo, a pesar de estos "avances" sensacionales en la instrucción de la conspiración, no se pudo impedir que se percibiese que, a diferencia de lo que había sucedido en 1936-1938, ninguno de los grandes dignatarios del régimen se comprometió públicamente, entre el 13 de enero y la muerte de Stalin el 5 de marzo, en la campaña de denuncia del asunto. Según el testimonio de Bulganin, recogido en 1970, además de Stalin, principal inspirador y organizador, solo cuatro dirigentes "estaban comprometidos en el golpe": Malenkov, Suslov, Riumin e Ignatiev. En consecuencia, todos los demás podían sentirse amenazados.

Sin embargo, según Bulganin, el proceso de los médicos judíos debía iniciarse a mediados de marzo y proseguir con deportaciones masivas de judíos soviéticos hacia Birobidzhan. [377] En el estado actual de los conocimientos y de la accesibilidad todavía muy limitada a los archivos presidenciales, donde se han conservado los expedientes más secretos y los más "sensibles", es imposible saber si un plan semejante de deportación masiva de judíos estaba siendo sometido a estudio a inicios de 1953.

Una sola cosa es segura: la muerte de Stalin se produjo en un punto concreto para interrumpir finalmente la lista de los millones de víctimas de su dictadura.

La salida del stalinismo

Después de Stalin

La desaparición de Stalin señaló, en medio de siete décadas de existencia de la Unión Soviética, una etapa decisiva, el final de una época, si no el final de un sistema. La muerte del guía supremo reveló, como escribió Francois Furet, "la paradoja de un sistema pretendidamente inscripto en las leyes del desarrollo social, pero en el cual todo depende de tal manera de un solo hombre que, cuando ese hombre ha desaparecido, el sistema ha perdido algo que resultaba esencial." Uno de los componentes de este "algo esencial" era el fuerte nivel de represión ejercida bajo las formas más diversas por el Estado contra la sociedad.

Para los principales colaboradores de Stalin – Malenkov, Molotov, Voroshilov, Mikoyan, Kaganovich, Jrushchov, Bulganin, Beria – el problema político planteado por la sucesión de Stalin era particularmente complejo. Debían, a la vez, asegurar la continuidad del sistema, repartirse las responsabilidades, encontrar un equilibrio entre la preeminencia – incluso atenuada – de uno solo y el ejercicio de la colegialidad, satisfaciendo las ambiciones de cada uno y las relaciones de fuerzas e introducir rápidamente diversos cambios sobre cuya necesidad existía un amplio consenso.

La difícil conciliación de estos objetivos explica el desarrollo, extremadamente complejo y tortuoso, del curso político entre la muerte de Stalin y la eliminación de Beria (detenido el 26 de junio de 1953).

Las minutas estenográficas, accesibles actualmente, de los plenos del Comité Central que se celebraron el 5 de marzo de 1953 (el día de la muerte de Stalin) y del 2 al 7 de julio de 1953 (después de la eliminación de Beria) [378] aclaran las razones que impulsaron a los dirigentes soviéticos a poner en funcionamiento esta "salida del stalinismo" que Nikita Jrushchov iba a transformar en "desestalinización" con sus puntos culminantes – primero en el XX Congreso del PCUS, en febrero de 1956, y después el XXII Congreso, en octubre de 1962.

La primera razón era el instinto de supervivencia, la autodefensa. En el curso de los últimos meses de la existencia de Stalin, casi todos los dirigentes habían sentido hasta qué punto ellos mismos se habían convertido en vulnerables. Nadie estaba a cubierto; ni Voroshilov, acusado de "agente del servicio de inteligencia"; ni Molotov, ni Mikoyan, expulsados por el dictador de sus puestos en el Presidium del Comité Central; ni Beria, amenazado por sombrías intrigas manipuladas por Stalin en el seno de los servicios de seguridad.

En los escalones intermedios, igualmente, las élites burocráticas que se habían reconstituido desde la guerra temían y rechazaban los aspectos terroristas del régimen. La omnipotencia de la policía política constituía el último obstáculo que les impedía aprovecharse de una carrera estable. Resultaba indispensable comenzar por desmantelar lo que Martin Malia ha denominado con justicia "la maquinaria puesta en funcionamiento por el dictador difunto para su propio uso", a fin de asegurar que nadie se serviría de ella para afirmar su propia preeminencia a expensas de sus colegas – y rivales – políticos. Más allá de las divergencias de fondo sobre las reformas que había que emprender, fue el temor de ver regresar al poder a un nuevo dictador lo que coaligó a los "herederos de Stalin" contra Beria, que aparecía entonces como el dirigente más poderoso, porque disponía del inmenso aparato de Seguridad y del Interior. A todos se les imponía una lección: ya no era indispensable que los aparatos represivos pudieran "escapar del control del partido" – en otras palabras, convertirse en el arma de un solo individuo – y amenazar a la oligarquía política.

La segunda razón, más fundamental, del cambio se relacionaba con la percepción compartida por todos los dirigentes principales, lo mismo Jrushchov que Malenkov, de que eran necesarias las reformas económicas y sociales. La gestión exclusivamente represiva de la economía, fundada en una requisa autoritaria de la casi totalidad de la producción agrícola, en una criminalización de los informes sociales, y en la hipertrofia del Gulag, había conducido a una grave crisis económica y a bloqueos sociales que excluían cualquier progreso de la productividad del trabajo. Había sido superado el modelo económico cuya puesta en funcionamiento, en los años treinta, en contra de la voluntad de la inmensa mayoría de la sociedad, había desembocado en los ciclos represivos descriptos con anterioridad.

Finalmente, la tercera razón del cambio se relacionaba con la dinámica misma de las luchas de sucesión que alimentaban una espiral de sobrepujas políticas: fue Nikita Jrushchov el que, por diferentes razones que no analizaremos aquí – aceptar personalmente el afrontar su pasado stalinista, auténtico remordimiento, habilidad política, populismo específico, relación con una cierta forma de fe socialista en el "porvenir radiante", voluntad de regresar a lo que él consideraba como una "legalidad socialista", etc. – acabó superando con creces a todos sus colegas en la vía de una desestalinización mesurada y parcial en el plano político, pero radical en el plano de la vida cotidiana de la población.

¿Cuáles fueron, por lo tanto, las principales etapas del desmantelamiento de la maquinaria represiva, de ese movimiento que, en algunos años, contribuyó a hacer pasar a la Unión Soviética de un sistema marcado por un fuerte nivel de represión judicial y extrajudicial a un régimen autoritario y policial, en el que la memoria del terror iba a ser, durante una generación, una de las garantías más eficaces del orden postestalinista?

Reorganización del Gulag

Menos de dos semanas después de la muerte de Stalin, el Gulag fue profundamente reorganizado. Pasó a ser competencia del Ministerio de Justicia. Por lo que se refiere sus infraestructuras económicas, fueron transferidas a los ministerios civiles competentes. Más espectacular todavía que estos cambios administrativos, que traducían claramente un debilitamiento muy obvio del todopoderoso Ministerio del Interior, fue el anuncio de una amplia amnistía el 28 de marzo de 1953 en el Pravda. En virtud de un decreto promulgado la víspera por el Presidium del Soviet Supremo de la URSS, y firmado por su presidente, el mariscal Voroshilov, fueron amnistiados:

1.   Todos los condenados a penas inferiores a los 5 años

2.   Todas las personas condenadas por prevaricación, crímenes económicos y abusos de poder.

3.   Las mujeres embarazadas y las madres de niños de menos de 10 años, los menores, los hombres de más de 55 años y las mujeres de más de 50 años.

Además, el decreto de amnistía preveía la disminución de la mitad de las penas que quedaban por purgar para todos los demás detenidos, salvo aquellos condenados por crímenes "contrarrevolucionarios", robo a gran escala, bandidaje y asesinato con premeditación.

En algunas semanas, alrededor de 1.200.000 detenidos, es decir, cerca de la mitad de la población de los campos de concentración y de las colonias penitenciarias, abandonaron el Gulag. La mayoría de ellos era o pequeños delincuentes, condenados por robos de poca importancia, o, más a menudo, simples ciudadanos sobre los que había caído el peso de una de las innumerables leyes represivas que sancionaban casi cada esfera de actividad, desde "el abandono del puesto de trabajo" hasta "la infracción de la ley sobre los salvoconductos interiores".

Esta amnistía parcial, que excluía fundamentalmente a los prisioneros políticos y a los "desplazados especiales", reflejaba por su misma ambigüedad las evoluciones todavía mal definidas y los pasos tortuosos que se estaban dando durante la primavera de 1953, un período de intensas luchas por el poder, durante el cual Lavrenti Beria, primer vicepresidente del Consejo de Ministros y Ministro del Interior, pareció convertirse en el "gran reformador".

¿Cuáles fueron las razones para decretar esta amplia amnistía? Según Ami Knight [379] , la biógrafa de Lavrenti Beria, la amnistía del 27 de marzo de 1953, decidida por iniciativa del propio Ministro del Interior, se inscribía en una serie de medidas políticas que daban testimonio del "cambio liberal" de Beria, implicado en las luchas de sucesión por el poder desencadenadas después de la muerte de Stalin y atrapado en una espiral de sobrepujas políticas. Para justificar esta amnistía, Beria había enviado al Presidium del Comité Central, el 24 de marzo, una prolongada nota en la cual explicaba que de los 2.526.402 detenidos con que contaba el Gulag, solo 221.435 eran "criminales de Estado particularmente peligrosos", encerrados en su mayoría en "campos de concentración especiales". En su inmensa mayoría, reconocía Beria (¡una confesión notable y escalofriante!) los prisioneros no constituían una amenaza seria para el Estado. Resultaba deseable una amplia amnistía para descongestionar rápidamente un sistema penitenciario excesivamente pesado y poco rentable. [380]

La cuestión de la gestión, cada vez más difícil, del inmenso Gulag era evocada de manera regular desde principio de los años cincuenta. La crisis del Gulag, reconocida por la mayor parte de los dirigentes mucho antes de la muerte de Stalin, provocó la amnistía del 27 de marzo de 1953. Las razones económicas – y no solamente políticas – condujeron, en consecuencia, a los candidatos a la sucesión de Stalin, que se hallaban al corriente de las inmensas dificultades de gestión de un Gulag sobrepoblado y cada vez menos "rentable", a decretar una amplia, pero no obstante parcial, amnistía.

En este terreno, como en otros, no podía adoptarse ninguna medida radical mientras Stalin estuviese vivo. Según la justa fórmula del historiador Moshe Lewin, en los últimos años del dictador todo estaba "momificado".

No obstante, una vez que Stalin murió, "no todo era todavía posible": así quedaron excluidos de la amnistía todos aquellos que habían sido las principales víctimas de la arbitrariedad del sistema, los "políticos" condenados por actividades contrarrevolucionarias.

La exclusión de los políticos de la amnistía del 27 de marzo de 1953 estuvo en el origen de numerosos motines y revueltas de detenidos acontecidas en los campos de régimen especial del Gulag, del Retchlag y del Steplag. [381]

El 4 de abril, Pravda anunció que los "asesinos de bata blanca" habían sido víctimas de una provocación y que sus confesiones habían sido arrancadas por "métodos ilegales de instrucción" (se sobreentiende que bajo tortura). Este acontecimiento tuvo mayor relieve en virtud de la resolución que el Comité Central adoptó algunos días más tarde "sobre la violación de la legalidad por los órganos de Seguridad del Estado). De allí se desprendía claramente que el asunto de los médicos asesinos no había sido un accidente aislado, que la Seguridad del Estado se había arrogado poderes exorbitantes y que había multiplicado los actos ilegales. El partido rechazaba estos métodos y condenaba el poder excesivo de la policía política.

La esperanza suscitada por estos textos suscitó inmediatamente numerosas reacciones: los juzgados se vieron inundados por centenares de millares de demandas de rehabilitación. Por lo que se refiere a los detenidos, fundamentalmente aquellos que pertenecían a los campos especiales, exasperados por el carácter limitado y selectivo de la amnistía del 27 de marzo, y conscientes de la evolución de sus guardianes y de la crisis que atravesaba el sistema represivo, se negaron en masa a trabajar y a obedecer las directrices de los comandantes de los campos de concentración. El 14 de mayo de 1953, más de 14.000 prisioneros de diferentes secciones del conjunto penitenciario de Norilsk organizaron una huelga y pusieron en pie comités compuestos por miembros elegidos por los diferentes grupos nacionales en los que los ucranianos y los bálticos desempeñaron un papel clave. Las principales reivindicaciones de los detenidos eran: la disminución de la jornada de trabajo a nueve horas; la supresión del número de matrícula en la ropa; la derogación de las limitaciones relativas a la correspondencia con la familia; la expulsión de todos los soplones y la extensión del beneficio de la amnistía a los políticos.

El anuncio oficial del 10 de julio de 1953 del arresto de Beria, acusado de haber sido un espía inglés, un "enemigo encarnizado del pueblo", confirmó a los detenidos en la idea de que algo importante estaba cambiando en Moscú y les llevó a ser intransigentes en su reivindicaciones. El movimiento de negativa a trabajar se amplió. El 14 de julio más de 12.000 detenidos del conjunto penitenciario de Vorkuta se declararon, a su vez, en huelga. Signo del cambio de los tiempos fue que, tanto en Norilsk como en Vorkuta, se entablaron negociaciones y el asalto contra los detenidos se vio retrasado en varias ocasiones.

La agitación siguió siendo endémica en los campos de régimen especial desde el verano de 1953 hasta el XX Congreso de febrero de 1956. La revuelta más importante, y la más prolongada, estalló en mayo de 1954 en la tercera sección del conjunto penitenciario de Steplag, en Kenguir, cerca de Karaganda (Kazajstán). Duró 40 días y no fue reducida más que después de que las tropas especiales del Ministerio del Interior hubieran cercado el campo de concentración con carros de combate. Alrededor de 400 detenidos fueron juzgados y nuevamente condenados, y los 6 miembros sobrevivientes de la comisión que había dirigido la resistencia fueron ejecutados.

Signo del cambio político desde la muerte de Stalin fue que algunas de las reivindicaciones expresadas en 1953-1954 por los detenidos amotinados resultaran, no obstante, satisfechas: la duración del trabajo cotidiano de los detenidos fue reducida a nueve horas y se introdujeron algunas mejoras significativas en la vida cotidiana.

Nace la KGB

En 1954-1955 el gobierno adoptó una serie de medidas que limitaban la omnipotencia de la Seguridad del Estado, profundamente trastornada desde la eliminación de Beria. Las troikas – tribunales especiales que juzgaban los asuntos relativos a la policía política – fueron suprimidas. La policía política fue reorganizada en un organismo autónomo que adoptó el nombre de Komitet Gossudarstvennoi Bezopasnosti  (KGB - Comité de Seguridad del Estado), purgado de aproximadamente el 20% de sus efectivos anteriores a marzo de 1953 y colocado bajo la autoridad del general Serov que había supervisado fundamentalmente todas las deportaciones de pueblos durante la guerra.

Considerado como personaje cercano a Nikita Jrushchov, el general Serov encarnaba todas las ambigüedades de un período de transición en el que numerosos responsables de antaño conservaban puestos claves. El gobierno decretó nuevas amnistías parciales, de las que la más importante fue la de septiembre de 1955 que permitió la liberación de personas que habían sido condenadas en 1945 por "colaboración con el ocupante" y la de los prisioneros de guerra alemanes todavía detenidos en la URSS. Finalmente, se adoptaron diversas medidas en favor de los "colonos especiales". Estos recibieron fundamentalmente la autorización para desplazarse por un territorio más amplio y para presentarse con menos frecuencia en la comandancia de la que dependían.

Tras la celebración de negociaciones germano-soviéticas en la cumbre, los alemanes deportados, que representaban el 40% del número total de colonos especiales (un poco más de 1.000.000 de cerca de 2.750.000), fueron los primeros en beneficiarse, a partir de septiembre de 1955, de la supresión de restricciones que pesaban sobre esta categoría de proscriptos. No obstante, los textos legales precisaban que la derogación de las restricciones jurídicas, profesionales, de estado y de residencia, no implicaban "ni la restitución de los bienes confiscados ni el derecho a regresar a los lugares de los que los colonos especiales habían sido desplazados". [382]

La "desestalinización"

Estas restricciones resultaban muy significativas en el conjunto del proceso, parcial y gradual, de lo que se llamó "desestalinización". Llevada a cabo por un stalinista, Nikita Jrushchov, que había, como todos los dirigentes de su generación, participado directamente en la represión – deskulaquización, purgas, deportaciones, ejecuciones – la desestalinización no podía más que limitarse a la denuncia de algunos excesos del "período del culto a la personalidad".

El informe secreto, leído por Jrushchov en la tarde del 24 de febrero de 1956, ante los delegados soviéticos en el XX Congreso, seguía siendo muy selectivo en su condena del stalinismo, no cuestionando nunca ninguna de las grandes decisiones del partido desde 1917. Este carácter selectivo se manifestaba tanto en la cronología de la "desviación" stalinista – fechada en 1934, excluía de la misma crímenes como la colectivización y la hambruna de 1932-1933 –­ como en la elección de las víctimas mencionadas, todos comunistas, generalmente de estricta obediencia stalinista, pero nunca los simples ciudadanos. Al circunscribir el campo de las represiones únicamente a los comunistas, víctimas de la dictadura personal de Stalin, y a episodios concretos que no comenzaban nada más que después del asesinato de Serguei Kirov, el informe secreto eludía la cuestión central: la de la responsabilidad del partido en su conjunto y desde 1917 respecto de la sociedad.

El informe secreto fue seguido de varias medidas concretas que complementaron las disposiciones limitadas que se habían adoptado hasta entonces. En marzo-abril de 1956, todos los colonos especiales que pertenecían a uno de los "pueblos castigados" por una supuesta colaboración con la Alemania nazi, y que habían sido deportados en 1943-1945, fueron "sustraídos a la vigilancia de los órganos del ministerio del Interior", sin poder, no obstante, pretender la restitución de sus bienes confiscados ni el regreso a su región. Estas medidas a medias suscitaron la cólera de los deportados que, en numerosas ocasiones, se negaron a firmar el compromiso escrito que la administración exigía de ellos en el sentido de no reclamar la restitución de sus bienes y de no regresar a su región de origen.

Frente a esta actitud, que testificaba un notable cambio del clima político y de las mentalidades, el gobierno soviético realizó nuevas concesiones al restablecer, el 9 de enero de 1957, las antiguas repúblicas y regiones autónomas de los pueblos deportados que habían sido disueltas inmediatamente después de la guerra. Solo la República autónoma de los Tártaros de Crimea no fue restablecida.

Durante tres décadas los tártaros de Crimea combatirían para que les fuera reconocido el derecho al regreso. A partir de 1957, los karachais, los calmucos, los balkares, los chechenos y los ingushes emprendieron por decenas de miles, el camino de regreso. Las autoridades no les facilitaron nada. Estallaron numerosos incidentes entre los deportados que deseaban recuperar sus antiguas viviendas y los colonos rusos que habían sido trasladados en 1945 desde las regiones vecinas y que ocupaban esos lugares. Al carecer de propiska, la inscripción ante la policía local que proporcionaba el derecho jurídico de vivir en una localidad concreta, los antiguos deportados, de regreso en su tierra, se vieron una vez más obligados a instalarse en barracas improvisadas, en ciudades de chabolas, en campos de tiendas, bajo la amenaza permanente de ser arrestados en cualquier momento por infracción del régimen de salvoconductos (castigada con 2 años de prisión). En julio de 1958, la capital chechena, Grozny, fue escenario de sangrientos enfrentamientos entre rusos y chechenos. La calma precaria solo fue restablecida después de que las autoridades desbloquearan algunos fondos destinados a la construcción de viviendas para los antiguos deportados. [383]

Oficialmente la categoría de los colonos especiales no dejó de existir hasta enero de 1960. Los últimos deportados liberados de su situación de paria fueron los nacionalistas ucranianos y bálticos. Cansados de enfrentarse una vez más con los obstáculos administrativos planteados a su regreso por las autoridades, menos de la mitad de los deportados bálticos y ucranianos regresaron a su tierra. Los otros sobrevivientes "echaron raíces" en su lugar de deportación.

Liberación de los "contrarrevolucionarios"

Solo después del XX Congreso la gran mayoría de los detenidos contrarrevolucionarios fue liberada. En 1954-1955, menos de 90.000 de ellos fueron liberados. En 1956-1957, cerca de 310.000 contrarrevolucionarios abandonaron el Gulag. El 1 de enero de 1959 quedaban 11.000 presos políticos en los campos de concentración. [384]

Para acelerar los procedimientos, se enviaron a los campos de concentración más de 200 comisiones especiales de revisión y se decretaron varias amnistías. Sin embargo, la liberación no significaba todavía la rehabilitación. En dos años (1956-1957), menos de 60.000 personas fueron debidamente rehabilitadas. La inmensa mayoría debió esperar años y, a veces, décadas antes de obtener el precioso certificado. El año 1956 siguió siendo, no obstante, en la memoria colectiva, el año del "regreso", admirablemente descrito por Vassili Grossman en su relato Todo pasa. Este gran regreso, que se desarrollaba en el silencio oficial más absoluto, y que recordaba también que millones no regresarían jamás, solo podía generar un profundo desasosiego en los espíritus, un vasto trauma social y moral, un cara-a-cara trágico en una sociedad en la que, como escribía Lydia Chukovskaya, "a partir de ahora dos Rusias se miraban a los ojos. La que había encarcelado y la que había estado en la cárcel."

Frente a esta situación, la primera preocupación de las autoridades fue la de no ceder a las demandas individuales o colectivas relacionadas con las solicitudes de incoar procedimientos contra funcionarios autores de violaciones de la legalidad socialista o referentes a los métodos ilegales de instrucción durante el período del culto a la personalidad. La única vía de recurso eran las comisiones de control del partido. En el capítulo de las rehabilitaciones, las autoridades políticas enviaron a las autoridades judiciales diversas circulares en las que se establecían las prioridades: miembros del partido y militares. No se produjo ninguna depuración.

Con la liberación de los políticos, el Gulag postestalinista vio como mermaban sus efectivos antes de estabilizarse, a finales de los años cincuenta y a principios de los sesenta, hasta llegar a la cifra de 900.000 detenidos, es decir, un núcleo duro de 300.000 detenidos y reincidentes de derecho común purgando largas condenas y 600.000 pequeños delincuentes condenados en función de leyes represivas todavía en vigor a penas que a menudo resultaban desproporcionadas en relación con el delito. Poco a poco desapareció el papel precursor del Gulag en la colonización y explotación de las riquezas naturales del gran Norte y del Extremo Oriente soviético. Los inmensos complejos penitenciarios del período stalinista se fragmentaron en unidades más pequeñas. La geografía del Gulag se modificó: los campos volvieron a instalarse mayoritariamente en la parte europea de la Unión Soviética. El confinamiento volvió a adquirir poco a poco la función reguladora que tiene en cada sociedad, conservando, no obstante, en la URSS postestalinista especifidades propias que no eran las de un Estado de derecho. A los criminales se añadían, en efecto, ciudadanos "corrientes" en virtud de campañas que reprimían esporádicamente tal o cual comportamiento repentinamente juzgado intolerable – alcoholismo, gamberrismo, "parasitismo" – así como una minoría de personas (algunos centenares por año) condenadas en su mayoría en base a los artículos 70 y 190 del nuevo Código Penal promulgado en 1960.

Nueva legislación penal

Las diferentes medidas de liberación y las amnistías se vieron completadas por modificaciones capitales de la legislación penal. Entre las primeras medidas que reformaron la legislación stalinista figuraba el decreto del 25 de abril de 1956 que abolía la ley antiobrera de 1940 que prohibía a los obreros abandonar su empresa. Este primer paso hacia la descriminalización de las relaciones laborales fue seguido por otras varias disposiciones. Todas estas medidas parciales fueron sistematizadas por la adopción, el 25 de diciembre de 1958, de los nuevos "fundamentos del derecho penal". Estos textos hicieron desaparecer las disposiciones centrales de la legislación penal de los códigos precedentes, fundamentalmente la noción de "enemigo del pueblo" y la de "crimen contrarrevolucionario". Además, se elevó la edad de la responsabilidad penal de 14 a 16 años; no se podían utilizar la violencia y las torturas para arrancar confesiones; el acusado debía estar obligatoriamente presente en la audiencia, defendido por un abogado informado del sumario; y salvo excepciones, las vistas debían ser públicas.

El Código Penal de 1960 conservaba, no obstante, diversos artículos que permitían castigar cualquier forma de desviación política o ideológica. En virtud del Artículo 70, todo individuo "que realizara propaganda y que pretendiera debilitar el poder soviético . . . mediante afirmaciones calumniosas que denigraran al Estado y a la sociedad" podía ser objeto de una pena de campo de concentración de 6 meses a 7 años, seguida de destierro interior por un período de 2 a 5 años. El Artículo 190 condenaba cualquier "no denuncia" del delito de antisovietismo con una pena de 1 a 3 años de campo de concentración o una pena equivalente de trabajos de interés colectivo. En los años sesenta y setenta, estos dos artículos fueron ampliamente utilizados contra las formas de "desviacionismo" político o ideológico. El 90% de algunos centenares de personas condenadas cada año por "antisovietismo" lo fueron en virtud de estos dos artículos.

Los disidentes

En el curso de estos años de "deshielo" político y de mejora global del nivel de vida, pero en el que la memoria de la represión seguía estando viva, las formas activas de desacuerdo o de protesta continuaron siendo extremadamente minoritarias: durante la primera mitad de los años sesenta los informes de la KGB reconocían 1.300 "opositores" en 1961; 2.500 en 1962; 4.500 en 1964 y 1.300 en 1965. [385] En los años 60-70 tres categorías de ciudadanos fueron objeto de vigilancia "estrecha" por parte de los servicios de la KGB: las minorías religiosas (católicos, bautistas, pentecostales, adventistas); las minorías nacionales más afectadas por la represión en el curso del período stalinista (bálticos, tártaros de Crimea, alemanes, ucranianos de las regiones occidentales donde la resistencia a la sovietización había sido particularmente fuerte), y la intelliguentsia creadora que se adhería al movimiento "disidente" aparecido a principio de los años sesenta.

Después de la última campaña anticlerical, que se inició en 1957 y que, en su mayor parte, se limitó a la clausura de numerosas iglesias que habían vuelto a ser abiertas durante la guerra, la confrontación entre el Estado y la Iglesia Ortodoxa fue sucedida por la cohabitación. La atención de los servicios especializados de la KGB se dirigió más particularmente a las minorías religiosas sospechosas, no tanto por sus convicciones religiosas, como por el apoyo que se sospechaba que recibían del extranjero. Algunos datos dispersos testifican el aspecto marginal de este fenómeno: en 1973-1975 fueron arrestados 116 bautistas; en 1984, 200 bautistas purgaban una pena de prisión o de campo de concentración, siendo la duración media de las condenas de un año.

En Ucrania occidental, que había sido durante mucho tiempo una de las regiones más reticentes a la sovietización, una decena de "grupúsculos nacionalistas", herederos del OUN, fueron desmanteladas en Ternopol, Zaporozhie, Ivano Frankovsk y Lviv, en los años 1961-1973. Las penas aplicadas a estos grupúsculos se escalonaban generalmente entre los 5 y los 10 años de campo de concentración.

En Lituania, otra región sometida brutalmente durante los años cuarenta, las fuentes locales señalan un número muy limitado de arrestos en los años 60-70. El asesinato de tres sacerdotes católicos en 1981 en circunstancias sospechosas que implicaban probablemente a los servicios de la KGB, fue considerado como una provocación intolerable.

Hasta la desaparición de la Unión Soviética, el problema de los tártaros de Crimea, deportados en 1944 y cuya república autónoma no había sido restablecida, siguió siendo una pesada herencia del período stalinista. Desde finales de los años cincuenta, los tártaros de Crimea, instalados mayoritariamente en el Asia Central, entablaron – señal que los tiempos habían cambiado mucho – una campaña de peticiones que pretendían su rehabilitación colectiva y que se les autorizara a regresar a su tierra. En 1966 una petición con 130.000 firmas fue depositada por una delegación tártara en el XXIII Congreso del partido. En septiembre de 1967, un decreto del Presidium del Soviet Supremo anuló la acusación de "traición colectiva". Tres meses más tarde, un nuevo decreto autorizó a los tártaros a instalarse en la localidad de su elección, a condición de que respetaran la legislación sobre los salvoconductos, lo que implicaba un trabajo en regla.

De 1967 a 1978, menos de 15.000 personas – es decir, un 2% de la población tártara – llegaron a arreglar su situación en relación con la ley de salvoconductos. El movimiento de los tártaros de Crimea se valió del compromiso en favor de la causa tártara del general Grigorenko, detenido en mayo de 1969 en Tashkent y transferido a un hospital psiquiátrico, una forma de confinamiento que afectó en los años sesenta a varias decenas de personas cada año.

Generalmente los historiadores establecen los inicios de la disidencia en el primer proceso político público de la época posestalinista, el proceso de los escritores Andrey Siniavski y Yuri Daniel en febrero de 1966. El 5 de diciembre de 1965, poco tiempo después del arresto de los escritores, tuvo lugar en la plaza Pushkin de Moscú una manifestación de apoyo que reunión una cincuentena de personas. Los disidentes – algunos centenares de intelectuales a mediados de los años sesenta, entre 1.000 y 2.000 en el apogeo del movimiento una década más tarde – inauguraban una vía radicalmente diferente de oposición. En lugar de negar la legitimidad del régimen, exigían el estricto respeto de las leyes soviéticas, de la Constitución y de los acuerdos internacionales firmados por la Unión Soviética. Las modalidades de la acción disidente se llevaban a cabo de conformidad con este nuevo principio: rechazo de la clandestinidad, transparencia del movimiento y amplia publicidad de las acciones emprendidas gracias al recurso, tan frecuente como fuera posible, de la conferencia de prensa con invitación de corresponsales extranjeros.

En la relación de fuerzas, desproporcionadas, entre algunos centenares de disidentes y el Estado soviético, el peso de la opinión internacional se convirtió en determinante, especialmente después de la aparición en Occidente, a finales de 1973, del libro de Alexander Solzhenitzyn, El Arcipiélago Gulag, seguido de la expulsión de la URSS del escritor. En algunos años, gracias a la acción de una ínfima minoría, la cuestión de los derechos humanos en la URSS se convirtió en un asunto de importancia internacional y en un tema central de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa que se inició en 1973 en Helsinki.

El acta de la conferencia, firmada por la URSS, reforzó la posición de los disidentes, que organizaron en aquellas ciudades donde estaban implantados (Moscú, Leningrado, Kiev, Vilnius, etc.) "comités de vigilancia de los acuerdos de Helsinki" encargados de transmitir cualquier información sobre las violaciones de los derechos humanos. Este trabajo de información había sido emprendido, en condiciones más difíciles, desde 1968, con la aparición, cada dos o tres meses, de un boletín clandestino, la Crónica de los sucesos corrientes, que señalaba las formas más diversas de atentados contra las libertades. En el nuevo contexto de la internacionalización de la cuestión de los derechos humanos en la URSS, la maquinaria política se vio en parte frenada. Puesto que el opositor era conocido, su arresto ya no pasaba inadvertido y las informaciones sobre su suerte circulaban rápidamente por el extranjero.

De manera significativa, el ciclo policial evolucionaba, por añadidura, estrechamente relacionado con los altibajos de la "distensión": los arrestos fueron más numerosos en 1968-1972 y en 1979-1982 que en los años 1973-1976. Es imposible, en el estado de la documentación actual, elaborar un balance preciso del número de personas detenidas por motivos políticos en los años 1960-1985. Las fuentes disidentes señalan algunos centenares de arrestos en los años más duros. En 1970, la Crónica de los sucesos corrientes hizo referencia a 600 condenas, de las cuales 20 fueron de "reclusión profiláctica" en un hospital psiquiátrico. Para 1971, las cifras citadas por Crónica fueron, respectivamente, de 85 y 24. En el curso de los años 1979-1981, años de confrontación internacional, fueron detenidas unas 500 personas.

En un país en el que el poder siempre había sido ajeno a la expresión libre de opiniones disconformes que pusieran de manifiesto su desacuerdo con la naturaleza misma de este mismo poder, el fenómeno de la disidencia, expresión de una oposición radical y de otra concepción política que defendía, frente a los derechos de la colectividad, los del individuo, no podía tener un influjo directo sobre el cuerpo social. El verdadero cambio dependía de otro ámbito: de las múltiples esferas de autonomía social y cultural que se habían desarrollado a partir de los años 60-70 y, más todavía, a mediados de los años 80, con la toma de conciencia, por una parte de las élites políticas, de la necesidad de un cambio tan radical como el que se había producido en 1953.

A modo de conclusión

Esta síntesis no tiene la pretensión de presentar revelaciones sobre el ejercicio de la violencia estatal en la URSS y sobre las formas de represión puestas en funcionamiento durante la primera mitad de la existencia del régimen soviético. Esta especificad ha sido desde hace mucho tiempo explorada por los historiadores que no han esperado a la apertura de los archivos para trazar las principales secuencias y la amplitud del terror. Por el contrario, el acceso a las fuentes permite establecer un primer balance en su desarrollo cronológico, en su aspecto cuantitativo y en sus formas. Este bosquejo constituye una primera etapa en el establecimiento de un inventario de cuestiones sobre las prácticas de la violencia, su recurrencia y su significado en diferentes contextos.

Esta vía se inserta en un vasto trabajo abierto, desde hace una década, tanto en Occidente como en Rusia. Desde la apertura – incluso parcial – de los archivos, los historiadores han buscado ante todo confrontar la historiografía surgida en “la anormalidad” con las fuentes disponibles de ahora en adelante. Así, desde hace algunos años, numerosos historiadores, sobre todo rusos, han dado a conocer materiales, hoy en día fundamentales, que han servido de base para todos los estudios recientes y en curso. Varios terrenos han sido objeto de estudio privilegiado, en particular el universo concentracionario, el enfrentamiento entre el poder y los campesinos, y los mecanismos de toma de decisión en la cumbre. Algunos historiadores como Zemskov y N. Bugai, han llevado a cabo, por ejemplo, un primer balance cuantitativo de las deportaciones durante el conjunto del período stalinista. V. P. Danilov en Rusia y Graziosi en Italia han puesto de manifiesto, a la vez, la continuidad de la centralidad de los enfrentamientos entre el nuevo régimen y el campesinado. Partiendo de los archivos del Comité Central, O. Jlevnyuk ha aportado abundantes aclaraciones sobre el funcionamiento del “primer círculo” del Kremlin.

Apoyándome en estas investigaciones, he intentado trazar, a partir de 1917, el desarrollo de estos ciclos de violencia que se encuentran en el núcleo de la historia social, todavía por escribir en buena medida, de la Unión Soviética. Al retomar una trama ampliamente explorada por los “precursores” que han reconstituido ex nihilo los recodos trágicos de esta historia, he seleccionado las fuentes que me han parecido más paradigmáticas en relación con la diversidad de las formas de violencia y de represión, con las prácticas y los grupos que fueron víctimas de las mismas, pero también con los desfases y las contradicciones: violencia extrema del discurso leninista en relación con los opositores mencheviques, de los que “habría que fusilar a todos”, pero que en cuanto a los hechos fueron, más frecuentemente, encarcelados. La violencia extrema de los destacamentos de requisa que, a finales de 1922, continuaban aterrorizando los campos, incluso aunque la NEP había sido decretada por el centro desde hacía más de un año. La alternancia contradictoria, en los años treinta, entre fases espectaculares de arrestos masivos y puestas en libertad en el cuadro de una campaña de “descongestionamiento de las prisiones”. Detrás de la multiplicidad de los casos presentados, la intención ha sido proceder a un inventario de las formas de violencia y de represión que amplíe el campo de los cuestionamientos sobre los mecanismos, la amplitud y el sentido del terror de masas.

La permanencia de estas prácticas hasta la desaparición de Stalin y su incidencia determinante en la historia social de la URSS justifica, desde mi punto de vista, la ubicación de la historia política en un segundo plano, por lo menos durante la primera etapa. En este esfuerzo de reconstrucción se mezcla un ensayo de síntesis, que da cuenta de los conocimientos antiguamente o más recientemente adquiridos, y de los documentos que interpelan y suscitan nuevas preguntas. Estos son, por regla general, informes de campo – correspondencia de los funcionarios locales sobre hambrunas, informes de la Cheka local sobre las huelgas obreras de Tula, informes de la administración concentracionaria sobre el estado de los detenidos – que sitúan ante nuestros ojos realidades concretas y situaciones-límite de este universo de extrema violencia.

Para poder despejar los diversos cuestionamientos surgidos en el curso de este estudio hay que recordar, en primer lugar, los diferentes ciclos de violencia y de represión.

El primer ciclo, que abarca de finales de 1917 a finales de 1922, se abre con la toma del poder que, para Lenin, pasa necesariamente por la guerra civil. Después de una fase muy breve de instrumentalización de la violencia espontánea que emanaba de la sociedad – que actuó como otras tantas fuerzas disolventes del “antiguo orden” – se asiste, desde la primavera de 1918, a una ofensiva deliberada contra el campesinado que, más allá de los enfrentamientos militares entre “rojos” y “blancos”, moldeará durante varias décadas las prácticas del terror y condicionará la impopularidad asumida por el poder político. Lo que sobrecoge, a pesar de los aspectos relacionados con la precariedad del poder, es la negativa a cualquier negociación, la huida hacia delante frente al obstáculo, que ilustran de manera muy particular las represiones desencadenadas contra el “aliado natural” de los bolcheviques, los obreros, no siendo, desde este punto de vista, la revuelta de Kronstadt más que una consumación. Este primer ciclo no se detiene ni con la derrota de los blancos ni con la NEP: se prolonga con una dinámica desarrollada por una base formada en la violencia y no se detiene más que con la hambruna de 1922 que aniquila las últimas resistencias campesinas.

¿Qué sentido se le puede dar a la corta pausa que, de 1923 a 1927, interrumpe dos ciclos de violencia? Varios elementos hablan de una salida progresiva de la cultura de la guerra civil: los efectivos de la policía política disminuyen fuertemente, se constata una tregua con el campesinado y el inicio de una reglamentación jurídica. No obstante, la policía política no solamente no desaparece sino que conserva sus funciones de control, de supervisión y de elaboración de fichas. La brevedad misma de esta pausa relativiza su sentido.

Si el primer ciclo de represión de inscribe en un contexto de enfrentamientos directos y generalizados, el segundo se inicia con una ofensiva asumida por el grupo stalinista contra el campesinado, en un contexto de luchas políticas en la cumbre. De una parte y de otra, este resurgimiento de una extrema violencia es contemplado como un nuevo comienzo. El poder político se vincula con las prácticas experimentadas unos años antes. Los mecanismos ligados a la brutalización de las relaciones sociales en el curso del primer ciclo desencadenan una nueva dinámica de terror, pero también de regresión, para el cuarto de siglo siguiente.

Y esto por varias razones: en parte, se desarrolla sobre una instrumentalización de las tensiones sociales, revelando el viejo fondo de violencia “arcaica” presente en el mundo rural; inaugura el sistema de deportaciones en masa; es el contexto en el que se forman los cuadros políticos del régimen. Finalmente, al instituir un método depredador que desorganiza el conjunto del ciclo productivo, el sistema “de explotación militar feudal” del campesinado, según la fórmula de Bujarin, desemboca en una nueva forma de servidumbre y abre el camino a la experiencia extrema del stalinismo: la hambruna de 1933 que, ella sola, ocupa el lugar principal en el balance de víctimas del período stalinista.

Después de esta situación límite – nadie para sembrar, ningún sitio en las prisiones – se establece brevemente un período de tregua que dura dos años. Por primera vez se producen liberaciones en masa. Pero las raras medidas de apaciguamiento generan nuevas tensiones: los hijos de los kulaks deportados recuperan sus derechos cívicos, pero no se les autoriza a regresar a sus anteriores lugares de residencia.

A partir de la guerra contra el campesinado, ¿cómo se encadenan y se articulan las diferentes secuencias del terror en el curso de los años treinta y en la década siguiente? Para discernirlas podemos apoyarnos en diferentes aspectos, como la intensidad y la radicalidad de las represiones. El tiempo del “Gran Terror” concentra, en menos de dos años (finales de 1936 a finales de 1938), más del 85% de las condenas a muerte pronunciadas por tribunales de excepción durante el conjunto del período stalinista. En el curso de estos años, la sociología de las víctimas es confusa: la considerable proporción de cuadros ejecutados o detenidos no puede enmascarar la muy considerable diversidad sociológica de las víctimas liquidadas al “azar” en virtud de las cuotas que había que cumplir. Esta represión, “en todas las direcciones”, ciega y bárbara, este apogeo paroxístico del terror ¿no traduce una incapacidad para resolver numerosos obstáculos y solventar los conflictos de otra manera que no sea mediante la eliminación?

Otro aspecto de las secuencias de la represión nos viene dado por la tipología de las víctimas. Sobre el fondo de la penalización creciente de las relaciones sociales se constatan varias ofensivas concretas en el curso de la década, de las que la última afecta al “pueblo llano” de las ciudades a partir de 1938 en virtud del reforzamiento de la legislación antiobrera.

A partir de 1940, en el contexto de la sovietización de los nuevos territorios anexionados después de la “gran guerra patria”, se pone en funcionamiento una nueva secuencia de represión caracterizada, a la vez, por la designación de nuevos grupos de víctimas, “nacionalistas” y “pueblos enemigos”, y por la sistematización de las deportaciones masivas. Se pueden observar las premisas de esta nueva oleada desde 1936-1937, notablemente con la deportación de los coreanos en un contexto de endurecimiento de la política de fronteras.

La anexión, a partir de 1939, de las regiones orientales de Polonia y después de los países bálticos, da lugar, simultáneamente, a la eliminación de los representantes denominados “de la burguesía nacionalista” y a la deportación de grupos minoritarios específicos – polacos de Galitzia oriental, por ejemplo. Esta última práctica se amplía en el curso mismo de la guerra, desafiando las urgencias vitales de la defensa de un país amenazado por el aniquilamiento. Las deportaciones sucesivas de grupos enteros – alemanes, chechenos, tártaros, calmucos, . . . – revelan, entre otras cosas, la maestría adquirida en este tipo de operaciones desde el inicio de los años treinta.

Estas prácticas no quedan circunscriptas al período de la guerra. Prosiguen, bajo una forma selectiva, a lo largo de los años cuarenta, en el marco de un largo proceso de "pacificación"-sovietización de las nuevas regiones incorporadas al Imperio. La afluencia, durante este período, de importantes contingentes nacionales al Gulag modifica, además, profundamente la configuración del universo concentracionario, donde los representantes de los “pueblos castigados” y los resistentes nacionales ocupan, además, un lugar preponderante.

En paralelo, al concluir la guerra, se asiste a un nuevo endurecimiento de la penalización de los comportamientos sociales que tiene como consecuencia un crecimiento ininterrumpido de los efectivos del Gulag. Este período de postguerra señala, por lo tanto, el apogeo numérico del Gulag, pero también el principio de una crisis del universo concentracionario, hipertrofiado, acribillado por múltiples tensiones y caracterizado por una rentabilidad económica cada vez más problemática.

Además, los últimos años de este gran ciclo stalinista, todavía muy mal conocidos, dan testimonio de las consecuencias específicas de este período: sobre un fondo de reactivación de un antisemitismo latente, el regreso de la figura de la conspiración pone en escena la rivalidad de fuerzas mal identificadas – clanes en el seno de la policía política u organizaciones regionales del partido. Los historiadores se ven, por lo tanto, obligados a interrogarse sobre la eventualidad de una última campaña, un nuevo Gran Terror, del que la población judía soviética en particular hubiera sido la víctima.

Esta breve rememoración de los primeros 35 años de la historia de la URSS subraya la permanencia de las prácticas de violencia extrema como forma de gestión política de la sociedad.

¿No resulta necesario, por lo tanto, retomar la cuestión clásica de la continuidad entre el primer ciclo “leninista” y el segundo ciclo “stalinista” y la de si el primero prefiguró al segundo? La configuración histórica es, en los dos casos, evidentemente incomparable. El “terror rojo” se enraíza en el otoño de 1918, en un contexto de enfrentamientos generalizados, y el carácter extremo de las represiones llevadas a cabo encuentra, en parte, su sentido en esta coyuntura radical. Por el contrario, la reanudación de la guerra contra el campesinado, que está en el fundamente del segundo ciclo de violencia, se produce en un país pacificado y plantea la cuestión de la prolongada ofensiva desencadenada contra la inmensa mayoría de la sociedad. Más allá de la diferencia irreductible de esta diferencia contextual, el ejercicio del terror como instrumento fundamental al servicio del proyecto político leninista queda enunciado incluso antes del desencadenamiento de la guerra civil y es también asumido como programa de acción del que se desea, es verdad, que sea transitorio. Desde este punto de vista, la breve tregua de la NEP y los complejos debates entre los dirigentes bolcheviques acerca de las vías de desarrollo continúan planteando la cuestión de una normalización posible y de la superación de las formas de represión como única manera de resolución de las tensiones sociales y económicas. En realidad, durante estos años, el mundo rural vivió en una situación de relegación, y la relación entre el poder y la sociedad se caracterizó, en gran medida, por una ignorancia recíproca.

La guerra contra el campesinado, que une los dos ciclos de violencia, se revela dotada de una naturaleza de matriz en la medida en que parece despertar las prácticas experimentadas y desarrolladas durante los años 1918-1922: campañas de requisas forzadas, sobre un fondo de instrumentalización de las tensiones sociales en el seno del campesinado, enfrentamientos directos y aumento, estimulado, de formas de brutalidad arcaica. De una y otra parte, ejecutores y víctimas tienen la convicción de que están volviendo a vivir una historia ya conocida.

Incluso si la época stalinista nos sumerge en el corazón de un universo específico por razones evidentes que se mantienen en el origen del terror como elemento constitutivo de una manera de gobierno y de gestión de la sociedad, tenemos que preguntarnos por las filiaciones que se han sugerido en relación con los distintos aspectos de la represión.

A este respecto, se puede considerar la cuestión de la deportación en relación con un primer caso de importancia: la descosaquización de 1919-1920. En el contexto de la recuperación de los territorios cosacos, el gobierno desencadena una operación de deportación que afecta al conjunto de la población autóctona. Esta operación es la continuación de una primera ofensiva que había afectado a los cosacos más acomodados, pero que había dado lugar a un "exterminio físico masivo" en razón del celo demostrado por los agentes locales en el cumplimiento de su tarea. Por varias razones, este acontecimiento prefigura prácticas y actuaciones que se realizarán, en otra escala y en un contexto diferente, diez años más tarde: estigmatización de un grupo social, desbordamiento de las directivas en el contexto local y después, iniciativa de erradicación a través de la deportación. Hay, en todos estos elementos, turbadoras similitudes con las prácticas de la deskulaquización.

Por el contrario, si se amplía la reflexión al fenómeno más general de la exclusión colectiva, al aislamiento de los grupos enemigos con la creación, como corolario en el curso de la guerra civil, de todo un sistema de campos de concentración, nos vemos obligados a subrayar, por el contrario, las considerables diferencias existentes entre los dos ciclos de represión. El desarrollo de los campos de concentración durante la guerra civil y, en los años veinte, la práctica de la relegación, carecen de punto de comparación, en sus objetivos y en su realidad, con el universo concentracionario tal como se desarrollará en los años treinta. Efectivamente, la gran reforma de 1929 no conduce solamente al abandono de las formas de detención ordinarias. Coloca los cimientos de un sistema nuevo, caracterizado entre otras cosas por el trabajo forzado.

La aparición y el desarrollo del fenómeno del Gulag nos lleva de regreso a la cuestión central de la existencia – o no – de un diseño destinado a excluir y a instrumentalizar de manera duradera la exclusión en un verdadero proyecto de transformación económica y social. Varios elementos hablan en favor de esta tesis y la convierten en objeto de importantes desarrollos.

En primer lugar, la planificación del terror – tal como se manifiesta a través de la política de cuotas a partir de la deskulaquización y hasta el Gran Terror – puede ser interpretada como una de las expresiones de este proyecto. La consulta de los archivos confirma esta obsesión por el cuidado contable que anima a los diversos escalones de la administración desde la cima hasta la base. Los balances regulares y repletos de cifras testifican aparentemente la perfecta maestría, debida a los dirigentes, del proceso de represión. También le permiten al historiador reconstruir en su complejidad las escalas de intensidad, protegiéndose de todo exceso contable. La cronología de las diversas oleadas represivas, mejor conocida hoy en día, confirma en cierta medida la percepción ordenada de las operaciones.

Sin embargo, la reconstrucción del conjunto del proceso de represión, de la cadena de transmisión de las órdenes, de la manera en que se ejecutaron, y del desarrollo de las operaciones, permite en muchos aspectos percibir un plan concebido, diseñado e inscrito a largo plazo. Si se aborda fundamentalmente la cuestión de la planificación represiva, se constatan los numerosos altibajos y los fallos repetidos en las diferentes fases de operaciones. Desde este punto de vista, uno de los ejemplos más notables es el de la deportación sin destino de los kulaks. Dicho de otra manera: esa deportación-abandono da la medida de la improvisación y del caos reinante. De la misma manera, las "campañas de descongestión" de los lugares de detención subrayan la ausencia clara de dirección. Si se aborda en el presente el proceso de transmisión de las órdenes, solo se puede constatar la importancia de los fenómenos de anticipación, de "exceso de celo", o de "deformación del plan" que se manifiestan en el área.

Si volvemos a examinar la cuestión del Gulag, el interés y los objetivos de lo que se convirtió en sistema son mucho más complejos y difíciles de discernir a medida en que la investigación avanza. Frente a la visión de un orden stalinista del cual el Gulag sería el "rostro negro", pero conseguido, los documentos hoy disponibles sugieren más bien las numerosas contradicciones que afloran en el universo concentracionario: las llegadas sucesivas de grupos reprimidos parecen con mucha frecuencia contribuir más a la desorganización del sistema de producción que a la mejora de su eficacia. A pesar de una categorización muy elaborada de la condición de los reprimidos, las fronteras entre los diversos universos parecen tenues, incluso inexistentes. Finalmente, la cuestión de la rentabilidad económica de este sistema de explotación sigue siendo objeto de controversia.

Frente a estas diferentes constataciones de contradicciones, de improvisaciones y de efectos en cadena, se han formulado varias hipótesis en relación con las razones que, en la cima, condujeron a reactivar periódicamente las dinámicas de la represión de masas y las lógicas provocadas por el movimiento propio de la violencia y de la utilización del terror.

Para intentar discernir los móviles que estuvieron en el origen del desencadenamiento del gran ciclo stalinista de represión, los historiadores han puesto de manifiesto la parte de improvisación y de huida hacia adelante que se produjo en la dirección del "gran cambio" hacia la modernización. Esta dinámica de ruptura presenta, de entrada, el aspecto de una ofensiva de tal amplitud que el poder no puede tener la ilusión de controlarla más que en virtud de una radicalización creciente de las prácticas del terror. Nos encontramos entonces sumidos en un movimiento de violencia extrema cuyos mecanismos y efectos en cadena, y cuyo carácter desmesurado, escapan ampliamente a sus contemporáneos y siempre a los historiadores. El proceso mismo de represión, única respuesta a los conflictos y a los obstáculos encontrados, genera, a su vez, movimientos incontrolados que alimentan la espiral de la violencia.

Este fenómeno central del terror en la historia política y social de la URSS plantea hoy cuestiones cada vez más complejas. Las investigaciones actuales desmontan, aunque sea en parte, las tesis que durante mucho tiempo han dominado el terreno de la sovietología. Al preservarse la ambición de querer aportar una explicación global y definitiva de un fenómeno que, por su desmesura, se resiste al entendimiento, se orienta más bien hacia el análisis de los mecanismos y de las dinámicas de la violencia.

Con esa perspectiva, las zonas de sombra continúan siendo muy numerosas. La más importante es la de los comportamientos sociales en funcionamiento en el ejercicio de la violencia. Si hay que subrayar la parte que falta en el trabajo de investigación – ¿quiénes fueron los ejecutores? – se debe preguntar también de manera permanente a la sociedad en su conjunto, que fue víctima, pero que también formó parte de lo que sucedió.

 


Notas:

[1] )- Hasta el 1° de febrero de 1918 el calendario en vigor en Rusia fue el calendario juliano que tenía trece días de retraso en relación con el calendario georgiano. Así, el 25 de de octubre de 1917 en Rusia era el 7 de noviembre de 1917 en el resto del mundo.

[2] )- A.Z. Okorokov, Oktiabr' i kraj russkoi burzhuazhnoi pressy (Octubre y el fracaso de la prensa burguesa rusa), Moscú 1971; V.N. Brokvin, The Mensheviks after October, Londres, Cornell University Press, 1987.

[3] )- G.A. Belov, Iz istorii Vserpssiikoi Chrezvyachainoi komissii 1917-1921 - Shornik dokumentov (De la Historia de la Comisión The Cheka, Lenin's Political Police panrusa extraordinaria, 1917-1921; compilación de documentos), Moscú, 1958, pág.66 - G.Leggett, Oxford, 1981, págs. 13-15

[4] )- G.A.Belov, op.cit. págs 54-55

[5] )- Ibid. pág. 67

[6] )- D. I. Kurky, Izbrannye stati i rechi (Discuros escogidos), Moscú, 1958, pág. 67

[7] )- E.A. Finn, Antisovetskaya pecat'na skam'e podsudimij (La prensa antisoviética en el banquillo). En Sovietskoye Gosudartsvo i pravo 1967, Num.2 págs. 71-72

[8] )- S.A. Pavlichenko, Krestianskii Brest (El Brest campesino), Moscú, 1996, págs 25-26

[9] )- G. Leggett, op. cit, pág. 7

[10] )- V. D. Bonch-Bruevich, Na boeryj postaj fevral'skoi i oktiabrskoi revoliutsii (En los puestos de combate de la revolución de febrero a octubre), Moscú, 1930, pág. 191.

[11] )- V. D. Bonch-Bruevich, op.cit. pág 197

[12] )- G. Leggett, op.cit.pág 16

[13] )- Lenin y VckK: Sbornik dokumentov (Lenin y la Cheka: recopilación de documentos). Moscú, 1975, págs. 36-37; texto completo, GARF, 130/2 134/26-27

[14] )- Delo Naroda, 3 de diciembre de 1917

[15] )- V. I. Lenin, POnoe sobranie sochinenii, Moscú, 1958-1966, vol XXXV, pág. 311.

[16] )- Estos expedientes pueden consultarse en el GARI (Archivos estatales de la Federación Rusa), fondos denominados "Archivos de Praga", legajos del 1 al 195. Para la época en cuestión, legajos 8, 2, 27.

[17] )- Citado en O. Figes, The Russian Revolution, Londres, 1995, pág. 379

[18] )- Archivos B. Nikolaievsky, Hoover In stitutio, Polozenie o ChK na mestaj (Relacion sobre las organizaciones locales de la Cheka), 11 de junio de 1918.

[19] )- G. Leggett, op. cit. págs 29-40

[20] )- M. L. Latsis, Dva goda horby na rnutrennom fronte (Dos años de lucha en el frente interior), Moscú 1920, pág. 6

[21] )- L. Steinberg, In the Workshops of the Revolution, Londres, 1955, pág. 145.

[22] )- L. Schapiro, Les Bolcheviks et l'oposition. Origines de l'absolutisme communiste. 1917-1922, Paris, Les Iles d'or, 1957, págs. 84-86; V. Brovkin, op. cit. págs. 46-47 y 59-63

[23] )- E. Berard, Pourquoi les bolcheviks ont-ils quitté Petrograd? en Cahiers du monde russe et soviétique, 4, octubre-diciembre 1993, págs. 507-528.

[24] )- CRCEDHHC (Centro ruso de conservación y estudio de la documentación histórica contemporánea), 158/1/1/10; S.A. Pavliuchenkov, op. cit. pág. 29

[25] )- Dekrety Sovetskoi Vlasty (Decretos del poder soviético), vol. I, 1957, págs. 490-491

[26] )- P. G. Solinov. Ocherki Istorii vserossiskoi chezvychainoi komissii (Historia de la Comisión panrusa extraordinaria), Moscú, 1960, págs, 43, 44; - G. Leggett, op. cit. pág. 35

[27] )- G. A. belov. op. cit. págs. 112-113

[28] )- V. Brovkin, op.cit. pág. 159

[29] )- V. I. Lenin, Polnoie sobranie sochinenie (Obras Completas, vol XXXVI, pág 265)

[30] )- Protokoly zasedan ie VSIK 4-sozyva, Stenograficheskii otchet (Protocolos de la IV sesión del CECI), Moscú, 1918, pág. 250.

[31] )- Ibid.  pág, 389.

[32] )- K. Radek: Puti russkoi revoliutsii (Los caminos de la revolución rusa), en Krasnaya, noviembre 1921, num. 4, pág, 188.

[33] )- A. Graziosi: The Great Soviet Peasant War, Ikrainian Research Institute, Harvard University, 1996, pág. 18.

[34] )- V. Brovkin, op. cit. págs. 220-225

[35] )- CRCEDIIC, 17/6/384/97-98

[36] )- Novaya Zhizn (Vida Nueva), 1 de junio de 1918, pág. 4

[37] )- Nombre coloquial de la Ojrannove Otdielenie, el organismo policial utilizado por el zarismo de manera especial para investigar, reprimir y en buena medida infiltrar, los movimientos de oposición al régimen.

[38] )- N. Bernstam, Ural i Prikamie, noiabr'1917 - ianvar'1919 (Los Urales y la región de la Kama, noviembrre de 1917 - enero de 1919), Paris, YMCA Press, 1982.

[39] )- Instruksia Chrezvychainym Komissiam (Instrucciones dirigidas a las chekas locales). 1 de diciembre de 1918, Archivos B.I. Nikolayevsky, Hoover Institution, Stanford, citado por G. leggett, op. cit. págs. 39-40.

[40] )- L. Trotsky, O Lenine  (Acerca de Lenin), Moscú, 1924, pág. 101

[41] )- Novaya Zhin (Vida Nueva) 16, 26, 27 y 28 de junio de 1918. V.Brovkin, op.cit. págs. 43-249; S. Rosenberg, Russien Labor and Bolshevik Power, en Slavic Review, vol, 44 (verano de 1985), págs. 233 y ss.

[42] )- V. I. Lenin Polnoie sobranie sochinenii (Obras Completas, vol L, pág 106)

[43] )- Unidad formada en su mayor parte por prisioneros de guerra checos que, en su intento de regresar a su patria al concluir la Primera Guerra Mundial, se enfrentaron con las fuerzas bolcheviques. 

[44] )- L.M. Spirin, Klassy i partii v gyazhdanskoi voine v Rossii (Clases y partidos en Rusia durante la guerra civil), Moscú, 1968, págs. 180 y ss..

[45] )- V. I. Lenin Polnoie sobranie sochinenii (Obras Completas), vol I pág. 142

[46] )- CRCEDHC 2/1/6/898 – el resaltado es de Lenin

[47] )- GARF (Archivos estatales de la Federación Rusa) 13(1/2/98ª/26-32)

[48] )- CRCEDHC 76/3/22

[49] )- Leninskii sbornik (Compilación leninista) vol 18, 1931, pág. 145-146, citado en D. Volkogonov, Le vrai Lenin, Paris, R. Lafont, 1995, pág. 248. (Existe edición española, El verdadero Lenin, Madrid, Anaya & Muchnik, 1996). El resaltado es de Lenin.

[50] )- V. I. Lenin Polnoie sobranie sochinenii (Obras Completas), vol I pág. 143

[51] )- CRCEDHC 76/3/22/3

[52] )- Izvestia, 23 de agosto de 1918; C. Leggert op.cit. pág. 104

[53] )- S. Lyandres, The 1918 Attempt on the Life of Lenin: A new look at the evidence en Slavic Review, 48, núm.3, 1989, págs. 432-448]

[54] )- Pravda, 31 de agosto de 1918

[55] )- Izvestia 4 de septiembre de 1918

[56] )- R. Abramovich, The Soviet Revolution 1917-1939, Londres 1962, pág. 312

[57] )- Severnaya Kommuna, N° 109. 19 de septiembre de 1918, pág. 2 citado en G. Leggett, op.cit. pág. 114

[58] )- Izvestia, 10 de septiembre de 1918

[59] )- G. A. Belov, op. Cit. Págs. 197-198

[60] )- G. Leggett, op.cit. pág. 111

[61] )- Utro Moskvy (La mañana de Moscú), N° 21, 4 de noviembre de 1918

[62] )- Ezhenedelnik VChK (Semanario de la Cheka) – 6 números aparecidos del 22 de septiembre al 27 de octubre de 1918

[63] )- Izvestia Penzevskoi Gubcheka, (Noticias de la cheka provincial de Penza), N° 1, 7 de noviembre de 1918, págs 16-22, en Archivos B. Nikolayevsky, Hoover Institutio, Stanford; Izvestia, 29 de septiembre de 1918, pág. 2

[64] )- M. I. Latsis, op.cit. pág.25

[65] )- [Carta de Martov a A. Stein, del 25 de octubre de 1918, citada en V. Brovkin Behind the Front Lines of the Civil War, Princeton, 1994, pág. 283

[66] )- N. Bernstam, op.cit. pág. 129

[67] )- M.N. Gernet, Protiv smertnoi kazni (Contra la pena de muerte), San Petersburgo, 1907, págs. 385-423; N. S. Tagantsev, Smertnaya kaza (La Pena de Muerte), San Petersburgo, 1913. El informe de K. Liebknecht proporciona cifras aproximadas (5.735 condenados a muerte, de los que 3.741 fueron ejecutados entre 1906 y 1910; 625 condenados y 191 ejecutados de 1825 a 1905), en M. Ferro, La Révolution de 1917. La chute du tsarisme et les origines d’Octobre, Paris, Aubier, 1967, pág.483

[68] )- CRCEDHC,C,5/l/2558

[69] )- Lenin i VChK Shornik dokumentov (1917-1922)- (Lenin y la Cheka. Recopilación de documentos), Moscú, 1975, pág. 122

[70] )- G. Leggett, op.cit. págs. 204-237

[71] )- GARF, 392/89/10a

[72] )- Vlast Sovetov (El poder de los soviets), 1992, núms.. 1-2, pág. 41: L. D. Gerson, The Secret Police in Lenin’s Russia, Filadelfia, 1976, pág 149 y sigs.; G. Leggett, op.cit. pág. 178; GARF 393/89/18; 393/89/296

[73] )- Ibid. 393/89/182; 393/89/231; 393/89/295

[74] )- Izvestia, 18 de marzo de 1919; L. D. Gerson, op.cit. págs. 151-152; G. Leggett, op.cit, págs. 311-316

[75] )- V. Brovkin, Behind the Lines of the Civil War, Princeton, 1995, pág, 54

[76] )- G. A. Belov, op.cit. pág 354; CRCEDHC, 5/1/2615

[77] )- V. Brovkin, op.cit. págs. 252-257

[78] )- Tsirkulianrnoie pismó VChK (Carta circular de la Cheka)- Archivos B. Nikolayevsky, citado ibid. Págs. 267-268

[79] )- CRCEDHC, 17/84/43/2-4

[80] )- V. Brovkin, op. cit. pág. 69; CRCEDHC, 17/84/43.

[81] )- G. Leggett, op.cit. pág. 313; V.Brovkin, op.cit. pág 71; Petrogradskaya Pravda, 13 de abril de 1919, pág. 3.

[82] )- CRCEDHC, 17/66/68/2-5; 17/6/351

[83] )- Ibid. 17/6/197/105; 17/66/68

[84] )- CRCEDHC, 17*6/351; Izvestia TsKa RKP (b) (Noticias del CC del PC(b)R, N° 3, 4 de julio de 1919; CRCEDHC, 2/1/24095; GARF, 130/3/363.

[85] )- V. Brovkin, op.cit. pág 82-85; Melgunov, La Terreur rouge en Russie 1918-1924; París, Payot, 1927, págs. 58-60; P. Silin, Astrajanskie rasstrely (Los Fusilamientos de Astracán), en V. Chernov Cheka: Materialy po deyatelnosti Kresvyakainoi Komissii, Berlín, 1922, págs. 248-255.

[86] )- CRDDEHC, 2/1/11957

[87] )- Trotsky Papers, vol II, pág. 22

[88] )- V. Brovkin, op. Cit. Pág. 289

[89] )- Trotsky Papers, vol II, pág. 20

[90] )- V. Brovkin, op.cit. pág 297 y ss

[91] )- Órgano compuesto por tres personas

[92] )- También llamada la Centuria Negra. Organización rusa de carácter conservador, conocida por sus actividades antisemitas durante los primeros años del Siglo XX

[93] )- Brovkin, op. cit. Págs 292-296

[94] )- A. Graziosi, The Great Soviet Peasant War, Bolsheviks and Peasants, 1917-1933, Ukrainian Research Institute, Harvard University, 1996

[95] )- S.A. Pavlyuchenkov, op.cit. págs. 188-240

[96] )- Dekrety sovietskoi vlasti (Decretos del poder soviético), Moscú, 1968, vol IV, pág. 167

[97] )- V. Brovkin, op.cit. pág.318

[98] )- RGVA (Archivos estatales del ejército ruso) 33987/3/32

[99] )- Una recopilación de estos informes, reunidos por un grupo de historiadores rusos, franceses e italianos, bajo la dirección de V. P. Danilov, apareció en ruso a finales de 1997

[100] )- M. S. Frenkin Traguedia krestianskij vosstanii v Rossi, 1918-1921, Jerusalén, 1987; O. Figes, Peasant Russia. Civil War: the Volga Countryside in the Revolution, Oxford, 1989; V. Brovkin, Behind the Front Lines… op.cit.

[101] )- Taros Hunczak (edi.) The Ukraine, 1917-1921, Cambridge UP, 1977

[102] )- Volin, La Révolution inconnue, Paris, Belfond, 1969, págs. 509-626; A. Skirda, Les Cosaques de la liberté, Paris, Lattes, 1985; R. Pipes, Russia under the Bolshevik Regime, 1919-1924, Londres, Harper-Collins, 1994, págs. 106-108

[103] )- Ibid. Pág.105-131 – Existe versión española de Caballería Roja, Madrid, Alianza Editorial, varias ediciones.

[104] )- O. Figes, Peasant Russia, Civil War, Londres, 1992, págs.333 y ss; V. Brovkin, op.cit. págs. 323-325

[105] )- CRCEDHC, 76/3/109

[106] )- V.I. Genis, Raskazvanie v Sovietskoi Rossii (La descosaquización en la Rusia soviética) en Voprosy Istorii, 19944, N°1, págs. 42-55.

[107] )- Izvestia TsK KPSS, 1989, N°6, págs. 177-178

[108] )- CRCEDHC, 5/2/106/7

[109] )- V. L. Genis, op.cit. págs. 42-55

[110] )- CRCEDHC, 17/6/83

[111] )- V. L. Genis. Op.cit. pág. 50; CRCDHC, 17/84/75

[112] )- S. P. Melgunov, op.cit. pág. 77; V. Brovkin, op.cit. pág. 346

[113] )- CRCEDHC, 17/84/75/28

[114] )- Ibid. 17/84/75/59

[115] )- CRCEDHC, 85/11/131/11

[116] )- Ibid. 85/11/123/15

[117] )- Krasnyi Mech (La Espada Roja), N° 1, 18 de agosto de 1919, pág.1

[118] )- CRCEDHC, 5/1/2159/35-38

[119] )- CRCEDHC, 5/1/2159/35-38

[120] )- Ibid. 76/3/70/20

[121] )- Ibid. 17/66/66

[122] )- Izvestia Odesskogo Sovietia rabochij deputadov, N° 36, pág 1; citado en V. Brovkin, op.cit. pág 121.

[123] )- S. P. Melgunov, op. cit. pág. 61-77; G. Leggett, op.cit, págs. 199-200; V. Brovkin, op.cit. págs. 122-125; GARF, fondos de la comisión Denikin, carpetas 134 (Jarkov), 157 (Odessa), 194,195 (Kiev).

[124] )- V. C hernov (edi.) Cheka: Materialy po devatelnosti krezvykainoi komissi (Cheka: documentos sobre la actividad de la Comisión Extraordinaria), Berlín, 1922.

[125] )- Estimaciones dadas por S. Mergurov, op.cit. pág 77; igualmente por fuentes socialistas-revolucionarias de Jarkov de mayo de 1921.

[126] )- V. I. Lenin, Polnoie Sobranie sochinenii (Obras Completas), vol. XLII, pág. 74

[127] )- S. Melgunov, op.cit. pág.81

[128] )- V. Danilov, T. Shanin, Krestianskoie vosstanie v Tambonskoi v 1919-1921 (La revuelta campesina en la provincia de Tambov, 1919-1921), Tambov, 1994, págs. 38-40

[129] )- CRCEDHC, 17/86/103/4; S. Singleton The Tambov Revolt en Slavic review, N° 3, 1966, págs. 498-512; O Radley, The Unknown Civil War in Russia. A study of the Green Movement in the Tambov Region, Stanford, 1973; O. Figes, Peasant Russia, Civil War, Londres, 1992.

[130] )- V. Danilov, T. Shanin, op.cit. págs 63-64; O. Radley, op.cit, págs 122-126

[131] )- V. I. Lenin, Polnoie sobrante sochinenii (Obras Completas), vol LI, pág. 310

[132] )- M. Bogdanov, Razgrom zapadno sibirskogo kulachno-eserovskogo miateya, Tiumen, 1961

[133] )- CRCEDHC, 76/3/208/12

[134] )- CRCEDHC, 76/3/166/3

[135] )- V. Brodkin, op.cit. pág. 392

[136] )- CRCEDHC, 76/3/167/23

[137] )- P. Avrich, La Tragédie de Cronstadt, París, le Senil, 1975, págs. 153-183

[138] )- CRCEDHC, 76/3/167

[139] )- Kronstadt, 1921, Dokumenty (Documentos), Moscú, 1997, pág. 15

[140] )- G. Leggett, op.cit. pág. 328

[141] )- S. A. Malsagov (Malsagoff), An Island Hell. A Soviet Prison in the Far North, Londres, 1926, págs. 45-46

[142] )- Kronstadt, 1921, op.cit. pág. 367

[143] )- V. Brovkin, op.cit. pág. 400

[144] )- A. Graziosi, At the Roots of Soviet Industrial Relations and Practices. Piatakov’s Donbass in 1921 en Cahiers du Monde russe, vol XXXVI (1-2), 1995, PÁGS. 95-138

[145] )- V. Danilov, T. Shanin, op.cit. págs. 179-180

[146] )- Ibid. págs. 178-179

[147] )- V. Danilov, T. Shanin, op.cit. págs. 226-227

[148] )- GARF, 393/89/182; 393/89/231; 393/89/295

[149] )- CRCEDH, 5/2/244/1

[150] )- Krestianskoe vosstanie v Tambovskoi gubernii v 1919-1921, op.cit. pág. 218

[151] )- CRCEDHC, 17/87/164: 76/3/237

[152] )- [Pravda, 21 de julio de 1921: M. Heller, Premier avertissement: un coup de Vouet. L’histoire de l’expulsion des personalités culturelles hors de l’Union sovietique en 1922, en Cahiers du Monde russe et soviétique, XX (2), abril-junio de 1979, págs. 131-172

[153] )- GARF 1064/1/1/33

[154] )- CRCEDHC, 2/1/26847

[155] )- M. Heller, op.cit. pág. 141

[156] )- Ibid. pág. 143

[157] )- Ibid. págs. 148-149

[158] )- Ibid. pág. 151

[159] )- S. Adamets, Catastrophes démographiques en Russie soviétique en 1918-1923, Tesis doctoral, EHESS, diciembre de 1995, pág. 191.

[160] )- A. Beliakov, Yunost rozdia (La juventud del Guía), Moscú, 1960, págs. 80-82; citado en M. Heller, art. cit. pág. 134.

[161] )- CRCEDHC, 2/1/22947/1-4

[162] )- Russkaya Pravoslavanaya tserkov i kommunisticheskoie gosudarstvo, 1917-1941 (La Iglesia Ortodoxa Rusa y el Estado Comunista, 1917-1941), Moscú, 1996, pág. 69

[163] )- D. Volkogonov, Le Vrai Lénine, París, Robert Laffont, pág. 346. Existe edición española: El Verdadero Lenin, Madrid, Anaya & Mario Muchik, 1996.

[164] )- D.  Volkogonov, op.cit. pág. 346

[165] )- H. C arrere d'Encausse, La Malheur russe. Essai sur le meurtre politique, Paris, Fayard, 1988, pág. 400

[166] )- V. I. Lenin Polnoie sobrante sochinenii (Obras Completas), vol LIV, pág. 189.

[167] )- Ibid. pág. 198

[168] )- Ibid. vol LIV, págs. 265-266

[169] )- CRCEDHC, 76/3/303

[170] )- CRCEDHC, 2/2/1338.

[171] )- A. Livshin, Lettres de lintérieur a l'epoque de la NEP. Les campagnes russes et l'autorité locale en Communisme, nums. 42-43-44 (1995), págs. 45-56; V. Izmozik Voices from the Tweties: Private Correspondence intercepted by the OGPU, en The Russian Review, vol. 55/2, abril de 1996, págs. 287-308.

[172] )- N. Werth, G. Moullee, Rapports secrets soviétiques, 1921-1991. La societé russe dans les documents confidenciels, París, Gallimard, 1995, pág. 36.

[173] )- Ibid. pág. 105

[174] )- CRCEHC, 76/3/307/4-15

[175] )- Voprosy Istonii KPSS, N° 11, págs 42-43

[176] )- CRCEHC, 76/3/362/1-6

[177] )- Término de origen anglosajón utilizado para designar a los hombres de negocios nacidos al amparo de la NEP (Novaya Politika Ekonomicheskaya - Nueva Política Económica) iniciada por Lenin como una forma de solventar, siquiera en parte, el caos económico provocado por las medidas económicas adoptadas inicialmente por los bolcheviques. (N. del T.)

[178] )- San Petersburgo, Petrogrado, Leningado son los diferentes nombres que la misma ciudad fue teniendo a lo largo de los años.

[179] )- CRCEDHC, 76/3/306. En una carta dirigida a Mejlis, F.Dzerzhinsky reconocía la ejecución de 650 personas llevada a cabo por algunos servicios a lo largo de 1924 y tan solo en la república de Rusia (CRCEDHC, 76/3/362/7-11)

[180] )- Istoria sovietskogo gosudartsva y prava (Historia del Estado y del Derecho soviéticos), Moscú, 1968, págs. 580-590

[181] )- CRCEDHC, 76/3/390/3-4

[182] )- A. Solzhenitsyn, L'Archipel du Goulag, París, Le Seuil, 1975; V. Shalamov, Grani N° 77, 1972, págs. 42-44; A. Melnik, A. Socina et al, Materialy k istoriko-gueograficheskomu atlasu Solovkov (Documentos para un atlas histórico-político de las Solovky), Zvenia, vol. 1, Moscú 1991, págs. 301-330. - (Existe una traducción española del Archipiélago Gulag pero es incompleta ya que solo incluye los dos primeros tomos de la obra. El primero fue editado por Plaza y Janés, Barcelona, en 1974; y el segundo en la misma editorial en 1976. Varlam Shalamov ha sido traducido al castellano de manera muy tardía. Sus Relatos de Kolymá, antigua obra maestra de la literatura concentracionaria, solo vio la luz en 1977 en una edición de Mondadori España - N. del T.)

[183] )- A. Benningsen, C. Lemercier-Quelquejay, Les Musulmans oubliés. L'Islam en Union Soviétique, París, Maspero, 1981, págs. 55-59

[184] )- Ibid. págs. 53-54

[185] )- M. Wehner, Le soulèvement géorgien de 1924 et la réaction des bolcheviks en Communisme, Nums. 42-43-44, págs. 155-170.

[186] )- Dokumenty o sobytiaj v Chechenie, 1925, (Documentos sobre los acontecimientos de Chechenia, 1925), Istochnik, 1995/5 págs. 140-151

[187] )- A. Gaziosi, The Great Soviet Peasant War, Ukrainian Research Institute, Harvard University, 1996, pág. 44

[188] )- A. Graziosi, op. cit. págs. 44-45

[189] )- M. Lewin, La Paysannerie et le pouvoir soviétique, 1928-1930, PAris, Mouton, 1968; E. H. Carr, R. W. Davies, Foundations of a Planned Economy, vol I, Londres, Pelican, 1964, págs. 71-112

[190] )- El término "sharashka", conocido en Occidente mayormente por las obras de Solzhenitzin, significa algo así como "asunto sucio", "operación irregular" o "empresa clandestina". (N. del E.)

[191] )- E. H. Carr, R. W. Davies, op.cit. págs. 610-642

[192] )- Sovietskaya Yustitsya, 1930, N° 21-25, pág. 2

[193] )- N. Werth, G. Moullec, op.cit. pág. 355

[194] )- "Taiga" es el nombre tradicional del bosque siberiano. (N. del E.)

[195] )- O. Jlevnyuk, Le Cercle du Kremlin. Staline et le Bureau politique dans les années 1930: les jeux du pouvoir, Paris, Le Seuil, 1996, págs. 38-40.

[196] )- N. A. Ivnitsky, Kollektivizatsya i raskulachivanie (Colectivización y deskulaquización), Moscú, 1994, págs. 32-49

[197] )- Ibid. págs. 49-69

[198] )- A. Graziosi, art. cit. pág. 449

[199] )- M. Fainsod, Smolensk à l'heure de Staline, París, Fayard, 1967, págs. 271-277; R.W. Davies, The Socialist Offensive. Collectivisation of Soviet Agriculture, Londres, MacMillan, 1980, págs. 243-251

[200] )- El kopek es el centavo del rublo. (N. del E.)

[201] )- V. Danilov, A. Berelovitch, Les Documents de la VCK-OGPU-NKVD sur le campagne soviétique, 1918-1937 en Cahiers du Monde russe, XXXV (3), julio-septiembre de 1994, páginas 671-676.

[202] )- íBID. PÁG. 674: A. Graziosi, Collectivisation, révoltes paysannes et politiques gouvernementales à travers les rapports du GPU d'Ukraine de février-mars 1930 en Cahiers du Monde russe, XXXV (3), 1994, págs. 437-632.

[203] )- V. Danilov, A. Berelowitch, art. cit. págs. 674-676

[204] )- L. Viola, Babii bunty (Las revueltas campesinas), en Russian Review, 45, 1986, págs. 2-42

[205] )- A. Graziosi, art. cit. pág. 462; V. P. Popov Gosudarstenny terror v Sovietskoi Rosii a923-1953 (Terror de Estado en la Rusia Soviética) en Otechestevennye Arjivy, 1922, Num. 2. pág. 28.

[206] )- N. A. Ivnitsky, op.cit. pág. 106

[207] )- V. Danilov, A. Berelowitch, art.cit. págs. 665-666 - El énfasis es de Yagoda.

[208] )- O. Jlevnyuk (O. Khlevniouk), op. cit. pág. 37

[209] )- V. N. Zemskov, Kulaskaya ssykla v 30-ye gody (La deportación de los kulaks en los años treinta), en sotsiologuicheskie issledovania, 1991, N° 10, págs. 3-20

[210] )- N. Werth, Déplacés spéciaux et colons de travail dans la societé stalinienne en XX Siècle, N° 54, abril-junio 1997, págs.34-50

[211] )- N. Weth, G. Moullee, op.cit, pág, 140

[212] )- V. P. Danilov, S.A. Krasilnikov, Spetspereselentsy v Zapadnoi Sibiri (vol. I) (Los desplazados especiales en Siberia occidental, 1930), Novossibirsk, 1993, págs. 57-58.

[213] )- Ibid. pág. 167

[214] )- Su gorra (N. del T.)

[215] )- V. P. Danilov, S.A. Krasilnikov, Spetspereselentsy v Zapadnoi Sibiri, 1933-1938 (vol. 3), Novossibirsk, 1994, págs. 89-99,

[216] )- V. N. Zemskov, art. Cit. págs. 4-5

[217] )- GARF, 9414/1/1943/56-61 en N. Werth, G. Moullec, op.cit. págs. 142-145

[218] )- V. P. Danilov, S.A. Krasilnikov, op. Cit. vol 2, págs. 81-83; GARF, 9479/1/7/5-12; N. Werth, G. Moullee, op.cit. págs. 363-374

[219] )- GARF, 9414/1/1943/52

[220] )- GARF, 1235/2/776/83-86

[221] )- V. P. Danilov, S. A. Krasilnikov, op.cit. vol 3, págs. 244-245

[222] )- ARF, 374/28s/4055/1-12

[223] )- A. Blum, Naître, vivre et mourir en URSS, 1817-191, París, Plon, 1994, pág. 99

[224] )- F. Kupferman, Au pays des Soviets. Le Voyage francais en Union soviétique, 1917-1939, París, Gallimard. Pág. 88

[225] )- A. Graziosi, Lettres de Kharkov. La famine en Ukraine et dans le Caucase du Nord à travers les rapports des diplomates italiens, 1932-1934 en Cahiers du Monde russe et soviétique, XXX (1-2), enero-junio de 1989, págs. 5-106

[226] )- M. Lewin, La Formation du sistème soviétique, Paris, Gallimard, 1987, págs. 206-237

[227] )- GARF, 1235/2/1521/71-78; N. Werth, G. Moullec, op.cit. págs. 152-155

[228] )- GARF, 3316/2/1254/4-7

[229] )- N. Ivnitsky, op.cit. págs. 192-193

[230] )- Aldeas, poblaciones rurales. (N. del T.)

[231] )- N. Ivnitsky, op.cit. págs. 198-206

[232] )- V. Zemskov, art. Cit. Págs. 4-5

[233] )- A. Graziosi, Lettres de Kharkov, art. Cit. Pág. 51

[234] )- N. Ivnitsky, op.cit. págs. 198-199

[235] )- Ibid. Pág. 204

[236] )- A. Graziosi, art. Cit. Págs. 59-60

[237] )- Ibid. Pág. 79; R. Conquest, Sanglantes moissons, París, R. Laffont, 1995, págs. 267-296

[238] )- APFR (Archivos presidenciales de la Federación Rusa), 45/1/827/7-22

[239] )- N. Aralovetz, Poteri naselenia v 30-ye dody (Las pérdidas demográficas en los años treinta), en Otechestvennaya Historia, N° 1, págs. 135-145; N. Ossokina, Zhertvy goloda 1933. Skol'ko ij? (El número de víctimas del hambre de 1933, ¿Cuántos?) en Otechestvennaya Historia, 1995, N° 5, págs. 18-26; V. Tsaplin, Statistika zhertv stalinisma (Estadística de las víctimas del stalinismo) en Vosproy Istorii, 1889, N° 4, págs. 175-181

[240] )- APFR (Archivos presidenciales de la Federación Rusa), 45/1/827/7-22

[241] )- APFR (Archivos presidenciales de la Federación Rusa), 3/61/549/194

[242] )- S. Merl, Golod 1932-1933, guenotsid Ukaintsev dlya osuschestvlenia politiki russifikatsii? (El hambre de 1932-1933, ¿un genocidio para favorecer la política de rusificación de Ucrania?) en Otechestvennaya Historia, 1995, N° 1, págs. 49-61

[243] )- Lewin, op.cit. págs. 330-334

[244] )- O. Jlevnyuk (Khlevniouk), op.cit. págs. 40-50

[245] )- Ibid. Pág. 49

[246] )- Pismá I. V. Stalina V. Molotovu (Cartas de I. Stalin a V. Molotov), Moscú, 1995, pags. 193-194

[247] )- S. Ikonnikov, Sozdanie i deiatel'nost abedinennyj organov TsKK-RKI v 1923-1934 (La creación y la actividad de los órganos de la TsKK-Inspección obrera campesina en 1923-1934), Moscú, 1971, págs. 212-214

[248] )- S. Fitzpatrick, Education and Social Mobility in the Soviet Union, 1921-1934, Cambridge, 1979, págs. 213-217

[249] )- N. Timashev (Timasheff), Religion in Soviet Russia, Londres, 1943, pág. 64.

[250] )- N. Werth, Le Pouvoir soviétique et l'Eglise orthodoxe de la collectivisation à la Constitution de 1936 en Revue d'Etudes comparatives Est-Ouest, Nums. 3-4 págs. 41-49

[251] )- GARF, 374/28/145/13-26

[252] )- W. C. Fletcher, L'Église clandestine en Union soviétique, Paris, Edit. A. Moreau, 1971

[253] )- N. Werth, G. Moullec, op.cit. págs. 219-304

[254] )- A. I. Dobkin, Lishentsy, 1918-1936 (Las personas privadas de sus derechos cívicos) en Zvenia, vo, 2, Moscú, 1992, págs. 600-620

[255] )- M.Lewin, op.cit. págs. 311-317

[256] )- GARF, 1235/2/1650/27-34

[257] )- Ibid.

[258] )- GARF, 9749/1/19/7; N. Werth, G. Moullec, op.cit, págs 43-44

[259] )- GARF, 9479/1/19/19

[260] )- V. Danilov. S. A. Krasilnikov, op.cit. vol 3, págs. 96-99

[261] )- CRCEDHC,17/120/94/133-136

[262] )- O. Jlevnyuk (Khlevniouk), op.cit. págs. 154-156

[263] )- GARF, 1235/2/2032/15-29

[264] )- J. A. Getty, G. T. Rittersporn, V. N. Zemskov, Les victimes de la répression pénale dans l'URSS dávant-guerre en Revue des Études Slaves, vol. 65, 4, 1993, pág. 641

[265] )- A. Graziosi, Lettres de Kharkov..., art.cit. pág. 77

[266] )- CRCEDHC, 17/3/922/56-58

[267] )- V. Popov, art.cit. pág. 28

[268] )- Alla Kirilina, L'Assessinat de Kirov. Destin d'un stalinien, 1888-1934, París, Le Seuil, 1995.

[269] )- R. Conquest, La Grande Terreur, París, R. Laffont 1995, págs. 429-430 (Existe traducción al castellano de esta obra de R. Conquest, El Gran Terror, Barcelona, Luis de Caralt, 1974 - N. del T.)

[270] )- O. Jlevnyuk (Khlevniouk), op.cit. págs. 150-154

[271] )- Ibid. Pág. 158

[272] )- O. Jlevnyuk (Khlevniouk), op.cit. págs. 156-159; sobre este tema, ver J. A. Getty Origins of the Great Purge; the Soviet PC Reconsidered, 1933-1938, Cambridge, VP, 1985; CRCDEHC 17/120/240.

[273] )- CRCEDH, 17/162/17; O. Jlevnyuk (Khlevniouk), op.cit. pág. 154; N. Werth, G. Moullec, op.cit. págs. 376-377

[274] )- V. Popov, art.cit. pág. 28

[275] )- N. Werth, Les Procès de Moscou, 1936-1938, Bruselas, Complexe, 1987, pág. 61.

[276] )- R. Conquest, La Grande Terreur, París, Stock, 1968; reeditado por R. Laffont, 1995. (Existe edición española: El Gran Terror, Barcelona, Luis de Caralt, 1974).

[277] )- J. A. Getti, Origins of the Great Purges: the soviet CR Reconsidered, 1933-1938, Cambridge, UP, 1985; G. Rittersporn, Simplifications staliniennes et complications soviétiques, 1933-1953, París, EAC, 1988; J. A. Getty, R. T. Manning (editores), Stalinist Terror. New Perspectives, Cambridge UP, 1993.

[278] )- Stalinskoye Politburo v 30-ye gody (El Buró político stalinista en los años treinta), compilación de documentos reunidos por O. V. Jlevnyuk, A. V. Kvashonkin, L. P. Kosheleva, L. A. Rogovaya, Moscú, 1995; O. V. Jlevnyuk, L. P. Kosheleva, J. Howlett, L. A. Rogovaya Les Sources archivistiques des organes dirigeants du PC(b)R en Communisme, Núms. 42-43-44, 1995, págs. 15-34.

[279] )- Trud, 4 de junio de 1992

[280] )- GARF, 9479/1/978/32.

[281] )- Trud, 4 de junio de 1992

[282] )- O. Jlevnyuk (Khlevniouk), Le Cecrle du Kremlin, op.cit. págs. 208-210

[283] )- O. Jlevnyuk (Khlevniouk), op.cit. pág. 212

[284] )- Rehabilitatsea Politicheskie processy 30-50 godov (Rehabilitación. Los procesos políticos de los años 30-50), Moscú, 1991, pág. 39; Istochnik, N° 1, págs. 117-130.

[285] )- Izvestia, 10 de junio de 1992, pág. 2

[286] )- Empleo del tiempo y listado de los visitantes recibidos por Stalin en el Kremlin, Istoriochevsky Arjiv, 1995, N° 4, págs. 15-73 para los años 1936-1937.

[287] )- Istochnik, 1995, N° 1, págs. 117-132; V. P. Popov, art.cit. págs 20-31

[288] )- J. A. Getty, G. Rittersporn, V. Zemskov, Les victimes de la represión pénales Dans l’URSDS d’avant guerre, en Révue des études slaves, tomo LXV, 4, págs, 631-663

[289] )- J. A. Getty, G. T. Rittersporn, V. Zemskok, art,cit. Pág 655

[290] )- V. Zemskov, Gulag,  Sotsiologuicheskie Issledovania, 1991, N° 1, págs. 14-15

[291] )- Leningradski Martirolog 1937-1938 (Martirologio de Leningrado), San Petersburgo, 19995. Acerca de las estadísticas de las ejecuciones en Leningrado, véanse las págs. 3-50

[292] )- CRCEDHC, 17/120/285/24-37

[293] )- R. Conquest, op.cit. págs. 918-921

[294] )- Ibid. págs. 886-912

[295] )- Fuente: Volia, 1994, N° 2-3, págs. 45-46

[296] )- A. Cristiani y V. Michaleva, (edit), Le Repressioni degle anni trenta nell'Armata rossa, recopilación de documentos, Nápoles, IUO, 1996.

[297] )- Le Repressioni . . . op. Cit. Págs. 20 y ss.

[298] )- R. Conquest, op.cit. págs. 749-772; V. Chentalinski, La Parole ressucitée. Dans les archives littéraires du KGB, París, R. Laffont, 1993 (Existe edición española de esta obra: De los archivos literarios del KGB, Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1994 - N. del T.)

[299] )- M. I. Odinsov, Na puti k svobode sovesti (En el camino hacia la libertad de conciencia), Moscú, 1990, págs, 53-54

[300] )- GARF, 3316/2/1615/116-149

[301] )- A. Getty, G. Rittersporn, V. Zemskov, art. cit: N. Werth, Goulag, les vrais chiffres, art.cit.; A. Nove, Victims of Stalinism: How Many? En J. A. Getty, R. Manning, Stalinist Terror, op.cit.

[302] )- Véase Popov, art.cit págs 20-31

[303] V. Zemskov, Goulag, art.cit. pág 11

[304] )- O. Jlevnyuk, Prinuditelnyi trud v ekonomike SSR, 1929-1941 (El trabajo forzado en la economía de la URSS), en Svobodnaya Mysl, 1992, N° 13, págs. 78-92

[305] )- N. Werth, G. Moullee, op.cit. págs. 345-379

[306] )- V. Zemskov, art.cit. págs. 11-15

[307] )- J. A. Getty, G. Rittersporn, V. Zemskov, art.cit. págs. 650-657

[308] )- Estos datos sintéticos se fundan en artículos y obras citadas con anterioridad, especialmente: J. A. Getty, G. T. Rittersporn, V. K. Zemskov, art.cit.; V. K. Zemskov art. Cit; N. Werth art. Cit; V. P. Popov art.cit.; O, Jlevnyuk art.cit.; Istochnik, 1995, N° 1, págs 117-130; A. Blum, op.cit.

[309] )- K. Sword, Deportation and Exile. Poles in the Soviet Union, 1939-1948, Londres, MacMillan, 1994, pág. 7.

[310] )- V. Zemskov,"Spetzposelentsi", art.cit. pág. 5

[311] )- Z.S. Siemaszko, W sowieckim asaczeniu, Londres, 1991; W. Wielhorski, Los Polakow w Niewoli Sowieckiej, Londres, 1956

[312] )- K. Sword. Op.cit. págs. 15-23

[313] )- GARF, 9401/1/4775

[314] )- V. K. Zemskov, Goulag, art.cit. pág. 19

[315] )- GARF, 9492/2/42/125

[316] )- GARF, 9492/2/42

[317] )- N.- Werth, G. Moullec, op.cit. pág. 229

[318] )- Istochnik, 1994, N° 3 págs. 107-112

[319] )- Moskva Voennaya: Memuary i arjivnye dokumenty (Moscú bélico: Recuerdos y documentos de los archivos), Moscú, 1995

[320] )- CRCEDHC, 17/88/45

[321] )- N. Bugai, L.Beria-I.Stalinu, «Soglasno vasemu ukazaniu» (L.Beria a Stalin, "Conforme a sus instrucciones"), Moscú 1995, págs. 27-55; N. Bugai, 40-ye gody: «Avtonomin Nemtsev Povolya likvidirovat'» (Los años 40. La "liquidación de la autonomía de los alemanes del Volga"), en Istoriya SSSR, 1991, N° 2, págs. 172-182; J.J. Marie, Les Peuples déportés d'Union Soviétique, Complexe, 1995, págs. 35-56

[322] )- N. Bugai, op.cit. págs. 56-220; N. Zemskov, art.cit. págs.8-17; M. Gublogo, A. Kuznetsov (edit.), Deportatsii narodov SSSR, 1930-ye-1950-ye gody (La deportación de los pueblos de la URSS, años 1930-1950), recopilación de documentos de Moscú, 1992; J. J. Marie, op.cit. págs. 57-128

[323] )- N. Bugai, op.cit. pág. 153

[324] )- J. J. Marie, op.cit. págs. 81-82

[325] )- Ibid. Pág. 103

[326] )- J. J. Marie, op.cit. pág. 66

[327] )- Ibid, págs. 64-65

[328] )- V. Zemskov, art. Cit. Pág. 9

[329] )- J. J. Marie, op.cit. págs. 107-108

[330] )- Bugai, Nado . . .  op.cit. págs. 153-156

[331] )- N. Zemskov, art.cit. pág. 9

[332] )- N. Zemskov, Kulatskaya ssylka, nakanune i v gody Velikoy Otechestvennoi voini (La deportación kulak, en vísperas y durante la gran guerra patria) en Stsiologuicheskie Issledovania, N° 2, págs.3-26

[333] )- GARF, 9414/1/330/56-62

[334] )- N. Werth, G. Moulle, op.cit. págs. 379-391; E. Bacon, The Gulag at War. Stalin's Forced Labour System in the Light of the Archives, Londres, 1994.

[335] )- V. Zemskov, Gulag, Sotsiologuicheskie Issledovania, 1991, N° 6, págs. 14-15.

[336] )- Pasaje subrayado con lápiz. Al margen con lápiz: "hay que preguntarse cuál es la utilidad de llevarlos a destino".

[337] )- El artículo 58 del Código penal se ocupaba de todos los "crímenes contrarrevolucionarios". No contaba con menos de 14 párrafos. En el mundo concentracionario, los presos políticos eran designados como "los 58". El párrafo 58-10 se refería a "la propaganda o a la agitación de apelara a la destrucción o al debilitamiento del poder soviético". En caso de "propaganda en grupo" – generalmente moderada – las penas previstas iban de tres años de campo de concentración a la pena de muerte.

[338] )- Pasaje subrayado con lápiz, con una nota, también a lápiz, al margen: "Hay que juzgarlos una segunda vez o hacerlos comparecer ante la OS (la comisión especial de la NKVD, órgano extrajudicial encargado de reprimir los "crímenes contrarrevolucionarios").

[339] )- E. Bacon, The Gulag at War, op.cit.

[340] )- V. Zemskov, art.cit. pág. 4

[341] )- Sotsiologuicheskie Issledovania, 1991, N° 7, págs. 4-5

[342] ) Deportatsii narodov op.cit. pág. 162

[343] )- Zubkova, Obschetsvo i remormy, 1945-1964 (La sociedad y las reformas, 1945-4964), Moscú, 1993, págs. 16-44.

[344] )- V. F. Zima, "Poslevoiennoie obschesvo. Prestupnost i golod, 1946-1947", (La sociedad de postguerra. Delincuencia y hambre, 1946-1947) en Oteschevestvennaia Istoriya, 1995, N° 5, págs. 45-58

[345] )- V. P. Popov, "Golod y gosudarstvennaia politika, 1946-1947" (El hambre y la política gubernamental, 1946-1947) en Otechestvennye Arjivy, 1992 N° 6, págs. 36-60; N. Werth, G. Moullee, op.cit. págs. 162-165.

[346] )- V. Popov, Gosudartsvennyi terror... art.cit. pág. 27

[347] )- V. Zemskov, Gulag, art.cit. págs. 10-11

[348] )- V. Popov, Gosudartsvennyi terror... art.cit. pág. 27

[349] )- V. Zemskov, Gulag, art.cit. pág. 11

[350] )- V. F. Zima, art.cit. págs. 45-58; E. Zubkova, op.cit. págs. 63-69

[351] )- J. J. Marie, op.cit. pág. 124

[352] )- J. J. Marie, op.cit. pág. 122-126

[353] )- N. F. Bugai, L. Beria - I. Stalinu..., op.cit. pág. 232

[354] )- V.I. Tsaranov, O likvidatsii kulachetsva v Moldavii letom 1949, (Sobre la liquidación de los kulaks en poldavia durante el verano de 1949), en Otechestvennaia Istoriya, 1966, N° 2, págs. 71-79; J. J. Marie, op.cit. págs. 127-128

[355] )- Y. Bilinsky, The Second Soviet Republic: the Ukraine after World War II, New Brunswick, 1960, págs. 132-135

[356] )- Deportatsii narodov SSR, op.cit. pág. 160

[357] )- GARF, 9414/1s/1391-1392

[358] )- M. Craveri La résistance au Goulag. Grèves, révoltes, évasions dans les camps de travail soviétiques de 1920 à 1956 en Communisme, Nos. 42-43-44, 1995, págs. 197-209

[359] )- GARF, 9414/1s/513/185

[360] )- GARF, 9414/1s/642/60-91; N. Werth L'Ensemble concentrationnaire de Norilsk eb 1951, en XXe Siècle, N° 47, julio-septiembre 1994, págs. 88-100

[361] )- M. Craveri, O. Jlevnyuk, Krisis ekonomiki MVD (La crisis de la economía de la MVD), en Cahiers du Monde russe, vol XXXVI (1-2), 1995, págs. 179-190

[362] )- G. Kostyrchenko, S. Redlij, Evreiski Antifachistkii Komitet v SSSR (El comité judío antifascista en la URSS), Compilación de documentos, Moscú, 1996; G. Kostyrchenko V plenu u Krasnogo Faraona (En las mazmorras del faraón rojo), Moscú,1994; A. Knight, Beria, París, Aubier, 1994; J. J. Marie, Les Derniers Complots de Staline. L'Affaire des Blouses Blanches, Bruselas, Complexe, 1993.

[363] )- G. Kostyrchenko,op.cit. págs. 45-47

[364] )- Ibid.

[365] )- Izvestia KPSS, 1989, 12, pág. 37

[366] )- G. Kostyrchenko, S. Redlij, op.cit. págs. 326-384

[367] )- J. J. Marie, op.cit. págs. 60-61

[368] )- G. Kostyrchenko, V plenu, op.cit. págs. 136-137

[369] )- V. I. Demidov, V. A. Kutuzov, Leningradskoie Delo (El asunto de Leningrado), Leningrado, 1990, págs. 38-90

[370] )- Ibid. Págs 139-151; J. J. Marie, op.cit. págs. 77-99

[371] )- A. Knight, op.cit. págs. 239-247

[372] )- Y también Stalin (N. del E.)

[373] )- A. Knight, op.cit.

[374] )- P. y A. Sudoplatov, op.cit. págs. 385-434; G. Kostyrchenko, V plenu... op.cit. págs. 289-314

[375] )- V. P. Naumov (edi.), Ne´ravednyii sud. Stenograma subdebnogo protsessa nad cleami Evreiskogo Antifasistkogo Komieteta (Actas estenográficas del proceso de los miembros del comité antifscista judío), Moscú, 1994.

[376] )- J. J. Marie, op.cit. pág. 159; P. y A. Sudoplatov, op.cit. págs. 424-426

[377] )- I. Rapoport, Souvenirs du procès des Blouses blanches, París, Alinéa, 1989, págs. 140-141

[378] )- Istochnik, 1994, N° 1, págs. 106-111; Izvestia TsK, N° 1, 1991, págs. 139-214; 1991, N° 2, págs. 141-208

[379] )- A. Knight, Beria, París, Aubier, 1995

[380] )- A. Knight, op.cit. pág. 276

[381] )- M. Craveri, N. Formozov, La résistance au Goulag en Communisme, 1955, N° 42-44, págs. 197-209

[382] )- V. N. Zemskov Massovoie osvobozdenie spetzposelentsev y ssylnyj (La liberación masiva de los deportados especiales y de los exiliados), en Sotsiologuicheskie Issledovania, 1991, N° 1, págs. 5-26

[383] )- J. J. Marie, op.cit. págs. 120 y ss.

[384] )- V. N. Zemskov, Gulag, art.cit. pág. 14

[385] )- N. Werth, G. Moullec, op.cit. págs. 501-503